En España bebemos agua de 40.000
kilómetros de tuberías con amianto cancerígeno
Un 20% de las canalizaciones de
agua potable contienen esta sustancia. Expertos piden su retirada aunque no hay
pruebas sólidas sobre su peligrosidad.
El amianto o asbesto fue uno de
los materiales de construcción estrella en el siglo XX, pero encerraba un
peligro mortal para los trabajadores que lo manipulaban. Las fibras
microscópicas que lo componen pueden quedar suspendidas en el aire y ser
respiradas. Si la exposición es prolongada, puede originar cáncer de pulmón y
otras enfermedades.
La mayor parte de este mineral se
destinó a la industria del fibrocemento, una mezcla de cemento y fibras de
amianto que además de ser barata tenía unas excelentes propiedades. En España se
conoce más por el nombre de la empresa que lo comercializaba, Uralita, y al
igual que en otros países, fue ampliamente utilizado, sobre todo en placas
onduladas de cubierta y tuberías, hasta su prohibición en 2001. Sin embargo,
hoy en día buena parte del agua de riego y del agua potable siguen pasando por
redes de abastecimiento realizadas con este material. ¿Existe algún riesgo para
la salud?
En los últimos tiempos, el debate
se ha avivado en el ámbito local, con numerosos ayuntamientos que aprueban planes
de sustitución de las canalizaciones y autoridades que se mojan a favor de
estas acciones. Hace pocos días la Comisión de Medio Ambiente del Congreso
aprobó solicitar al Gobierno que realice una auditoría de las tuberías que
quedan y elabore un plan para su renovación. La propuesta contó con el apoyo de
todos los grupos, excepto del PP, que alegó el alto coste que supondría.
Los datos de la Asociación
Española de Abastecimientos de Agua y Saneamiento (AEAS), actualizados en 2016,
indican que las redes de agua potable en España –sin contar las destinadas al
riego- superan los 200.000 kilómetros y que de ellas alrededor de un 20% aún
están fabricadas con fibrocemento, unos 40.000 kilómetros. Estas cifras
proceden de una encuesta que se realiza cada dos años a entidades locales, pero
no existe un inventario exhaustivo.
Al margen de su localización, hay
dos preguntas clave: si las fibras de amianto pasan al agua potable y si pueden
suponer algún riesgo para salud en el caso de que lleguen a nuestros grifos. La
OMS abordó la cuestión en su informe Asbestos in Drinking-water tras recopilar
estudios realizados en varios países. La cifra más repetida en Estados Unidos,
Canadá, Países Bajos y Reino Unido estaba en torno a un millón de fibras por
litro.
Aunque pueda parecer mucho, la
Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos (EPA) considera un nivel
seguro hasta 7 millones de fibras por litro. A partir de esa cantidad, no
descarta que exista riesgo de desarrollar pólipos intestinales benignos, pero
tampoco hay suficientes investigaciones que lo demuestren.
Tanto la degradación de las
cañerías artificiales como la erosión de los depósitos naturales de las rocas
que contienen asbesto podrían ser responsables de esa presencia de las fibras,
así que, efectivamente, el agua que consumimos puede contener amianto, pero no
existen datos concluyentes de que una vez ingerido sea cancerígeno.
"La inhalación de fibras de
amianto a través de la vía respiratoria es la principal responsable de las
patologías causadas por este material y la vía digestiva tiene un peso
secundario", afirma en declaraciones a EL ESPAÑOL Alfredo Menéndez,
catedrático de la Universidad de Granada y responsable del proyecto de
investigación Los riesgos del amianto en España (1960-2002). En su opinión,
"hay menor evidencia científica sobre los efectos de deglutir fibras de
amianto", pero aún así "eliminar las tuberías de fibrocemento es una
medida de salud pública recomendable".
Fernando Morcillo, presidente de
AEAS, destaca que mientras que la red de tuberías de fibrocemento está uso
"no genera ningún problema para la salud". Sin embargo, "se
considera que la vida útil de las tuberías está en torno a 50 años y gran parte
de nuestra red de fibrocemento se construyó en los años 60 y 70, fruto del
desarrollismo urbano". Por lo tanto, las canalizaciones están envejecidas,
son menos seguras, sufren más roturas y pérdidas de agua y es necesario
acometer un esfuerzo de renovación.
