El caso Scala – un proceso contra
el anarcosindicalismo
Los sucesos relacionados con el
llamado Caso Scala constituyen un proceso de capital importancia en la historia
reciente del Movimiento Libertario en general y de la CNT en particular. En la
CNT, una organización que se había reconstruido tan sólo dos años antes,
después del largo período de la dictadura franquista, que se hallaba inmersa en
una fuerte tensión entre diferentes tendencias internas que pugnaban entre sí,
compuesta en su inmensa mayoría por jóvenes recién llegados a quienes sobraba
entusiasmo y faltaba formación y experiencia, aquellos acontecimientos
supusieron un duro golpe que no logró recuperarse. Aquellos sucesos siguen sin
esclarecerse plenamente.
¡Arde el Scala!
Poco después de las trece horas
del domingo 15 de enero de 1978 se desencadenó un enorme incendio que destruyó
por completo la sala de fiestas Scala de Barcelona. Al asombro que causó el
suceso hubo que sumar el estupor por las muertes de cuatro trabajadores –Ramón
Egea, Bernabé Bravo, Juan López y Diego Montoro– que se encontraban en el local
en aquellos momentos, y que perecieron víctimas de las llamas o por asfixia,
debido a los humos y gases provocados por el fuego. Por aquellos días los
ciudadanos estaban acostumbrados a las noticias de atentados terroristas. A
nadie asombraba el asesinato de policías o militares, los coches-bomba y demás
actos que resultaban casi habituales en aquella época. Sin embargo, un atentado
contra una sala de fiestas era algo que resultaba inverosímil por lo absurdo y
disparatado de la idea. Probablemente por ello en los primeros momentos se
aventuraron toda clase de hipótesis. Algunos medios achacaron el atentado a
vulgares asesinos, otros lo relacionaron con cuestiones particulares
relacionadas con la sala de fiestas, algunos llegaron a establecer una relación
con la campaña en pro de la libertad de expresión que por aquel entonces se
desarrollaba en solidaridad con el dramaturgo Albert Boadella. Pero la duda y
la incredulidad siguió siendo la tónica general para la inmensa mayoría hasta
que, tan sólo cuarenta y ocho horas después, el martes día 17 un comunicado de
la policía informó de la detención de todos los autores del atentado, a quienes
inmediatamente se relacionó con la CNT.1
Efectivamente los detenidos eran
todos afiliados a la CNT y poco antes del atentado habían participado en una
manifestación que esa organización había convocado para protestar contra los
Pactos de la Moncloa. Al finalizar la manifestación –según la policía– los
acusados se habían dirigido a la sala de fiestas lanzando contra ella seis
cócteles molotov que ocasionaron el incendio y la muerte de los cuatro
trabajadores que se hallaban dentro –por cierto todos ellos afiliados a la
CNT–. De esta manera quedó establecida la relación de los detenidos con la CNT
y el atentado con la manifestación.
Sin duda lo que más sorprende es
la insólita eficacia policial que había permitido encontrar a los culpables
entre las 10.000 personas que aproximadamente participaron en la manifestación.
Cómo consiguió la policía barcelonesa este alarde de perfección es algo que no
se llegaría a saber hasta algún tiempo después. En aquel momento sólo dio lugar
a toda clase de conjeturas que tenían como común denominador la sospecha de que
detrás de todo había gato encerrado. Con el tiempo esa sospecha se acabaría
convirtiendo en certeza.
¿Qué pasaba por aquel entonces?
Pero para hacemos una idea de lo
que estaba ocurriendo, es necesario analizar siquiera sea a grandes rasgos el
contexto histórico en que se desarrollaban los acontecimientos. El año 1978 fue
crucial en lo que se ha dado en llamar La Transición. Si los primeros años se
caracterizan por una fuerte tensión generada por la presión de los distintos
sectores políticos y sociales en un intento de imponer su particular punto de
vista y su modelo político y social, eso va dando paso a una segunda etapa
caracterizada por el consenso, en donde las fuerzas políticas imperantes se
ponen de acuerdo en cuanto a la configuración del nuevo régimen y encauzan el
proceso cerrando el paso a cualquier otra vía de desarrollo. El año 1978 será
el año en que ese pacto se materializa en sus dos grandes vertientes: el pacto
político que dará lugar a la Constitución, y el pacto social que se establecerá
con los llamados Pactos de la Moncloa.
