LIBRO TRIGO TRONZADO (La represión franquista 1936 en San Fernando –
Cádiz)
Autor: JOSE CASADO MONTADO
PRÓLOGO y PRIMER FUSILAMIENTO
Durante muchos años hemos estado
sometidos a deformaciones de la historia contemporánea de este pueblo nuestro y
estas crónicas pretenden ayudar a sacar a la luz de la verdad. Fui testigo, en
razón de mi edad y están contadas con la frialdad que el caso requiere, por los
años transcurridos y sin pretensiones de revancha, ni Ley de Talión, pero si
con ánimos de dejar constancia de aquellos hechos de los cuales tanto se habló,
por su trascendencia, tan poco auténtico se archivó y que cada cual a su manera
los ha ampliado, disminuido o interpretado…
La euforia y el ímpetu que uso en
ocasiones, deja huir la indignación acumulada ante las publicadas, verdades
nubladas, o ensombrecidas, por aquellos equivocados e insensatos: es mi tubo de
escape. Enmascara la rabia y el furor causados aquellos años, y que ahora, al
transcurrir el tiempo, algunos osados enjuician acertadamente, cosa que ya
nosotros, pobres víctimas ignorantes e inocentes, habíamos hecho sobre aquellos
años de dolor injustificables, por mucho material y medios utilizados para
embaucarnos, aquellos prestidigitadores de la estolidez.
Insisto y vuelvo a insistir. Repito el nombre de los
mártires una y otra vez, e intento con ello que el recuerdo de ellos perdure
como el castillo de San Romualdo, que se grave en la mente de mis paisanos, que
es la forma mejor de demostrar el cariño al pueblo: honrando a sus mártires, recordándolos.
Mis adjetivos son duros y mis frases reiterativas y desnudas
de todo formalismo que desvirtuaría el objeto de este trabajo. No, no he tomado
en mis manos esta tarea difícil, para transmitir estos hechos con parsimonia o
academicismo estudiado de antemano, para no herir susceptibilidades… ¡nada de
eso! Yo expongo mis puntos de vista y el que se pique… “es porque comió muchos ajos y aún apesta”.
Que conste, he utilizado, lo he intentado, una forma
retrospectiva, esto es, hablar y escribir con el “yo” de hace cincuenta años,
con un sarcasmos, sus maldiciones, sus faltas… la misma fraseología dura y
hasta cruel de entonces. Enjuiciamientos toscos, consecuencia de una situación
desesperada, en plena juventud, y que pretendieron embrutecernos, los que la
trajeron, con aforismos engañosos y otros medios escalofriantes. Claro está
que, puesto que se apoyó en la fuerza, aquella dictadura legalizó la violencia
contra ella también. Todo derecho de fuerza desde aquí justifica lo mismo desde
allí y no hay ética que estable un reconciliación. Mi violencia será escrita y
no, precisamente, con insultos barriobajeros que eran los que utilizaban los
verdugos; serán adjetivos calificativos que, según creo, pueden ser bien
merecidos y aplicados.
Aquellos homicidas crearon palomas domesticadas pero entre
ellas aparecieron cuervos y, ya se sabe, lo que hacen estos pajarracos cuando
están vigorosos; aunque ya a estas alturas como digo más arriba, sólo se puede
pretender abrirles los ojos a los mentecatos y nuevos domesticados para
evitarles la trampa. Y lo hacemos con el
derecho de réplica, fortalecido por los testimonial y en pleno conocimiento de
la necesidad actual de oponerse a la
continuación de referencias
tergiversadas de hechos y acontecimientos que nos traumatizaron, pero
que algunos desdeñan, cometiendo un fraude de la Historia de la Isla. Por mi
parte, me considero una sencilla “tórtola”, pero con buena memoria.
