La noticia de que la corporación municipal de Teba (Málaga) -encabezada por Juan Anaya, de Izquierda Unida Los Verdes – Convocatoria por Andalucía (IULV-CA)- nombró el pasado sábado a la Virgen del Rosario alcaldesa perpetua, en un acto celebrado en la iglesia parroquial de la Santa Cruz, nos ha causado, verdaderamente, no poco estupor.
Desconfiamos todavía de su veracidad, al ser la prensa clerical la única que hasta el momento ha pregonado la buena nueva (Ecclesia Digital, 06.10.08). Tampoco hemos podido contactar hoy con ningún responsable del Ayuntamiento, por lo cual nos arriesgamos con la emisión de este comunicado a ser víctimas de un bulo propiciado por los medios católicos. En cualquier caso, sea cierta o no la designación, no sería la primera vez que la “izquierda” –o lo que como tal se define- se cubre de gloria bendita nombrando funcionarios municipales a Cristos y vírgenes, inclinándose ante aromáticas reliquias o liderando procesiones, con peineta, mantilla y cirio incluido. Recuérdese, si no, el Cristo Nazareno de Rota, nombrado el pasado agosto “Señor de la Villa” gracias al apoyo de los concejales del PSOE. O las genuflexiones del alcalde “social-bonista” de Toledo al recibir oficialmente los restos momificados de san Ildefonso. O la premeditada ausencia de los socialistas –para no quedar mal ante el devoto público - en el pleno que en Morón de la Frontera (Cádiz) elevó a la María Auxiliadora a la categoría de honoraria alcaldesa. Nombramiento que, por cierto, no evitó el terremoto de intensidad 4,4 que sacudió a la localidad apenas hace cuatro días. Ironías de la naturaleza…
Estas figuras de la retórica nacional-católica, que amenazan, como claves de otro seísmo, la escasa consistencia de un Estado tan poco laico como el nuestro y tan sujeto a la parafernalia de lo rancio-kitch, evidencian por un lado la victoria propagandística de la Conferencia Episcopal, en pie de guerra desde hace ya un año, y, por otro, la asombrosa incapacidad de buena parte de la progresía política para comprender las bases más simples de la tradición democrática europea. La separación entre las iglesias y el Estado es un fundamento tan necesario para la convivencia como el sufragio universal, la igualdad de todos ante la ley o la libertad de expresión. Cuando falla alguna de estas premisas, todo se tambalea. Y –en serio- no hay Cristo que se salve en esas circunstancias.
¿Por qué la izquierda ha olvidado su herencia materialista? ¿Cómo ha sido posible que el milenarismo de raíces cristiano-evangélicas haya pasado a representar, en la mentalidad colectiva, un sustituto de la izquierda, históricamente atea? Se acepta la crisis del marxismo oficial como animal de compañía, claro. Pero, ¿acaso no tenemos pruebas, todos los días y uno tras otro, de la salvaje ofensiva emprendida por los radicalismos religiosos en busca de la ocupación totalitaria del espacio público? Las beatas decisiones de estos grupos municipales, aparentemente empeñados en la igualdad social, nos hacen retroceder, a todos, al tiempo de los multitudinarios Congresos Eucarísticos, de la censura eclesiástica, del imprimatur, del Syllabus de Pío nono y de las cruzadas contra el ateísmo, la inmoralidad y el diabólico comunismo. Franco, Franco, Franco… Tiempo, en realidad, no tan lejano, a juzgar por las declaraciones de Ratzinger en la apertura del XII festival de los obispos que se inauguró ayer en Roma.
Y hoy, otra vez, los funcionarios de la izquierda andaluza derrochan imaginación y se superan a sí mismos, renegando de lo que antaño era un símbolo de su identidad –el racionalismo práctico- y cayendo en los brazos de la superstición mariana, de la devoción popular –esa sin cuyos votos, ellos lo saben, carecerían de despacho y secretaria- y del descrédito político.
Urge un replanteamiento de la izquierda. Urge una aplicación correcta de las leyes fundamentales que establecen una separación clara entre lo público y lo privado. Urge un compromiso por el laicismo, real, objetivo, sin matices ni adjetivos, como desean los teocons y el clero aliado.
Por el momento, esperaremos a que se compruebe la realidad de la payasada consistorial de Teba. Y, si se da por cierta, exigiremos a la Dirección Federal de IU y a sus responsables en Andalucía una acción correctiva, y clamaremos, de nuevo, a la Federación Española de Municipios y Provincias para que aplique las medidas necesarias, si es que las hay. Mientras tanto, no queda sino rogar para que la deriva medievalista de algunos ayuntamientos no acabe siendo norma general, aceptada en razón del folklore, del santoral y de la pía inspiración del beaterío popular y del Obispo correspondiente. ¿España, un Estado laico? Y un cuerno.
