Hallado el primer corazón
conservado en una fosa de la Guerra Civil
“Y al fin en un océano de
irremediables huesos, tu corazón y el mío naufragarán”, escribió el poeta
Miguel Hernández a su esposa desde una trinchera de la Guerra Civil en 1937. El
antropólogo forense Fernando Serrulla recuerda perfectamente aquel día de agosto
de 2010 en el que recibió una llamada, se subió al coche y condujo desde su
casa en Ourense hasta un monte de Burgos, para ver un corazón naufragado en un
océano de irremediables huesos. Allí, en la exhumación de una de las mayores
fosas comunes de la guerra, la de La Pedraja, habían aparecido cerebros
conservados dentro de los cráneos de los asesinados. Y un corazón que dejó de
latir en 1936.
En la zanja se han encontrado 45
cerebros conservados, dos de ellos con los proyectiles con los que fueron asesinados
“Cuando llegué a la fosa me quedé
alucinado. Llevo 30 años de forense y nunca he visto nada igual”, rememora
Serrulla, del Instituto de Medicina Legal de Galicia. En aquella zanja, entre
julio y noviembre de 1936, los sublevados en el golpe de Estado habían
escondido 104 cadáveres. Y al menos otros 31 en otra zanja vecina. Eran jóvenes
hombres de izquierdas. Fueron detenidos en los pueblos de la zona, como
Briviesca, Miranda de Ebro y Santo Domingo de la Calzada. Los camisas azules
los asaltaban por la calle y los encarcelaban. Luego, en las llamadas
sacas, los sacaban de prisión, los
subían a camiones, los asesinaban en el monte y certificaban su muerte con un
disparo en la cabeza.
80 años después, 45 de los
cerebros y uno de los corazones de los acribillados se mantienen, de manera
insólita, conservados. “Son los únicos casos conocidos”, afirma Francisco
Etxeberria, el forense que dirigió la exhumación de la fosa de La Pedraja. La
organización que preside, la Sociedad de Ciencias Aranzadi, ha participado en
más de un centenar de exhumaciones en España. La Pedraja, situada sobre el
Camino de Santiago, es excepcional. “Incluso hay dos cerebros que tenían en su
interior el proyectil de arma de fuego con el que fueron asesinados”, detalla
Etxeberria.
La singular preservación de los
cerebros y el corazón de La Pedraja tiene una explicación científica. La fosa,
señala Serrulla, fue cavada en un terreno arcilloso, impermeable y
extremadamente ácido. Y aquel verano de 1936 fue frío y lluvioso. “La zanja era
una piscina. La mayoría de los cadáveres tenía un tiro en la nuca, así que el
agua entró en los cráneos. Y el agua no permite el crecimiento de los microbios
que provocan la putrefacción. Los cerebros, con grasa, se saponificaron, se
transformaron en jabón”, relata Serrulla, que colabora como voluntario para
Aranzadi. Su análisis se ha publicado en la revista especializada Science and
Justice.
Los órganos, ahora guardados en
una cámara frigorífica del Hospital de Verín, en Ourense, tienen todavía un
tacto grasiento. Su tamaño es una sexta parte del original. Los cerebros, que
en vida pesan kilo y medio, son ahora como media manzana. “Se trata de la
colección de cerebros saponificados más numerosa y mejor conservada del mundo”,
sostiene Serrulla. “Los asesinos quisieron eliminar a las víctimas, aplastar a
su enemigo. Pero no pudieron acabar con sus ideas. Ni siquiera con sus
cerebros”, sentencia el forense.
“Los asesinos quisieron eliminar
a las víctimas, pero no pudieron acabar con sus ideas. Ni siquiera con sus
cerebros”, sentencia el forense Fernando Serrulla
Rafael Martínez Moro, contratista
de obras públicas como puentes de piedra, fue uno de aquellos hombres
tiroteados y enterrados en La Pedraja. Fue asesinado el 3 de octubre de 1936.
Tenía 44 años. Su delito fue ser el presidente de la Agrupación Socialista de
Briviesca, un pueblo que por entonces tenía unos 3.500 habitantes. Él es uno de
los 15 cuerpos a los que se ha podido poner nombre y apellidos gracias a
pruebas de ADN. El dueño del corazón no ha podido ser identificado.
El hijo de Martínez Moro, Rafael
Martínez Martínez, tenía 14 años cuando mataron a su padre. Y había cumplido 90
cuando asistió a pie de fosa a la exhumación del cadáver, junto a decenas de
hijos y hermanos del resto de asesinados. “No es digno que te digan que tienes
que olvidar que mataron a tu padre, como ha dicho Mariano
Rajoy”, lamenta Miguel Ángel
Martínez Movilla, nieto de Martínez Moro y representante de la Agrupación de
Familiares de las Personas Asesinadas en los Montes de Pedraja.
Martínez Movilla, que trabaja
como arquitecto en Briviesca, recuerda cómo los miembros de Aranzadi iban
sacando poco a poco objetos personales mezclados con los huesos en la fosa:
muelas de oro, gafas, abrigos, alguna cartera. “Y de repente apareció el primer
cerebro. Fueron emociones muy intensas para los familiares que estábamos allí”.
La existencia de los cerebros
preservados no es una anécdota científica. Al microscopio, todavía conservan
estructuras nerviosas. Y un estudio preliminar ha mostrado que uno de ellos
tenía una hemorragia subaracnoidea, una lesión típica tras un golpe en la
cabeza en vida. “Nunca habíamos tenido una evidencia de lesiones traumáticas
antes de la muerte. Es un indicio de torturas”, destaca Serrulla.
El forense recuerda que el
relator de Naciones Unidas Pablo de Greiff ha instado al Gobierno de Mariano
Rajoy a dejar sin efecto la ley de amnistía de 1977 y a investigar
judicialmente los crímenes del franquismo. Los cerebros preservados en La
Pedraja podrían ser una prueba en un juicio.
Serrulla y Etxeberria recalcan
que en España se han identificado unas 2.200 fosas comunes de la Guerra Civil,
pero solo se han exhumado 300, con los restos de unos 7.000 asesinados. España,
con más de 114.000 desaparecidos, es el segundo país del mundo con mayor número
de personas víctimas de desapariciones forzadas cuyos restos no han sido
recuperados. El primer país es Camboya.
El relator de Naciones Unidas ha
pedido al Gobierno español que asuma como política de Estado la localización y
apertura de las fosas de la Guerra Civil. Rajoy, en cambio, ha reducido a cero
euros las ayudas a los familiares de las víctimas del franquismo. El corazón y
los demás restos de La Pedraja fueron sacados de la zanja a partir de 2010
gracias al dinero de los familiares y a una ayuda de unos 150.000 euros
recibida durante el Gobierno socialista de José Luis Rodríguez Zapatero.
Miguel Ángel Martínez Movilla,
sin embargo, recuerda que la búsqueda de su abuelo y el otro centenar de
cuerpos empezó mucho antes. “Nos empezamos a reunir en el monte en 1975”, tras
la muerte del dictador Francisco Franco. Los familiares sabían que los
cadáveres estaban enterrados por la zona, a unos 10 kilómetros de los
yacimientos de Atapuerca. Allí, en aquellas cuevas, en 1975 las autoridades ya
aportaban recursos para desenterrar restos humanos con cientos de miles de años
de antigüedad. “Es curioso, la cantidad de medios que se destinan a Atapuerca y
los pocos que se dedican a encontrar a personas asesinadas hace 80 años, cuyos
hijos y hermanos todavía están vivos y buscando por las cunetas”.
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