Llegó aquel desdichado dieciocho de julio de 1936, y con él
la putrefacción y un derroche de odios, tiroteos, fusilamientos, huidas
cobardes, infames chivateos para tratar de cubrirse… desmanes impensables unos
días antes. Todo ello primer acto para pasar seguidamente al terror implantado
sistemáticamente a base de muchos fusilamientos indiscriminados, purgantes de
aceite de ricino, bofetadas y malos tratos a hombres y mujeres decentes, padres
de familia, por el solo delito de tener un hijo de izquierdas o haber
participado en una manifestación que, dicho sea de paso, estaban legalmente
autorizadas.
Parte de estos suplicios, eran efectuados por jóvenes
muchachas adoctrinadas, que tan pronto las veíamos vestidas de uniforme de gala
falangista, corbata, falda negra, camisa azul, correaje y boina roja liada
sobre la hombrera derecha… como de mantilla negra y peina con gran cruz
bamboleándose entre los senos estériles, muchos de los cuales jamás fueron
tocados por ningún hombre. Había dos lesbianas crueles y temidas, una hermana
de un cura célebre y la otra, Rosario V., “la machota”, con un puesto en el mercado
central como pago a tantos sinsabores y lágrimas como causó. A mi padre lo
acusó de algo que no hizo y lo detuvieron, pasando cuatro meses en el
Penal de La Carraca, inolvidables. A
muchas mujeres la llevaron al cuartel de la Falange de la Alameda para hacerlas
sufrir con el purgante, el rapado de cabeza y otros ultrajes.
De estos especímenes de ambos sexos era aquel conjunto de
elementos que pretendían enseñarnos ética y… ¡religión! Practicaron la más
abyecta de las hipocresías, asistiendo a misa diaria, bien vistas y revistadas
por el coronel castrense, Don Recaredo, que los exhortabas a acabar con el ateísmo.
Limpiadores por encargo, de las suciedades de la cristiandad, y de judías
blancas y rojas,
masones, comunistas o no… exactamente igual que sus camaradas y
amigos los nazis de Alemania hitleriana, sus consejeros. Y sobre esto de las
misas y asistencias a actos religiosos, el cardenal Tarancón dijo hace unos días: “Aquí no era todo oro lo que
relucía. Habían católicos de comunión diaria que, a la hora de la verdad, no
daban ningún ejemplo de ello”. Esto lo sabíamos nosotros cincuenta y seis años
antes que se decidiera a decirlo su Eminencia, y muchas verdades más que han callado.
Aquella isla alegre de antes del golpe de Franco, que
empezaba a alfabetizarse porque se abrieron escuelas laicas, gratuitas y
obligatorias, ciudad de grandes esperanzas en las industrias existentes, que
daba trabajo a muchos jornaleros de los pueblos colindantes, ciudad eficaz y
efectiva, que aprendía a reclamar los derechos elementales del trabajador
explotado, embrutecido e ignorante, porque se habían creado sindicatos que informaban sobre la forma de
poder conseguir lo tan deseado y obtenido ya muchos años antes en otros países
vecinos: ocho horas de trabajo al día y, también, algo que nos parecía una
quimera inalcanzable, ¡la seguridad social! Todo mi gozo en un pozo, cuando
llegó el golpe de Estado; ya que empezaban a madurar las ideas, progresistas y
europeas, liberales, que nos igualaba y nos civilizaba al mismo tiempo.
A raíz de los sucesos acaecidos en Casas Viejas, 11-01-1933,
Europa entera supo la situación de miseria absoluta y total en el campo
andaluz, y comprendieron que estaría justificado cualquier acto de insumisión,
duro, de reclamación, porque la situación era extremadamente dura en esta
provincia de Cádiz con sus grandes latifundios desposeída de ayudas y
humanismos, de caridades, de auténtico patriotismo que, según creo, debe
empezar por razonar, ayudar al prójimo, transigir en sus fallos y admirar al
forastero en lo difiere… elementalmente.
