Pederastia en el clero español
Cuando le interesa a la Iglesia
Católica, Apostólica y Romana (ICAR), ya que se pone al día. Digo esto porque
las basílicas de la Virgen de los Desamparados de Valencia y la catedral de la
Almudena de Madrid realizan el cobro de limosnas y donativos mediante tarjeta
de crédito o a través del teléfono móvil. Sin embargo, cuando se trata de
actualizar su arcaica norma del celibato (causa principal de muchos de sus
abusos sexuales) para sus miles de servidores/sacerdotes miran para otro lugar,
de tal manera que han contraído una tortícolis aguda crónica de tanto mirar
para otro lado, en lo que afecta a sus miembros pederastas. Estas viejas
costumbres son el actual impuesto de la Fe, realizadas telemáticamente. No
tiene bastante con apropiarse de propiedades ajenas, esquivando todo lo que sea
pagar por sus ingentes fortunas, sino que ahora se han convertido en unos
“cobrones” a distancia. Aunque lo grave no es eso, sino que tiene que dejar de
una vez por todas de vivir de las arcas del Estado, que son las nuestras. Dónde
queda aquella frase bíblica, tan cacareada en tantas ocasiones por ellos desde
los púlpitos: “que tu mano derecha no sepa lo que hace tu mano izquierda”;
dónde que la privacidad de sus feligreses, por qué tiene que saber cuán
generoso es cada uno de los feligreses o feligresas. Esto no es una idea
originaria de España, ya que terminales parecidas se instalaron por primera vez
en parroquias de Nueva York, Chicago y San Francisco, continuaron por Gran
Bretaña, donde hay más de 16.000 templos con esas modernidades recaudatorias de
donativos y limosnas. Donativos que son simples entradas a espacios religiosos
que no tributan a las arcas estatales, cometiendo un verdadero fraude económico
al conjunto de la sociedad de los diversos países. Dicen que no hay que robar,
pero ellos roban a manos llenas. Estas modernidades contrastan con sus rituales
y costumbre medievales en el resto de su actuación diaria.
Pero vayamos al asunto del que
hoy toca escribir, la Pederastia. Parecía que eso de la pederastia sólo ocurría
en otros lugares del globo terráqueo y no en la España Católica, Apostólica,
Romana y célibe. Pero la realidad es tozuda y a la larga se impone. Y, muy a
pesar suyo, los escándalos por abusos sexuales les están saltando a la cara,
tanto en cantidad como en la calidad de los ejecutores de los mismos (obispos,
arzobispos, cardenales), ya no son simples sacerdotes en parroquias de
recónditos pueblos de perdidos valles, en la abrupta geografía española, allí
donde Jesucristo perdió el bolígrafo bic naranja o bic cristal; sino en los
colegios más selectos de las órdenes más selectas, léase, en los Maristas y
Jesuitas de Catalunya.
Y mientras la Conferencia
Episcopal Española continúa, con su torticolis aguda, mirando para otra parte,
ha tenido que ser una de las órdenes mencionadas anteriormente la que ha
abierto una investigación interna para tratar la cuestión. No es que la
investigación vaya a tener mucho recorrido ni graves consecuencias para sus
miembros pederastas, pero al menos han anunciado un mínimo gesto que se
desmarca de la actitud encubridora de la Jerarquía Eclesiástica Española, será
por eso por lo que parte de la jerarquía catalana está más por la ruptura que
por el continuismo de la “Nación Española”; esa Una, Grande y Libre. Veremos.
En este asunto, de graves consecuencias sociales, por las secuelas que quedan
en los afectados y afectadas, no cabe decir, como ellos pretenden, que no
sabían nada, que nadie había denunciado la terrible situación. Eso es falso,
totalmente, ya que hace 23 años que salió a la luz un documentado libro que
hablaba del tema de La vida sexual del clero, impreso en una ciudad del Vallés
Occidental barcelonés en 1995, y cuyo autor es el periodista Pepe Rodríguez,
experto como pocos en tema relacionados con la Iglesia. En la página 145,
escribe sobre el caso del padre Luis To González, de “los jesuitas de Sarrià”
(Barcelona capital), el cual abusó de una niña de 8 años (abril de 1992), en
presencia de un niño de 9 años. Un libro que “partiendo desde la psicología, la
teología y el periodismo de investigación, presenta un estudio muy riguroso y
de muy graves conclusiones. En el muestra cómo la mayoría del clero actual
mantiene relaciones sexuales; y señala la absoluta falta de legitimidad
evangélica del celibato obligatorio; y analiza los intereses que llevan a la
jerarquía católica a forzar hábitos sexuales patológicos y/o delictivos entre
el clero”. En el libro citado, decenas de sacerdotes pederastas recorren sus
páginas.
