María Silva Cruz, María “La
Libertaria”
Autor: José Luis Gutiérrez Molina
De los afectados por la matanza de
Casas Viejas en enero de 1933 María Silva Cruz fue la que alcanzó mayor
popularidad. Si todos vieron cambiadas sus vidas la suya lo fue aún más. Tanto
que tres años más tarde hasta la perdió. Durante unos meses de 1933 su nombre
estuvo en boca de media España: en las del pueblo común, en las de jueces y
autoridades, en las de periodistas y políticos y en las de literatos y poetas.
Según los libros de la iglesia de
Nuestra Señora del Socorro de Casas Viejas, María nació al mediodía del 20 de
abril de 1915 y fue bautizada dos meses después, el 6 de julio, con los nombres
de María del Socorro, Josefa de la Santísima Trinidad. Datos que se contradicen
con los del Registro Civil en el que fue inscrita como nacida dos días antes,
el 18 de abril, y dos horas después, a las dos de la tarde. Sus padres eran
María Cruz Jiménez y Juan Silva González y tuvo siete hermanos: Catalina nacida
en 1917, Carmen, en 1919, Francisco, en 1921, Juan, en 1923, Manuel, en 1925,
Antonia, en 1927 y José quien, nacido en 1929, murió pocos meses después. Su
madre era hija de Francisco Cruz Gutiérrez, un carbonero conocido como
“Seisdedos” por tener ese número de dedos en manos y pies, y Catalina Jiménez
Esquivel. Su padre era hijo de dos vecinos de Guaro, en la provincia de Málaga,
afincados en Casas Viejas.
La infancia y adolescencia la pasó en
las Algámitas, en la finca “Zapatero”, donde la familia Cruz se dedicaba a
hacer carbón. Una economía llena de dificultades que tenía que completarse con
otras fuentes de ingresos. Como trabajar en la siega de la cosecha o emplearse
de criada interna. En la de los Suárez lo hizo la viuda del hijo de Catalina
Jiménez. A ella iba a veces una pequeña muy tímida a la que llamaba la atención
los grifos y los materiales de las paredes. Ni unos ni otros los tenía en la
choza en la que vivían. Era María.
Entre ocho y diez años vivieron allí.
Durante ellos murieron de gripe los dos hijos de Catalina Jiménez. Fue otra
muerte la que decidió a Francisco Cruz a instalarse en la aldea: la de Antonio,
el primogénito. Por esas fechas Catalina Jiménez también enfermó. Entonces
“Seisdedos” dijo que no quería llevar más muertos hasta Casas Viejas y se
fueron a vivir a la aldea. Sería 1928 o 1929. Un traslado que se realizó por
etapas. Primero “Seisdedos” con los niños mayores, entre ellos María que se
había criado con su abuelo y en el pueblo continuó viviendo con él. Esa fue la
razón por la que el 11 de enero se fuera a la choza de su abuelo antes que a la
de sus padres.
Aunque Casas Viejas era un pequeño
pueblo la vida de María cambió. Antes había recibido instrucción por parte de
su abuela y, a veces, de algunos de los maestros que solían recorrer los campos
ofreciendo sus servicios. Cuando llegaron sabían poco más que las primeras
cartillas. Fueron a la escuela durante un tiempo donde tampoco aprendieron
mucho. La maestra se preocupaba de que conocieran el catecismo y encargarles
faenas domésticas. Su mejor maestra fue su abuela Catalina Jiménez. Ella le
introdujo en las ideas libertarias leyéndole novelas, como las que editaba la
familia Montseny en la colección La Novela Ideal. Se sentaban por la noche en
torno a una vela y, durante horas, les leía.
Con quince o dieciséis años comenzó a
relacionarse con los muchachos que oían las historias que les contaban quienes
habían vivido los años anteriores a la dictadura de Primo de Rivera y conocido
cómo el primer sindicato creado en la población había desaparecido tras el
suicidio de su presidente Gaspar Zumaquero. Uno de ellos era Juan Estudillo, un
zapatero vegetariano, fundador del primer sindicato y tesorero desde 1933, que
era hermano de la madre de Manuela Lago, una de las mejores amigas de María.
Se ha discutido si María tenía ideas
anarquistas o simplemente era una joven que se vio arrastrada por unos
acontecimientos que le otorgaron un papel de revolucionaria que no tenía.
Seguramente en ambas afirmaciones tienen algo de verdad. Era una joven que
ocupaba su tiempo en las faenas que le encargaba su madre y ayudándole a coser.
Pero también era la muchacha que oía a su abuela leer novelas anarquistas,
tenía a familiares en los comités del sindicato y se reunía con otras jóvenes
también cercanas al mundo ácrata. Pertenecían a la CNT su padre, Juan Silva, su
tío, hermano de su padre, casado con Sebastiana otra hija de “Seisdedos”, y sus
tíos maternos Francisco y Pedro Cruz. Este último fue vocal del comité.