Aquellas feroces corridas de toros donde a los pobres
caballos los sacaban sin peto y el toro los destripaba, ante el jolgorio
popular y analfabeto y donde un matarife, al que podía, le metía las tripas
dentro, lo cosía con una gran aguja y guita, para volverlo a sacar, pero cuando
ya la pobre bestia no podía levantarse, en la misma calle, lo apuntillaba, a la
vista de numerosos chiquillos. Circo romano de albero amarillo manchado de sangre, de mucha sangre, que
hacía vibrar a aquella plebe hambrienta y embrutecida, ineducada, sedienta de
sangre de toro, de caballos y de personas, hirviendo de ardores ciegos y
desesperados, oliendo a alcohol barato con nombre de vino. Mientras que la
crema aristocrática, responsables de aquella evasión artística y
exhibicionista, altiva y distante, se alejaba en coches enjaezados entre ruidos
de cascabeles y de herraduras, una vez terminada la matanza, sobre adoquines
chisporreantes. Claveles y mantillas sobre peinas y olor característico, entre
tabaco negro y malo, sudores de personas y bestias azotadas, personas que no
conocían ni la ducha ni el baño, y…un olorcito tímido a agradable a alcanfor de
baúles aristocráticos y perfumes de Emilio Salas que exhalaban las presidentas
a su paso.
Los señoritos de apellidos sajones, chacha irlandesa,
institutriz francesa, vehículos modernos de la época en calidad y comodidad,
servidos por legiones de obreros y empleados pagados con cuatro cuartos y sin
ningún derecho, aparte del de la
reverencia diaria a sus amos. ¡Señoritos con dinero e imitadores, o seguidores
de ellos, cuan responsables fueron también de los que nos llegó!
La experiencia nos facilita el saber que, por aquellos años,
de lo que teníamos falta, necesidad perentoria, era de escuelas y de teleras de
Medina, y no de rosarios de la aurora y fusilamientos al amanecer; no de
promesas de Imperio y campos de concentración, como contraste. Ya empezábamos a
saber los hijos de trabajadores algo elemental en cultura… justicia social,
teatro, poesía, como asimismo la necesidad de fraternizar y unirnos para poder
llevar a cabo la reforma social que tanto anhelábamos y necesitábamos. Ya
empezábamos a comprender que la misión encomendada a ciertos personajes sólo
era una diversión que enmascaraba privilegios y explotación, que no era otra cosa que abusos y estafas de
oligarcas sin escrúpulos ni corazón que pasaban sus días jugando en los
casinos.
La Isla en la que tantos remiendos exhibíamos y a tantos
cuellos de camisa se les daba la vuelta para bien aprovechar, para estar presentables con miras a algún
empleo de responsabilidad aparente, y para demostrar una cierta dignidad
rústica. La Isla del año 36, de movida política, alegre y esperanzada a pesar
de la campaña desatada por las derechas y el clero con el slogan de que el ateísmo
había que combatirlo aún aliándose con
el mismo demonio, y se comprende, el demonio nunca le socavó sus privilegios,
los ateos, sí.
Y así lo hicieron. Se aliaron con los diablos europeos que
enviaron sus legiones a destrozar a la pobre Abisinia un año antes, 1935,
desgraciado país, miserable, mal administrado, que si no eran cristianos poco
le faltaba, o sea, que no iban a matar comunistas, que era el único pretexto
que esgrimían todos aquellos que se preparaban para la guerra. En el país
aquel, a mi entender, eran cristianos, pero habían pasado muchos siglos desde
San Frumencio, enviado del patriarca de Alejandría y ya los fascistas se habían
sacado de la manga el slogan, falso pretexto, que no convenció a nadie, del
“espacio vital”. Así que los paupérrimos abisinios fueron los primeros en
sufrir el zarpazo de la bota fascista y de su civilización.
En aquellos días ya se gestaban la intervención de Italia en
España, deducido principalmente de los contactos que habían iniciado sus
homólogos españoles, (militares, civiles y hombres de negocios) que en aquel
momento se reducían en planes de ejecución para la formación, en Centros
Militares italianos, de oficiales para encuadrar las milicias carlistas que se estaban
constituyendo en Navarra. Al inicio de la rebelión el multitraidor y decano del
generalato, Miguel Cabanellas, se encargó desde Zaragoza, de enviar a Pamplona
toda clase de armamento, entre los que figuraban doce mil fusiles. De esa forma
y de la noche a la mañana, se encontró
Mola con un auténtico ejercito listo para entrar en
acción, los famosos
Tercios de Requetés,
todo un alarde de eficiente conspiración y que cito como ejemplo
ilustrativo de los muchísimos casos que conformaron aquel horrendo golpe de
Estado contra el pueblo español, crimen a cargo de los autollamados de siempre
“salvadores de la Patria”.