En la curia de gobierno del
arzobispado de Barcelona todos los prelados han conocido los detalles de la
historia de corrupción de menores, pero al menos cinco de ellos han tenido
responsabilidades directas en su encubrimiento: los cardenales Narcís Jubany
Arnau y Ricard María Carles Gordo y los obispos auxiliares Carles Soler
Perdigó, Jaume Traserra Cunillera y Joan Enric Vives Sicilia. Son los silencios
de los cardenales y obispos, en casos de pederastia, los que legitiman y
desautorizan la propia integridad moral de la Iglesia como institución. Sería
muy larga, demasiado larga y repugnante, la lista de pederastas encubiertos por
la jerarquía eclesiástica barcelonesa. La misma parroquia de Santa María de
Badalona (ciudad donde se publica Orto), no ha sido ajena a estas prácticas de
curas pederastas. Pero como siempre se miró para otro lado, a pesar de las
denuncias presentadas por parte de los muchos afectados y afectadas. No es este
el momento ni el lugar para dar una lista con los nombres y apellidos de los
implicados en esa ruin práctica sexual. Es cuestión de acercarse a cualquier
biblioteca y pedir el libro y adentrarse en sus 342 páginas para darse cuenta
de la magnitud de los atropellos cometidos contra personas inocentes, a las
cuales se les ha destrozado en parte o totalmente sus vidas.
Aunque la pederastia es dañina
provenga de donde provenga, la gravedad de los abusos sexuales cometidos a
menores de edad por el clero es de una mayor gravedad, ya que es el clero quien
predica a diario, desde los púlpitos y confesionarios, la “recta moral”, la que
tiene que ser practicada por el “pueblo” sea creyente o no. Ya ellos predican
la doctrina de la verdad y la vida, según la encíclica del nuevo “Santo” Juan
Pablo II (EL Turista). Si es así, por qué mienten y por qué rompen vidas de sus
propios creyentes. La situación se agrava cuando en vez de poner a disposición
de la justicia ordinaria a esos delincuentes sociales, la respuesta de sus
superiores era un simple cambio de parroquia, de provincia o de país. Otra
institución con los miles y miles de casos de pederastia ya hubiera
desaparecido del mapa social, pero la Iglesia ahí sigue, dando sermones de
moralidad y buenas costumbres. Y si alguien se pregunta el porqué de su
continuidad, la respuesta es sencilla y simple: porque hay muchos intereses
detrás de ella, porque es el soporte de la injusta sociedad en la que vivimos.
Dice estar con los pobres, pero siempre se pone de parte de los ricos cuando la
situación lo requiere, cuando hay que apoyar cualquier dictadura que beneficia
a su interés particular, allí la tenemos dando soporte social, económico y
espiritual a los dictadores y sus lacayos. Por eso y por otra multitud de
razones, la Iglesia, las iglesias no desaparecen, ya que son cómplices
necesarios para mantener en cualquier parte del mundo el status quo de la
miseria y la explotación de la humanidad. La bomba de relojería, con detonante
retardado, de la pederastia en España, ya les ha estallado en las propias
manos. Por mucho que la Conferencia Episcopal Española quiere escabullir el
bulto y se haga, una vez más, el “sueco” o el longui, la situación se hace
insostenible.
Si salimos de nuestras fronteras,
la situación es todavía más grave, ya que altos mandos del Estado Vaticano
están implicados de manera inapelable en casos de abusos sexuales. Ya no pueden
ocultar la hecatombe moral, para la iglesia de la Verdad y la Vida, que supone
los miles y miles de implicados en ese escándalo mundial que es la pederastia
del Clero Católico. El informe de Pensilvania (EE.UU.) o la sentencia de
Melbourne (Australia), junto a lo descubierto en la República de Irlanda,
Alemania, etc., presentan un sombrío panorama de la actuación pederasta de la
ICAR en muchas partes del mundo.