Además, perteneció al grupo de mujeres
libertarias que, con el nombre de “Amor y Armonía”, formaban una decena de
jóvenes entre las que se encontraba su hermana Catalina Silva Cruz, su prima
Catalina, Manolita Lago, Francisca Ortega y Ana Cabezas.
Un grupo cercano a los jóvenes de las
Juventudes Libertarias que se reunía en el local sindical y paseaban juntas por
la plaza principal de Casas Viejas. Uno de esos muchachos era Antonio Cabañas
Salvador, “Gallinito”. Era de más edad y mayor formación y vivencias que sus
compañeros. Fue quien animó a María y a sus amigas a formar el grupo anarquista
y comenzó “a salir con ella”. En la primavera de 1932 ambos protagonizaron un
incidente.
Paseaban por la Alameda en compañía de
Manuela Lago, su hermana Catalina y otras amigas. María llevaba al cuello un
pañuelo rojo y negro. Por la plaza también estaba el guardia civil Manuel
García Rodríguez, un veterano acostumbrado a otros tiempos y actitudes.
La visión de la jovencita alardeando
de los colores de los revolucionarios le pareció una provocación. Se dirigió a
la joven y le ordenó que se lo quitara. La muchacha se negó y entonces de un
manotazo se lo arrancó. Parece que María respondió con una bofetada y que
García, entonces, le amenazó diciéndole: ¡me las pagarás, Libertaria! A partir
de entonces comenzó a conocérsela con ese apodo. Parece claro por tanto que,
antes de enero de 1933, María tenía una militancia libertaria de la que no se
escondía. Así que no extraña que la mañana del día 11 de enero de 1933, tras la
proclamación del comunismo libertario en el pueblo, paseara por las calles
portando una bandera rojinegra y una pistola que le había entregado un vecino y
estuviera, como otras jóvenes libertarias, llevando comida, agua y realizando
labores de enlace entre los diversos puestos que habían establecido los revolucionarios.
Cuando la fuerza entró en el pueblo
María se refugió en la casa de su abuelo. Como hicieron otras ocho personas:
“Seisdedos”, sus hijos Pedro y Francisco, su yerno Jerónimo Silva, Josefa
Franco y sus hijos Francisco y Manuel, y Manuela Lago. Desde que comenzó a
disparar la ametralladora María, con Josefa Franco, Manuel García y Manuela
Lago, estuvo en la pequeña habitación trasera. Ninguno esperaba que incendiaran
la choza. Cuando comenzó a arder se refugiaron en la cocina gritando e insultando
a los guardias. Fue entonces cuando María y su primo Manuel García Franco
salieron. Los guardias dudaron lograron escapar. Menos suerte tuvieron Manuela
Lago y Francisco García Franco. Al salir fueron acribillados. María y Manuel
rodearon la choza, se escudaron en la burra y se dirigieron a su casa donde
estaban su madre, su padre, enfermo en la cama, y sus hermanos. Cuando la choza
del abuelo se derrumbó. Muertos de miedo se fueron a casa de su abuela
paterna.Llevaba el pelo quemado, la ropa manchada de sangre y hay familiares
que aseguran que María resultó herida en una pierna por una bala.
Amanecía cuando llegó la patrulla que
se llevó al padre de María al matadero. Su hermana Catalina y Mariana Lago, al
oír los cercanos disparos, se acercaron hasta los restos de la choza y vieron
la carnicería. Entonces todos decidieron huir al campo. A la llamada “Torre de
los Vela” o “Cortijo Benalup”, la construcción musulmana de donde procede uno
de los nombres del pueblo. Dos días permanecieron alojados en los establos
junto a otros familiares. El sábado 14 volvieron al pueblo, a la casa de la
abuela paterna. Ante ella, unas horas más tarde, unos guardias civiles se
presentaron y detuvieron a María. Llovía a cántaros y se la llevaron a la
administración de correos a esperar al coche para Medina donde iba a comparecer
ante el juez. Le acompañaron su tía Sebastiana y su hermana Catalina. Ambas
vieron como un guardia le dio un empujón cuando quiso protegerse del agua y
tuvo que esperar mojándose. Cuando llegó el autobús, esposada y entre dos
guardias subió.
María Silva ingresó en la cárcel de
Medina para responder de las noticias que iban apareciendo en la prensa sobre
su actuación. En el interrogatorio al que la sometió el juez lo negó. No había
participado en la insurrección, ni paseado por las calles con la bandera
confederal y una pistola y no había estado en la casa de su abuelo. Había
permanecido todo el día junto a su madre y familiares en su casa de donde no
habían salido. Los rumores sólo eran invenciones de la Guardia Civil y de gente
del pueblo que la quería mal. Sin embargo periodistas del Diario de Cádiz y ABC
la entrevistaron y pusieron de manifiesto las contradicciones de sus
declaraciones. Pero su figura iba adquiriendo, cada vez más, un carácter épico.
