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sábado, 1 de agosto de 2020

NOTA BIOGRAFICA DE ADA MARTI


Nota biográfica de Ada Martí (1915-1960)

María de la Concepción Martí Fuster, conocida como Ada Martí, nació en Barcelona el 1 de julio de 1915, en el seno de una familia de clase media. Anarquista, intelectual cultísima y escritora con gran facilidad de expresión, tanto en castellano como en catalán. Universitaria.

Dirigente de la Federación Estudiantil de Conciencias Libres. Militante de Mujeres Libres. Impresionó y sedujo a los jóvenes de su generación por su belleza, su inteligencia, sus amplias lecturas, su culta conversación, su pasión intelectual, su larga cabellera negra y su blanca vestimenta.

Había sido herida en los hechos de octubre de 1934, en la defensa del CADCI, junto a Jaume Compte. Citaba con maestría y profundo conocimiento a Kierkegaard, Unamuno, Freud, Reich, Romand Rolland, Gide, Rabelais… Se carteaba con Pío Baroja, a quien consideraba su maestro. En 1936 (abril y octubre) publicó dos relatos en la serie de La Novela Ideal, publicada por las ediciones de La Revista Blanca.

Vivía en Poble Sec, en un habitación llena de libros. Asidua asistente a las tertulias, que todas las tardes se celebraban en el cuarto piso de la Casa CNT-FAI, organizadas por González Pacheco, fundador del Teatro del Pueblo, en las que intervenían frecuentemente, cebando el mate, Simón Radowitzki, Vicente Tomé, Antonio Casanova (fundador de la FORA argentina), su amiga Dolores (Eva) Cascante y otros. En esas tertulias, Ada se enamoró de Lunazzi, miliciano de la Columna Durruti, con quien rompió tajantemente su relación el día que lo vio vestido de militar.

A finales de 1937 intervino en el congreso, reunido en Valencia, donde se fundó la Federación Ibérica de Estudiantes Revolucionarios (FIER), que publicó la revista Fuego, dirigida por Ada. Se enfrentó a las manipulaciones de Serafín Aliaga del Comité Peninsular de la Federación Ibérica de Juventudes Libertarias (FIJL), porque ella consideraba que la FIER no debía ser una especie de cenáculo de inútiles discusiones filosóficas, sino una activa organización a la vez específica y sindical.

Destacó en la enorme obra cultural realizada por los Institutos Obreros, que tenían por objetivo facilitar estudios superiores a jóvenes obreros, aunque su duración fue muy limitada, desde el 20 de diciembre de 1937 hasta la ofensiva franquista en Aragón, con el alistamiento de muchos de aquellos jóvenes.

Ada publicó, durante la Guerra civil, numerosos artículos en las publicaciones más diversas: Estudios, Evolución, Esfuerzo, Ruta, El Amigo del Pueblo (órgano de Los Amigos de Durruti), Libre Estudio, Tierra y Libertad, Nosotros (de la FAI de Valencia), Mujeres Libres, Acracia, el número único de Fuego, etcétera…

Ada fue tan inconstante y voluble con sus amantes, como intransigente y radical en las ideas. Durante la guerra mantuvo posiciones anticolaboracionistas, que le valieron el apelativo de “piel roja”.

Inconformista e iconoclasta, rechazó el culto a la personalidad, y escribió un artículo contra la deificación de San Durruti y San Francisco Ascaso. Su serie de artículos sobre el papel de la mujer en la revolución, publicados en Libre Estudio, son a la vez provocadores y muy sensatos, situando a la mujer como persona que debe autoliberarse y educarse como individuo libre, más allá de su condición femenina.

Desde muy joven se identificó con el nihilismo y el pesimismo existencial, bebido en Schopenhauer y en Nietzche. Afirmó que “el anarquismo es como el silencio: en cuanto se habla de él, se le niega”.

Durante la Segunda Guerra Mundial llevó una vida nómada y semiclandestina, intentando ayudar a los refugiados españoles, organizada en distintas agrupaciones, sin participar nunca en la Resistencia francesa, que consideraba demasiado nacionalista.

Una dolorosa infamia, nunca aclarada suficientemente; quizás su negativa a colaborar con los estalinistas (los asesinos de la revolución en España) en la lucha contra los nazis; quizás porque su vida sexual, sin tabúes ni normas, era insoportable para la moral cenetista en vigor; le impidió reingresar en 1946 en la CNT, pese a los avales incondicionales de Antonio García Birlán (“Dionisios”) y de Gaston Leval. Otra dolorosa ruptura. La libertad se pagaba con el aislamiento.