Entre los cardenales señalados
están algunos de gran relevancia dentro de la Iglesia Católica. Destacan los
siguientes: George Pell, asesor del Papa y superministro de Finanzas, el cual
afronta su segundo proceso; el cardenal Francis Law, fallecido en 2017, fue la
cara de la vergonzosa gestión que durante años hizo la Iglesia de los
escándalos de pederastia. Protagonista de la extensa investigación del Boston
Globe, el cual dimitió como arzobispo de Boston al saberse que había encubierto
a decenas de curas pederastas. En 2004, el Papa Juan Pablo II (El Encubridor) le
nombró arcipreste de la Basílica de Santa María Maggiore (Roma) y le mantuvo el
rango de cardenal; el prelado Theodore Mc Carrick, abusó, presuntamente, de
decenas de jóvenes, pero la Santa Sede nunca clarificó durante cuánto tiempo ni
desde cuándo lo supo. El papa Francisco, acusado por el exnuncio en Whasington
de encubrirle, le retiró la birreta cardenalicia y abrió una investigación;
Francisco Javier Errázuriz, líder de la Iglesia chilena entre 1998 y 2011, está
acusado en el país latinoamericano de haber ocultado los abusos sexuales del
sacerdote Fernando Karadima. Un asunto que provocó la dimisión en pleno de la
cúpula de la iglesia chilena y que obligó a Errázuriz a renunciar al consejo
asesor del Papa el pasado octubre; Donald Wuert está salpicado por el tremendo
escándalo del Informe de la Fiscalía de Pensilvania (EE.UU.), su nombre aparece
decenas de veces en un documento de 1.356 páginas como presunto encubridor de
algunos abusos de clérigos a más de 1.000 menores de edad. También presentó su
renuncia como arzobispo de Washington el pasado mes de octubre.
Hasta hace poco el Vaticano
apoyaba abiertamente a sus clérigos y lanzaba comunicados en su apoyo, como
hizo con George Pell, apodado el Ranger por sus modales toscos y agresivos. Las
palabras del comunicado del Vaticano fueron éstas: “Ha condenado durante
décadas abierta y repetidamente los abusos como actos inmorales e intolerables,
ha cooperado en el pasado con las autoridades, ha apoyado la creación de una
Pontificia Comisión para la tutela de menores y la prestación de ayuda a las
víctimas de abusos”. Todo eso son buenas palabras, pero los hechos desmienten
tales afirmaciones de la curia romana. La sombra de los abusos persigue a Pell
desde los años ochenta. El cardenal ejerció como sacerdote en Bellarat, su
ciudad natal, entre 1979 y 1984. Ese fue un período en que se produjeron
decenas de violaciones a cargo del sacerdote, y pederasta en serie, Gerald
Ridsdale, que vivió varios años en la misma casa que Pell, y era profesor de la
escuela St. Alipius. Un centro calificado por la prensa local como “paraíso de
pederastas”, en el que cinco de sus profesores fueron relacionados y condenados
por abusos sexuales a menores. Pell y Risddale fueron colegas durante mucho
tiempo. De hecho, Pell acompañó a testificar a Risddale en 1993, en uno de los
juicios incoados contra él, en el que fue condenado a 18 años de cárcel por
violación de 54 menores, los más pequeños con apenas 4 años de edad.
Pero lo más grave, respecto a la
actuación de la ICAR, con el papa Francisco a la cabeza del Estado Vaticano, es
que hasta la presente sólo se han limitado a pedir perdón (¡qué poco cuesta
pronunciar unas hipócritas palabras!), pero la triste realidad es que todo
sigue igual. Sólo hay una salida digna para satisfacer, en parte, las demandas
de los y las afectadas por los miles de abusos sexuales del clero católico
tanto español como mundial, entregar, sin más dilación, a la justicia civil, a
esa escoria social que son los pederastas, que se esconden tras la nefasta entidad
religiosa que se llama Iglesia Católica.
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