No sólo para los anarquistas, sino también para una población impactada por la
monstruosidad de lo ocurrido.
Para la derecha era el prototipo del
revolucionario. El periodista Julio Romano la presentó como una ácrata
furibunda que, cuando conoce el comienzo de la revuelta, exclama, con una
sonrisa, que ya era hora de que pudiera satisfacer su deseo de hacerse un
rosario de cabezas de ricos. El anarcosindicalismo y otras muchas personas
quedaron cautivados por la figura de la superviviente del incendio y representante
de aquellos campesinos rebeldes. La joven publicista Hildegart, muy famosa
entonces, escribió un artículo en el que convirtía a María en el símbolo del
revolucionario generoso, una Mariana Pineda del siglo XX, enfrentada al régimen
republicano convertido en un tumor que era preciso sajar. Su supervivencia la
convertía en un “yo acuso” permanente contra quienes no habían hecho otra cosa
que perfeccionar el ejercicio de la represión.
Las clases populares la hicieron suya
inmediatamente. A finales de febrero se celebraron los carnavales. En diversas
localidades andaluzas se cantaron coplas referentes a los sucesos que, en algún
caso, protagonizó María. Como las de “Los Racionalistas” de Carmona (Sevilla),
que la hacían depositaria de la memoria de “Seisdedos” y revolucionaria que
vengaría las muertes y mantendría encendida la llama del ideal anarquista.
Otra, de la cercana Alcalá de los Gazules (Cádiz), también la hizo símbolo
acusador de un gobierno responsable de lo ocurrido.
Tampoco pudieron escapar a la
fascinación de su figura periodistas, literatos y poetas. Eduardo de Guzmán y
Ramón J. Sender elevaron a Casas Viejas a la categoría de mito con sus
reportajes en los diarios madrileños La Tierra y La Libertad. Sender, retrató a
una “Mariquilla” que leía a sus vecinos los panfletos anarquistas que recibía
su abuelo, estaba dotada de una discreción e inteligencia natural, y era el
prototipo físico, morena y con un punto de melancolía, de la mujer andaluza. El
poeta comunista Daniel Plá y Beltrán la convirtió en protagonista de un
arrebatado poema en la que la comparó con una “pelada flor de la sierra” y Pío
Baroja `pidió que los centros anarquistas sustituirían los retratos de “viejos
barbudos” por una fotografía de María.
Mientras, en su celda María intentaba
escapar a las investigaciones del juez que buscaba su implicación en los
hechos. Durante la reconstrucción judicial, el guardia García Rodríguez aseguró
que había sido ella quien había limado las esposas de Quijada. Entonces volvió
a comparecer ante el juez para responder de esta acusación concreta que podía
convertirse en causa de su procesamiento. Su declaración de que no había estado
en la choza se vio cada vez más comprometida por los careos a los que fue
sometida. Manuel Ortiz Aguilar y Antonio Lara Jiménez, con quienes había
coincidido en la torre de los Vela, dijeron que María les había contado como le
quitaron las esposas a Quijada y que le había pedido que le cortaran el pelo
chamuscado.
Fueron los días durante los que
coincidió en la prisión de Medina con Miguel Pérez Cordón, el militante
cenetista del vecino pueblo de Paterna que había sido el primero en denunciar
públicamente los asesinatos. Cuando fue puesto en libertad su principal
preocupación fue apuntalar la versión exculpatoria. Publicó un artículo,
titulado “Figuras de la tragedia. María Silva “La Libertaria”, en el que
criticó la imagen que de la muchacha daba la prensa burguesa al servicio de los
intereses de las autoridades. Interesaba presentarla como quien cargaba las
escopetas de su abuelo que, buen tirador, no erraba el disparo. Tanto se había
repetido que ya eran los personajes centrales de la tragedia. Pero si
“Seisdedos” había muerto, María vivía y era acosada por fotógrafos y
periodistas que ponían en sus labios las más peregrinas respuestas. Estaba
seguro de que todo lo que se decía no era sino un montaje acusador pagado por
los señores de Casas Viejas. No había repartido armas, ni cortado las esposas a
Quijada ni huido de la choza incendiada.
