SANTIAGO DE CHILE. Hace 35 años, el cuerpo del cantautor y folclorista chileno Víctor Jara fue arrojado en una calle de Santiago. Era el 16 de septiembre de 1973 y la capital chilena, como todo el país, vivía bajo estado de sitio. Cinco días antes, las Fuerzas Armadas bajo el mando del fallecido general Augusto Pinochet habían derrocado el gobierno socialista de Salvador Allende. La dictadura que comenzó con el ocaso del invierno de 1973 duró 17 años y han transcurrido otros 18 años de democracia, pero el crimen del autor de «Plegaria de un labrador» y «El derecho a vivir en paz» sigue en la nebulosa, sin responsables; sus autores materiales viven en la impunidad.
La causa judicial por el asesinato de Víctor Jara permanece abierta desde hace casi tres meses, después de que la Corte de Apelaciones de Santiago revocara la decisión de cerrarla sin determinar culpables directos del crimen. El juez Juan Eduardo Fuentes deberá realizar unas 40 diligencias solicitadas por el abogado querellante de la familia de Jara. Todas apuntan a identificar a un oficial militar que los prisioneros apodaron «El Príncipe» y que estaba a cargo del equipo de torturadores en el estadio donde fue asesinado el autor de «Te recuerdo Amanda».
El juez hasta ahora ha procesado sólo a un ex militar, el coronel retirado Mario Manríquez Bravo, que estaba cargo del recinto que cobijó a casi cinco mil prisioneros y donde fueron ejecutadas siete personas en los días en que fue asesinado Víctor Jara. Manríquez Bravo se ha negado a identificar al cuerpo de oficiales que lo acompañó en la custodia de prisioneros y el Ejército ha dicho que no conserva archivos de su personal destinado a la represión durante las primeras semanas del golpe de Estado.
Jara, autor en poco más de diez años de una decena de discos con su obra más conocida, llegó temprano la mañana del 11 de septiembre de 1973 a la Universidad Técnica de Santiago, en la zona poniente de Santiago. Allí trabajaba él; pero ese día era especial pues el propio presidente Allende hablaría al mediodía para anunciar un plebiscito que pusiera fin a la crisis política que vivía Chile. Pero los militares se adelantaron y dieron su golpe.
En eso estaba el 11 de septiembre de 1973. Víctor Jara fue llevado junto a centenares de prisioneros a un estadio que ahora lleva su nombre. Durante las primeras horas, los militares no sabían que estaba entre los detenidos. Pero cuando lo descubrieron se ensañaron. Una comisión oficial dijo que a Víctor Jara lo torturaron con brutalidad extrema, que sus manos quedaron convertidas en «una sola llaga» y su cuerpo quemado con cigarrillos.
Poco antes de ser sacado la noche del 15 de septiembre hacia un pasillo del estadio entregó unas hojas a un prisionero que más tarde las sacaría del lugar entre sus ropas. Era su último poema. De mano en mano llegó la hoja arrugada a su esposa, la bailarina británica Joan Jara: «¡Canto que mal me sales/cuando tengo que cantar espanto!/ Espanto como el que vivo/como el que muero, espanto».
La causa judicial por el asesinato de Víctor Jara permanece abierta desde hace casi tres meses, después de que la Corte de Apelaciones de Santiago revocara la decisión de cerrarla sin determinar culpables directos del crimen. El juez Juan Eduardo Fuentes deberá realizar unas 40 diligencias solicitadas por el abogado querellante de la familia de Jara. Todas apuntan a identificar a un oficial militar que los prisioneros apodaron «El Príncipe» y que estaba a cargo del equipo de torturadores en el estadio donde fue asesinado el autor de «Te recuerdo Amanda».
El juez hasta ahora ha procesado sólo a un ex militar, el coronel retirado Mario Manríquez Bravo, que estaba cargo del recinto que cobijó a casi cinco mil prisioneros y donde fueron ejecutadas siete personas en los días en que fue asesinado Víctor Jara. Manríquez Bravo se ha negado a identificar al cuerpo de oficiales que lo acompañó en la custodia de prisioneros y el Ejército ha dicho que no conserva archivos de su personal destinado a la represión durante las primeras semanas del golpe de Estado.
Jara, autor en poco más de diez años de una decena de discos con su obra más conocida, llegó temprano la mañana del 11 de septiembre de 1973 a la Universidad Técnica de Santiago, en la zona poniente de Santiago. Allí trabajaba él; pero ese día era especial pues el propio presidente Allende hablaría al mediodía para anunciar un plebiscito que pusiera fin a la crisis política que vivía Chile. Pero los militares se adelantaron y dieron su golpe.
En eso estaba el 11 de septiembre de 1973. Víctor Jara fue llevado junto a centenares de prisioneros a un estadio que ahora lleva su nombre. Durante las primeras horas, los militares no sabían que estaba entre los detenidos. Pero cuando lo descubrieron se ensañaron. Una comisión oficial dijo que a Víctor Jara lo torturaron con brutalidad extrema, que sus manos quedaron convertidas en «una sola llaga» y su cuerpo quemado con cigarrillos.
Poco antes de ser sacado la noche del 15 de septiembre hacia un pasillo del estadio entregó unas hojas a un prisionero que más tarde las sacaría del lugar entre sus ropas. Era su último poema. De mano en mano llegó la hoja arrugada a su esposa, la bailarina británica Joan Jara: «¡Canto que mal me sales/cuando tengo que cantar espanto!/ Espanto como el que vivo/como el que muero, espanto».
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