Si la Constitución tiene una gran
importancia en lo que se refiere a establecer las reglas básicas del juego
político, el pacto social tendrá una importancia también trascendental, ya que
será lo que permitirá reconstruir la paz social y la disciplina en el mundo del
trabajo. Algo sin duda imprescindible en un país en donde la clase obrera había
adquirido una gran capacidad de autoorganización capaz de sobrepasar a comités
y burocracias sindicales, que era consciente de su fuerza real y que había
adquirido una considerable experiencia de lucha en las condiciones
extremadamente duras de los últimos años del franquismo. El pacto social era la
herramienta necesaria para restablecer una situación de sometimiento,
imprescindible para afrontar una crisis económica que se pensaba resolver con
un ajuste duro que, por supuesto, debían pagar los trabajadores.
Las grandes organizaciones
sindicales CC OO y UGT, en perfecta sintonía con los criterios del PCE y el
PSOE asumen el pacto incluso con entusiasmo y hasta lo proclaman como una gran
victoria de los trabajadores. La única organización sindical importante que se
opone a ese pacto es la CNT. Esta organización que se había reconstruido
después de la clandestinidad, había adquirido una importante implantación en el
mundo laboral y lideraba un gran movimiento social y cultural que no encajaba
en el sistema que se estaba configurando. Pero lo que convertía a la CNT en un
peligro potencial no era su fuerza en aquel momento, sino su posible capacidad
para encauzar el descontento social que inevitablemente iba a producirse. No
olvidemos que en estos años crece desorbitadamente el desempleo, se produce un
fuerte incremento de la carestía de la vida y, en general, la calidad de la
vida de los trabajadores y de las clases populares sufre un importante
deterioro, que no tiene la debida respuesta porque las fuerzas mayoritarias de
la izquierda ya han aceptado un pacto político y social y no desean poner en
peligro lo logrado. Son los momentos en que se percibe con claridad la
posibilidad de un golpe de Estado militar que nos devolviera a la situación
anterior. Ante esa disyuntiva la izquierda mayoritaria prefirió pactar para
conservar lo conquistado y el precio fue hipotecar la fuerza de los
trabajadores y renunciar a la posibilidad de crear un sindicalismo fuerte y
autónomo. Pero volvamos al relato de los hechos.
¡A por la CNT!
Los detenidos fueron debidamente
acusados y procesados, pero eso no detuvo la operación policial. Muy al
contrario, en los días siguientes serían detenidos varios afiliados y
militantes de la CNT. El simple hecho de aparecer en la agenda de teléfonos de
algunos de los acusados o de una persona relacionada con alguno de los acusados
se convirtió en motivo suficiente para ser detenido. Después de ser
interrogados y pasar alguna noche en el calabozo, los detenidos eran puestos en
libertad sin cargo alguno. Resultaba evidente que la policía no buscaba nada ni
a nadie –ya tenían a los culpables– se trataba simplemente de amedrentar a los
cenetistas y de ahuyentar de la organización a miles de trabajadores afiliados
que, si bien se identificaban con la línea sindical de los
anarconsindicalistas, no estaban dispuestos a llegar demasiado lejos en su
adhesión, ni mucho menos a desafiar una represión policial de aquella
envergadura. La cosa no era de broma, las noticias de nuevas detenciones
crearon un ambiente de inseguridad en gran parte de la afiliación. Por otra
parte, la certeza de la implicación de la CNT en el atentado fue afianzándose
en la opinión pública, lo que provocó un serio deterioro en la imagen de la
organización y de los anarquistas por extensión. Si a esto añadimos las
noticias de agresiones y asaltos por parte de grupos fascistas, que en aquellos
días se incrementaron de forma muy considerable, podemos hacemos una imagen
aproximada de la situación. Ser libertario en aquellos momentos se convirtió en
algo bastante desagradable. Los medios de comunicación lo hicieron impopular,
la policía y los grupos de la ultraderecha lo hicieron peligroso.
Como hemos dicho la represión no
sólo fue policial. El caso Scala marca el comienzo de una intensa campaña de
atentados contra el Movimiento Libertario y contra la CNT en particular
protagonizada por grupos, al parecer de ultraderecha, que se escondían detrás
de siglas desconocidas e indescifrables. En aquellos meses se tuvieron noticias
de atentados en varias ciudades, sin que la policía demostrara la misma
eficacia en detener a sus autores que había demostrado en el caso Scala.