Pero volvamos a la Isla de aquel 17 de julio de 1936. la
tarde era plácida y purísima en el cielo, pero en la Plaza de la Iglesia había
exhibición de las derechas, había efervescencia azul en la puerta de “La
Mallorquina” y aledaños, provocando a los trabajadores que venían de La Carraca
o de la S.E. de C.N. y a todos los que pasaban para los sindicatos o venían de
ellos. Allí estaba el chalado y adoctrinado de “Majanillo”, carnicero de poca
monta y con un hijo en el seminario de Cádiz, acomplejado de superioridad por
este hecho. También estaba un vecino suyo
y de la misma calaña, mal banderillero, que trabajaba de
pelotillero-chivato-mandadero en el ayuntamiento, yerno de la “Chaleca” del
patio de Felipa, pobre señora que vendía liaillos, cigarrillos que se hacían
con colillas que les llevaban los colilleros por las tardes. Este elemento se
las daba de alcalde de barrio y pretendía poner orden y mandar y lo que pasaba
era que los del barrio le teníamos miedo. Formaba parte del grupo mencionado,
dos hermanos muy conocidos que creyeron que fusilando a todos los sindicalistas, militares
republicanos, masones, comunistas, socialistas, anarquistas y gentes dudosa de
no ir a misa domingos y fiestas de guardar, creyeron, repito, que la guerra
estaba ganada, carrera hecha en la política y futuro asegurado. Más cuando
quedó España dividida en dos y en esta Isla nuestra ya se habían fusilado bastante,
entonces, algunos marcharon al frente de combate y el destino metamorfoseó, ya
que pasaron de fusiladotes a héroes de pacotilla y pagaron los crímenes
cometidos. Ironías del destino.
Entre los fanfarrones aquellos de correajes y pistolas
estaba Pepito Acosta con sus amigos Fernández, Sánchez de la Campa “Marqués de
las coliflores”, elemento chulo y repelente, criminal. Sufo, también policía
nacional, elemento de una crueldad inusitada. Y el vil C. Bueno, que se hizo
famoso porque daba patadas a los fusilados
aún después de recibir las victimas el
tiro de gracia, del que la Isla guardaba un siniestro recuerdo. Acompañábanlos
el cabezón inútil y criminal asesino, Cardoso, que vino a casa a detener a mi
padre y fusiló voluntariamente a muchos hombres modélicos de la Isla. Otro
elemento odioso Correa, el de la fonda de La Carraca, esquizofrénico y
criminal. Con ellos también M. Ortiz, tratable, desequilibrado sexual, que
también fusiló a muchos padres de familia honrados y decentes, para más tarde
ajusticiarse él mismo, ahorcándose. Fossi, loco con su moto y loco fusilando y
tras fusilar a muchos conocidos suyos isleños, acabó descuartizado en una
carretera en un accidente de carretera. Luis Milena, con nombre de calle y
todo, ingeniero, con un cargo importante en la S.E. de C.N., que indicaba a los
falangistas a quienes deberían asesinar de los talleres bajo su jurisdicción
que vivía en un chalet a la salida de la Isla.
Al pobre de J. Escudier le requisaron sus camiones, algo que
sucedió en toda España, creo que eran tres, y no se los devolvieron más,
dejándolo en la ruina y, tal vez, fuera esta circunstancia la que le salvara la
vida; aunque él atribuía la salvación a que estando una vez en la Plaza de la
Iglesia Mayor con su taxi y viendo que unos insensatos incendiarios habían
metido fuego en una puerta lateral de la Iglesia Mayor, él lo apagó rápidamente
con el chaquetón de cuero que llevaba puesto. Me lo contó antes de morir él
mismo. Estaba afiliado al partido comunista.
