"Los GAL no éramos una guerrilla sino unos asesinos y
punto"
1986. El 8 de febrero, tres hombres, portugueses,
establecieron contacto en Bayona con un gendarme, que les llevó al bar Batzoki,
al que acudían refugiados vascos. Allí, los tres individuos hirieron a cinco
personas, entre ellas una niña.
Cinco días después, dos de aquellos hombres entraron en el
bar La Consolation, en San Juan de Luz, e hirieron gravemente al etarra Juan
Ramón Basañez.
Fueron dos de los atentados cometidos por los GAL, en ambos
estuvo presente Paulo Figueiredo Fontes, de nombre completo José Paulo
Rodrigues Sobral de Figueiredo, un mercenario luso que poco antes de morir
contó ante una cámara las atrocidades cometidas a lo largo de su vida. Tierra
de nadie, de la joven directora Salomé Lamas, es la película documental donde
se recoge el pavoroso testimonio de este asesino profesional.
"Me gustaba
matar"
Un hombre de aspecto normal, una silla, un fondo negro, una discreta
luz. Ni a favor ni en contra, nada juega en esta película a reforzar la verdad
del personaje o la de la directora, lo neutro es norma y, a pesar de ella, nada
aquí puede ser indiferente al público. No puede serlo el relato de un tipo que
dice "me gustaba matar" con el mismo sosiego con el que diría
cualquier banalidad. No es posible el desinterés ante la media sonrisa de un
hombre cuando recuerda en voz alta cómo a veces acudía a pasearse por los
pasillos de algún hospital porque necesitaba sentir el olor de la sangre
("la sangre y la pólvora son como la coca y la heroína"). No hay
desinterés de nadie ante la estremecedora descripción de pedazos de cuerpos
volando por los aires después de lanzar una granada.
"Éste puede ser un filme de violencia, pero en lo más
profundo se trata de momentos de la experiencia humana" , asegura la
directora, Salomé Lamas
"Le dije a Paulo que quería contar la historia de su
vida y el accedió. Éste puede ser un filme de violencia, pero en lo más
profundo se trata de momentos de la experiencia humana", afirma la
directora, que llegó a contactar con este mercenario a través de su tío Miguel
Lamas, un sociólogo que había trabajado con personas que vivían en la calle,
donde conoció a Figueiredo. Éste, sintiéndose profundamente airado contra la
sociedad, abandonó todo y comenzó una vida de vagabundo. Quiso contar su
historia a Lamas y éste se la narró a su sobrina. Finalmente, consintió en
contar de nuevo su vida ante una cámara. "Te voy a usar para contar mi
vida", le dijo a la realizadora.
De Angola a las
cárceles españolas
Así Tierra de nadie comienza con los recuerdos de Paulo
Figueiredo en Angola y Mozambique, cuando era soldado de un comando de élite
portugués. "Me gustaba el ejército, me gustaba matar, me gustaba ver sangre".
De regreso a su país, trabajó como guardaespaldas, un oficio que describe con
absoluto desprecio y que abandonó para viajar a Latinoamérica, concretamente a
El Salvador. Allí, la CIA contactó con él y su grupo. Asesino a sueldo
entonces, siguió haciendo el mismo trabajo después en Francia y España para los
GAL. "En los GAL -dice- no éramos guerrilla. Éramos asesinos, y
punto".
60.000 euros de hoy era lo que cobraba entonces en pesetas
por cada asesinato que cometía. Era el precio que Figueiredo ponía a las vidas
de personas que, según su propia ética, no merecían vivir. "A grandes
males, grandes remedios", repite en varias ocasiones, intentando así
explicar su moral de mercenario. La justificación a una vida de crímenes que
finalizó en las cárceles españolas, donde cumplió condena por el atentado del
bar Batzoki de 1986.
Identidad y veracidad
Quince años de prisión que son, para este asesino, el tiempo
de una traición. Figueiredo asegura que él y su grupo entraron en contacto con
los GAL con el consentimiento del ejército portugués y del gobierno español.
"Crea incomodidad y su discurso nos hace cuestionar la hipocresía que
coexiste con la democracia", dice la directora, quien añade: "Su
profundo resentimiento se basa en su fidelidad a un discurso anticuado. Nadie
sale bien parado, ni el gobierno portugués ni los movimientos de liberación. No
sólo consentían el asesinato si no que lo legitimaban. Los nacionalismos, de
derecha o de izquierda, comunismo y fascismo tiene la misma lógica. Los
mercenarios son producto del sistema económico y político. Paulo intenta
sugerir que somos todos culpables".
"La sangre y la
pólvora son como la coca y la heroína" , afirma Figueiredo
Un intento que no prospera y que la directora no respalda,
aunque en su juego cinematográfico quiera crear incertidumbres de identidad y
veracidad para su propia historia. Salomé Lamas simplemente deja a su personaje
que cuente su historia. Y muchas de las cosas que Paulo Figueiredo describe en
esta película no se corresponden exactamente con los hechos reales.
Su confesión contiene ciertas contradicciones, recuerdos
alterados, y el espectador solo tiene su palabra, la palabra de un mercenario.
Sin embargo y a pesar de los esfuerzos de la propia Salomé Lamas por reforzar
las dudas que se crean alrededor de su personaje, el escalofrío que éste
provoca es auténtico. Sus relatos sacuden emocionalmente mucho antes de haberse
plantado la semilla de esa duda. La perplejidad gana la partida a la
desconfianza.
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