Aparece Gambín
El veintidós de febrero se
procesa a o¬nce personas acusadas de la autoría del atentado, además de por
tenencia de explosivos. Las características de los acusados son bastante
similares y responden al prototipo de millares de jóvenes que después de haber
pasado su adolescencia bajo el franquismo engrosaban ahora las filas de la
izquierda radical; casi todos ellos estaban entre los diecisiete y los veinte
años. Pero había una excepción. Un extraño personaje que destaca claramente de
los demás. Tiene cuarenta y nueve años y un historial que carece por completo
de significación política o sindical, se trata de un vulgar delincuente con una
larga lista de condenas –veintiocho en total– por robo, falsificación, estafa y
otros delitos todos ellos con el común denominador del lucro como única
motivación. Su nombre es Joaquín Gambín alias El Grillo y aunque procesado como
los otros, lo será en rebeldía, ya que no ha sido detenido como los demás.
Pero antes de continuar con el
relato de los hechos conviene que nos detengamos en analizar a este personaje,
clave sin duda en esta historia. La primera noticia que tenemos de Gambín es en
el año 1977 en la cárcel Modelo de Barcelona. Allí –según declararía él mismo
más tarde–2 fue reclutado por los Servicios Secretos de la Policía como
confidente y colaborador, a cambio de librarse de los muchos años de condena
que tenía por delante. Mediante una manipulación de su expediente judicial
realizada a instancias de esos Servicios Secretos que le relacionan con un
grupo de detenidos de la Federación Anarquista Ibérica,3 Gambín por arte de
magia o por razones de Estado pasa de ser un vulgar chorizo a convertirse en un
preso político, gracias a lo cual se beneficia del decreto de amnistía que se
promulga ese mismo año y queda en libertad.
De esta manera Gambín, ya libre,
empieza a trabajar para la policía a cambio de un sueldo de cuarenta y cinco
mil pesetas al mes, más las cantidades que recibía a cambio de las
informaciones que facilitaba o de las operaciones en las que participaba. Sus
primeros trabajos consistirían en infiltrarse en grupos de orientación
anarquista. Hay que recordar que por aquella época el Ministerio del Interior
dedicaba buena parte de su tiempo a combatir al Movimiento Libertario; el
ministro titular Martín Villa llegó a decir que le preocupaba más el activismo
libertario que el terrorismo de la ETA o del GRAPO,4 lo que no dejaba de ser
curioso, teniendo en cuenta la larguísima lista de víctimas –algunas de ellas
pertenecientes a las más altas jerarquías del Estado y del Ejército– que esas
organizaciones tenían en su haber, mientras que entre las víctimas del
activismo libertario no había más que algún autobús, algunos contenedores de
basuras y algunas cosas más por el estilo que suelen ser las víctimas
habituales de los manifestantes excesivamente fogosos.
Poco después de salir de la
cárcel, Gambín se infiltra en un grupo de trabajadores de la SEAT de Barcelona
que se hacían llamar nada menos que Ejército Revolucionario de Apoyo a los
Trabajadores (ERAT).5 Después de perpetrar algunos atracos de cierta
importancia, la policía desarticula el grupo y detiene a todos sus miembros,
con la obvia excepción de Gambín que desaparece oportunamente.
Más tarde aparece otra vez en la
cárcel Modelo de Barcelona donde se relaciona con uno de los acusados del caso
Scala, con el que entabla amistad y, a través de él, con los demás acusados una
vez que ambos salen en libertad. En esta época el delincuente habitual apodado
El Grillo adquiere una nueva dignidad revolucionaria y pasa a apodarse el viejo
anarquista. Con esta nueva imagen, Gambín se integra en el grupo con el que
colabora hasta el día en que se produce el atentado. Ese mismo día, tan
oportunamente como otras veces, desaparece sin dejar rastro.
El proceso
Tendremos que seguir
inevitablemente hablando de Gambín, pero volvamos al proceso judicial que tuvo
un comienzo polémico debido a la disparidad de criterios sobre quién debía
hacerse cargo de él. La Audiencia Provincial de Barcelona lo traspasa a la
Audiencia Nacional y ésta se declara no competente por lo que devuelve la
pelota a Barcelona, donde finalmente se desarrolló el proceso. Esta
discrepancia no se debía a cuestiones de simple técnica procesal, sino que
tenía su origen en la calificación misma de los hechos que debían juzgarse, por
lo que el asunto tuvo cierta importancia.