Pus bien, en uno de estos camiones cargaban a los que iban a
ser fusilados, sacándolos del Penal de La Casería, cuyo responsable era el
tristemente célebre Don Juan Prieto, Capitán de Infantería de Marina, manso y
servil con los que mandaban y soberbio y canalla con los detenidos y el que
seleccionaba a los pobres que debían morir. Pero lo más canallesco era que los
despojaban de sus pertenencias antes de morir en manos de los falangistas. Los
camiones de Escudier también sirvieron para transportar a
los que sacaban
de la cárcel
del Ayuntamiento, entre ellos a nuestro alcalde mártir, Don Cayetano
Roldán. Sirvieron también para transportar a los condenados a muerte sin juicio previo o simulacro del Penal de
Cuatro Torres en el Arsenal de La Carraca. Su dueño estaba entristecido por el
servicio tan trágico de sus camiones que como digo, nunca más volvió a ver y
nada le indemnizaron, como a tantos otros.
La tarde estaba templada, luminosa y los que serían
fusilados horas o días después, incautos ellos e incrédulos ante los rumores, ya
que no se consideraban culpables de nada, tomaban tranquilamente gazpacho
fresco con agua del pozo en las puertas de sus humildes viviendas, sala y
alcoba, cocina de lata y madera, en sus patios de vecinos respectivos, sobre
sillas de enea recambiables. La abuela recomendando calcetines, o zurciéndolos,
y la madre liada con el planchado, plancha de hierro fundido, carbón vegetal y
soplador en movimiento. Entonces no había tiempo que perder y todo se
aprovechaba, hasta el agua en el retrete para no llenar la poza, porque el
dueño se enfadaba y subía el alquiler.
Pese al ínfimo nivel de vida de aquellas familias y de lo
que significaba el quedar sin trabajo, que no había mucho, existía un ambiente
generalizado de optimismo y esperanzas. Las gentes trabajadoras se organizaban
y preparaban el futuro porque sabían que los beneficios sociales que ellos
reclamaban no eran excesivos y ya estaban en vigor en otros países europeos,
como he dicho antes, pues la jornada de ocho horas en salineros y albañiles,
por ejemplo, no existía todavía, ¡cincuenta años después de la sangrienta
represión de Chicago!, pero el proceso se aceleraba. Había el lógico forcejeo y
una psicosis alegre solo enturbiada por la actitud intransigente de aquella
derecha incivilizada y feroz, como a veces, intolerantes eran los obreros
porque no existían prácticamente los medios a nuestro alcance para valorar la
situación. Pero la exteriorización y ferocidad de los señoritos, sus compinches y cipayos de la
derecha eran muy distintas; superó todas las previsiones, como se vio, fueron
impensables y alucinantes.
La curia actuaba con socarrona verborrea “aconsejando” a los
obreros no cometer excesos, mientras aplaudían las amenazas y provocaciones en
la calle Real de los grupos de falangistas armados, dispuestos a todo como
comprobaremos más tarde, y conviviendo con ellos, viles candidatos a asesinos.
Aunque lo más duro e inesperado para muchos fieles, fue que siguieron
conviviendo con ellos después del 18 de julio, a sabiendas que ya se habían
convertido en asesinos consumados, y… “dime con quienes andáis y os diré
quienes sois”. No sólo convivir, sino exhortarlos desde el púlpito a acabar con
toda competencia desleal (fanatismo y poder) de la iglesia aquella. Si en
España hubiesen vivido judíos en aquel año, también hubiesen caídos en
holocausto, puesto que las autoridades estaban completamente identificados con
las normas de Hitler y su nazismo, y las cuales copiábamos o imitábamos. La
iglesia pretendía el hegemonismo nacional y la reconquista de sus predios y
privilegios que estaban en decadencia. Los esbirros de Franco con sotanas,
inquisidores actualizados, con pagas sustanciosas, galones y prebendas de la
Armada, se volvieron seres sin escrúpulos, deleznables, en esta Isla nuestra de
tanto dolor, porque avivaron la llama del odio y el rencor en lugar de fomentar
el perdón y la reconciliación entre hermanos.
