Fidel Manrique
(Artículo extraído de la revista @darga)
Nunca consideré a Noam Chomsky un anarquista estricto sensu,
ni mucho menos. Pero leyendo el nº1 de Trébol Negro me ha ratificado en mi
opinión inicial, puesto que no hay duda, a la vista del artículo titulado “El
efecto Chomsky o el anarquismo de Estado” que él mismo no se consideraba
realmente anarquista sino, “un mero compañero de viaje”, por utilizar su propia
expresión.
Menos aún puede
estimarse que es anarquista quien afirma que sus objetivos inmediatos son defender-e incluso reforzar- , algunos
aspectos de la autoridad del Estado, añadiendo a continuación que la estrategia
delos anarquistas sinceros debe ser defender algunas instituciones del
Estado¡¡¡contra los atracos que sufren!!!¡¡¡Yo creía que los anarquistas
pretendíamos destruir al Estado!!!!
Con toda la modestia del mundo-pues considero que la
modestia es una virtud libertaria- tengo el atrevimiento de reclamarme anarquista
entendiendo como tal a aquel que lucha por la anarquía, sosteniendo, propagando
y defendiendo el ideal por antonomasia. Y desde luego, no estoy dispuesto a
tolerar – ni a Chomsky ni a nadie- que me considere un anarquista en el que la
sinceridad – otra virtud libertaria en mi opinión-brilla por su ausencia; creo,
por el contrario, que esos a los que Chomsky llama anarquistas sinceros, tienen
muy poco-más bien nada- de anarquistas.
Reforzar el Estado
para que después desaparezca, pues se irá debilitando hasta dar paso al
auténtico comunismo (o sea el comunismo sin Estado o ,para decirlo más claro,
el Comunismo Libertario) es evidentemente, la vieja teoría leninista que-como
ya había predicho Bakunin- llevó ineludiblemente a un fortalecimiento cada vez
mayor del Estado y, en último extremo a una degeneración monstruosa del
bolcheviquismo que supuso la criminal dictadura de Stalin y sus secuaces.
Parece claro que la
opinión y las posiciones de Chomsky se acercan-mucho más que al anarquismo
genuino- al llamado municipalismo libertario de Bookchin, que supone la
participación en elecciones municipales, con arreglo a los cánones de la acción
directa, aunque se da el caso de que municipalistas de distintos países llaman
a esta táctica parlamentarismo municipal. Lo que está claro llámese como se
llame esa participación en elecciones municipales- es que el electoralismo, la
participación en cualquier tito de contienda electoral, supone la DELEGACIÓN en
otra y otras personas, del poder de decisión que sólo a cada individuo
pertenece; lo cual, evidentemente, no guarda ningún parecido ni siquiera
remoto, con los más elementales principios del anarquismo, sino que, por el
contrario, choca frontalmente con ellos.
Si Noam Chomsky habla
de reforzar algunos aspectos de la autoridad del Estado, y afirma que la
estrategia de los anarquistas que él denomina serios debe ser “defender algunas
instituciones del Estado contra los asaltos que sufren”, es evidente que tales
frases jamás las pronunciaría un anarquista. Si empezamos por Max Stirner,
veremos que comienza por declarar al Estado su enemigo, afirmando, además, que
todo Estado es una tiranía, la ejerza uno sólo o varios. Proudhon escribió
rotundamente que “el gobierno del hombre por el hombre es la esclavitud”, al
tiempo que dice que quien habla de conservar el Estado, de aumentar sus
atribuciones y de fortalecer su poder no es revolucionario (y, desde luego no
es anarquista).
¿Habrá leído Chomsky a Proudhon?
Hay que suponer que sí, pero en tal caso, o no lo digirió o ya se le ha olvidado lo que leyó.
Más acá en el Tiempo, Errico Malatesta, consideraba que todo gobierno, lejos de
crear energía, dilapida, paraliza y destruye enormes fuerzas. Por lo que
respecta al llamado municipalismo libertario de Bookchin y los suyos, y la
participación en elecciones políticas, también los viejos filósofos expresaron
claramente sus opiniones, denunciando unánimemente el engaño que supone el
sistema democrático-burgués. Así, Proudhon dice que proclamar soberano al
pueblo a través del voto es una artimaña, y, para Bakunin “el sistema
representativo crea y garantiza la existencia permanente de una aristocracia
gubernamental opuesta al pueblo”. No hay más que observar, en mi opinión, la
actuación de los políticos de toda la ya condición y de todas las épocas- para
comprobar la veracidad de semejante aserto.
