Cuando Meirás era anarquista
JUAN OLIVER
La localidad coruñesa de Meirás
lleva décadas conviviendo con el estigma de ver su nombre indefectiblemente
ligado a la etapa más negra de la historia reciente de España. Pero ochenta
años antes de que Franco se hiciera con el Pazo y lo convirtiera en su
residencia personal de verano y en el símbolo de su poder político y militar,
la pequeña aldea del municipio de Sada, a unos quince kilómetros de A Coruña,
representaba en Galicia todo lo contrario a la dictadura. Durante la década de
los años 30, Meirás fue uno de los símbolos de la lucha agraria y del
empoderamiento de las mujeres campesinas contra la explotación de la Iglesia,
los oligarcas y los terratenientes.
Las tierras del Pazo de Meirás
que los Franco expoliaron estuvieron en el epicentro de aquellas revueltas, que
se iniciaron en 1933 cuando los herederos de Emilia Pardo Bazán, la primera
propietaria del inmueble, vendieron algunas de las parcelas anexas al pazo que
explotaban en arriendo desde hacía generaciones varias familias humildes de la
zona.
Meirás era una zona pobre y atrasada,
pero lejos de lo que se pueda pensar, aquellas campesinas y campesinos tenían
conciencia de clase y estaban organizadas. La mayoría estaban afiliadas a
asociaciones y organizaciones ligadas al Sindicato de Profesiones Varias,
adscrito a la anarquista Confederación Nacional del Trabajo (CNT).
Las tierras ajenas que trabajaban
eran el único sustento de dos de aquellas familias, que explotaban algo menos
de una hectárea de aquellas parcelas por las que los nuevos dueños querían
cobrarles el doble de renta. Se negaron a pagarles. Y la Guardia Civil intentó
desalojarlas. Pero tuvo que enfrentarse a toda la aldea, que acudió en ayuda de
los desahuciados.
La trama clientelar y corrupta
que le permitió hacerse rico y legar a sus herederos una verdadera fortuna que
hoy siguen disfrutando
Lo cuentan Carlos Babío y Manuel
Pérez Lorenzo en Meirás. Un pazo. Un caudillo. Un espolio, el libro que narra,
a través de la mayor investigación historiográfica que se ha realizado hasta
ahora sobre el tema, el proceso mediante el que Franco se hizo con el pazo y
cómo lo convirtió en el centro de la trama clientelar y corrupta que le
permitió hacerse rico y legar a sus herederos una verdadera fortuna que hoy
siguen disfrutando. Los primeros capítulos están dedicados a explicar lo que
era Meirás antes de que el dictador lo usurpara y etiquetara al pueblo durante
decenios con su nombre y apellidos.
Aquella primera revuelta de abril
de 1933 terminó con el procesamiento de medio centenar de campesinas y
campesinos de Meirás y de otras aldeas de Sada. Incluida una niña de once años.
Babío y Pérez Lorenzo destacan el relevante papel de las mujeres en aquella
lucha, que prosiguió en los años siguientes y que incluyó actos como la
resiembra de las tierras contra las órdenes de la Guardia Civil, burlando la
vigilancia de los agentes o enfrentándose directamente con ellos, y la quema de
las cosechas de las que se apropiaban los oligarcas con ayuda y mordida del
cura de la parroquia. Como ejemplo, el contenido de un pasquín de la época que
se conserva en al Archivo del Reino de Galicia y que Babío y Pérez Lorenzo
recogen en su libro:
“La ayuda que nos prestasteis,
labriegos de la comarca, hace temblar hasta los huesos a nuestros explotadores
todos. La decisión de nuestras valientes compañeros y sus pequeñuelos al labrar
las tierras; la potente entereza de las mujeres de Meirás y Mondego al
sembrarlas; la brutal acometida de los negros tricornios lanzándose a la carga
sobre nuestras compañeras, todo esto servirá para estrechar más nuestras filas
(...)
¡Mujeres trabajadoras, en
guardia!. ¡El cura pretende quemar la iglesia para después arrancaros pesetas
con que hacerla de nuevo! Nada de quemar iglesias, quemad a los curas ladrones.
Colonos del cura de Meirás: ese cerdo con sotana os da el cielo a cambio de lo
que os roba. Uníos a nosotros y no paguéis ni un céntimo más a ese ladrón”.
Poco después de la primera
revuelta, en diciembre de 1933, se celebró la segunda vuelta de las elecciones
generales a las Cortes republicanas, los primeros comicios de la historia de
España en la que las mujeres pudieron votar. Ganaron los partidos
conservadores, la República se derechizó y la situación en Meirás se agravó aún
más. En 1935 el conflicto registró su primera víctima mortal: Francisco Babío
Portela, sindicalista, abuelo de Carlos Babío. Lo detuvieron, lo encarcelaron
sin juicio, lo torturaron y lo devolvieron moribundo a casa. Falleció pocos
días después por las heridas que le infligieron.
Una vez comenzada la guerra,
Meirás fue una de las comarcas gallegas que más sufrió la represión franquista.
Y cuando Franco y su mujer, Carmen Polo, decidieron que el Pazo de Meirás tenía
que ser suyo, los campesinos de la zona fueron incluidos en las listas de
donantes obligados en la falsa cuestación popular para regalárselo. Y a quienes
tenían fincas o casas en las lindes del pazo, los echaron de sus casas para
ampliar la propiedad del dictador.
“Mi abuela fue víctima por
partida doble. Primero asesinaron a su hombre, y luego le robaron la casa”,
recuerda Carlos Babío. En la primavera de 1938, un grupo de falangistas ligados
a la Junta Pro Pazo –la organización creada por las élites franquistas
coruñesas para tramar y consumar el robo- la visitaron en su casa y le dieron
48 horas para abandonarla. Sus hijos, herederos del sindicalista asesinado y
alistados a la fuerza en el bando golpista, recibieron la orden de volver a
casa del frente para firmar, junto a su madre, los documentos por los que
cedían la casa. Lo hicieron en la sede coruñesa del Banco Pastor, la entidad
presidida por Pedro Barrié de la Maza, amigo de Franco, su testaferro y uno de
los principales impulsores de la corrupta Junta Pro Pazo.
Josefa Portela tuvo que abandonar
su casa y refugiarse con sus hijos –tenía otros dos, menores de edad- en la de
un pariente de su marido. No recibieron nada a cambio hasta cuatro años
después, cuando Barrié la convocó de nuevo en su despacho. Había que simular
que el robo había sido en realidad una venta, y la obligó a firmar nuevos
documentos que simulaban esa transacción. En los papeles dice que le pagaron
50.000 pesetas, pero ella sólo recibió 5.000.
Sus propiedades siguen hoy a
nombre de la familia Franco
Como Josefa, varios otros vecinos
de Meirás fueron víctimas de robos similares. Sus propiedades siguen hoy a
nombre de la familia Franco. O de los nuevos propietarios a quienes éstos se
las vendieron, obteniendo plusvalías millonarias mediante varios pelotazos
urbanísticos para los que contaron con la ayuda del ex alcalde de Sada, Ramón
Rodríguez Ares, del PP.
Ochenta años después, los
herederos del dictador siguen siendo propietarios de del Pazo, que se mantiene,
con todas sus tierras robadas, como el símbolo de la incapacidad de un país
para saldar cuentas con la etapa más negra de su historia reciente. Y que, hasta
que no sea devuelto al pueblo, sigue manchando el nombre de una aldea cuyas
mujeres fueron un ejemplo de la lucha por la justicia social.
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