Las pruebas aportadas por la
policía eran de lo más inverosímiles: una pistola de plástico y una lata de
gasolina. Si a esto sumamos el que ninguno de los testigos presenciales
llegaron nunca a reconocer a ninguno de los acusados, y que el personaje clave
de la trama –Gambín– estaba ausente, podemos entender perfectamente las
palabras del fiscal Alejandro del Toro cuando dijo "MI problema
fundamental era no cubrir el de ridículo mi carrera".6
Otro de los aspectos curiosos es
que sin que se sepa por qué, el gobernador Civil de Barcelona, sin arte ni
parte en el asunto, remite a los hermanos Riba, dueños de la Sala de Fiestas,
un certificado en el que se establecía el carácter político del atentado. Por
qué un Gobernador Civil se metía en un asunto que no le concernía y aseguraba
el carácter político de un hecho que aún no había sido juzgado es algo insólito
y, sin duda, una pieza a tener en cuenta a la hora de montar el rompecabezas.
Pero el problema fundamental –al
menos para los acusados y su defensa– consistía en que el juicio iba a
celebrarse sin la presencia de Gambín, lo que impediría que se pudieran
esclarecer los hechos de manera absoluta, y que se supiera si había o no una
trama oculta tal como sostenía la CNT y como sospechaban muchos. Sin embargo,
el 27 de octubre de 1979, cuando todo el mundo supone que la policía de todo el
País está buscando a Gambín por el caso Scala, resulta que éste es detenido en Elche,
pero no por la acusación de haber participado en el atentado contra la sala de
fiestas, sino por un delito de estafa al parecer relacionada con cheques
falsos.
Unas semanas después, el 24 de
enero de 1980, el fiscal del caso solicita la apertura del juicio oral para
Luis Muñoz, José Cuevas, Francisco Javier Cañadas, Arturo Palma, María Rosa
López y María Pilar Alvarez y libertad sin cargos para Maite Fabrés quien,
después de pasar casi dos años en prisión, es puesta en libertad sin ningún
cargo y sin ninguna indemnización por los dos años de presidio que sufrió, al
parecer por un error de la justicia. A los tres restantes acusados se les juzga
en rebeldía. De ellos dos –Jesús y Carlos– efectivamente están fuera del
alcance de la justicia, pero el caso del tercero –Gambín– es algo más difícil
de comprender, ya que no estaba fuera del alcance de la justicia, sino en la
prisión de Elche adonde había sido conducido tras su detención. ¿Por qué no se
le juzga con los demás acusados?
Existía una poderosa razón para
semejante disparate, aunque no se conocería hasta más tarde, en noviembre
cuando estalló la noticia: Gambín ya no está en la cárcel. ¿Por qué? Otra
pregunta sin respuesta. Primero se habla de fuga, después de puesta en libertad
debido a un error judicial ocasionado por un incendio que, por lo visto, hubo
en la prisión y en el que debió perderse algún papel trascendental que dio
origen al error. En la vida carcelaria de Gambín ya se podían contar dos
errores judiciales y, por suerte para él, los dos le habían permitido salir tan
fresco de su celda. Tal vez ese error fue de la misma naturaleza que aquel otro
que le permitió salir amnistiado en 1977 como un preso político más. Así son
los errores judiciales, a algunos como es el caso de Maite Fabrés, los mete en
la cárcel por error ya otros los deja en la calle.
Pero la ausencia de Gambín no
sería el único revés que sufriría la defensa. Su pretensión de que compareciera
en el juicio como testigo del ministro Martín Villa fue desestimada por el
Tribunal. De esta manera, cualquier rastro que condujera al gobierno o a los
servicios de la Seguridad del Estado quedaba borrado para siempre.
