AQUÉL
DÍA…
Aquél día, andaba yo tan despistado
Que, amanecí en el living del cielo,
Muerto de ayer, -teatralmente resucitado-
Relucido, por gris silencio de frío estaño.
Con trémula luz, -nimbo de santos-
Observé mis dudas, con principal cuidado.
¡A ver! Llevo… las lentes de ver corto,
El mechero y el paquete de ducados
Y, el carnet del paro… caducado.
¡Bien…El móvil…el móvil lo he perdido.
Mis dedos están todos y el pantalón
Americano, roñoso y desgastado.
Qué más… ¡carajo, las gafas de sol!
-Sin ellas no distingo a los beatos-
La caja de condones que, me duran todo un año,
Y…un fino recuerdo sobre un andamio…
Me giré instintivamente hacia un lado
Y, sorpresa, tras una mesa, envuelto
En pálido ocaso, con dos alitas de pollo,
Soldadas a sus costados, estaba vigilando,
El mismo favorecido que, en el trabajo
Disfrutaba, delatándonos al empresario.
Apartando una nube, le pregunto por el encargado.
Con sonrisa de limón, me afirma refunfuñando:
Es nuestro Padre Supremo, el mismo,
Que nos ha creado, sea siempre alabado.
Yo le respondo, bastante escarmentado:
Que mi padre se llama Antonio,
Angulo para más señas y el Teclo, apodado.
Que siempre ejerció de campesino
Y nunca de encargado; un hombre bueno,
Sencillo y trabajador nato ¡nada de sagrado!
Viendo que en el cielo no existen lentiscos
-Y la verdad sea dicha, me estaba meando-
Me hice un paracaídas, con las plumas del chivato
Y a la tierra me lancé, como abono necesario.
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