Ni los nazis ni los fascistas:
Texaco fue el aliado crucial de Franco en la Guerra Civil
Aunque se trata del conflicto que
ha definido la historia de España en el último siglo, quizás por ignorancia
–¿interesada en ocasiones?– seguimos desconociendo muchos detalles de nuestra
Guerra Civil. Es común dar por hecho que los mayores aliados de Franco fueron
la Alemania nazi y la Italia fascista, al igual que la Unión Soviética ofreció
ayuda a la Segunda República, pero muy pocos saben que, en realidad, el mayor
aliado internacional con el que contó Franco durante la contienda tenía su
despacho a más de 5.500 kilómetros del Gobierno de Burgos: en el edificio
Chrysler de Nueva York.
Como cuenta el historiador y
periodista estadounidense Adam Hochschild en su nuevo libro 'Spain in Our
Hearts: Americans in the Spanish Civil War, 1936–1939' (Houghton Mifflin
Harcourt) –del que 'Salon' ha ofrecido un adelanto–, ninguno de los cientos de
periodistas extranjeros que presenciaron los bombardeos de Madrid se preguntaron
de dónde salía el combustible que utilizaban los Junkers Ju 52 que Hitler envió
a Franco, habida cuenta que el Generalísimo no contaba en principio con ningún
suministro de petróleo y Alemania e Italia eran países importadores. El bando
sublevado contaba con el mejor aliado que podía tener: un empresario
filofascista que dirigía una de las mayores petroleras del mundo.
No es personal, solo negocios
Torkild Rieber nació en Noruega,
pero a los 15 años emigró a San Francisco. Durante años trabajó como marinero
de cubierta en barcos que transportaban empleados contratados en Calcuta a las
plantaciones de azúcar de las Indias Occidentales Británicas, y fue ascendiendo
en el escalafón de las navieras. A los 22 años, tras sobrevivir a una reyerta a
navajazos contra un colega borracho, logró la nacionalidad estadounidense y, en
poco tiempo, se convirtió en el capitán de su propio petrolero.
“Piensa que a un autócrata sólo
tienes que sobornarlo una vez. Con las democracias hay que seguir haciéndolo
una y otra vez”
Su embarcación fue adquirida por
la Texas Company, más conocida por el nombre de las gasolineras que la empresa
tenía por todo Estados Unidos, Texaco. Probablemente, Rieber habría sido otro
empleado más de la petrolera si no hubiera dado el braguetazo: se casó con la
secretaria de su jefe, fue escalando en la compañía y, en 1935, justo en el
gran momento de expansión de la empresa, fue nombrado CEO.
Decía Thomas Jefferson –al que
cita Hochschild en su libro– que “los mercaderes no tienen país”, pues “el lugar
en el que están no constituye un vínculo tan fuerte como el sitio del que
obtienen sus ganancias”. Se tratas de una afirmación muy acertada, máxime en
estos tiempos globalizados, pero resulta especialmente acertada para definir la
actitud de Rieber a cargo de Texaco, una compañía que ya era famosa antes de su
ascenso por ser la más descarada y agresiva de las petroleras.
Y, cuando se trata de hacer
negocios, es mucho mejor tratar con dictaduras que con democracias. “Piensa que
a un autócrata sólo tienes que sobornarlo una vez”, aseguró un amigo de Rieber
sobre el empresario. “Con las democracias hay que seguir haciéndolo una y otra
vez”.
Sí pasaran (mis petroleros)
En 1935, la República Española
firmó un contrato con Texaco que convirtió a la compañía de Rieber en su
principal suministrador de combustible. Pero pasado un año, cuando Franco dio
su golpe de Estado, al empresario estadounidense no le importó en absoluto
cambiar de bando.
“Sabiendo que los camiones
militares, tanques y aviones no sólo necesitan combustible, sino una amplia
gama de aceites de motor y otros lubricantes, el CEO de Texaco ordenó
rápidamente a un petrolero de la empresa que cargara un suministro en el puerto
francés de Burdeos y lo enviara a los nacionalistas, que estaban pasando por
dificultades”, cuenta Hochschild. “Fue un gesto que Franco nunca olvidaría”.
“No os preocupéis por los pagos”
fue la respuesta de Rieber cuando los sublevados le dijeron que iban justos de
efectivo
En pleno inicio de la contienda,
el empresario en persona viajó a Burgos para reunirse con Franco y aceptó
cortar el suministro de petróleo a la República para apoyar sin reservas al
bando nacional. La ayuda de Rieber fue fundamental en los primeros días de la
guerra, y no sólo por su traición al orden democrático establecido, sino por
darle a Franco todo lo que pedía sin esperar nada a cambio.
“No os preocupéis por los pagos”,
fue la respuesta de Rieber cuando los sublevados le dijeron que iban justos de
efectivo. Como reconoció más tarde un ejecutivo de Campsa –que desde 1927 era
la compañía nacional que monopolizaba el suministro de petroleo–, “pagábamos lo
que podíamos cuando podíamos”.
Una ayuda ilegal
Pese a que la Guerra Civil era
portada casi a diario en los grandes periódicos estadounidenses de la época,
nunca se hizo público que uno de los grandes empresarios de América estaba
ayudando de forma descarada a los franquistas, incumpliendo por el camino la
legislación sobre neutralidad del país.
Las Leyes de Neutralidad de 1930
limitaban la acción de las empresas estadounidenses al comerciar con un país en
guerra. En teoría, estaba prohibido que los petroleros de Texaco llevaran
combustible a Franco (y el bando nacional carecía de este tipo de naves) y,
además, era ilegal vender suministros a crédito (y el oro del Estado español
estaba en manos republicanas).