Se abre la vista
El I de diciembre de 1980 se
inicia la vista oral, y se hace en medio de un gigantesco despliegue de
seguridad. La vigilancia policial en los alrededores de los juzgados es
abrumadora y no deja resquicios. Pero la demostración de fuerza se corresponde
con la tensión que reina en la ciudad. Miles de pasquines por todas las calles
proclaman la inocencia de los acusados, exigen su libertad y denuncian el
montaje policial que se esconde detrás del caso. Pese al despliegue policial,
delante de los juzgados se produce una numerosa manifestación que de inmediato
se convierte en batalla campal. Los enfrentamientos entre libertarios y
policías duran hasta bien entrada la noche y dejan un saldo de una treintena de
detenidos. Pero no acaban ahí las cosas, durante todos los días que dura el
juicio se suceden las manifestaciones por toda la ciudad y la propaganda en
contra del proceso. Sin embargo, los elementos que podían dar luz sobre el caso
ya estaban fuera de alcance, y de nada iban a servir ni los gritos de manifestantes,
ni los panfletos que recorrían la ciudad de mano en mano, ni los carteles que
llenaban las paredes.
Las acciones de protesta fueron
numerosas y variadas: un joven que se colgó de una estructura metálica en pleno
Paralelo de Barcelona, tres militantes de la CNT que se encerraron en el
Consulado de Francia en Málaga o los miembros de la Federación Local también de
Málaga que se colaron en la Diputación provincial y se encadenaron, un grupo de
unas cincuenta mujeres de Ateneos Libertarios de Barcelona que hicieron una
sentada en la Puerta del Ángel de Barcelona y un sinfín de casos más7 que dan
fe de la vitalidad que aún conservaba el Movimiento Libertario en aquel
entonces, pese a sus divisiones internas que habían dado lugar a la ruptura de
la CNT en dos organizaciones. El Movimiento Libertario había perdido buena
parte de su fuerza, pero aún era capaz de batirse con vigor.
La campaña de la CNT sostiene la
inocencia de los acusados y centra su denuncia en la idea de un montaje
policial organizado por las máximas instancias del Ministerio del interior para
acabar con la organización. En estos momentos se publican las declaraciones del
Secretario del Comité Nacional de la CNT, José Bondía8 en las que proporciona
todos los detalles del paradero de Gambín, quien oficialmente se encontraba en
busca y captura. La información de Bondía –cierta o falsa– no despierta la más
mínima atención por parte de la policía.
Pero las declaraciones de Bondía
no acaban ahí, denuncia una supuesta operación organizada años antes por Martín
Villa en convivencia, no se sabe si consciente o inconsciente, con un histórico
de la CNT. Según Bondía el gobierno inmediatamente después de la muerte de
Franco estaba seriamente preocupado por el posible desarrollo de un
sindicalismo fuerte organizado alrededor de CC OO y, por tanto, bajo la
hegemonía comunista, lo que les llevó a la idea de promover una organización
rival que tuviera el necesario prestigio entre los trabajadores, pero que no
pusiera en peligro el sistema: la CNT. Los detalles de la supuesta operación no
despejaban dudas de si se trataba de crear una CNT sumisa al poder, o si sólo
se buscaba la desunión de los trabajadores pensando que dos sindicatos serían
menos peligrosos que uno solo. El resultado –siempre según las declaraciones de
Bondía– fue que la operación no resultó del agrado del gobierno, bien porque la
rivalidad entre la CNT y CC OO no había dado los resultados apetecidos, o
porque la CNT no sólo no se había ajustado a los planes que le tenía reservado
el gobierno, sino que además había crecido demasiado hasta poner en peligro los
fines de pacto social que estaba fraguando el gobierno. Ante ese fracaso el
Ministerio del Interior elaboraría un plan para lograr acabar con la CNT que se
materializaría en el caso Scala.9
Sobre el paradero de Gambín
existe otro dato sumamente interesante. Parece ser que Gambín ofreció a la CNT,
a través de dos militantes de la misma con los que al parecer tenía contacto,
su disponibilidad a realizar una declaración ante notario en la que se
autoinculparía del atentado como único responsable y exculparía al resto de los
acusados ya la CNT como organización. A cambio pedía un pasaporte falso y que
se le facilitara la salida del país. Este ofrecimiento se hizo en una reunión
que tuvo lugar entre los dos militantes que portaban la oferta y algunos
miembros del Comité Nacional de la CNT, quienes rechazaron el ofrecimiento por
dos razones: en primer lugar porque una declaración hecha ante notario por un
fugado de la justicia no tenía ninguna validez ante el Tribunal, y en segundo
lugar porque ya bastante descrédito tenía la CNT, como para aparecer mezclada
ante la opinión pública con un confidente de la policía, y autor además de un
atentado criminal. El ofrecimiento fue rechazado y sólo quedó la duda de qué
relación había entre Gambín y aquellos militantes que habían transmitido su
oferta en lugar de utilizar la información que tenían de su paradero para
procurar ponerlo en manos del Tribunal.
