Cataluña y la autodeterminación
Hoy en Cataluña asistimos a una
lucha entre las elites que tiene como principal finalidad, más allá de la
propaganda y palabrería política que la envuelve, una redistribución del poder
institucional. La burguesía española y una facción de la burguesía catalana,
vinculada sobre todo a la Generalitat, están enzarzadas en un enfrentamiento al
que tratan de arrastrar al pueblo llano para utilizarlo como base social sobre
la que apoyarse para resolver esta querella interna. Asimismo, la acción de la
propaganda de los mass-media, así como las intervenciones de diferentes actores
políticos e institucionales, únicamente contribuye a enturbiar y oscurecer la
problemática que hoy existe en Cataluña.
La polémica generada por la convocatoria de un
referéndum el 1 de octubre es presentada por sus principales valedores como una
forma de ejercer el derecho de autodeterminación de Cataluña. Sin embargo, nada
de esto es cierto por diferentes razones.
En primer lugar la autodeterminación no es un
derecho sino una capacidad del pueblo para decidir de un modo completamente
autónomo qué tipo de relaciones desea establecer con los demás pueblos, en caso
de que desee mantener alguna relación con estos. Esta capacidad únicamente
puede ser ejercida cuando la soberanía está en manos del propio pueblo, lo que
únicamente es posible con la desaparición del Estado y de la propiedad privada.
Las actuales estructuras de dominación, concentradas fundamentalmente en torno
a estas dos instituciones liberticidas, son las que monopolizan la soberanía y
hacen que esta sea ejercida por una minoría dirigente. Así pues, la
autodeterminación de los pueblos no puede ser ejercida en el marco político que
ofrecen los Estados debido a que el pueblo no es libre para decidir. Esto
explica que la autodeterminación no pueda ser en ningún caso un derecho en
tanto en cuanto los derechos son la concesión de un poder que en cualquier
momento, de manera totalmente arbitraria, puede revocarlo y alterarlo en
función de sus particulares intereses. Por todo esto la autodeterminación sólo
puede ser considerada como el resultado de una conquista revolucionaria fruto
de la destrucción del Estado y de la propiedad privada, pues sólo entonces se
dan las condiciones mínimas de libertad razonable para que un pueblo pueda decidir
qué relaciones quiere mantener con los demás pueblos.
En segundo lugar la
autodeterminación sólo es posible cuando, una vez destruido el Estado y la
propiedad privada, el pueblo se autogobierna a través de asambleas soberanas.
Esto es lo que hace posible el inicio de todo un proceso popular que, de abajo
arriba, va dirigido a determinar qué tipo de relaciones son establecidas con
los demás pueblos. De esta forma la autodeterminación no es de ningún modo un
proceso consultivo impulsado por unas elites ubicadas en unas instituciones,
sino que es el propio pueblo el que en el ejercicio de su soberanía establece
las condiciones y la forma en que va a relacionarse con los demás pueblos.
En tercer lugar, y como corolario
de todo lo hasta ahora dicho, la autodeterminación no es en modo alguno
sinónimo de la construcción de un nuevo Estado. Este es el gran artificio
ideológico desarrollado por los nacionalistas catalanes, y ratificado por el
nacionalismo español dado su ferviente centralismo, con el propósito de confundir
la libertad de un pueblo para decidir su futuro con la asunción de un nuevo
yugo que lo someta a una renovada opresión, de tal modo que el escenario
resultante sea aquel en el que la elite catalana sea una elite nacional que
ejerza el poder de manera exclusiva sobre la sociedad catalana. La construcción
de un nuevo Estado no tiene nada que ver con la autodeterminación, y menos aún
con la liberación de un pueblo. Por el contrario este proyecto político supone
la renovación del orden constituido al implicar la conservación de las
instituciones heredadas del Estado español junto al régimen capitalista, y por
tanto el mantenimiento de las actuales relaciones de explotación y dominación.
Por otra parte hay que constatar
un hecho bastante controvertido que pasa desapercibido para la mayor parte de
la población, y que en modo alguno es puesto de relieve en lo relativo a la
polémica suscitada por la convocatoria del referéndum del 1 de octubre. Dentro
del marco político de un Estado y sus instituciones el referéndum es la forma
de represión dictatorial máxima y más dura al restringir la expresión de la
voluntad popular a una pregunta que sólo admite como posibles respuestas un Sí
o un No, lo que, a su vez, impide la justificación de cualquiera de ambas respuestas
y con ello explicar qué quiere cada persona que se manifiesta en un sentido o
en otro. A esto se suma el hecho de que se trata de un proceso puesto en marcha
por una elite que formula la pregunta en función de sus intereses y
pretensiones políticas de la manera más conveniente, y con ello determina al
mismo tiempo la respuesta. En esencia el referéndum, todos los referéndums,
constituye un instrumento de legitimación con el que las elites persiguen
confirmar decisiones que ya han sido tomadas. La conveniente manipulación
propagandística y la supervisión del proceso ejercida por los medios de
coerción del Estado son los encargados de generar la respuesta deseada.
El referéndum de Cataluña, aún si
llega a realizarse, no será otra cosa que un fraude, una completa mascarada con
fines legitimadores y propagandísticos, pues responde a una clara
intencionalidad política en la que constituye un instrumento con el que se crea
la falsa ilusión de que el pueblo dispone de la oportunidad para ejercer su
voluntad para decidir sobre su futuro, cuando en la práctica únicamente puede
elegir entre dos opciones preestablecidas por la propia elite dirigente. Ambas
opciones implican el mantenimiento de su condición de sujeto dominado y
oprimido por las estructuras de poder imperantes, ya sea bajo la forma del
Estado español o la de un hipotético, y cada vez menos probable, Estado
catalán.
La autodeterminación, entonces,
sólo es posible cuando el Estado y la propiedad privada han desaparecido y la
sociedad se autogobierna a través de asambleas populares y soberanas. Por esta
razón el pueblo catalán únicamente podrá alcanzar la capacidad de
autodeterminación como fruto de una conquista revolucionaria que implique la
destrucción del Estado español y de la propiedad privada, pues sólo entonces la
soberanía estará en sus manos y no en las de una elite dominante. De este modo
es como Cataluña podrá decidir sobre su futuro de una manera autónoma y
determinar cómo quiere relacionarse con el resto del mundo. Así pues,
autodeterminación y revolución social van de la mano, del mismo modo que la
aspiración de libertad del pueblo catalán es idéntica a la de los restantes
pueblos que hoy también viven sometidos a la dominación del Estado español y de
su elite dirigente.
Esteban Vidal
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