EL AMARGO ABISMO: ASESINATOS EN
LA MARFEA
Por FRANCISCO GONZÁLEZ /
CANARIAS-SEMANAL.ORG.-
Caían en la Marfea masivamente,
cientos de hombres, algunas mujeres, luchadoras, luchadores antifascistas,
anarquistas, comunistas, socialistas, personas que defendían a la clase
trabajadora, la democracia, la legitimidad constitucional.
El abismo era el lugar desde la
noche del domingo 19 de julio del 36, la corriente arrastraba los sacos con los
cuerpos dentro y las piedras que casi nunca eran suficientes para que se
quedaran pegados al revuelto fondo marino, no era suficiente el peso, el mar
arrastraba los cuerpos ahogados hacia dentro.
Aquel fondo marino parecía un
desfile de buena gente rodando por la arena y las algas hacia un lugar
desconocido, algunos sacos parecían moverse, como si alguien quisiera salir,
sus piernas se movían dando pataditas cual espejismo, golpeaban las ataduras de
soga de pitera, pero quizá fuera un efecto óptico, era como extremidades que
golpeaban el saco de plátanos, como tratando de romperlo para emerger hacia el
oxigeno, al aire de la Playa de La Laja, mientras la calima inundaba aquel
inmenso Atlántico.
Arriba los falangistas
disfrutaban del espectáculo, Eufemiano Fuentes, los hijos del Conde de la Vega,
el terrateniente británico Bonnny, el criminal cura de Telde con pistola al
cinto que ya borracho no daba la bendición a los que iban a morir, demasiado
ron aldeano, confundía la extremaunción con la canciones de la taifas de las
casas de putas del barrio de Arenales.
Allí se quedaban los fascistas
después de arrojar al mar a lo mejor del pueblo canario, miraban al horizonte
mientras amanecía en julio, el sol salía bajo un horizonte rojo, eso les
molestaba, les irritaba los ojos con las pupilas dilatadas de tanto alcohol,
resacados de la fiesta de la sangre, preparando la retirada a sus hogares,
satisfechos de un nuevo exterminio, del genocidio estructurado sobre miles de
canarios que defendían la democracia y la libertad.
Siempre se iban igual, dejaban
las botellas vacías de ron en la explanada, algunos sacos llenos de sangre, las
balas de los tiros en la nuca de quienes se resistían demasiado, ropa interior
de mujeres violadas antes de ser asesinadas.
Se retiraban sobre las siete de la mañana, era
la hora clave en julio para que nadie los viera, todavía era casi de noche, la
oscuridad protegía la salida de los coches y camiones de los asesinos, volvían
a sus casas, algunos besaban a sus hijos que se despertaban para ir al colegio.
En el fondo oceánico ya no
quedaba nada, el desfile submarino de la muerte había desaparecido, solo alguna
tonina, varios zifios, delfines que miraban desde el mar sin entender la
inmensa maldad de aquellos terrícolas, la brisa parecía apaciguar las olas
gigantes que rompían en los acantilados de la memoria.
No hay comentarios:
Publicar un comentario