Es importante reseñar que el
fiscal tal como él mismo reconoció posteriormente, ante la evidente
insuficiencia de pruebas (una pistola de plástico y una lata de gasolina), la
falta absoluta de testigos y la ausencia bochornosa de Gambín, al que
supuestamente buscaba toda la policía del País mientras se dedicaba
tranquilamente a conceder entrevistas a la prensa, y las dudas que existían
sobre cómo unos cócteles molotov habían podido destruir un edificio como aquel,
sin que se hubiera realizado una seria investigación sobre las medidas de
seguridad del local, no tuvo más remedio que rebajar considerablemente la
petición inicial de penas pasando de los trescientos años que se solicitaban en
un principio a las penas siguientes:
•A José, Francisco Javier y
Arturo a 3, 3 y 2 años de prisión menor respectivamente, por fabricación de
explosivos. •A José, Francisco Javier y Arturo a3 años por participar con armas
en una manifestación.•A José, Francisco Javier y Arturo a 7 años por
estragos.•A Luis a 6 meses de arresto mayor.•A Rosa como encubridora a 6 meses
de arresto mayor•A José, Arturo y Francisco Javier a 2 años de prisión como
autores de homicidio involuntario.•A Luis como cómplice de homicidio, a cuatro
penas de 6 meses de arresto.•Asimismo a Rosa se le pedían cuatro penas de
multa.
Algunos llegaron a realizar
insinuaciones sobre posibles simpatías del fiscal hacia los acusados o hacia el
anarquismo, pero incluso aquellas penas sensiblemente reducidas, resultaban
absurdas y desproporcionadas si tenemos en cuenta la entidad real de las
pruebas aportadas y de las circunstancias extrañas que rodeaban al caso.
Contra escándalos y protestas el
juicio continúa sus trabajos y el 8 de diciembre se hace pública la sentencia.
El Tribunal presidido por el juez Alonso Hernández y asistido por los
magistrados Xavier O'Callaghan y Ángel de Prada, calificó los hechos como un
delito de imprudencia con resultado de cuatro muertes. Las penas impuestas
fueron las siguientes:
•17 años de prisión mayor a José
Cuevas, Javier Cañadas y Arturo Palma.•5 meses para Rosa López•2 años y seis
meses para Luis Muñoz.
Además de las penas carcelarias,
se les impuso la obligación de indemnizar a los dueños de la sala de fiestas
con doscientos ochenta y ocho millones de pesetas, ya las familias de víctimas
con cinco millones. Siempre resulta curioso el criterio que aplica la justicia
para valorar la propiedad y la vida.
La CNT protestó enérgicamente
contra la sentencia. Enrique Marcos, secretario de la CNT de Cataluña cuando
ocurrieron los sucesos escribió lo siguiente:
“La ley, la mayor parte de las
veces legislada y promulgada sin aprobación de la mayoría de aquellos a quienes
luego habrá de afectar, necesita cuando menos, bajo estas premisas, claridad y
credibilidad. Condiciones ambas que no se han demostrado suficientemente y que
me obligan a pronunciarme de forma decidida contra una sentencia basada
exclusivamente en las pruebas policiales de primera hora, sin aceptar las
posteriores implicaciones que han asomado durante la vista de la causa. Me
atrevo a asegurar la existencia de una intencionalidad manifiesta, la de cubrir
precipitadamente, lo que contrasta con los tres largos años de inactividad
judicial, con una sentencia benévola, el riesgo de un proceso exhaustivo que
pusiera de relieve cosas y cosillas quizás más comprometedoras que el propio
peón Gambín”.
Y a quien tampoco parece que
satisfizo fue a la extrema derecha, quien intensificó su campaña de atentados y
asaltos en toda España, como el que destruyó el local de la CNT en Valladolid.
Sobre la culpabilidad o inocencia
de los acusados existe desde siempre división de opiniones. Para muchos la
certeza de que existió una trama policial que estaba en el origen del suceso, y
la sospecha de que era imposible que unos cócteles molotov pudieran causar
semejantes estragos, hacía secundaria la cuestión de quién o quiénes fueron los
autores materiales del atentado.
