En 1871 Francia fue derrotada en la guerra con Prusia. La cabeza del gobierno nacional era Adolphe Thiers, él tuvo que negociar los detalles de la paz con Prusia. Después de hacer esto tuvo que afrontar el problema de volver a controlar Paris, de convencer a la ciudad de que la guerra con Prusia había terminado y del desarme de la Guardia Nacional. A Thiers sólo se le permitían 12.000 soldados después de la tregua, y con ellos tuvo que hacer frente a varios cientos de miles de guardias nacionales.
No tenía tiempo. La mayoría rural de la Asamblea se trasladó desde Burdeos, donde mantuvo un primer encuentro para sacar del país a las tropas prusianas, a Versalles, cerca de París.
Los prusianos todavía ocupaban el norte de Francia, como seguro para el pago de las indemnizaciones de guerra que Francia había aceptado pagar como condición para la paz. Para hacer frente al primer pago de las indemnizaciones y asegurar la evacuación de las tropas prusianas del norte de Francia, el gobierno francés necesitaba elevar los impuestos. El principal problema de Thiers era la restauración de la confianza. El orden tenía que ser restablecido, los comercios reabiertos, y la vida tenía que volver a la normalidad. Y por encima de todo, como París era el corazón de la nación, tenía que ser puesta bajo el control del gobierno nacional.
París, sin embargo, permaneció desafiante. No aceptaría una victoria prusiana. Esto quería decir que no le había gustado nada que el gobierno hubiera capitulado ante los prusianos. La resistencia patriótica a la derrota de Francia inevitablemente tendría consecuencias en el nuevo gobierno de Versalles. La Guardia Nacional de París permaneció alerta, lista para resistir cualquier intento de los prusianos para entrar en París. Los cañones abandonados en el fallido asedio a París se llevaron a varias partes de la ciudad. Fueron aquellos cañones traídos a los distritos de la clase obrera los que se convirtieron en el asunto crítico. Como dijo Thiers tiempo después: "Los hombres de negocios iban por ahí repitiendo constantemente que las operaciones financieras sólo comenzarían otra vez cuando los miserables fueran aniquilados y los cañones recuperados".
Y fue el intento del gobierno por capturar las armas de la Guardia Nacional, el sábado muy temprano, lo que detonó la revolución. El plan era ocupar los puntos estratégicos de la ciudad, capturar las armas y arrestar a los revolucionarios conocidos. El mismo Thiers y algunos ministros fueron a París para supervisar la operación. Al principio, la ciudad estaba dormida y todo iba bien. Pero pronto las masas despertaron y comenzaron a enfrentarse a los soldados. La Guardia Nacional comenzó a ceder, pero no porque apoyara a las tropas del gobierno, sino porque no sabían qué hacer. Las tropas regulares que todavía estaban esperando a que llegaran los transportes para cargar las armas, se vieron pronto superadas en número. Los sucesos dieron un giro serio en Montmartre cuando las tropas se negaron a disparar a la muchedumbre y en vez de eso arrestaron a su propio comandante, quien fue más tarde fusilado. Pronto en toda la ciudad los oficiales se dieron cuenta de que ya no podían confiar en sus hombres. Por la tarde Thiers decidió abandonar la capital. Saltando a una diligencia que le estaba esperando dictó la orden de evacuación del ejército a Versalles e instó a todos los ministros a seguirle. La retirada del ejército a Versalles fue caótica. Las tropas se insubordinaban y sólo los gendarmes podían mantener algo de orden. Tan apresurada fue la retirada que varios regimientos fueron olvidados en París (unos 20.000 soldados). Los oficiales fueron cogidos prisioneros, mientras que unos 1.500 hombres, dejados atrás sin órdenes, se sentaron a esperar el período de la Comuna. El gobierno había abandonado la ciudad.
A las once de la noche el comité central de la Guardia Nacional reunido en asamblea decidió tomar el abandonado edificio del ayuntamiento, mientras que otros oficiales y hombres de la Guardia Nacional ocupaban los restantes edificios públicos de la capital.
Fueron los blanquistas quienes tomaron la iniciativa cuando Brunell llevó al dubitativo Bellevois (cabeza del comité de la Guardia Nacional) al abandonado ayuntamiento. Cuando el comité central llegó al fin a la alcaldía, reinaba la más absoluta confusión, la Guardia Nacional y los soldados erraban por la ciudad y nadie tenía autoridad para mandarles. Esta revolución fue una insurrección espontánea en toda la capital, sin que hubiera una dirección central ni ningún comité de la Guardia Nacional.
Los comités de Duval, Eudes, Brunel y todos los de Montmartre estaban a favor de marchar sobre Versalles, sin embargo los blanquistas no fueron escuchados. Los insurgentes encontraron París listo para la toma de Versalles, pero la principal preocupación del comité central de la Guardia Nacional era la de "legalizar" su situación invistiéndose con el poder que tan inesperadamente había caído en sus manos. En lugar de seguir el camino por el que el ejército había escapado a Versalles, como los blanquistas urgían al comité, entraron en negociaciones con el único cuerpo constitucional que quedaba en la ciudad, la alcaldía, para solicitar la convocatoria de elecciones. Como un comunero preguntó el día de las votaciones: "¿Qué significa la legalidad en tiempos de revolución?" Este intento por volver a la legalidad trajo moderación a los revolucionarios. Muchos miembros del comité central sentían que los acontecimientos les habían sobrepasado. Como uno de ellos dijo: "Aquella noche no sabíamos qué hacer; no queríamos la posesión del ayuntamiento, queríamos construir barricadas. Estábamos desconcertados por nuestra autoridad". Se dejó a la figura literaria bohemia de Edourard Moreau, la tarea de persuadir al comité central, entre los gritos de "Viva la Comuna", de que siguiera ocupando el ayuntamiento al menos durante unos días hasta que las elecciones municipales tuvieran lugar.
Ocho días después París tuvo unas elecciones con 227.000 votos emitidos. Esto sólo era la mitad del total del censo, pero este censo se remontaba a antes de la guerra, desde entonces había habido una gran reducción de población. Este éxodo benefició a las áreas de "clase obrera", ya que eran las que menos se habían reducido. También se adoptó un sistema proporcional de representación que dio más representación a los densamente poblados barrios obreros que el sistema anterior. Los resultados marcaron un enorme giro a la izquierda, sólo se eligieron entre quince y veinte republicanos moderados, que pronto dimitieron.
Los distritos de las clases populares eran los que más apoyaban a la Comuna. La lista de comités de vigilancia que había atraído pocos votos en las elecciones nacionales de hacía un mes se encontró con la mayoría. Esto no ocurrió por una repentina conversión a la posición socialista revolucionaria sino debido a que la mayoría republicana de París quería ahora votar por la Comuna como voto defensivo contra Thiers y la monárquica Asamblea Nacional de Versalles. En los distritos de clase obrera la victoria tenía un significado más preciso, se esperaba que ahora se hiciera un trabajo más serio para favorecer a los excluidos por los gobiernos anteriores.
La Comuna se instaló formalmente en el ayuntamiento dos días después del glorioso levantamiento de primavera, el 28 de marzo. Los batallones de la Guardia Nacional se reunieron en asamblea, se leyeron los nombres de los elegidos en las votaciones y, vestidos de rojo, subieron los escalones del Hôtel de Ville (ayuntamiento) bajo un toldo presidido por un busto de la República. En lo alto ondeaba la bandera roja, como lo había hecho desde el 18 de marzo, y los cañones saludaron la proclamación de la Comuna de París.
La composición de la Comuna
La Comuna se compuso finalmente de 81 miembros, la media de edad era de 38 años, 5 miembros eran mayores de 60. Raoul Rigault, el jefe de la policía de la Comuna, tenía 25, era el más joven de los 15 veinteañeros, 8 más acababan de cumplir los 30.
Los miembros de la Comuna carecían de experiencia política. Sus debates eran a menudo dispersos, se proponían y aceptaban asuntos que se dejaban caer antes que expuestos con decisión. Muchas veces se desataban agrias discusiones personales que llevaban a una disputa mayor. La Comuna, como todo, carecía de dirección política. Esto era especialmente serio porque había que ganar una guerra civil para sobrevivir. Fue en cuestiones tales como la educación o la reforma de las condiciones laborales, debido a la experiencia sindical de varios de sus miembros, donde la Comuna mostró sus efectos positivos.
Blanqui, como revolucionario experimentado, podía haber provisto a la Comuna de más cohesión política, pero fue detenido por la policía y pasó la segunda revolución de su vida en prisión.
Charles Deleschulz fue la figura más notable del pasado en sentarse en la Comuna. Él había sido un jacobino radical en la revolución de 1848 hasta que fue forzado a exiliarse y fue apresado cuando intentó volver secretamente. Sin embargo, los años de cárcel en la Isla del Diablo habían arruinado su salud. Sólo podía hablar con una voz graznante y permanecer por encima de las peleas personales y disputas en la Comuna hasta que se vio llamado a desempeñar un digno pero trágico papel al final, caminando deliberadamente hacia la muerte en una barricada donde hoy está la plaza de la República.
18 miembros de la Comuna provenían de los barrios de clase media. En total unos 30 miembros de la Comuna se podrían clasificar como de provincias, la mitad de ellos eran periodistas de la prensa republicana. El resto incluía a tres médicos, sólo tres abogados, tres maestros, un veterinario, un arquitecto y once relacionados con el comercio.
Unos 35 miembros eran trabajadores manuales o estaban implicados en la política revolucionaria. Eran artesanos de pequeños talleres que instauraron las asociaciones obreras de la capital. Típicos de este grupo eran los trabajadores del cobre, carpinteros, decoradores y libreros. Puede resultar chocante la falta de representantes de las grandes industrias que habían proliferado a las afueras de París. En realidad los obreros de las grandes fábricas de los suburbios no habían formado aún organizaciones ni medios de combate. Parecía que el liderazgo local se había desarrollado muy inseguro de sí mismo y de sus posibilidades, demasiado inadecuado como para jugar un papel a una escala mayor. Esto dejó vía libre para los representantes de los distritos pequeño-burgueses.
Unos 40 miembros habían estado implicados en el movimiento obrero francés y la mayoría de ellos se habían unido a la Internacional. Su experiencia en las asociaciones obreras les había vuelto recelosos hacia el poder político y habían orientado su pensamiento hacia las tendencias anarquistas (llevaban más de la tradición de Proudhon que de la de Bakunin). Unos 12 miembros de la Comuna eran blanquistas. Su principal esperanza para salvar la revolución era liberar a Blanqui, o intercambiarle por algún rehén... de los que el arzobispo de París era el más notable.
La Comuna se instauró el 28 de marzo y el 2 de abril las tropas de Thiers comenzaron su ataque. Al principio la Comuna se reunía en secreto en un "Consejo de Guerra", sin embargo el secretismo no era lo que se esperaba de una asamblea general. El comité central de 20 distritos, la International y algunos de los clubes populares presionaron a la Comuna para que hicieran públicas sus sesiones. Cediendo a estas presiones, la Comuna aceptó publicar sus debates en el Diario Oficial. Sin embargo, se hizo difícil encontrar suficiente espacio para tanta gente (los espectadores) y el problema nunca se resolvió del todo.
Las teorías que se formularon en 1871 estaban basadas en las ideas de 1793, en la soberanía popular: Aquellos que fuesen elegidos para representar al pueblo iban a actuar como delegados, no como miembros del Parlamento. En particular los clubes populares reclamaron que la soberanía tenía que recaer en ellos tanto como en él. Aquellos que habían sido elegidos por el pueblo estaban sujetos a la revocación de su cargo por parte del pueblo y era una obligación de los elegidos permanecer en constante contacto con las fuentes de soberanía popular. En algunos clubes se hacían charlas sobre cómo meter más presión a la Comuna, y a partir de ahí se hicieron intentos para unir las fuerzas de los clubes para hacerlo mejor. Algunos miembros de la Comuna permanecieron en estrecho contacto con las fuerzas que les llevaron al poder (el pueblo) frecuentando los clubes.
La política de la Comuna.
La auténtica legislación social aprobada por la Comuna parecía más reformista que revolucionaria, tomando las demandas que habían sido formuladas en los veinte años precedentes. Se cancelaron los alquileres de propiedad durante el período de asedio, pero la propiedad privada nunca fue cuestionada. Después de muchos debates se dio un plazo de tres años para pagar las facturas pendientes. Estas medidas impactaron a la opinión burguesa de fuera de París. La Comuna instauró una bolsa de desempleo en cada ayuntamiento (cada distrito de París tiene un ayuntamiento, que se juntan en el Hôtel de Ville) y abolió el trabajo nocturno de los panaderos con la oposición de los patronos. La cuestión social más urgente a la que se enfrentó la Comuna fue la del desempleo y adoptó el paso radical de permitir la libre asociación de trabajadores y las cooperativas obreras para tomar las fábricas y hacerlas funcionar otra vez. Sin embargo, las sugerencias más extremas de que los trabajadores tomaran "todas las grandes fábricas de los monopolistas" fueron rechazadas. Para el 14 de mayo se habían formado 43 cooperativas productoras entre las industrias artesanales de la ciudad.
En el campo de la educación, el principal esfuerzo se puso en dar educación elemental para todos. El movimiento de reformas estaba totalmente en contra de las escuelas de la Iglesia, que representaban más de la mitad de las escuelas de París. La Guardia Nacional se empleó para desahuciar a los curas y a las monjas y reemplazarlos por republicanos. Se dio una atención especial a la educación de la mujer, que habían sido olvidadas hasta entonces. Se formó una comisión especial, todas mujeres, para supervisar el establecimiento de escuelas para chicas. Se propusieron guarderías de día situadas cerca de las fábricas para ayudar a la mujer trabajadora. Ninguno de estos esquemas -de organización industrial cooperativa o la reforma educativa- pudieron dar muchos frutos. Hubo demasiado poco tiempo y había que ganar la guerra.
Más importante que cualquier medida articular era la propia existencia de la Comuna como un gobierno que incluía una proporción importante de trabajadores y que se esforzaba seriamente para mejorar la vida de la mayoría de la población.
Thiers y sus ministros de Versalles no tenían ninguna duda de que la Comuna de París era una declaración de cambio social que debía ser aplastada por la guerra civil. Este punto de vista era compartido fuera de Francia, la existencia de la Comuna encolerizó a la burguesía europea. El 29 de marzo el London Times describió la revolución como "predominio del proletariado sobre las clases pudientes, del artesano sobre el oficial, del trabajo sobre el capital". El emperador ruso presionó al gobierno alemán para que no estorbase la represión de la comuna porque el gobierno de Versalles era "una salvaguarda para Francia y Europa" y Bismarck amenazó con emplear al ejército prusiano si Thiers no se daba prisa. La naturaleza socialista de la Comuna se puede ver tanto desde la derecha como desde la izquierda.
Festival de los oprimidos
El aspecto más sorprendente de la Comuna era la naturaleza festiva de París; era el festival de los oprimidos. La atmósfera de la capital no era la de una ciudad en guerra; la ciudad tenía todos los signos de estar simplemente de vacaciones.
Pero pronto el buen ambiente se volvió funesto. Los funerales de los guardias nacionales muertos en combate se convirtieron en grandes manifestaciones por toda la ciudad, solían estar encabezados por miembros de la Comuna y cualquiera que se atreviera a levantar la cabeza era forzado a bajarla por los susurros de la muchedumbre. Otro momento dramático fue cuando los masones se reunieron en la Comuna y marcharon con sus estandartes, nunca se habían visto antes dentro de los muros de la ciudad, luego enviaron una delegación para ver a Thiers (quien rechazó verles y tuvieron que volver a París). Fueron enormes ceremonias de masas la quema de una guillotina y la demolición de la Columna de Vendôme (un símbolo del imperio). "La excitación era tan intensa -observó un escritor inglés- que la gente caminaba como en sueños". Incluso en el mismo día en el que las fuerzas de Versalles entraron en París, domingo 21 de mayo, había una enorme muchedumbre en los jardines de las Tullerías escuchando una serie de conciertos en ayuda de las viudas y huérfanos de la guerra.
La Comuna significaba la reconquista de la ciudad por la mayor parte del pueblo que había sido dejada de lado en los esquemas urbanísticos de Haussman. Durante un tiempo la mayoría de la población se implicó activamente en los asuntos públicos, ya fuera en el ámbito del distrito o en el de toda la ciudad.
El fin de la Comuna
La Comuna se fortificó contundentemente y tenía dispuestas fuerzas suficientes como para subsistir durante otros dos meses, y sin embargo las fuerzas del gobierno entraron en París. A partir de ese día siguió una semana de amargas y sangrientas luchas callejeras, aún más amargas si cabe porque ya los parisinos no podían pensar en la victoria.
Se habían hecho pocos preparativos para la eventualidad de que las tropas del ejército entraran en París y la muy comentada segunda línea de defensa no existía. Los encargados de levantar las barricadas habían sido tan metódicos, y lentos, que existían muy pocas en la ciudad. Durante la noche y el lunes por la mañana, las tropas del gobierno entraron en París por cinco puertas diferentes. Ocuparon rápidamente dos distritos burgueses del sudeste de la ciudad. Desde ahí se hizo un ataque por las dos orillas del Sena simultáneamente. Los bulevares de Haussman mostraron su valor al posibilitar un movimiento rápido de un gran número de hombres para dirigirse a los distritos revolucionarios y sus barricadas. Para la mañana del 22 de mayo el tercio oeste de París estaba en manos del gobierno, después de una ardua lucha se habían rendido 1.500 guardias nacionales.
La Comuna se reunió a las nueve de la mañana, se encontraban veinte miembros en el Hôtel de Ville, se mandó poner carteles instando a los ciudadanos a tomar las armas en las barricadas.
Se levantaron barricadas muy rápidamente en el centro de París. En la calle de Rivoli, cincuenta masones construyeron en unas pocas horas una barricada de seis metros de anchura y varios de altura. Bandadas de niños traían carretadas de tierra y las prostitutas de Les Halles ayudaban a llenar los sacos. Se levantaron más de 160 barricadas en el primer día, más de 600 en total. La mayoría eran de dos metros de alto y estaban construidas con piedras del pavimento sacadas de las calles con palancas de metal, una base de madera, un cañón o una ametralladora y una bandera roja ondeando en lo alto.
Las barricadas de la calle Gaubourg estaban hechas de colchones de un almacén cercano, traídos por mujeres. Otras eran simplemente obstrucciones de la calle con carretas cruzadas, ladrillos, bolsas de arena o cualquier cosa. Todo el que pasaba por ahí era obligado a echar una mano. En la plaza Blanch un batallón de 120 mujeres levantó la legendaria barricada que defenderían vigorosamente el martes hasta ser masacradas después de su caída. Aquellos federales que se habían retirado del frente se iban a sus hogares diciendo que preferían morir en sus propios barrios.
Las duras críticas que Blanqui había hecho en 1868 del levantamiento de junio de 1848 eran también aplicables a las barricadas de la Comuna. La táctica de combatir cada uno en su propia área sin organización central hizo fácil la toma de las barricadas una a una.
La mañana del martes las tropas de Versalles atravesaron la zona neutral de las afueras de París, los prusianos miraron para otro lado, y entraron en París por otra puerta capturando otros dos barrios de la ciudad. Las masacres empezaron a sucederse según avanzaba la semana, 42 hombres, 3 mujeres y 4 niños fueron fusilados en una pared, se improvisó un tribunal militar en una casa de la calle de Rosiers y durante el resto de la semana centenares de prisioneros fueron fusilados. El martes por la noche los comuneros comenzaron a quemar algunos edificios que amenazaban la seguridad de las barricadas, podían apostarse tiradores en ellos. Toda la calle Rivoli fue pasto de las llamas, el Palacio de Tuluise y el Ministerio de Finanzas también ardieron. Se enviaron equipos de bomberos para extinguirlos pero no tuvieron éxito, y montones de documentos ardieron extendiendo por toda la ciudad una fina lluvia de papel chamuscado. El viento llevó fragmentos hasta Saint Germain, a 15 Km., y la gente se agolpaba para ver el espectáculo de París ardiendo. La barricada no fue tomada hasta la mañana del miércoles, una de las últimas en caer fue una mujer que desafió a las tropas con una bandera roja.
Unos 30 defensores fueron cogidos prisioneros y fusilados, y sus cuerpos tirados enfrente de la barricada. El miércoles a las ocho de la mañana se decidió abandonar el Hôtel de Ville y se le prendió fuego para cubrir la retirada. París en llamas era y todavía es la imagen más característica que fue propagada de la Comuna, la lista de edificios destruidos era enorme, comprensiblemente algunos edificios, como la prefectura de policía y el Palacio de Justicia fueron incendiados por la Comuna, otros lo fueron por los obuses de Versalles. Se extendieron rumores, infundados o malintencionados, sobre mujeres que incendiaban los sótanos, debido a estos rumores muchas mujeres inocentes fueron fusiladas. Sin embargo muchos comuneros sabían que iba a ser su último suspiro y querían llevarse París con ellos. El miércoles un oficial de la Guardia Nacional intentó persuadir a sus hombres para que se le unieran en la voladura de un depósito de municiones (y de paso volarse a sí mismos). "Subiremos juntos, hijos míos", les dijo.
