¿Quién construyó las pirámides?
En un famoso poema, Bertolt
Brecht se pregunta, a través de la voz de un obrero: "¿Quién construyó
Tebas, la de las Siete Puertas? En los libros se mencionan los nombres de los
reyes. ¿Acarrearon los reyes los bloques de piedra?"
Si bien la pregunta de Brecht se refiere a la
Tebas griega, en alguna que otra ocasión se ha citado este poema en relación
con la construcción de obras monumentales y de ciudades en el antiguo Egipto.
El sentido de esta referencia está en el hecho de que permite visibilizar
nuestro habitual desconocimiento acerca de la identidad de los constructores
que trabajaron al servicio de los reyes y de sus altos funcionarios.
Ello nos conduce a pensar en las famosas
pirámides de la planicie de Guiza, en el norte de Egipto, que fueron
construidas a mediados del III milenio a.n.e. como tumbas para tres reyes del
periodo conocido como Reino Antiguo y cuyo tamaño y disposición las ha
convertido en las pirámides más famosas de Egipto.
La más grande de ellas, perteneciente a un rey
llamado Khufu (Keops, según los griegos) y construida con gigantescos bloques
de piedra, medía originalmente 146 metros de altura y alrededor de 230 metros
de lado. Dada la majestuosidad de la obra y la inexistencia de documentos que
expliciten cómo fue erigida, se ha especulado mucho sobre el proceso de
construcción y la mano de obra empleada, apelándose en ocasiones a la imagen de
ingentes cantidades de esclavos, de tecnologías que serían modernas hasta para
nuestros parámetros, e incluso fomentando la idea de una intervención de entes
extraterrestres. El estado del conocimiento actual en el terreno estricto de la
egiptología y de la historia antigua reconoce que tamaña obra, ejecutada a lo
largo de décadas mediante sistemas tecnológicos perfectamente compatibles con
la sociedad que le dio origen, debió sostenerse en el empleo de gran cantidad
de trabajadores que recibían raciones y que, lejos de tener un estatus de
esclavitud, debían pertenecer a los sectores artesanos de una sociedad estatal
sostenida en la tributación de bienes y servicios.
De este modo, si bien se ha procurado en
diversos ámbitos orientados a la vulgarización instalar la sospecha respecto al
carácter exógeno de la construcción de la gran pirámide (una antigua
civilización superior desaparecida o una entidad extraterrestre), las
indagaciones académicas permiten, no sólo no subestimar las capacidades
creativas del ser humano, sino tampoco desestimar la capacidad logística y
coercitiva de un Estado fuertemente centralizado como el que decidió la
construcción de tales obras monumentales.
Entre quienes abordan el problema desde un
punto de vista histórico, es decir, allí donde se reconocen las potencialidades
creativas del ser humano sin necesidad de recurrir a explicaciones basadas en
la existencia de entes extraterrenales, hay quienes afirman que se debe
diferenciar entre aquellas poblaciones que debieron haber podido realizar este
tipo de obra monumental y aquellas cuya inferioridad en términos de desarrollo
o civilización las habría hecho materialmente incapaces.
En el Egipto antiguo, el primer grupo
corresponde a los periodos de dominación estatal, cuyos primeros indicios se
testimonian en el registro arqueológico a partir de mediados del IV milenio
a.n.e. y cuyo momento de fuerte centralización del poder político hacia mediados
del III milenio a.n.e. se corresponde con la construcción de las grandes
pirámides, las cuales de hecho son un indicio bastante elocuente de las
capacidades coercitivas y logísticas del Estado de este periodo. El segundo
grupo, en cambio, lo constituyen las comunidades que habitaron el valle del
Nilo en los periodos previos a la aparición de lo estatal, de las cuales lo
poco que sabemos proviene del registro arqueológico (fundamentalmente tumbas,
aunque también se han excavado antiguas áreas de residencia), el cual permite
inferir una organización comunal basada en lazos de parentesco.
Esta separación interpretativa entre ambos
tipos de población y sus respectivas potencialidades se basa en un hecho
concreto: las obras monumentales que nos ocupan fueron efectivamente
construidas en contextos estatales y no en los periodos previos a la aparición
del Estado. Lo que en todo caso supone una lectura sesgada es cierta afirmación
según la cual tal diferencia es expresión de una capacidad o incapacidad
intrínsecas a los variados grados de civilización o desarrollo representados
por las entidades sociales estudiadas, donde el tipo de realización
arquitectónica que venimos considerando no sería otra cosa que un indicador de
progreso.
Damos la razón a la consideración general (aun
cuando lo "monumental" permanece en el terreno de lo cuantitativo y,
por lo tanto, su evaluación necesariamente será relativa en función de los
distintos contextos de estudio). Pero debemos señalar que el énfasis puesto en
la incapacidad material es cuando menos discutible. Una comunidad no estatal,
como aquellas que habitaron el valle del Nilo antes de la aparición de lo
estatal hacia mediados del IV milenio a.n.e., difícilmente hubiera realizado
tamaña obra, no importa si por incapacidad, sino por el más inmediato motivo de
que una comunidad no estatal no habría concebido un monumento que conmemorara
la presencia de lo estatal en la tierra, esto es, la conexión de la realeza con
el cielo, el carácter divino del rey como expresión simbólica de un poder
terrenal lo suficientemente concreto como para incidir en las pautas de vida
social de los habitantes del valle a lo largo de más de 1.000 kilómetros.
Abusando un poco de la terminología
proveniente de nuestra experiencia contemporánea, diremos que la comunidad no
estatal no construiría una pirámide u otras tantas obras monumentales, no por
incapacidad, sino por desinterés, porque aquellas obras no tendrían ningún tipo
de referente en la cosmovisión, en las pautas de vida y en los intereses de la
comunidad. Se puede afirmar que, logísticamente, no habrían podido realizarlas,
pero eso es irrelevante, pues lo que interesa es que tales monumentos no
habrían tenido sentido para la experiencia cotidiana de las comunidades no
estatales.
De este modo, retomando a Brecht,
efectivamente los bloques de piedra con los que se construyeron los grandes
templos, ciudades y tumbas no fueron cargados por los reyes. Pero dichos
monumentos sí fueron concebidos por el Estado, su construcción fue ejecutada
por el Estado, su sentido está dado exclusivamente por la existencia del
Estado. Y su inexistencia previa a la aparición de reyes y funcionarios no es
síntoma de incapacidad, de carencia o de escaso desarrollo en términos de
civilización, sino que es expresión de la afirmación de un orden sociopolítico
determinado, de un tipo de vida social más difícil de reconocer en el registro
documental (por la precariedad de la evidencia disponible) pero a todas luces
comunitario, basado en la existencia de lazos de solidaridad y de ayuda mutua.
Es decir, de un mundo sin Estado.
Augusto Gayubas – Tierra y
Libertad
No hay comentarios:
Publicar un comentario