En memoria de Agustín Rueda
Se cumplen ahora cuarenta años
del asesinato a golpes del compañero Agustín Rueda. Los asesinos: funcionarios
de prisiones de la cárcel de Carabanchel (Madrid) en la que estaba preso. La
paliza que acabó con su vida se la propinaron por no querer delatar a quienes
estaban preparando una fuga. El médico de la cárcel fue cómplice de los
asesinos por no parar las torturas. Pero ¿quién era Agustín Rueda? Para
contarlo, reproducimos el artículo (sin firma) que publicó la revista Ajoblanco
en mayo de 1978. Añadimos el poema que dedicó a Agustín nuestro compañero Luis
Farnox.
Nació el 14 de noviembre de 1952
en una barraca de la Colonia de Sallent, pueblo minero con importante
porcentaje de inmigrantes. Madre tejedora y padre minero que, con el drama de
la miseria habitual en la época, no conseguirán algo semejante a un piso hasta
el 56, concedido por la empresa. Esta Colonia donde nace será objeto de
reflexión constante a lo largo de su vida; su pensamiento remitió a ella en
todo momento. Acude a la escuela –otro hito– hasta el 8 de julio de 1966 en que
finalizados los estudios primarios topa con su condición de hombre pobre: ha de
conseguir trabajo. Cuatro años de aprendiz de matricero en una empresa auxiliar
del automóvil (Metalauto entonces, Authi luego, al cambiar de propietarios;
ahora Commetasay) a 8 kilómetros de la Colonia.
Es fácil adivinar los componentes del cuadro
que le llevan a tener ya en esos momentos una conciencia inicial de explotado.
Su respuesta, sin embargo, no es encuadrarse
en un partido, hacerse cuadro. No se politiza por un ansia abstracta de
libertad, por el Vietnam o por el Mayo del 68. Lo inmediato le oprime y le
impacta; así pues, luchará en un terreno inmediato.
Tratando de vencer la apatía tradicional –el
ciclo expotación-miseria-ocio brutalizado repetido todos los días hasta la
inevitable enfermedad o despido– intenta dinamizar el barrio. Crea un Club
Juvenil, consigue proyecciones, conferencias, recitales de cantaores...
Apasionado del fútbol, consigue crear un equipo al que también siempre volverá
su recuerdo. Tiene 18 años.
El acoso
El aprendizaje parece haber sido en varios
sentidos. En abril del 71 deja la fábrica y, luego de dos trabajos cortos como
montador en una mina y en una fábrica de tejidos, logra trabajo en Sallent. En febrero
de 1972 se produce la huelga y encierro de los mineros de Balsareny y Sallent.
Agustín se vuelca: asambleas informativas, manifestaciones, grupos de ayuda...
Llega a reunir a los comités en su casa a falta de lugar mejor. Consecuencia
lógica: en septiembre es expulsado del trabajo. Los caciquillos industriales de
la comarca ven en él un enemigo.
Continúa sin embargo ligado al lugar. El 17 de
noviembre, en el cruce de la salida de la Colonia con la carretera, muere
atropellada la madre de un compañero. Otra consecuencia más de la explotación y
la miseria de condiciones de vida de la Colonia. En la manifestación
subsiguiente, 19 de noviembre, es detenido, buscado expresamente en su casa por
la policía. Ingresa en la Cárcel Modelo, de donde saldrá en febrero del 73. Es
el fin de una época. Agustín comienza a exigirse a sí mismo. Vuelve a Sallent,
pero para las autoridades y la escasa gente de orden se ha convertido en la
bestia parda. No le dan trabajo. Lo consigue esporádicamente, como albañil o
como temporero en vendimias y recogidas de fruta. La vida le arrincona. Su
madre queda ciega. El Club Juvenil –fundamental como dinamizador– es cerrado
por la empresa y la Guardia Civil con la típica excusa banal: les acusan de
robar unas cajetillas de tabaco. La tensa situación se rompe con la llamada a
filas.
El 9 de mayo de 1974 se incorpora a Infantería
de Marina en Cartagena. Luego, Ferrol, el 26 de junio. El 17 muere su padre,
tuberculoso, debilitado por la miseria. Hay pocas noticias de su mili. Escribe
poco a Sallent y sólo acude para los funerales de su padre y de su madre,
fallecida el 31 de diciembre de 1974. Se queda sin casa. Se licencia el 28 de
octubre de 1975 y reaparece en la Colonia.
La aventura consecuente
A su vuelta continúa el acoso. No hay ningún
trabajo para él, pero su presencia dinamiza al grupo joven del barrio. No
olvida la importancia de la diversión y organiza un torneo de fútbol, afición
de toda su vida. En abril del 76 pasa por primera vez a Francia para ayudar a
un desertor de la Colonia.
El 14 llega su primera carta. Ha tomado
contacto con los exiliados de Perpiñán y vive encima de la Librería Española.
Al poco tiempo una bomba vuela la librería y destroza la casa. Trata por todos
los medios de llevar una vida propia, independiente de la política y de la
existencia viciada del pequeño círculo de exiliados. Recoge fruta en Ceret y
trabaja el campo en Cornellá de la Ribera durante varios meses.
En octubre llega clandestinamente a Barcelona.
Pasa libros y panfletos libertarios. Vuelve a Francia con desertores para
retornar en noviembre a la Colonia. Necesita Sallent, pero las autoridades le
rechazan. Otra vez el acoso. No quiere ser una carga para su hermana y duerme
en un piso que la empresa, dueña de todo, ha concedido graciosamente a un grupo
musical para sus ensayos. Enterada la dirección, clausura el piso. Va a vivir a
una masía abandonada próxima a la Colonia. Por supuesto, no tiene trabajo. Hay
que escapar al acoso.