Para dar credibilidad a sus afirmaciones
Cordón utilizó otros hechos que habían ocurrido y sobre los que no cabía la
menor duda. La vesania de las autoridades no se había detenido en los
asesinatos cometidos, ni en acusar injustamente a la muchacha, sino que hasta
la habían acosado sexualmente. Cuando llegó a la prisión de Medina, María
estaba mojada, aterida de frío y con fiebre. Nadie la atendió, ni siquiera le
dieron medicamentos. También sus cartas fueron censuradas y se le prohibió
recibir prensa. Aunque su mayor sufrimiento moral se lo proporcionaron las
libidinosas insinuaciones diarias del jefe de la cárcel que llegó a prometerle
trabajo, cuando quedara en libertad, a cambio de besos. Denuncias que también
hizo suyas otro conocido anarcosindicalista andaluz, Alfonso Nieves Núñez que
por esa época tenía una estrecha relación con Ana Cabezas, otra de las jóvenes
del grupo “Amor y Rabia”.
Aunque el juez puso en libertad, por
unas horas, a María que volvió a ser detenida, incomunicada y trasladada a la
Prisión Provincial en Cádiz en donde permaneció hasta finales de febrero. La
tradición familiar atribuye su liberación a las gestiones que Miguel hizo ante
Marcelino Domingo, ministro de Agricultura. No parece probable. Estaba a
disposición de dos juzgados, el civil que había comenzado a instruir una
primera causa por los sucesos acaecidos y el militar que había abierto otra por
haber sido atacada la fuerza pública, con resultado de muerte, y empleadas
armas de fuego. El juez de la segunda, a mediados de febrero, comunicó que de
las diligencias que había practicado, ni en las que le había proporcionado el
juez civil, no se podía deducir ningún indicio de que María hubiera agredido,
insultado o realizado actos o demostraciones ofensivas de obra o palabra contra
la Guardia Civil. Por ello solicitaba su puesta en libertad independientemente
de lo que decidiera el juzgado instructor del otro sumario o el Gobernador
Civil. Como ninguno de estos dos puso objeción alguna, el día 21 fue puesta en
libertad en compañía de otros dos detenidos, Cristóbal Toro Peña y Francisco
Pérez Franco.
Seguramente la causa última de su
puesta en libertad estuvo en la intención, tanto del juzgado como del gobierno,
de rebajar la tensión en la opinión pública ya bastante soliviantada por los
estremecedores sucesos y el espectáculo del mundo político. No ayudaba a
rebajarla el encarcelamiento de una joven que había perdido a una decena de
familiares e estaba convirtiéndose en un mito a medida que pasaban los días.
Además, tampoco resultaba fácil imputarle ningún delito. No cabía la menor duda
de que tenía ideas anarquistas, de las que hacía exhibición vistiendo lazos y
corbatas rojas y negras, y que su familia había participado activamente en la
rebelión. Pero que en su caso, salvo su negativa a reconocer que había estado
en la choza de su abuelo, la única acusación que podía hacérsele era la de
haber limado las esposas de Quijada. Durante las tres semanas que permaneció
María encarcelada en Cádiz recibió en diversas ocasiones la visita de Pérez
Cordón. En Cádiz también estaba preso “Gallinito”, su novio. Fue cuando María y
Miguel se enamoraron. Unas circunstancias que permitieron a Federica Montseny
escribir unas páginas llenas de imágenes de diálogos furtivos, entrecortados a
través de las rejas, de palabras sueltas dichas como al aire y miradas que
hablaban más que los labios. Unas sensaciones que jamás había sentido la joven
en su relación con Cabaña. Era el amor, el soberano que se apodera de los
cuerpos y las almas.
Ya en libertad Pérez Cordón y María
pasaron un día en Medina. Jornada que describió en un artículo aparecido en el
periódico El Luchador. En libertad y sin cargos no tenía sentido mantener la
ficción de que María no había estado en la choza. Ahora Cordón proporcionaba
nuevos detalles sobre lo ocurrido. Nada menos que de un testigo presencial.
Miguel llegó de Paterna y María de Casas Viejas. Tenían que presentarse a media
mañana en el juzgado. Ella para prestar otra declaración más ante el nuevo
juez. Él para recoger los libros que la Guardia Civil se había llevado cuando
registraron su casa. Durante dos horas declaró María sobre si había estado en
la choza de su abuelo. Un tiempo durante el que volvió a oír reproches contra
su familia que la había envenenado y una novedad: que si Miguel era familiar.
Las noticias de su relación corrían rápidas.
Por primera vez María reconoció
públicamente la verdad de lo sucedido. Estaba en la choza y huyó cuando vio que
iba a morir achicharrada o acribillada. No era verdad que lo hiciera por la
ventana trasera como decían, lo hizo por la puerta. Fue la burra quien le salvó
la vida. Tropezó con ella y ambos cayeron al suelo. Las balas alcanzaron al
animal. Después se levantó y saltó las tunas. Al llegar a su casa se bebió dos
vasos grandes de agua y pasaron las horas en la oscuridad, con su padre en la
cama enfermo y sus hermanos pequeños llorando. Al amanecer llegaron los
guardias y se llevaron a su padre. Después su madre y algunos niños se fueron y
se quedaron su hermana Catalina y cuatro primos. Escondiéndose por las calles
buscaron la salida del pueblo. Allí encontraron a su madre y a los demás niños.