Desconfiamos todavía de su veracidad, al ser la prensa clerical la única que hasta el momento ha pregonado la buena nueva (Ecclesia Digital, 06.10.08). Tampoco hemos podido contactar hoy con ningún responsable del Ayuntamiento, por lo cual nos arriesgamos con la emisión de este comunicado a ser víctimas de un bulo propiciado por los medios católicos. En cualquier caso, sea cierta o no la designación, no sería la primera vez que la “izquierda” –o lo que como tal se define- se cubre de gloria bendita nombrando funcionarios municipales a Cristos y vírgenes, inclinándose ante aromáticas reliquias o liderando procesiones, con peineta, mantilla y cirio incluido. Recuérdese, si no, el Cristo Nazareno de Rota, nombrado el pasado agosto “Señor de la Villa” gracias al apoyo de los concejales del PSOE. O las genuflexiones del alcalde “social-bonista” de Toledo al recibir oficialmente los restos momificados de san Ildefonso. O la premeditada ausencia de los socialistas –para no quedar mal ante el devoto público - en el pleno que en Morón de la Frontera (Cádiz) elevó a la María Auxiliadora a la categoría de honoraria alcaldesa. Nombramiento que, por cierto, no evitó el terremoto de intensidad 4,4 que sacudió a la localidad apenas hace cuatro días. Ironías de la naturaleza…
Estas figuras de la retórica nacional-católica, que amenazan, como claves de otro seísmo, la escasa consistencia de un Estado tan poco laico como el nuestro y tan sujeto a la parafernalia de lo rancio-kitch, evidencian por un lado la victoria propagandística de la Conferencia Episcopal, en pie de guerra desde hace ya un año, y, por otro, la asombrosa incapacidad de buena parte de la progresía política para comprender las bases más simples de la tradición democrática europea. La separación entre las iglesias y el Estado es un fundamento tan necesario para la convivencia como el sufragio universal, la igualdad de todos ante la ley o la libertad de expresión. Cuando falla alguna de estas premisas, todo se tambalea. Y –en serio- no hay Cristo que se salve en esas circunstancias.
¿Por qué la izquierda ha olvidado su herencia materialista? ¿Cómo ha sido posible que el milenarismo de raíces cristiano-evangélicas haya pasado a representar, en la mentalidad colectiva, un sustituto de la izquierda, históricamente atea? Se acepta la crisis del marxismo oficial como animal de compañía, claro. Pero, ¿acaso no tenemos pruebas, todos los días y uno tras otro, de la salvaje ofensiva emprendida por los radicalismos religiosos en busca de la ocupación totalitaria del espacio público? Las beatas decisiones de estos grupos municipales, aparentemente empeñados en la igualdad social, nos hacen retroceder, a todos, al tiempo de los multitudinarios Congresos Eucarísticos, de la censura eclesiástica, del imprimatur, del Syllabus de Pío nono y de las cruzadas contra el ateísmo, la inmoralidad y el diabólico comunismo. Franco, Franco, Franco… Tiempo, en realidad, no tan lejano, a juzgar por las declaraciones de Ratzinger en la apertura del XII festival de los obispos que se inauguró ayer en Roma.
Y hoy, otra vez, los funcionarios de la izquierda andaluza derrochan imaginación y se superan a sí mismos, renegando de lo que antaño era un símbolo de su identidad –el racionalismo práctico- y cayendo en los brazos de la superstición mariana, de la devoción popular –esa sin cuyos votos, ellos lo saben, carecerían de despacho y secretaria- y del descrédito político.
Urge un replanteamiento de la izquierda. Urge una aplicación correcta de las leyes fundamentales que establecen una separación clara entre lo público y lo privado. Urge un compromiso por el laicismo, real, objetivo, sin matices ni adjetivos, como desean los teocons y el clero aliado.
Por el momento, esperaremos a que se compruebe la realidad de la payasada consistorial de Teba. Y, si se da por cierta, exigiremos a la Dirección Federal de IU y a sus responsables en Andalucía una acción correctiva, y clamaremos, de nuevo, a la Federación Española de Municipios y Provincias para que aplique las medidas necesarias, si es que las hay. Mientras tanto, no queda sino rogar para que la deriva medievalista de algunos ayuntamientos no acabe siendo norma general, aceptada en razón del folklore, del santoral y de la pía inspiración del beaterío popular y del Obispo correspondiente. ¿España, un Estado laico? Y un cuerno.
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