SOMOS, FUIMOS Y SEREMOS LO QUE QUERAMOS, NO LO QUE QUIERAN
“¿Anarquist as? Eso es cosa del pasado”. Claro que sí: somos
cosa del pasado, del presente y del futuro. Somos herederos de una rica
tradición libertaria que se prolonga por más de un siglo y que no ha cesado de
buscar un mundo mejor, más libre y más igual.
En cuanto el sistema liberal dio sus primeros pasos, comenzó
a tener resistencia enfrente.
Trabajadores y campesinos marginados por la cosificación constante de la vida
se rebelaban contra un modelo de existencia que los convertía en meras herramientas
de acumulación de dinero.
Pronto surgirían diferentes escuelas críticas, pero
solamente una de ellas perduraría en el tiempo negando que para la libertad económica,
para la igualdad de los seres humanos, haga falta la tiranía de una nueva clase:
esos eran los anarquistas.
No tardaron mucho en entender que el mundo del trabajo era
uno de los campos más importantes en cuanto a la lucha social y los anarquistas
inspiraron u organizaron sindicatos: nacía la CNT, el anarcosindicalismo y el movimiento
obrero más significativo de cuantos han pisado estas tierras. Esa fue la CNT de
los años 1910-1936: la que reivindicaba jornadas razonables y mejoras en las condiciones
de trabajo mientras preparaba la llegada de una nueva sociedad.
La labor de esas décadas es inmensa y dejará huella en un
movimiento anarquista siempre creativo y rico en propuestas: se crean escuelas
obreras para niños y mayores, se editan infinidad de libros sobre temas
variadísimos (desde el análisis social hasta el campo de la ciencia, que motiva
incluso la visita de Einstein a los locales del sindicato), se practica el
ecologismo, el naturismo, la liberación de la mujer, toda forma de cultura al
alcance de las posibilidades del momento. Pero también se lucha duramente.
Nunca los anarquistas nos dejamos pisar sin respuesta.
Fieles a nuestra máxima, “ni dios ni amo”, respondemos a los golpes con la revuelta.
En esos años los empresarios (hoy, emprendedores) crean sindicatos de
pistoleros para aniquilar a los anarquistas y los anarquistas responden.
Responden y vencen. Mientras, preparan la revolución.
Y estalla la guerra y la revolución se desencadena. La única
vez que en Europa el fascismo encuentra una feroz resistencia es en España. Resistencia
organizada en buena parte por los anarquistas de CNT, FAI, FIJL y Mujeres
Libres, que saben que no se puede oponer al fascismo la misma vida miserable
que la República había dado al pueblo. Es necesaria una revolución que ponga en
manos de los trabajadores las decisiones. Miles de fábricas y campos
colectivizados funcionan en la que es la experiencia más rica y profundamente
revolucionaria que se haya dado en la historia, llena de pasajes ejemplares y,
por supuesto, de errores.
Y vence Franco y la CNT y los anarquistas no cejan. Se
organizan al instante y comienzan a intentar derribar la dictadura, incluyendo
la posibilidad de la muerte del Caudillo. Ni un solo momento los anarquistas dejan
de conspirar contra el régimen y por eso son encarcelados o asesinados.
Se quiere borrar su huella a toda costa y se los asimila al
“comunismo”. El tiempo aunaría los esfuerzos de Franco y los de los historiadores
filocomunistas que intentan minimizar la resistencia anarquista para reducirla a
sus partidarios.
Pero Franco muere en la cama, pese a los variados intentos
libertarios de que esto no ocurriera. Y se gesta la llamada transición y los
anarquistas vuelven alegremente a las calles, poniendo el dedo sobre la llaga: mientras
muchos andan bajándose los pantalones o fumando felices la hierba de la nueva
democracia, los anarquistas denuncian públicamente, en manifestaciones y mítines
multitudinarios, el pastiche que se está fabricando: un olvido total de lo
ocurrido, la permanencia de las estructuras y representantes del poder
franquista y el fin de la protesta social. Llaman la atención contra los Pactos
de la Moncloa, contra el modelo sindical que se quiere imponer, frente al
capitalismo democrático que muy pronto dará señales de ser tan rastrero como
cualquier otra forma de gobierno. Se suceden las torturas en comisaría, los
asesinatos en manifestaciones e interrogatorios y se inventa la gran excusa de
la democracia:
el terrorismo, que todo lo justifica, que todo lo derriba.
Se acusa a los anarquistas de ser terroristas y así se frena la respuesta ante
el pacto de Estado para convertir esto en un corral del capitalismo americano,
al amparo del soborno o de la amenaza. Pero los anarquistas siguen ahí, con una
crítica tan lúcida que duele a los llamados de izquierdas, que deciden la
estrategia más efectiva: ni una sola palabra sobre anarquistas.
El grupo PRISA lo cumple a rajatabla, dando voz solamente a
aquellos que se llamen anarquistas pero domestiquen sus prácticas y mensajes.
Sin embargo, las críticas de ese momento acaban aflorando.
Las denuncias anarquistas cuajan y poco a poco llegan a una
sociedad que cuando amenaza con despertar provoca miedo justificado en el
Poder.
El antimilitarismo anarquista y el movimiento de deserción
que ya se había vivido a principios del siglo XX se plasma en la insumisión,
verdadero problema de Estado al negarse los jóvenes a participar en la
estructura militar obligatoria; la crítica a la propiedad acaba por traducirse
en la okupación, un movimiento que reutiliza espacios para arrancarlos de las
manos especulativas; la lucha por la liberación de la mujer cala como pocas y
el feminismo es parte de cualquier concepción mínimamente justa del mundo; el
modelo sindical y partidista que en su momento señalamos es lo que hoy se llama
corrupción sindical y política.
Sin embargo, todas estas versiones son adaptaciones light
del anarquismo, que no abandona su fin: la abolición de toda forma forma de
gobierno, pues todos son corruptos y no pueden ser de otra forma, y la
sustitución de la economía guiada por patrones a la busca del beneficio por la
autogestión de los trabajadores cuyo objetivo sea cubrir las necesidades
sociales. En esas empezamos hace más de 100 años, sí. Y en esas seguimos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario