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jueves, 19 de enero de 2012

Anarquía y libertad

Para los anarquistas, la libertad es la piedra sillar, el punto de partida de todo cuanto supone el cuerpo ideológico y filosófico de su concepción político-social, pues sin la desaparición de todo aquello que impide y frena el desarrollo de la libertad, será imposible la transformación de las formas de vida económica establecidas en las sociedades llamadas democráticas.

Los campesinos franceses en 1789 empuñaban la fourche (horquilla de cuatro dientes), su herramienta de trabajo cotidiano para remover hierba, alimentar el ganado, la paja para hacer la litera en donde poder ese ganado extender su cuerpo después de una larga jornada de labor. Ahora sus manos agitan en el aire por las calles de París esas fourches exigiendo la libertad de que carecen. A esa libertad que a gritos se pide, se le ha agregado una burguesía, grupo social poseedor de una cultura que la clase campesina ignora, pero al aparecer aquello de igualdad y fraternidad, los campesinos sienten la identidad lógica que las tres palabras reúnen entre sí y que conforman entre ellas una unidad, pues la una sin las otras queda vacía de contenido. La libertad es la llave que une y hace posible la igualdad y la fraternidad, y éstas no son posibles si no existe la libertad como garante de la vida social.

Fue este concepto lógico más la experiencia práctica de más de cincuenta años de actividad socio-política lo que llevó a Bakunin a decir: "Libertad sin igualdad económica es una mentira, un engaño".

Hoy oímos a todos esos países que viven en lo que llaman "democracia formal" gritar con toda la fuerza de sus pulmones la palabra libertad, cuando vivieron la mitad de sus vidas defendiendo y propagando regímenes fascistas, bolcheviques, militaristas, dictatoriales, tiránicos, etc. Pero esta palabra libertad no significa lo mismo para los amos del poder económico y del poder político que para la clase trabajadora con conciencia social. Para la burguesía, propietaria del poder económico, la libertad es aquello que le permite sin cortapisa de ninguna clase la movilidad de sus capitales a su plena y real satisfacción, aunque esa movilidad económica pudiera significar un freno para el desarrollo total de la economía del país y por lo tanto hiciera crecer la pobreza que pesa sobre el pueblo, que de por sí ya es bien pesada.

La libertad del asalariado está limitada por leyes que regulan sus posibilidades de hacer. Siendo carpintero ebanista, no puede hacer una mesita de noche cuando la empresa sólo fabrica puertas y ventanas; si no le cuadra esto, tendrá que ir al paro, al grupo de los sin trabajo, con lo cual llevará a su familia a una situación de pobreza por carencia de ingresos, o sea, por falta de un salario fijo.

La libertad plena para todos, sin coacciones de leyes, decretos, policías, tribunales y cárceles, por acuerdo asambleario de todos los productores, haría posible la aparición de la igualdad y la fraternidad. Desaparecerían los privilegios, la apropiación del valor producido por unos que se dicen dueños de los medios de producción.

Ser anarquista lleva implícito el amor a la libertad, que asumida individualmente no tiene necesidad de articulado estatutario. Ante una interpretación sobre un tema, sea cual fuere, sugerido por un solo compañero o por un grupo de ellos, la libertad total que predomina en el medio permite a todos emitir criterio, y todos saben, y no se debe olvidar, que "la libertad de uno termina donde empieza la libertad de otro", por lo cual nadie debe saltar los límites que todos aceptamos con el respeto y la consideración que todos merecemos.

Cuando allá por 1890 se desata en el periódico La Révolte, que dirigía Jean Grave, una polémica en la que intervienen compañeros franceses, italianos, suizos y otros, sobre una denominación económica para el anarquismo, unos hablan de mutualismo proudhoniano, otros del colectivismo de Bakunin y otros del comunismo de Kropotkin. Estas polémicas se sabe cómo empiezan pero no cómo van a terminar; por ello, Fernando Tarrida del Mármol envió un trabajo al periódico en el que, después de analizar los puntos de vista expuestos, proponía un "anarquismo sin adjetivos". Sostenía Tarrida que no debemos establecer normas ni marcar un sendero, que aquellos que tengan que enfrentar el problema lo resolverán con arreglo a las mejores perspectivas que tengan ante sí. Y siempre tendrán la posibilidad de cambiarlo por otro método que la práctica les hubiera hecho ver más cómodo y mejor.

Tarrida del Mármol, como era ingeniero (para aquellos que siempre han señalado al anarquismo y a la C.N.T. como grupos de analfabetos e incultos) hizo uso de la libertad a la que todos tenemos derecho dentro del pensamiento anarquista, ya se trate de un debate entre franceses, italianos o suizos, porque el ideario anarquista es de todos.

A. Serrano

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