Somos testigos vivientes de aquella polvareda y se que
muchos estamos aún secuestrados por aquellos recuerdos de barbarie. Ni
cineastas ni actores, ni periodistas o escritores han descrito con la desnudez
y el coraje que el caso requiere y la Historia exige, todo lo que nosotros
jóvenes entonces, vimos con nuestros ojos y sufrimos en nuestros estómagos
hambrientos y en nuestros sentimientos de adolescentes. Basta que cualquiera
intente informar sobre aquellos años de violencia y guerra para que las
derechas y el beaterío de siempre, protesten con la cantinela harto conocida:
“que si los asesinatos de curas y monjas
y quemas de conventos en la otra zona y lo malo que eran (o son) los comunistas, socialistas,
masones, etc”. Que sí, que sí, que el alzamiento-cruzada de aquellos generales
rebeldes desataron todos los odios y las pasiones inimaginables, pero…
¡bien que lo pagaron sus excesos y crímenes los del bando
republicano!, mientras que en esta zona, aquí en este pueblo, los asesinos
salváronse de la justicia, aunque casi todos acabaron autoexcluyéndose,
suicidándose, pero como digo, no fueron ajusticiados, enjuiciados, vivieron
en constante remordimiento de conciencia y penitencia
asistiendo, con caras de personajes del Greco, a todos los actos religiosos que
se celebraban, que no eran pocos.
Emilio Romero dice que las utopías por aquellos años eran
“purísimas” y yo pienso que eran necesidades urgentes lo que impulsaba a las
masas a sus reivindicaciones laborales, los obreros y campesinos no sabían de
utopías, sólo entendían de sus atrasos y miserias, analfabetismo y
humillaciones. Séntianse frustrados porque la República fracasaba, saboteada
por los cuatro costados, en la cual tantos millones de españoles habían puesto
su esperanza. La República imperfecta, novata, debilitada por el exceso de
tolerancia democrática y por tanto derechismo incivilizado, que cedió al
llamado de los señoritos de la comarca y trajo la muerte y el dolor a Casas
Viejas, sin prever que detrás de la tragedia de la aldeita mártir, vendría la
derrota de ella misma por esas fuerzas reaccionarias que ella misma por esas
fuerzas reaccionarias que movilizó y ayudó.
Unos meses después de aquellas votaciones de febrero del 36,
la soberbia de las derechas españolas, ciega, absurda, vil, estúpida, nos
sumieron en un silencio de muerte y lutos cuando ya la Isla había inaugurado
escuelas gratuitas y libertad absoluta y
total para afiliarse a cualquier partido político y de expresión de ideas. Eran toscas las formas y maneras,
si, lo sabemos, porque las masas obreras y campesinas llevaban siglos de
explotación, pero también eran duras las represiones y totalmente negativa la
posición de las derechas a compartir la emancipación, el desarrollo y el
derecho a la cultura. Se refería por entonces el dicho de: “Córdoba la bravía,
con tres mil tabernas y una
sola librería”. Creo
que todas las provincias andaluzas estaban en la misma
situación de incultura, los libros no eran material de uso ara los obreros, en
las casas no había ni uno solo, aunque en honor a la verdad, aquí en la Isla
había unas cuantas familias modélicas progresistas, que leían en sus casas y se
les notaba en educación, hablaban pausadamente, formaban parte de los
responsables de su Club, Liga o Sindicato y exteriorizaban una gran dignidad en
su trato y en su indumentaria. Aún hoy se lee muy poco.
Ya en algunos lugares de trabajo se había conseguido algunas
ventajas laborales, sobre todo en los talleres d La Carraca y en la Sociedad Española d
Construcción Naval, lo que creaba una situación un tanto confusa, porque la
diferencia entre obreros del campo,
salineros y albañiles y los de las
fábricas mencionadas era considerable y las divergencias se manifestaban
de forma muy heterodoxa.