Operarios
y residuos
En este punto entran en escena
dos posibles problemas: la inhalación de amianto por parte de los operarios y
la contaminación ambiental que podrían generar las viejas tuberías. Según
Morcillo, ambas cuestiones están perfectamente solventadas. Por una parte,
existe un estricto protocolo de salud laboral que siguen todos los trabajadores
y, por otra, los residuos se convierten en inertes al ser confinados en
depósitos específicos o mezclados con hormigón.
No opina lo mismo Francisco Báez
Baquet, exempleado de Uralita en Sevilla que desde los años 70 ha investigado
al detalle los problemas derivados del amianto, convirtiéndose en una de las
voces más reivindicativas. Según explica, las empresas que manipulan el
fibrocemento "no precisan de ninguna suerte de acreditación previa de
capacitación". Aunque cada comunidad autónoma cuenta con un Registro de
Empresas con Riesgo por Amianto (RERA) y solo las que están inscritas en él
pueden realizar estas tareas, se trata de "un mero trámite
administrativo" que no requiere demostrar competencia alguna.
La mejor prueba es que existen
"sentencias judiciales en las que se condena a servicios municipales de
abastecimiento de agua, comunidades de regantes y ayuntamientos por daños
causados por el amianto liberado en la reparación de tuberías de fibrocemento
debido a que no han respetado la legislación vigente". El riesgo no sería
solo para quienes cambian una tubería, sino también "para vecinos,
viandantes y espectadores", comenta.
Obsolescencia
"La degradación del cemento
por simple obsolescencia es un proceso progresivo, a ritmo más acelerado cuanto
mayor sea su antigüedad", asegura. La normativa española contempla la
eliminación y retirada en condiciones controladas "al final de su vida
útil", pero en la práctica esta expresión es tan "difusa",
afirma, que solo se lleva a cabo "cuando hay averías, cada vez más
frecuentes".
Ante los posibles riesgos y las
dudas, Báez apuesta por el "principio de precaución", que consiste en
tomar medidas ante todo producto o tecnología sospechoso de conllevar riesgos
para la salud o el medio ambiente aunque no haya pruebas científicas
concluyentes. "Todo producto que contenga amianto es una bomba de
relojería mientras no permanezca soterrado en condiciones controladas y, aunque
sea más cara, la solución definitiva, y garantista al máximo, sería la inertización
del amianto, sometiéndolo a muy altas temperaturas, con o sin ayuda
química", agrega.
Incluso duda de que los intereses
económicos no hayan corrompido los estudios "pretendidamente
científicos" que no encuentran una conexión directa entre problemas de
salud y la presencia de fibras de amianto en el agua potable: "Ya ocurrió
en el sector automovilístico, porque el amianto se usaba en piezas como
embragues y zapatas de freno".
Las secuelas del amianto
El cáncer de pulmón, el
mesotelioma (tumor que también afecta a los pulmones y está causado
específicamente por la inhalación del polvo de amianto) y la asbestosis
(enfermedad que causa fibrosis pulmonar y también es consecuencia directa del
contacto con este material) son los problemas más característicos, reconocidos
en España como enfermedades profesionales mucho más tarde que en otros países
europeos.
A pesar de que ya no se utiliza
como material de construcción, el amianto seguirá causando muertes en España
hasta la década de 2040, según un estudio de Alfredo Menéndez, ya que "el
periodo que transcurre desde la exposición al desarrollo de la enfermedad puede
alcanzar los 30, 40 y hasta 50 años".
Los cálculos se centran en los
trabajadores que manipularon el material, pero "las exposiciones
ambientales también tienen su importancia", asegura el experto, que
destaca que España registró "un mayor consumo de productos de
fibrocemento" y que se queja de la "invisibilidad social del problema
y la falta de reconocimiento de las víctimas".
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