Proudhon sostenía
también, que si se quiere combatir a los partidos es fuera del parlamento y no dentro, donde se
encuentra el campo de batalla, añadiendo lisa y llanamente que “el sufragio
universal es la contrarrevolución” y, que yo sepa el anarquismo es
revolucionario sin ambages ni paliativos. He citado hasta aquí dos ejemplos
concretos de elementos destacados de lo que parece considerarse como una
especie de intelectualidad libertaria pero, ¿son ellos los únicos cuyo
pensamiento y trayectoria se contradicen flagrantemente con lo que son las
ideas anarquistas? En mi opinión, desgraciadamente, no son, ni mucho menos, los
únicos equivocados, sino que los incoherentes, los inconsecuentes son legión, a
la vista de la actual situación de caótica confusión en la que se mueve gran
parte del movimiento libertario nacional e internacional, tanto en su vertiente
anarquista como en la anarcosindicalista, como espero demostrar a continuación.
En cualquier época
del llamado anarquismo moderno entendiendo por tal el de los últimos siglos-
han existido personas que se han considerado anarquistas sin serlo, y hasta sin
conocer, en no pocos casos, ni los rudimentos de la filosofía anarquista. No ha
sido ajena a ese injustificado reclamarse de la anarquía a la propaganda
antianarquista de los medios burgueses, traducida en lo que Luigi Fabbri
calificó acertadamente, de influencias burguesas en el anarquismo. Pero,
probablemente, nunca como en la actualidad la confusión, el desconocimiento y
el auténtico despiste han estado tan generalizados. Los motivos son,
evidentemente, varios: La larga, casi interminable noche del franquismo,
produjo una ruptura generacional que rompió claramente la cadena de transmisión
de conocimientos, experiencias e información entre los que conocieron la
revolución y el ambiente de los medios libertarios de los años treinta, con un
poroso movimiento de auténtica cultura obrera (e incluso militantes surgidos en
la posguerra formados aún en organizaciones libertarias que aunque
clandestinas, guardaban aún gran parte de su vigor y cohesión) y los militantes
que se fueron haciendo en los últimos tiempos del franquismo y en los años de
la llamada transición.
Esa ruptura
generacional, unida a la debilidad de nuestras organizaciones en las últimas
décadas, ha provocado que el nivel teórico y hasta intelectual del militante
medio haya descendido de modo notable. Aún así, no todo se había perdido,
afortunadamente, pero si comparamos el nivel teórico de un simple folleto,
incluso de una octavilla y hasta en una mera intervención en cualquier comicio
de hace 30 años, con un artículo periodístico y hasta con algún que otro libro
de la actualidad, podemos ver que salvo honrosísimas excepciones- el nivel del
discurso anarquista era, por aquel entonces, de un nivel infinitamente superior
al existente en estos momentos. Por otro lado, los años de una cierta holgura
económica que, aunque no exagerada, jamás habían conocido los trabajadores en
España y algunos otros países, provocaron un nivel de consumismo también
desconocido, y un aburguesamiento bastante generalizado de los trabajadores, lo
que les llevó a buscar comodidad y, consecuentemente, les hizo mucho más
refractarios a las ideas libertarias que siempre conllevan, al menos, un cierto
grado de compromiso militante- con lo que nuestro mensaje de lucha por los
grandes conceptos: Libertad, igualdad, fraternidad…
No encontraban oídos para ser escuchado. El simple vocablo
lucha aunque se estuviera utilizando a nivel teórico y abstracto, sin hablar de
una aplicación práctica concreta- causaba incomodidad en los muchos que sólo
pretendían vivir lo mejor posible, a costa de quien fuera y al margen, por
supuesto, de todo lo que supusiera el más mínimo riesgo, siquiera remoto. No
hay que olvidarse, por último, de que durante todos estos años hemos sufrido
unos gobiernos nefastos que, independientemente de su color político, se han
dedicado a promulgar unos planes de estudio, principalmente en la enseñanza secundaria,
con los que parecía que estaban experimentando constantemente, utilizando a los
jóvenes estudiantes como cobayas.