Con todo, la Isla vibraba de utopías y proyectos… “para
cuando me suban el sueldo”, y aquella mañana del dieciocho de julio estaba
luminosa, si, no había levante, había calma chicha en los cielos y en los mares
y, como contraste, unos proyectos maquiavélicos de algunos militares y
falangistas. En la calle Real aparecieron las fuerzas de Infantería de Marina
desplazándose y ocupando todos los edificios principales de la ciudad. Los
sublevados dieron órdenes de suspender trabajos y cerrar colegios, mientras la
radio dejaba oír sus gritos engañosos de
¡Viva la República!, pues los primeros días se presentaban
como salvadores de ella… vil engaño, que causó la muerte a muchos incautos,
confiados e inocentes.
La angustia se apoderó de la ciudad, porque los falangistas,
por grupos, se hicieron dueños de ella, disparaban y desafiaban protegidos por
los militares. El Alcalde, Don Cayetano Roldán, intentó reunir a todos los
concejales convocando una reunión para el día diecinueve por la mañana, pero
fue detenido, insultado y maltratado e ingresado en la prisión del
ayuntamiento. Empezabas su agonía y su gólgota.
La noche del 18 al 19 nadie durmió en la Isla porque se
disparaban tiros por doquier, con objeto de sembrar el miedo e impedir que
huyeran los afiliados a los sindicatos y partidos políticos, y poder cazarlos a
todos y fusilarlos, como así lo hicieron. Puertas cerradas y trancadas y calles
desiertas, sólo vigilada desde el interior de las ventanas, visillos
mínimamente levantados. Empezaba el terror, el horror pues los esbirros se
habían instalado ya y daba comienzo el largo vía crucis de nuestro pueblo…
muertos, lágrimas, dolores y hambre.
Además de los asesinos mencionados, también estaban los
hermanos Camacho, bellacos, truhanes y alevosos. Uno de ellos que vive en la
calle Real, encontrábase sentado n su puerta, hace unos años, tomando el
fresco, era verano. Paró un auto que venía de la dirección de Cádiz y
acercándose a él su conductor le escupió a la cara diciéndole: “mataste a mi
padre porque eres un asesino, debería ahogarte ahora mismo, pero no quiero
ponerme a tu altura ni manchar mis manos” y se alejó en su vehículo. Fue su
forma de hacer justicia.
PRIMER FUSILAMIENTO
Españolito que vienes al mundo te guarde Dios; una de las
dos Españas ha de helarte el corazón.
A.Machado
Lo supimos por los hombres que descargaban verduras en el mercado central, de madrugada, y los
vieron sacar de la prisión del ayuntamiento.
Cuando el camión llegó y subían, los falangistas que los custodiaban amenazaron
a los cargadores con las pistolas los cuales huyeron hacia el interior del
mercado. No obstante algunos oyeron llorar a un adolescente y la noticia corrió
como la pólvora: “Han sacado a los tres hijos de Don Cayetano el Alcalde y los
han fusilado en Puerto Real esta mañana temprano”. Y éste, que fue el primer
fusilamiento colectivo, monstruoso, nos sumergió a todos los isleños, jóvenes y
viejos en un una situación de pánico impensable. Más tarde supimos más
detalles. Lloraba Cayetano, a sus dieciséis años, abrazado a su hermano el
doctor Manuel Roldán, que le consolaba con ternura y entereza, ante aquella
situación demencial y al contemplar los ojos de hienas azules de los
falangistas asesinos.
Las ejecuciones las efectuaban al pie del pino gordo del
pinar de Las Canteras y sería interesante aún hoy, investigar que súbito mal
atacó a tan frondoso y corpulento árbol para que se secara al poco tiempo.
¿Fue, acaso, avergonzado de tanto crimen de que fue testigo o alguna asesina
bala que también le llegó al corazón?
Me contaron que los tres hermanos murieron abrazados,
después de haber confesado y comulgado, para que salvaran sus almas. Al cura
que los confesó, sus almas acribilladas a balazos no les interesaba un comino.