Fue al día siguiente, cuando Catalina fue al pueblo, cuando se enteraron de la
tragedia ocurrida.
Cuando la Guardia Civil la detuvo al
volver a su casa la hicieron pasar por delante de la choza quemada y le
preguntaron con burla si no la reconocía. En el cuartel el sargento la maltrató
y pretendió cachearla él mismo. Querían ver si su pelo estaba quemado, si tenía
rastros de heridas o quemaduras en alguna parte de su cuerpo. Había muchos
detenidos a los que pegaban continuamente. Sin embargo no la tocaron. Sólo
cuando la llevaron a coger el coche que la iba a llevar a la cárcel de Medina
la echaron fuera de la Administración de Consumo donde se habían refugiado de
la lluvia. Mojada, con las medias rotas del campo fue como la vieron los
periodistas y por eso escribieron que era una muchacha sucia. Después la
pusieron en libertad y regresó a Casas Viejas. Por poco tiempo. Al día
siguiente unos guardias se la volvieron a llevar al cuartel pasando, de nuevo,
por la choza donde los perros mordisqueaban los huesos de los suyos. Después
sus caminos se habían cruzado y Miguel ya conocía todas las vicisitudes.
Miguel y María vivieron en Paterna
hasta que en agosto se trasladaron a Madrid donde Cordón se incorporó a la
redacción del diario CNT. Antes, en Cádiz, se hicieron una fotografía. María
viste un traje negro y medias del mismo color. Miguel un terno, con la camisa
abrochada, sin corbata, al estilo de los campesinos andaluces, y por el
bolsillo superior de la americana le asoma el capuchón de su pluma. Fue su
“foto de bodas”. María pasa su mano izquierda por el hombro de su compañero
quien cuidadosamente la coge. En la derecha tiene un clavel. La flor símbolo
del amor.
La familia de María estaba en Cádiz.
Se había trasladado para huir del asfixiante ambiente de Casas Viejas. La
Comisión Pro-Víctimas les pagaba el alquiler de la casa y 250 pesetas mensuales
que completaban con el trabajo que Catalina y Carmen realizaban en una peluquería.
También pusieron unos maestros que se encargaron de la educación de los niños.
Un sostén que no duró mucho tiempo.
Poco a poco las suscripciones fueron menguando hasta que la situación se hizo
insostenible. Fue entonces cuando se trasladaron a Paterna. En el pueblo Cordón
les podría ayudar mejor y los niños aprenderían un oficio. Podrían esperar en
mejores condiciones que el congreso de los diputados aprobara una pensión de
250 pesetas mensuales para los familiares de los asesinados. Los Silva Cruz tenían
derecho a ella por el asesinato del cabeza de familia, Aunque las familias de
quienes habían muerto en la choza no fueron incluidas. Para solicitarla se
hicieron una foto familiar en la que están prácticamente todos los
supervivientes de la familia de “Seisdedos”. Doce, sólo faltan Mercedes Cruz y
su marido Manuel Prieto que fueron los únicos que permanecieron viviendo en
Casas Viejas, y Manuel Silva Cruz, hermano de María, que estaba en una colonia
escolar. Está tomada en la sede de la CNT de Cádiz. En el centro aparece María
con el mismo traje de la “foto de su boda”. Ya era una persona conocida en toda
España que inspiraba a poetas y literatos y cuya vida había cambiado como la de
quien iba a ser su compañero desde entonces.
No sabemos con precisión si Miguel y
María formaron lo que hoy llamaríamos una pareja de hecho, o se inscribieron en
el Registro Civil. Aunque sí que su unión contó con la autorización de la
madre, María Cruz Jiménez y que ambos viajaron en verano a Madrid. En la
capital de la nación vivieron varios meses. Un tiempo del que desconocemos
donde tuvieron su domicilio y con quienes se relacionaron. Seguramente no
salieron del círculo anarcosindicalista que les proporcionaría casa por los
barrios de Lavapiés o La Latina muy cercanos a la redacción del periódico. De
esos meses contamos sólo con una fotografía realizada a principios de octubre.
Por ella podemos apreciar los cambios que se habían producido en ambos durante
esos meses. María aparece con un vestido blanco y tiene el pelo suelto y
rizado. Miguel lleva otro terno y viste ahora corbata. No ha cambiado el
capuchón de la pluma que asoma, como antes, del bolsillo superior de la
chaqueta. También ha modificado su peinado. Tienen un aspecto más urbano, el
del periodista del portavoz del principal sindicato del país y su compañera.
María intervino en el mitin que la CNT
celebró a fines de noviembre en el cine Europa en el que fijó su posición tras
los resultados electorales de unos días antes que habían dado la mayoría
parlamentaria a la derecha republicana del partido Radical de Alejandro Lerroux
y a la extrema derecha de la CEDA de Gil Robles. Además intervinieron
militantes muy conocidos en Madrid como Teodoro Mora, Pedro Falomir Antonio
Moreno, Claro J. Sendón y Valeriano Orobón Fernández. El acto era el inicio de
la campaña que buscaba preparar el ambiente para que la CNT encontrara el momento
de cumplir la palabra que había empeñado cuando llamó a la abstención: si
ganaban las derechas, los anarcosindicalistas irían a la revolución. Acudió una
multitud que abarrotó el local, la terraza aneja e invadió la calzada de la
calle Bravo Murillo.
Cuando se anunció se iba a hablar
María se hizo un profundo silencio. Llevaba unas cuartillas en la mano con el
texto de su intervención. Seguramente se las había escrito Miguel. Estaba
nerviosa y emocionada. Muchas cosas habían cambiado en pocos meses. De la aldea
de Casas Viejas había pasado a vivir en Madrid y ahora estaba frente a miles de
personas que esperaban oírla. Comenzó a leer y su voz resonó en la sala a donde
llegaron los ecos de los altavoces:
“Compañeros y compañeras, pueblo de
Madrid que en estos momentos
escucha la voz emocionada de una
superviviente de la tragedia que
conmovió a España y al mundo entero;
pueblo que muestra su rebeldía,
su ansia de superación y de terminar
con todos los traidores, con
todos los vagos profesionales que le
han esclavizado...”
Según la crónica aparecida en el CNT
no pudo continuar. La emoción le embargó y comenzó a llorar. Los aplausos
resonaron en la sala y el presidente del mitin fue quien terminó de leer el
escrito que finalizaba con una invitación a la lucha revolucionaria.
Miguel y María permanecieron en Madrid
unos meses más. El diario no se editaba pero la redacción continuó trabajando.
Cambiaron de local y durante algún tiempo se pensó que podía reaparecer. Aunque
cuando lo hizo, ocho meses después, Cordón no era ya redactor y había regresado
a Paterna. ¿Cuándo lo hicieron? La tradición familiar dice que cuando supieron
que María estaba embarazada. Si es así, teniendo en cuenta que su hijo no nació
hasta primeros de mayo de 1935, permanecieron en Madrid al menos hasta
septiembre de 1934. Sin embargo tenemos el testimonio del propio Cordón quien
en octubre aseguró que volvió “unos meses antes”. Es decir, al menos, en julio
o agosto. Fueron las semanas en las que trabajó en la explotación colectiva de
Belmonte que había puesto en marcha el año anterior.
El regreso de Pérez Cordón y de María
estuvo lleno de dificultades. Se reunieron con sus familias y supieron que
esperaban un hijo, pero el contexto no era el más propicio, ni el económico, ni
el social, ni el político. Se instalaron en el soberao de una casa de vecinos.
Poco más que una habitación y un cuarto de estar. Trabajaba donde y cuando
podía, de jornalero, de maquinista o recogiendo aceituna. Allí, el 5 de junio
de 1935 nació su hijo Sidonio. Una fecha y en unas circunstancias especiales.
Tantas como tendría la vida de ese niño. La primera es que oficialmente nació
el siete de julio aunque en realidad lo hiciera un mes antes. Pero no es la
única. El 28 de septiembre de 1936 el sacerdote Camilo García lo bautizó en la
iglesia de Nuestra Señora de la Inhiesta, junto a una veintena de niños que no
lo habían sido por sus padres. Se le cambió el nombre por el de Juan más acorde
con los tiempos de nacional catolicismo que se vivían en Paterna y fue inscrito
como nacido el 1 de enero de 1936. Un error que se debió, posiblemente, a la
acumulación de trabajo.
También el parto estuvo rodeado de
circunstancias especiales. En 1935 se encontraba de comandante del puesto de la
Guardia Civil de Paterna el cabo Manuel García Rodríguez, uno de los guardias
supervivientes de Casas Viejas. El mismo con el que María había tenido el
incidente del pañuelo. Su mujer era comadrona. Ni María ni Miguel querían que
fuera ella quien asistiera al parto. En el pueblo había otra y fueron a hablar
con ella aunque la mujer del guardia insistía en ser ella. Por esos días, otra
vecina estaba también a punto de dar a luz. Cuando la partera la atendía nació
Sidonio y a María la asistió la que ella quería. Un año más tarde, en mayo de
1936, García fue trasladado al puesto de Arcos. Precisamente de Arcos fue de
donde vinieron, según algunos testimonios, quienes registraron la casa de
Miguel y María y, unos días después, la detuvieron.
En Paterna ha quedado un confuso
recuerdo de cómo se produjo el triunfo del golpe de Estado de julio de 1936.
Están presentes la ocupación efectiva de la población la noche del 23 de julio
y la sucesión de asesinatos que se produjo esa misma madrugada. Con menor
claridad se sabe quienes la protagonizaron. Si fueron fuerzas venidas de Alcalá
o Medina y cual era su composición: guardias civiles, paisanos e, incluso,
unidades del ejército de África que ya habían desembarcado en Cádiz. En
cualquier caso lo sucedido en la localidad es un ejemplo más de por qué no se
pueden calificar de operaciones militares las ocupaciones de las poblaciones
gaditanas.
Las noticias de la sublevación en
África se conocieron la misma noche del 17 de julio. El rumor se extendió por
el pueblo que comenzó a movilizarse. Tanto la corporación municipal como la
Asociación Campesina de la CNT se reunieron el día 18 y acordaron tomar las
medidas oportunas para evitar cualquier movimiento de los conspiradores, en
especial la ocupación del ayuntamiento, empleando la fuerza si era necesario.
El cabildo envió sendos oficios a los jefes de la Guardia Civil y de
Carabineros instándoles a obedecer únicamente sus órdenes. También se discutió
si se entregaban armas al pueblo. La reunión se prolongó hasta entrada la
madrugada del domingo19 cuando ya había llegado de Medina el teniente de la
Guardia Civil Manuel Martínez Pedré con el bando proclamando el Estado de
Guerra y la orden del Gobernador Militar de Cádiz, general López Pinto, para
destituir al cabildo y hacerse cargo del poder municipal.
La mañana del domingo 19 fue muy tensa
en Paterna. Varios concejales se opusieron con vehemencia a entregarle el
gobierno de la población. Formalmente se hizo cargo de él, al día siguiente,
José Reig de Deu, teniente de Carabineros y jefe del puesto de ese cuerpo en
Medina Sidonia que contó con el refuerzo de veinte guardias. Cuando llegó, se
encontró con el pueblo en la calle. Invadía la plaza y la calle Real donde escuchaba
las noticias que difundían las emisoras de radio de Madrid. Se dirigió al
ayuntamiento y, desde el balcón, habló a los vecinos tratando de calmarles, lo
que no consiguió del todo. Hasta la noche del veintitrés en el pueblo se vivió
una especie de “doble poder” en el que, aunque los golpistas tenían ocupado el
ayuntamiento, no controlaban la situación y eran vigilados por grupos de
trabajadores que no perdían de vista al edificio y la central telefónica. Los
bandos de guerra fijados eran sistemáticamente arrancados mientras que los
trabajadores que estaban en los cortijos los abandonaban y regresaban al
pueblo.
Una situación que terminó la noche del
23 cuando sus habitantes decidieron abandonar la huelga y vigilancia y pasar a
la acción. Se formaron grupos que poco después intentaron asaltar el cuartel de
la Guardia Civil, la central de teléfonos y se enfrentaron a las patrullas de
guardias y carabineros. La ocupación de la casa de teléfonos no se efectuó con
la suficiente rapidez para impedir que comunicara a Medina lo que sucedía. De
nuevo Martínez Pedré se presentó con un grupo de guardias civiles y algunos
falangistas y civiles. Se les unieron los carabineros y guardias civiles
locales y algunos vecinos. Comenzó entonces lo que los rebeldes denominaron
“enfrentamiento” que sólo originó víctimas entre la población: catorce muertos,
algunos heridos y la práctica totalidad de la población huída al campo.
Cuando las tropas entraron en Paterna,
María, junto a Miguel y su hijo, se refugió en su casa. Esperaron
acontecimientos hasta que, bien porque oyera los disparos o le comunicaran lo
que estaba pasando, Cordón decidió que lo mejor era escapar. Fueron momentos
tensos y de decisiones dolorosas. ¿Debía irse sólo o con María y su hijo?
Nadie sabía hasta qué punto estaban
dispuestos a llegar los sublevados y no se podía saber el tiempo que duraría la
separación. María no le acompañó, el pequeño no podría aguantar el camino.
Además ¿quién iba a tocarla? Aunque, a medida que pasaron los días y se
comenzaron a conocer las brutalidades de los sublevados, Miguel, desde Ronda a
donde había logrado llegar, comenzó a dudar y a pensar que quizás toda su
familia debiera partir, como habían hecho otras familias, hacia Jimena o
Algatocín. Así se lo hizo saber en una carta que escribió el día 12 de agosto,
once días antes de que María fuese asesinada.
Tras la marcha de su compañero María
se marchó a casa de los padres de Miguel. La represión en Paterna, como en la
mayoría de las localidades que iban ocupando los sublevados, comenzó el mismo
momento en que se hicieron cargo de la población, continuó durante los años del
conflicto y se prolongó durante las largas décadas del franquismo. Fue en este
primer instante, que comenzó con los asesinatos de la noche del día 23, al ocupar
la ciudad, y duró hasta comienzos de septiembre, cuando se produjeron casi la
mayoría de crímenes que conocemos. Entre ellos el de María Silva.
Allí permaneció hasta que la
detuvieron. Pérez Cordón dice que ocurrió el miércoles 19 de agosto. ¿Dónde
estuvo hasta su asesinato el lunes 24? Seguro que primero en la cárcel de
Paterna. ¿Fue trasladada después a Medina? Los testimonios están divididos.
Unos dicen que sí, otros, por el contrario, aseguran que se la llevaron
directamente de Paterna para matarla. Incluso hay quien dice que la mataron
sola no en compañía de Catalina Sevillano y Martín Menacho. Sí parece que su
hijo Sidonio estuvo con ella hasta que se lo entregaron a la familia el día en
que se la llevaron para matarla.
También hay diferencias sobre quienes
fueron sus asesinos. Mientras que hay quien dice que fueron falangistas de la
Columna de Mora Figueroa, que tenían un cuartel cercano, otros descargan la
responsabilidad en falangistas de la misma Paterna. Aunque las divergencias
entre los testimonios no permite asegurar con precisión los participantes.
En la memoria local, refrendada por la
documentación del Gobierno Civil conservada, figuran los nombres de hasta una
docena de miembros de las Milicias Patrióticas aquellos grupos a los que los
militares golpistas encargaron, junto a la Falange, el control de la
retaguardia. Siempre bajo la supervisión de los comandantes militares de las
localidades. Fue bajo sus órdenes como prestaron los servicios de toda clase,
de armas y nocturnos de los que hablan los informes del Gobierno Civil. Aunque
la desaparición de la documentación generada por la Delegación de Orden
Público, a cargo de un militar, nos impide conocer más detalles sobre ellos.
Tampoco hay unanimidad sobre el lugar
donde fue asesinada y qué ocurrió después con su cadáver. Hasta media docena de
lugares se dice que fue el lugar del asesinato. El más común es el conocido
como la “Laguna de Medina”, donde también fueron asesinadas otras personas. Un
lugar del que se ha escrito que “hasta después de haber pasado la guerra, los
caballos y mulos no había forma de hacerlos pasar, les hacía repugnancia el
olor a sangre humana”. Aunque otras versiones aseguran que fue en las carretera
de Paterna a Alcalá o Paterna a Medina o en “El Visillo”, o junto al palacio de
El Jautor en el término de Alcalá de los Gazules, o en la finca “El Majón” en
la Laguna de La Janda, o en el kilómetro 5 de la carretera de Paterna a Jerez.
Su cuerpo, para unos, fue arrojado a una fosa común en las cercanías del
Ventorrillo del Retín o quedó en la Laguna de Medina. Para otros el camión de
Manuel Colón la llevó a Paterna en cuyo cementerio fue enterrada. Lo que es
seguro es que todavía hoy María Silva sigue siendo, como otra treintena de
paterneros y decenas de miles de españoles, una desaparecida sin que tenga
siquiera inscrita su muerte en el Registro Civil.
La muerte de “La Libertaria” se
difundió rápidamente. El recuerdo de la matanza de Casas Viejas continuaba
presente incluso en esas horas sangrientas. Entre tanto horror y muerte, la
noticia ocupó espacio en las páginas de la prensa, en especial de la
anarquista. El primero en darla fue Tierra y Libertad el 10 de septiembre. Dos
días después lo hizo el diario cenetista valenciano Fragua Social. A partir de
entonces María Silva ha ocupado un lugar propio en el mundo anarquista y en el
social andaluz. En 1951 Federica Montseny escribió una novela corta destinada a
mantener su recuerdo. Hasta se ha pensado que podía servir de reclamo para un
negocio hotelero en su localidad natal. Poco después de su muerte, la poeta
Luisa Sánchez Saornil le dedicó un romance que terminaba con el momento de su
secuestro:
Látigos hienden la noche.
-Corazón mío, es el viento…
Y María Silva canta:
“Duerme… nanita… arrapiezo.”
Puños de gigante baten
La puerta del aposento,
Y la noche entra de pronto,
Negra de horror y misterio.
-Ráfagas de fuego arrancan
Desgarrones de silencio-.
¡Ay, María Silva Cruz,
Carne dolida del pueblo!
Rugió brutal el destino.
¡Al fin, María Silva! ¡Fuego!
…
¡Ay! María Silva Cruz
(“Libertaria”, por tu abuelo)
¡Carne de tu misma carne,
Te vengará el pueblo íbero!
Fuente: Todos los nombres
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