Lo cierto es que el resultado ha sido una juventud ajena en
una parte importante a todo lo que suponga una cultura del esfuerzo (y no
digamos ya al espíritu de sacrificio, tan incrustado en la idiosincrasia
anarquista tradicional). Ello ha traído como consecuencia que el deseo de
saber, deformarse, de prepararse culturalmente, que tan fuerte era en otros
tiempos, haya desaparecido en gran parte. Si jamás ha tenido la sociedad
española más medios para aprender, y jamás ha habido tantos ignorantes (aunque
muchos de ellos hayan pasado por la universidad) eso mismo podría trasladarse
al mundo libertario.
Es decir, que lo que ocurre en la sociedad nos contagia, y
eso, con ser grave no es lo peor; peor es aún que haya compañeros que digan que
el anarquismo o el anarcosindicalismo es un reflejo de la sociedad. Un
militante libertario jamás debería realizar una afirmación semejante, porque ni
los individuos ni los grupos ni organizaciones que se consideren libertarios,
han de dejarse llevar por la corriente, sino que, por el contrario, han de
nadar contra ella, único modo de cambiar la sociedad. Como dijo Anselmo
Lorenzo, “si la sociedad en la que vives no te gusta, ahí estás tú para
cambiarla”.
Ese desconocimiento, provocado por la falta de formación
lleva a situaciones tales como que compañeros con muy escasa formación se crean
preparadísimos y traten con soberbia a otros compañeros con más larga
trayectoria y mucha mejor preparación. Como suele decirse coloquialmente, no
hay cosa más atrevida que la ignorancia. Menos mal que hay numerosos compañeros
que, inasequibles al desaliento, mantienen una importante labor editorial o de
organización de actos culturales, aunque su trabajo es ímprobo, siempre que se
siembra se recoge cosecha, en mayor o menos cantidad, más pronto o más tarde.
Una de las más persistentes y dañinas acusaciones contra el anarquismo, has
sido la de tildarle de violento, frente a lo cual fabbri afirma que “no existe
una teoría de anarquismo violento porque la anarquía tiene por finalidad la
eliminación de toda forma de autoridad y los anarquistas repudian,
generalmente, la violencia, no aceptándola más que en caso de legítima defensa”.
Sin embargo, aún
existen quienes crees que anarquismo y violencia están estrechamente unidos,
sin caer en la cuenta de que es mucho más importante la labor de propaganda y
organización, aunque, eso sí, se trata de una labor mucho más callada y esforzada.
Respecto a la violencia, también se pronunciaron Errico malatesta y prácticamente todos los anarquistas más
destacados de la época ( como, por ejemplo, Pietro Gori, cuando afirmaba que
“la moral anárquica es la negación completa de la violencia”), resaltando que
los anarquistas pretenden, en ultimo extremo, la erradicación de la violencia
de la vida social, motivo por el cual se oponen al estado (que domina
políticamente a la sociedad por la violencia) y a la explotación de los
trabajadores (acto de violencia en sí misma). O obstante, lo cual y
precisamente por esa oposición al Estado y al Capitalismo- se considera que el
oprimido, el explotado, se encuentra en todo momento en estado de legitima
defensa.
Ahora bien, un acto de violencia, si no va acompañado de un
contenido filosófico, será poco más que un estallido de furor .por justificado
que pueda estar-, fácilmente manipulable por el sistema, haciéndolo pasar por
simple vandalismo, como actualmente está ocurriendo. Un acto así podría ser un
acto de rebeldía, pero, en mi opinión, difícilmente puede considerarse un acto
revolucionario; de hecho, el anarquismo puede ser definido como la teorización
de la rebeldía. Por otra parte, al estado le viene muy bien una violencia y una
delincuencia estructurales que pueda tener perfectamente controladas y que le s
sirvan de excusa ideal para reforzar el aparato represivo. No hay más que ver
que mientras escribo esto, la Generalitat de Catalunya quiere aumentar la poli
antidisturbios y publicar fotos de supuestos violentos invitando a los
ciudadanos a que ejerzan el indigno y despreciable oficio de chivato.
Por lo que se refiere al anarcosindicalismo, adolece-como
mínimo- de la misma falta de formación teórica que el anarquismo pero, en el
aspecto ético, sus carencias son muchísimo mayores, por lo que parece. De
hecho, siempre han existido dos grandes corrientes dentro de la CNT: de un
lado, los anarcosindicalistas genuinos,
parte de ellos anarquistas o muy próximos al anarquismo; de otra parte,
aquellos de los que se denominaban sindicalistas puros, uno de cuyos más
conocidos representantes fue A.Pestaña, quien, como es sabido, llegó a afirmar
que la CNT era un continente que podía admitir cualquier contenido. Pero, en
cualquier caso, la relaciones entre ellos solían ser salvo, tal vez, en
momentos concretos de especial encono- de mucho respeto, siendo el
comportamiento de ambos sectores coherente, en general, con la ética
libertaria.