Sin embargo algún día el
Movimiento Libertario debería hacer una autocrítica de aquellos años y entre
las muchas cuestiones que deberían plantearse, sin duda habría que hacer hincapié
en aquel culto a la violencia que se puso de moda por
aquel entonces, y que acabó
convirtiendo el cóctel molotov en una suerte de fetiche casi religioso, la
clandestinidad en una fascinante aventura y las estancias en comisaría en
medallas que se lucían con orgullo. Todo ello acabó generando un círculo
vicioso sin sentido en el que el activismo servía para ganar méritos de guerra,
y daba igual un autobús, un contenedor de basura o una sala de fiestas. Lo
importante era la acción por la acción, los objetivos carecían de importancia y
la estrategia era una pérdida de tiempo. Y si las masas no entendían nada de
aquello, no importaba, porque la explicación de que estaban dormidas y
embrutecidas era suficiente para despejar cualquier inquietud.
El propio Javier Cañadas,10 quien
rechazaba al igual que sus compañeros su participación en el atentado, reconoce
que él y sus amigos se dirigieron hacia la sala con esa intención, y en
respuesta a una sugerencia que les había hecho Gambín, y que sólo el casual encuentro
por el camino con unos compañeros de Rubí, que les mostraron lo absurdo y
disparatado de su plan, les hizo desistir de su propósito. Este era el ambiente
que se respiraba en el Movimiento Libertario. Un ambiente en el que podía
ocurrir algo cómo lo que cuenta Cañadas, cuando relata como Gambín les decía
que si no pasa nada en la manifestación podéis tirar los cócteles en la Scala y
les recriminaba sus titubeos con frases como sois unos maricones, ¡Vaya
anarquistas!
Eran muchos los que conocían esta
situación y callaban o incluso criticaban o calificaban de reformistas a los
que la denunciaban. Hoy resulta evidente que Gambín fue un provocador al
servicio de la policía y el caso Scala un montaje para acabar con la CNT, pero
algún día habrá que reconocer que muchos libertarios inconscientemente, por
error u omisión, por comodidad o irresponsabilidad facilitaron enormemente la
labor de la policía. El caso Scala no debería seguir siendo la gran coartada
para explicar el fracaso histórico de una organización que no supo superar sus
contradicciones y estar a la altura de las circunstancias. Resulta lamentable
que aún hoy, después de tantos años, se sigan oyendo voces de acusación y
reproche hacia talo cual persona en lugar de analizar en profundidad y con capacidad
de autocrítica un pasado que aún pesa como una losa. Para muchos libertarios
sigue siendo una asignatura pendiente saber identificar a los reales enemigos
exteriores y dejar de cazar brujas dentro de casa.
Hay que recordar que los sucesos
relativos al caso Scala se producen en un contexto de fuerte tensión interna en
la CNT dividida en dos sectores en pugna, y que el mismo caso Scala se
convierte en motivo de enfrentamiento entre esos sectores. Por un lado se
enfrentan en cuanto a la actitud que hay que tomar frente a la acusación
policial. Para unos la defensa dependía de la inocencia o no de los acusados,
para otros la culpabilidad o inocencia de los acusados carecía de importancia.
En el momento del juicio también hubo enfrentamientos y mientras para un sector
lo importante era lograr establecer la inocencia de los acusados y de la CNT,
para otros tenía más importancia convertir el proceso en un juicio político
contra el Estado.
En este sentido cabe recordar las
críticas que uno de los acusados –Xavier Cañadas– realizó contra la
organización a la que acusó de abandonar su defensa, llegando incluso a
intentar sustituir al abogado que se le había asignado la organización por Solé
Barberá, entonces diputado del PSUC quien no quiso saber nada del caso.