¡Con los cuerpos que podrían haber salvado si hubiesen querido, con el poder
que tenían! Caridades especialísimas que dan asco referirlas.
Tanto como el de ellos sería el dolor de su padre que quedó
en aquella lóbrega prisión sin tan siquiera una simple colchoneta para dormir.
Un hombre, nuestro alcalde, de unas cualidades humanas extraordinarias, que era
médico de los pobres, que no cobraba cuando iba a partear a Villalatas y,
encima, le entrega un duro en plata para que pusieran un puchero. Pero aquel
hombre excepcional no podía imaginar que a sus tres hijos los fusilarían esa
misma mañana en Puerto Real. Creería que los trasladarían a otro lugar. Allí
quedó, en capilla, prolongándole sus penas y agonía los esbirros que lo
custodiaban, junto a otros condenados a
muerte, honrados, laboriosos y
decentes, sobre todo ¡inocentes!
Fueron fusilados:
❖ Juan Roldán
Armario. Maestro Nacional.
❖ Manuel
Roldán Armario. Médico. Hermano del anterior.
❖ Cayetano
Roldán Armario. Estudiante. 16 años. Hermano de los anteriores.
❖ Manuel Ruiz
Espinosa.
❖ Joaquín
Duarte Moreno.
❖ Sebastián
Marín Lozano.
❖ Emilio Armengod
Molina. Esposo de
Ascensión García de Lomas.
Representante de una Cía. De Seguros y padre de cinco hijos.
❖ Juan
Vázquez Grafía. Empleado del Ayuntamiento. Dejó mujer y un hijo de once años.
Estos fueron los primeros ocho isleños en caer bajo las
balas asesinas, prólogo, como se verá, de una situación, que llegó a un
extremos imprevisto e increíble.
Las noticias de que estaban fusilando a isleños muy
conocidos por buenas personas. Como los tres hijos del Alcalde, nos sumió a
todos en un estupor terrible. Los falangistas, ellos mismos divulgaban sus
heroicidades con fanfarronerías y jactancias, comentarios sórdidos y
espeluznantes de beodos y fanáticos alocados.
Desde aquel golpe de Estado, que muchos imbéciles
atribuyeron e intentaron machaconamente hacernos creer que era… ¡providencial!,
muchos isleños dejamos de creer en Franco y en la Providencia…
Aquella purificación anunciada consistía en efectuar muchas
misas al aire libre, llamadas de “campaña” a la que asistían los asesinos que
horas antes habían fusilado y llevaban
aún frescas las manchas de sangre en los bajos de sus pantalones. También
consistía en muchos rosarios de la aurora, aunque, si mal no recuerdo, esto fue
meses después del golpe, del inicio de la “cruzada”.
Algunos días después trataron de dar apariencia de
normalidad, obligando a ir al trabajo y abriendo las escuelas. En los colegios
faltaban algunos niños cuyos padres habían sido ya fusilados y cuando volvieron
lo hicieron de luto riguroso y en sus caras llevaban marcadas la tragedia que
acababan de vivir sus familias. Sin caridad, ni pizca de piedad, hacia ellos,
se oyeron voces infamantes y acusatorias de que… “eran hijos de comunistas,
socialistas, judíos-masones, de esos que se veían en la procesión pegándoles a
Jesucristo atado a la columna”.
Sobre los masones inventaron toda clase de falacias,
atribuyéndoles brujerías, matar niños para chuparle la sangre, estar en
contacto directo con Satán, el cual los visitaba cada noche. Recuerdo
perfectamente que las gentes decían que en la cocina de la casa que poseían en
la calle de San Nicolás, tenían un ataúd para sus proyectos sanguinarios. De
este cariz eran las informaciones que propagaban curas, beatas y los
pelotilleros aquellos exaltados para, tal vez, intentar convencer o justificar
las fechorías que estaban cometiendo. El
cura Don Recaredo, desde su púlpito lanzaba auténticos mítines bélico-políticos
que ponían el vello de punta exhortando a aniquilar y aplaudiendo a la jauría
aquella a continuar con su tarea “purificadora”.
Continuará
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