Ya con pasaporte, en febrero del 77, vuelve a
Perpiñán. Entra en contacto con un grupo autónomo libertario, pero en absoluto
renuncia a su vida. No es un “siniestro terrorista profesional”. Su único
dinero procede del trabajo del campo. Vive pobremente, fuera de Perpiñán y
vuelve a jugar al fútbol, en el SMOC. Un labrador jornalero libertario que
juega al fútbol es algo bien distinto a un revolucionario profesional.
El 15 de octubre del 77, sábado, a las 6 de la
mañana es detenido en la frontera, en tierra española. Excesiva buena fe y un
claro chivatazo.
Última consecuencia: cárcel
Pasa 3 días en la comisaría de Layetana de
donde le llevarán a Figueras, a restablecerse de la paliza. A fines de mes pasa
a la cárcel de Gerona. Entra en contacto con la COPEL (Coordinadora de Presos
Españoles en Lucha) y se convierte en miembro activo, tratando de hacer tomar
conciencia en el interior y de coordinar las actividades en el exterior,
siguiendo la línea de la COPEL que tanta'hostilidad y silencio ha tenido en la
prensa y los bienpensantes partidos.
Los abogados Vidal (Comité Propresos CNT) y M.
Seguí (familiares y amigos presos políticos) parece que se encargarán de su
caso. Sólo el primero le vio; una vez y al principio. Como consecuencia de su
trabajo en la COPEL, es trasladado el 1 de enero de 1978 a Carabanchel. Sus abogados,
en principio, ni se enteran. Hay un sospechoso silencio administrativo y un
notable desconcierto. El Comité Propresos de Madrid indaga en Carabanchel y
recibe el “aquí no está” por respuesta. Son meses duros en la COPEL y Agustín
tiene abogado de oficio.
El 2 de marzo el Comité de Solidaridad de
Sallent se traslada a Madrid y contacta con Anabela Silva, a quien encarga la
defensa del caso. Para entonces el caso ya es otro. Es la cárcel en España.
Conocedor de las razones y de las consecuencias de la miseria, Agustín Rueda no
distinguió entre políticos y comunes, y se entregó de lleno a la COPEL. Por
ello nunca llegó a ver al juez. Tuvo otros jueces; sus mismos verdugos. Murió
el 14 de marzo, a las 7,30 debido a un shock traumático como hizo constar el
doctor Gregorio Arroyo. Nadie le vio después de la brutal paliza. Trasladado el
cadáver a Sallent fue enterrado sin permiso, incluso sin el de Sanidad. Había
que evitar escándalos. El director de la cárcel y 10 funcionarios están
procesado –como en su tiempo el inspector Matute– pero a ellos no les juzgarán
sus carceleros ni sus encarcelados. Ellos están en un país de derecho.
Agustín Rueda 1978
Hemos muerto jóvenes, sin
oportunidad, sin apenas tocarnos, con el alma intacta.
Agustín Rueda, aquella madrugada
era el último toro de la lidia.
Los diestros y su cuadrilla, total quince,
abrieron sin conmiseración la faena.
El presidente, ajeno o toxicómano
-hoy es un muerto de memoria inventada,
tal vez cómplice-
no necesitó dar su
consentimiento.
Rodolfo, el aguacil, ya lo había permitido.
- ¡Que no quede ninguno! -se le había
escuchado
gritar-, son de corazón negro,
son toros bravos, son anarquistas;
como el mal nacido de mi padre
-repetía Rodolfo, el aguacil
con gafas de pasta y apestosas.
La luz que proyecta una bombilla
balanceándose en un columpio asesino,
casi siempre es el tobogán que conduce al
infierno.
Cada vez que se ilumina la escena del horror
los rostros toman su auténtico aspecto
diabólico.
Cuando recibes los tres primeros golpes
con tal determinación, precisión y potencia,
intuyes que el final de la paliza será mortal.
Con los tres primeros,
tan solo con los tres primeros golpes,
la embestida, por muy bravo que seas, se
vuelve vómito.
A continuación ya no eres persona,
ni animal ni toro ni anarquista;
ahora eres un trapo que friega
tu propia sangre por el suelo.
El barrio de Carabanchel dormía
el martes 14 de marzo de 1978.
Los siniestros matadores
con taleguilla azul de funcionario de
prisiones,
los machos de cobardes bien atados,
los alamares deslumbrantes
como los ojos que esconden la capucha del
verdugo,
se abalanzaron sobre aquel ser indefenso,
ahora sí; convertido para siempre en bayeta
inservible
o en persona guiñapo.
La barriada obrera dormía y soñaba
con las verdes praderas de González;
unos,
con un rojo y glorioso amanecer; otros,
con la dulce ignorancia reparadora; casi
todos.
La barriada dormía, un perro aullaba su
pronóstico
y mientras, en la Cárcel de Carabanchel,
continuaba la orgía.Diez matadores, dos
médicos,
el director de lidia y su ayudante,
junto a un cura torero, rematan la faena.
Ese día el sol asomó avergonzado,
anubarrado, como una aspirina a medio disolver
en la mentira de un vaso de lejía.
Aún las rotativas no se atrevían a despertarse
en aquella mañana de 1978. Así se cimentó el
futuro
de una casta gloriosa de cobardes,
embusteros, usurpadores,
ladrones, hipócritas y arteros.
Los criminales, cuando llegan a ancianos,
arrojan gran cantidad de misericordia y perdón
sobre la memoria que, durante toda una vida,
han falsificado:
Cuando el alma molesta,
lo mejor es abandonarla en un charco de
sangre.
Hoy, los asesinos acompañan a sus nietos al
parque,
y con cándida inocencia empujan el columpio.
Luis Farnox
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