No pasó mucho tiempo hasta que
los funcionarios de aduanas estadounidenses se percataron de que los petroleros
de Texaco estaban incumpliendo la ley: supuestamente, salían de la terminal de
Texaco en Port Arthur (Texas) con dirección a Rotterdam o Ámsterdam, pero a
mitad del camino, los capitanes cambiaban su rumbo y se dirigían a los puertos
que controlaba Franco.
El FBI llegó a interrogar a
Rieber, pero el presidente Franklin D. Roosevelt, que no quería participar de
forma alguna en la Guerra Civil española, ni siquiera persiguiendo una
violación tan evidente de la ley estadounidense, solucionó el asunto por lo
bajini con un tirón de orejas. Texaco tuvo que pagar una multa de 22.000
dólares por extender crédito a un Gobierno en guerra, pero nada se hizo por
detener el suministro de petróleo a los golpistas.
En años recientes, el historiador
Guillem Martínez Molinos estudió los archivos de Campsa para conocer los
entresijos del suministro de hidrocarburos durante la Guerra Civil y realizó
otro descubrimiento: la compañía cobró a Franco solo por los hidrocarburos, no
por su transporte, lo que ahorró al bando sublevado cientos de miles de
dólares.
Un espía al servicio de Franco
Por si fuera poco, Texaco no sólo
prestó ilegalmente petróleo a Franco, además trabajó como servicio de
inteligencia para los sublevados. Como es sabido, Mussolini dispuso submarinos
italianos en el Mediterráneo para impedir que los republicanos recibieran
suministros de sus aliados. Y Franco, en cuanto pudo, hizo lo propio con su
flota. Los nacionalistas fueron increíblemente eficaces al capturar o derribar
los cargueros que llevaban combustible a la República, logrando que al menos 29
barcos no llegaran a su destino. Ahora sabemos la razón de tamaño éxito: Franco
tenía acceso a la red de inteligencia marítima de la petrolera.
William M. Brewster coordinó todo
un operativo de inteligencia que aportó a Franco hasta el último detalle del
suministro de petroleo a la República
Rieber ordenó a la oficina de
Texaco en París que recabara información sobre los petroleros que se dirigieran
a puertos republicanos. El dirigente de ésta, William M. Brewster, coordinó
todo un operativo de inteligencia que aportó a Franco hasta el último detalle
del suministro de petroleo, incluida la cantidad y el tipo de fuel que
transportaba cada embarcación y cuánto se había pagado por él. Y, siempre que
se podía, se ofrecía información útil a los bombarderos y submarinos que
pudieran atacar el objetivo.
Como cuenta Hochschild a modo de
ejemplo, el 2 de julio de 1937 Brewster envió un telegrama al jefe de la Campsa
franquista sobre el SS Campoamor, un petrolero republicano que un agente de
Texaco había visto en Le Verdon, un puerto francés cercano a Burdeos. La tripulación
había cubierto el nombre y el casco con una capa de pintura negra y se dirigía
a Santander bajo bandera británica, donde debía entregar 10.000 toneladas de
queroseno. Además, explicaba el telegrama, la tripulación solía descuidar el
barco “casi todas las noches”. Cuatro días más tarde, cuando la mayor parte de
los marineros estaban de fiesta en la playa, un pequeño destacamento franquista
tomó la embarcación y la llevó a uno de los puertos de Franco.
España paga traidores
Al finalizar la contienda, España
devolvió a la petrolera estadounidense todo el combustible prestado por valor
de unos 20 millones de dóalres (unos 325 millones de hoy en día). Dado la
inestimable ayuda que Rieber ofreció a Franco no es de extrañar que el CEO de
Texaco se convirtiera en un VIP del régimen. El empresario fue condecorado con
la Gran Cruz de la Orden de Isabel la Católica, uno de los mayores honores que
puede recibir en España un civil.
Tras finalizar la Guerra Civil
española, Rieber continuó con su política exterior, ahora ayudando al Tercer
Reich. Texaco estuvo vendiendo petróleo a los nazis incluso tras estallar la II
Guerra Mundial. Rieber, de hecho, se reunió con Hermann Göring tras la invasión
de Polonia y visitó varias intalaciones militares de los nazis. Pero,
logicamente, estas amistades peligrosas acabaron pasándole factura.
El empresario fue despedido de
forma fulminante pero enseguida encontró trabajo: Franco le nombró jefe de
compras de Campsa en América
En 1940 las autoridades
estadounidenses descubrieron que varios de los alemanes que había contratado
Rieber eran espías nazis que estaban usando la red de comunicación interna de
Texaco para transmitir información a Berlín. El empresario fue despedido de
forma fulminante pero enseguida encontró trabajo: Franco le nombró jefe de
compras de Campsa en América. Tras este empleo fue alternando otros puestos
directivos muy bien pagados en la industria y murió rico en 1968, con 86 años.
“El petróleo de Texaco ayudó a
Franco a ganar la Guerra Civil española y así estar en posición de apoyar a los
nazis en la gran guerra que llegó después”, concluye Hochschild. “Un incontable
número de marineros americanos perdieron su vida en manos de los 21 U-boats
alemanes que tenían su base en la costa atlántica española. 45.000 españoles se
enrolaron voluntariamente en el ejército de Hitler y España supuso un flujo
incesante de minerales que necesitaba la industria de guerra alemana”. Todo por
no haber aplicado la legislación vigente ante tamaña corruptela empresarial.
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