Según se extendían las noticias de la masacre, la gente comenzaba a presionar para que se ejecutara a los rehenes, en venganza por las masacres que se estaban sucediendo en París. Ferres aceptó firmar la orden para entregar a seis. El gobernador de la prisión no firmó la orden para entregar al arzobispo, que era el que pedía el pueblo y no estaba en la lista. El secretario de Ferres se dio prisa y Ferres añadió a la lista: "Y particularmente el arzobispo", y finalmente fue fusilado.
Mientras tanto, en las calles de París estaba ocurriendo una matanza más indiscriminada; cada vez que caía una barricada, los defensores eran puestos contra una pared y fusilados; 300 cayeron así en el santuario de la Madeleine. El seminario junto a Saint-Suplice había sido convertido en hospital, las tropas de Versalles llegaron y se pusieron a disparar a todos los médicos, enfermeras y pacientes dejando 80 cadáveres, lo mismo pasó en el hospital Beaujon. La batalla por el Barrio Latino duró dos días, el martes y el miércoles. Durante el jueves y el viernes los comuneros se retiraron, perdiendo el control de la ciudad.
El sábado por la mañana amaneció con niebla y lloviendo por segundo día consecutivo. Una de las últimas luchas tuvo lugar en el cementerio Père-Lachaise, donde unos 200 guardias nacionales habían fallado en establecer un sistema de defensa adecuado. El ejército abrió la puerta y hubo un duro cuerpo a cuerpo alrededor de las tumbas, bajo una pesada lluvia y una luz agonizante. Aquellos que no murieron en la lucha fueron alineados en la esquina este del cementerio y fusilados. Las matanzas continuaron durante varios días más. La última barricada, construida en un cuarto de hora, estaba defendida por un sólo hombre. Disparó su último cartucho y murió como todos, fusilado. Para el domingo 28 de mayo la Comuna había desaparecido.
Si la batalla había terminado, los fusilamientos no. La victoria de Versalles se convirtió rápidamente en un baño de sangre, cualquiera que había estado conectado con la Comuna de alguna forma, o que estaba en el lugar equivocado en el momento más inoportuno, fue fusilado. Todos los parisinos estaban bajo sospecha, de hecho eran culpables. Esta reacción de los oficiales muestra el movimiento hacia la derecha que había tenido lugar en el ejército francés.
Murieron más personas durante la última semana de mayo que durante todas las batallas de la guerra franco-prusiana, y que en ninguna masacre anterior de la historia francesa. El Terror de la Revolución Francesa había provocado unos 19.000 muertos en año y medio. No hay cifras exactas, pero en la región unos 30.000 parisinos murieron en esos días, comparados con las pérdidas de Versalles de 900 muertos y 6.500 heridos...
Hubo alrededor de 50.000 detenidos, entre ellos Louise Michel. En su juicio pidió ser fusilada diciendo: "Parece que cada corazón que late por la libertad sólo tiene derecho al plomo, pido mi parte". En vez de eso fue deportada a Nueva Caledonia, colonia francesa cerca de las costas de Australia, junto con otros 4.500. Muchos murieron en prisión o en los traslados. Los que escaparon fueron al exilio de Suiza, Bélgica, Gran Bretaña o más lejos. Dos de ellos terminaron casándose con las hijas de Marx en Gran Bretaña. Como Marx escribió a Engels: "Longuet es el último proudhoniano, Lafargue es el último bakuninista. Que el diablo se los lleve".
Nueve años después se concedió una amnistía general. Fue como resultado de una victoria electoral republicana y "socialista", culminando con la elección de un zapatero, ex-miembro de la Comuna de París, como diputado socialista por Belleville. Justo antes, 25.000 personas habían respondido a la llamada de los socialistas y, a pesar de los ataques de la policía, se había conmemorado por primera vez la Comuna en el Muro de los federados del cementerio Père-Lachaise.
Las consecuencias inmediatas de la derrota de la Comuna fueron desastrosas para el movimiento obrero francés, ya que a la masacre siguió un período de severa represión. París permaneció bajo la ley marcial durante cinco años y la Internacional fue puesta fuera de la ley. Armados con nuevos poderes políticos, los policías estuvieron muy activos acosando y deteniendo a los activistas, que eran condenados a duras penas de prisión por nimiedades. La Internacional dejó virtualmente de existir. Los líderes más activos de la clase obrera estaban muertos, presos o en el exilio.
Aileen O´Carroll
Periodico Tierra y Libertad
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