Francisco, albañil, 56 años, otra
víctima de los tiros de la Transición
Olivia Carballar
ocarballar@lamarea.com
La casa está cerrada a cal y
canto. La puerta es de chapa marrón. “Sí, soy yo”. La puerta chirría cada vez
que la mujer, asida a ella, da un paso hacia adelante o hacia detrás. “Yo no
quiero recordar eso”. Tiene ganas de cerrar pero se resiste a hacerlo. “Yo no,
yo no”. Observa con miedo al vacío, sin entender por qué han venido a
preguntarle 40 años después. “No quiero hablar. Adiós. Muy amable”. Aquello de
lo que no quiere hablar esta mujer septuagenaria –tal vez octogenaria– ocurrió
el 8 de julio de 1977 en Sevilla, unos meses antes del disparo que acabó con la
vida de Manuel José García Caparrós en Málaga, del que tanto se ha hablado
estos días; y unos meses después del disparo que acabó con la vida del joven
almeriense Javier Verdejo, al que no dejaron terminar de escribir “Pan, trabajo
y libertad”, y del que tan poco se ha hablado estos y todos los días. “Yo fui a
coger a mi hijo, que se me había escapao“, suelta apresurada la mujer. El
disparo podría haberle alcanzado a ella. Tal vez al niño.
La esquina donde sucedieron los
hechos ve pasar los días como si nada. “Alquilo piso por 450 euros”. “Vendo piso por 82.000 euros”, anuncian
varios papeles pegados a una señal de ceda el paso. Son otros tiempos. Hay
otros nombres. Avenida Hytasa con calle Diamantino García, entonces Comandante
Castejón. El tiro, tan fallido en la Transición cuando iba dirigido al aire,
alcanzó esta vez a Francisco Rodríguez Ledesma, un albañil que se había
acercado a la manifestación contra el cierre de la fábrica textil del mismo nombre
que la avenida y que tantos uniformes para el Ejército franquista había
confeccionado. Queipo de Llano había puesto la primera piedra. El dictador la
había visitado. Hoy, frente a aquella esquina hay un edificio de la Junta de
Andalucía. Al lado, Casa Arcadio pone desayunos como si no hubiera un mañana.
Un cartel indica una peluquería de caballeros y niños a escasos metros. Y en la
esquina, justo en la esquina, se levanta una escuela infantil con ladrillos
vistos.
La mujer que no quiere hablar vio
caer justo ahí, a su lado, al albañil, militante de CCOO. Murió en el hospital
en enero de 1978. Mil personas acudieron a su entierro, según las crónicas
periodísticas de la época, que ya auguraban también que aquella muerte, como la
de Caparrós o la de Verdejo, quedaría impune.
Estamos en el Cerro del Águila,
un barrio obrero de Sevilla. Pueden llegar hasta aquí en autobús. El 26 va
directo desde el Prado de San Sebastián. Si están en la céntrica Plaza del
Duque, una opción es el 32 con parada en Ciudad Jardín, desde donde pueden ir
dando un paseo. Si están más cerca de Puerta Jerez, el metro o el tranvía son
una solución para parte del trayecto. Es 5 de diciembre. Varios miembros de la
asociación Aire Libre acaban de renovar el cartel que colocaron en 2015 como
homenaje a Rodríguez Ledesma, que fue nombrado también cerreño del año por la
Velá del Cerro del Águila. “Pusimos un clavel en la imagen porque su hermana
nos contó que le dejaban uno todos y cada uno de los días que pasó en el
hospital”, cuenta Pepe Verdón. La Junta de Andalucía tiene previsto catalogar
en breve esta esquina como Lugar de Memoria.
“Mira, estos son los que mataron
en aquellas fechas”, muestra en un papel escrito a boli Juan Morillo. Dice que
a uno de ellos, a su amigo Aurelio Fernández, lo asesinaron en París en 1979.
“Las manifestaciones eran asiduas”, añade Verdón. Esta fría mañana, ellos dos y
tres compañeros, Jesús, Teo y José, recogen firmas para la apertura de un nuevo
centro de salud. Hablan de Miguel Hernández, y de Mandela, y de cómo se está
deteriorando el barrio, y de la próxima función del teatro de la memoria del
Aguaucho. Ponen una bandera republicana y otra andaluza para hacerse la foto.
Se acerca un hombre: “Conozco la historia por mi suegra”. Pero su suegra, ya
han leído, no quiere hablar. La mujer, finalmente, echa el cerrojo a la puerta
de chapa marrón.
El Cerro del Águila
Estado de conservación:
La esquina fue señalizada en 2015
de manera no oficial por varios colectivos, entre ellos la asociación Aire
Libre. Ahora la Junta tiene previsto catalogarla como Lugar de Memoria.
Otro barrio en el que no hubo
guerra
El historiador José María García
Márquez destaca un caso en el Cerro del Águila: “Especialmente impactante fue
la muerte de Francisco Portales Casamar, de 35 años, empleado del Matadero y
afiliado a Unión Republicana, detenido por orden de Queipo el 10 de agosto de
1936, junto a su cuñado Rafael Herrera Mata. Lo juzgaron en consejo de guerra
el 21 del mismo mes y lo condenaron a muerte. Al día siguiente, 22, Queipo aprobó
la sentencia y el 23 fue asesinado a las seis y media de la mañana en la
muralla de la Macarena. Rafael, impresor que trabajó en El Cerro en la imprenta
de Luis Barral, fue puesto en libertad poco después, aunque en 1937 sería
nuevamente detenido y asesinado el 29 de enero de 1938”.
La hermana de Francisco, Luisa
Portales, fue una mujer muy conocida en el barrio por su militancia política en
Unión Republicana; y su hermano Luis, activo miembro de las Juventudes
Libertarias, estuvo a punto de ser capturado, aunque no lo detuvieron hasta
enero de 1938 y lo condenaron a veinte años de prisión, indica García Márquez.
Muy cerquita, añade el
historiador, se llevó a cabo el fusilamiento, en dos grupos de 11, de 22
miembros de la columna minera de Huelva, que llegó a Sevilla el 19 de julio y
fue traicionada por la Guardia Civil. “Se quiso que toda la ciudad tuviese
conocimiento de la ejecución como escarmiento público y por eso los dividieron
en grupos por distintos barrios. Las desapariciones se sucedían una tras otra.
Llantos, gritos de desesperación, búsquedas de familiares por todos los centros
de reclusión de Sevilla, etc., se convirtieron en algo cotidiano y repetido en
aquel verano y otoño de 1936”.
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