No en vano, el anarcosindicalismo bebe de las fuentes del
anarquismo como síntesis que es del anarquismo y del sindicalismo
revolucionario-, habiendo estado presentes los anarquistas en la constitución
de las organizaciones anarcosindicalistas en general y de la CNT en particular.
Ese respeto a los principios éticos era habitual hasta no hace tantos años,
pero, en los últimos tiempos- debido también, en buena parte, a la falta de
formación teórica,-puesto que los principios también se aprenden- el deterioro
del ambiente orgánico, no sólo en la CNT sino también en otras secciones de la
AIT, es bastante preocupante. Considero que el enfrentamiento entre libertarios
debe producirse siempre en el terreno de las ideas, y cuando se trata a otros
compañeros como si fueran, más que tales enemigos (utilizando contra ellos la
mentira, el insulto o la calumnia)se está actuando no como libertario, sino
como un elemento político de la peor calaña, más digno de figurar entre los
perpetuadores del estalinismo que entre los medios de una organización
anarcosindicalista como la CNT, señera y con una trayectoria gloriosa gracias a
miles y miles de militantes íntegros y honestos.
Perece evidente que quienes así se portan (podría citar
bastantes casos concretos, pero no lo voy a hacer, pues no pretendo sacar a
relucir a las personas, sino sus actos) hacen un flaco favor a la organización
y a las ideas, pues su actividad nefasta crea división entre compañeros,
siembra la cizaña y nos llevará a la situación que denunciaba Kropotkin cuando
decía: “sin confianza mutua no hay lucha posible, no hay valor, no hay
iniciativa, no hay solidaridad, no hay victoria; es la derrota segura”. ¿Será
precisamente esa derrota lo que buscan quienes utilizan los repugnantes métodos
a los que antes me refería?. Eso, ellos lo sabrán (y sus conciencias) pero lo
cierto es que tales actitudes solo pueden llevar a la CNT a la paralización, y
a muchos de sus militantes al desánimo.
Por otro lado, en
estos tiempos en que los ataques de la burguesía, y su brazo ejecutor el
Estado, son cada vez más continuos y violentos, lo que deberían hacer tanto la CNT como las demás secciones de la
AIT, es marcar claramente su posición ideológica, distanciándose de otro tipo
de organizaciones que además de no ser anarcosindicalistas y de haberse
comportado, más bien, como enemigas del anarcosindicalismo-por el hecho de que
los trabajadores y la sociedad en su conjunto las vean a nuestro lado, solo
puede producir una confusión generalizada, de que la CNT solo puede ser
perjudicada. Una cosa es la alianza táctica por intereses comunes muy
concretos, y otra es la pertenencia a plataformas permanentes con otros
sindicatos, incluso, con partidos políticos. La CNT, para convertirse en un
verdadero referente tiene que lanzar a los cuatro vientos su mensaje,
nítidamente claro. De hecho, ese gusto por el plataformismo no parece que se
haya traducido en un aumento de la afiliación, menos aún con tanta ligereza se
procede a expulsiones o desfederaciones de sindicatos enteros.
Por mucho que en el X congreso se ratificaran los
principios, tácticas y finalidades, ¿alguien podría asegurarme o mejor aún-
demostrarme que toda la Normativa Orgánica y los Acuerdos de los Comicios son
coherentes con ellos?. El lenguaje, mal
empleado, puede ser un instrumento de poder, y mucho me temo que así está
siendo utilizado por más de uno.
Ya para terminar (aunque el tema daría para mucho más), sólo
manifestar que considero imprescindible un rearme moral de los medios
libertarios, porque sólo siendo portadores de esa ética superior que es la
anarquista sabremos ser consecuentes en todo momento y tendremos la fuerza
moral sufriente para cambiar revolucionariamente la sociedad. Y me viene a la
memoria nuevamente el ya mencionado Kropotkin cuando afirmó que la moral
anarquista se puede resumir en una sola frase: “Trata a los demás como te
gustaría que ellos te trataran a ti en las mismas circunstancias”.
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