El canto del Grillo
El Tribunal terminó su labor,
pero el caso siguió abierto. El 15 de diciembre, pocos días después de hacerse
pública la sentencia, Cambio 16 publica una entrevista a Gambín. Después se
sabría que la entrevista fue realizada tiempo atrás y que su publicación se
había retrasado hasta que finalizara el juicio. En la entrevista Gambín no
aclara nada, sino que busca simplemente quitarse el muerto de encima. Tendría
que pasar un año más hasta que se decidiera a hablar más claro. En la entrevista
reconoce que se afilió a la CNT poco antes del atentado, al coincidir en la
cárcel Modelo con uno de los acusados –el mismo con el que compartiría piso al
salir de la prisión–; dice haber estado en la manifestación que se desarrolló
poco antes del atentado, pero niega que preparase todo y afirma que se enteró
de lo sucedido aquella misma noche al volver a casa y reunirse con algunos de
los acusados, quienes le confesaron que habían realizado el atentado contra la
Scala; rechaza la acusación de ser un confidente de la policía y achaca su
extraña puesta en libertad en noviembre de 1980 a un simple error burocrático
sin ninguna significación. Con estas declaraciones Gambín no hacía otra cosa
que ratificar la justeza de la sentencia judicial que se acaba de producir y
certificar la culpabilidad de los acusados. En definitiva, algo que como
acusado podría haber hecho durante el juicio en el que debería haber estado
presente, pero en el juicio no hubiera podido evitar las indagaciones de la
defensa sobre su posible relación con los servicios policiales.
Sin embargo su suerte cambió un
año después cuando en diciembre de 1981 es detenido por la policía en Valencia.
Trasladado a Barcelona, es interrogado por el fiscal del caso Alejandro del
Toro11 ante el que aclara –ahora sí– algunos puntos claves del caso. Según su
versión, la supuesta detención no había existido nunca, sino que él
voluntariamente se había entregado a la policía como única salida, dado lo
apurado de la situación en que se encontraba. Al parecer el fracaso de una
operación contra ETA en la que había participado y cuyo desarrollo había tenido
lugar mientras se producía el juicio del caso Scala, le había acarreado la
pérdida la protección de los Servicios Secretos de la que gozaba y en tal
situación no había visto mejor salida que la de intentar resolver su situación
entregándose a la policía. Junto con su persona entregó también varias pistolas
y documentos falsos que le habían sido proporcionados por los servicios para
los que trabajaba.
Gambín aprovecha la ocasión para
contarle su vida al fiscal. La parte que nos ocupa empieza en 1977, estando
preso con largas condenas pendientes. Es aquí donde es reclutado por los
Servicios Secretos para realizar una labor de confidente y colaborador. Su
nuevo trabajo es lo que da origen a aquel primer error judicial que le permite
salir amnistiado como preso político. Reconoce su participación en el grupo
ERAT y el haberlos entregado a la policía después de realizar algunos
sustanciosos atracos. En relación al caso Scala reconoce que su trabajo con los
acusados tenía como objeto incitarles a cometer actos de carácter violento para
luego entregarlos a la policía. Según él se trataba con ello de desactivar a
potenciales elementos terroristas. Parece ser que alguien creyó ver en los
acusados a un potencial grupo terrorista y pensó que lo mejor era incitar y
guiar su desarrollo, bien para destruirlo después o para que cometiese algún
acto que pudiera ser beneficioso para los intereses de la seguridad del Estado.
Gambín negó haber incitado a los
acusados a atentar contra la sala de fiestas, se mantuvo en su versión anterior
según la cual se enteró de lo sucedido por la noche del mismo domingo 15 de
enero, y que inmediatamente se apresuró a llamar a la policía, a los servicios
para los que trabajaba para proporcionarles los nombres de los participantes.
Esas podría ser una buena explicación para la rápida y brillante operación
policial que resolvió el caso en cuarenta y ocho horas. Joaquín Gambín alias el
viejo anarquista en los últimos tiempos vuelve a la cárcel, esta vez con su
antiguo alias de el Grillo. El 5 de febrero de 1982 el fiscal presenta la
acusación provisional contra Gambín, que consistía en haber enseñado a los
acusados a fabricar explosivos y en haber fabricado él mismo los seis cócteles
molotov que se utilizaron para atentar contra la sala de fiestas. El fiscal le
exculpa de haber participado en el atentado. Gambín fue procesado con una
petición fiscal de dieciséis años de prisión, pero el juicio tardaría aún dos
años en producirse, exactamente hasta el15 de diciembre de 1983.
Durante el juicio Gambín no duda
de manifestar su condición de confidente y colaborador de la policía. De hecho
meses antes, el 8 de agosto, estando en la cárcel, envió una carta al presidente
de la Sala Tercera para pedirle la libertad provisional en justa
correspondencia por los servicios prestados a la seguridad del Estado. Su
petición no fue considerada. A Gambín no le servirían de nada los servicios
prestados, al menos por esta vez.
CNT-AIT Puerto Real
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