Marussia Bakunin: historia de la emancipación
de una mujer con apellido embarazoso
Una intensa existencia la de
María, llamada cariñosamente Marussia, tercera hija de Mijaíl Bakunin,
reconocida por sus contemporáneos por sus altas cualidades científicas y
morales. Tras su muerte, acaecida en 1960, su nombre permanecerá en la sombra y
será olvidado, sobre todo a causa de la fuerte presencia de figuras masculinas
–colegas e intelectuales–, comprendido su amadísimo sobrino Renato Caccioppoli,
gran genio de las matemáticas.
Nacida en Siberia en 1873, tras la muerte de
su padre en Berna se traslada a Nápoles con la familia, acogida por el abogado
socialista Carlo Gambuzzi, amigo íntimo de Bakunin que proveerá todas las
necesidades de la familia, casándose a continuación con la viuda de Bakunin. El
mismo Malatesta le había definido como uno de los primeros socialistas
italianos.
Y es en la Nápoles hambrienta y en constante
ebullición de los años precedentes a la Primera Guerra Mundial donde crecen
“los tres niños Bakunin”: Carlo, Sofía y Marussia.
La casa de Gambuzzi era un cenáculo cultural y
político.
Entre los ideales de libertad, de estímulos
individuales, la generosidad y el afecto del abogado, Marussia y sus hermanos
pudieron ir a las mejores escuelas de la ciudad.
María se licencia jovencísima en Química pura
con un trabajo sobre la isometría geométrica, concepto incomprensible para
muchos de nosotros, pero que para ella era como el pan cotidiano.
Implicada constantemente en el laboratorio de
química entre teoría y experimentación de campo, obtendrá la cátedra de Química
orgánica y el título de profesora emérita.
Se casará con su profesor, Agostino Oglialoro,
director del Instituto; no tendrán hijos.
Una foto emblemática de 1896 la inmortaliza
con una amplia falda larga, mantilla y sombrero en medio de un numeroso grupo
de licenciados; es la única mujer.
Ciertamente Marussia llevaba un apellido embarazoso
y si bien parece que nunca se definió anarquista, indiscutiblemente tenía un
carácter fuerte y generoso y un gran sentido de la justicia, cualidades humanas
y coraje a raudales que manifestó siempre coherentemente. Algunas anécdotas de
su vida abonan tales presupuestos.
Paseando en calesa por via Toledo de Nápoles
tuvo que domar al caballo embravecido. En otra ocasión salvó a la hermana caída
en un pozo descolgándose con una cuerda y agarrándola por el pelo.
Durante el fascismo se negó a tener un hijo,
presentándose a los exámenes de química vestida de militar, a pesar del decreto
de las autoridades que ordenaba tener hijos a todos los militares. Definió el
episodio como una bufonada, una patética puesta en escena, y se salvó sólo
gracias a la providencial intervención de su marido.
Se cuenta que cuando los alemanes quemaron las
bibliotecas universitarias, María se sentó cerca de las llamas con los brazos
cruzados. El comandante alemán, sorprendido por el gesto, dio la orden de
retirarse y los daños fueron limitados. Por este gesto, Benedetto Croce quiso
en 1944 que presidiera la Academia Pontiana, una asociación cultural de antigua
creación que había sido suprimida por el gobierno fascista.
En mayo de 1938, su sobrino Renato, con
ocasión de la visita a Nápoles de Hitler, contrató a una orquestina para que
tocara La Marsellesa. Gracias a su intervención, Marussia convenció a las
enfurecidas autoridades, que lo querían encarcelar, sobre la incapacidad del
sobrino de entender y querer, y le mandaron a un manicomio una temporada.
Efectivamente, María es recordada sobre todo
como la tía de Renato Caccioppoli, hijo de su hermana Sofía, cuya actividad
antifascista se manifestó incluso con actos sarcásticos con los que tomaba el
pelo al régimen. Durante el fascismo, después de la prohibición a los hombres
de pasear perros de talla pequeña (para salvaguardar su virilidad), Caccioppoli
acostumbraba pasear, por las calles de Nápoles, como forma de contestación, con
un gallo con collar y correa.
En 1914 el ministro Nitti la encargó ir a
estudiar las escuelas profesionales de Bélgica y Suiza, consideradas en la
época como la vanguardia en métodos de enseñanza. Marussia constató con
amargura la existencia de enseñanza distinta para los varones y las mujeres. Para
resolver el problema de la escolarización italiana afirmó con determinación que
tocaba a los ricos, mediante tasas, el honor de pagar la educación de los
pobres.
“Ni votos ni mil plegarias” es
una famosa afirmación suya.
No hay que recordar más que su casa de via
Mezzocannone, con sus innumerables gatos que, durante muchísimos años, hasta el
final, fue lugar de encuentro y acogida de los exponentes del mundo cultural,
de los perseguidos y de los refugiados.
En Nápoles, de su memoria queda una placa en
la puerta de la Facultad de Química y un paseo en la periferia.
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