Lectora voraz, se interesó por el existencialismo de la bohemia parisina de postguerra: el café Flora y Edith Piaff, recomendando en sus cartas la lectura de Sartre, Camus, Beauvoir, Bréton, René Guénon, Robert Brasillach (fusilado por colaboracionista), el polaco Milosh, el maestro Eckhart, taoísmo, Ernest de Gegenbach, Mazo de la Roche…

En 1946 certificó el antifascismo de su amiga Dolores (Eva) Cascante, residente en Viena, atendiendo a una angustiosa llamada de auxilio de su amiga, que en 1943 había viajado a Berlín, acompañada de un oficial nazi del que se había enamorado. Las perturbadoras cartas de Eva registran, además del culto compartido por la literatura, a una íntima relación personal, que más allá de la amistad y del enamoramiento mutuo, apuntan a una especie de “tiranía” sentimental, fundamentada en la conjura de ambas por ser absolutamente libres, superando cualquier moral cristiana de carácter represivo o posesivo; lo cual parece implicar la obligación “que tiene” Ada de ayudar a Eva en todo lo que le pida.

Ada y Eva se complacían en el difícil arte de la seducción, obsequiando a sus esporádicos amantes una experiencia inolvidable y extraordinaria, que las satisfacía y realizaba. Abel Paz, en las páginas 167 y 168 de su libro "Entre la niebla", narra magistralmente su breve romance de una noche con Eva, en el Burdeos de 1941.

La intensa vida amorosa de Ada aborrecía la idea de matrimonio, pero incoherentemente se casó con un profesor y escritor danés, padre de su hijo Frederic, nacido en febrero de 1948. En septiembre de ese mismo año se divorció y obtuvo la tutela del niño, pese a la oposición del padre, que desde entonces se desinteresó completamente. En los años cincuenta, Ada fijó su residencia en París.

El 30 de noviembre de 1950 escribió a su amiga Adora (Adoración Sánchez): “la lucha por la vida material da al traste con cuanto pudo haber en mí, antaño, de transmisible. Sólo me queda sensibilidad para sufrir”. El alejamiento de su hijo, al que no podía ver, porque no tenía dinero para costearse el viaje al internado donde estaba, le atormentaban hasta la desesperación: “¡Para qué tener hijos si no se pueden tener junto a sí!”.

Era muy consciente de su carácter generoso, que contrastaba con su incapacidad para pedir o recibir cualquier ayuda personal. La torpeza e ineficacia para enfrentarse a los problemas de la vida cotidiana y el horizonte de una lenta muerte interior, en vida, se enseñoreaban de su ánimo: “todo lo esencial, lo único realmente importante, parece haber muerto en mí”; y también este tenebroso símil musical: “Las cuerdas rotas, no vibra el arpa”.

Se enamoró del ruso Boris, librero con cierto desahogo económico, con quien compartió piso en el boulevard Raspail. Boris le compró una “boîte” a orillas del Sena y contrató una “femme de menage”. Con la solución de los problemas domésticos volvieron la alegría y las ganas de vivir. En sus desplazamientos para comprar libros se reencontró en Toulouse a Ginés Alonso, vieja amistad y efímero amante barcelonés de los tiempos de la guerra, con quien desde entonces mantuvo una correspondencia intermitente. Boris también le dio una hija, Claudia, nacida en 1953, que pareció romper su frágil equilibrio. Boris marchó. De nuevo los problemas cotidianos se convirtieron en una insoportable tortura. Las pesadillas y el insomnio lo complicaban todo.

En agosto de 1956 su amiga Ana Sánchez, residente en Barcelona, la visitó en París, al tiempo que consultaba a un especialista por sus problemas cardíacos. Ada, en opinión de su amiga, vestía descuidadamente ropas amplias y masculinas. Ahora vivía en Saint Germain des Prés, con Roland, un contable culto y educado. Los niños vivían en un pensionado. Ada le pidió sorpresivamente a Ana que adoptara a sus dos hijos, organizándole una bronca por su negativa temporal. Al día siguiente le simuló un falso intento de suicidio. Ana regresó desilusionada a Barcelona: su mito de juventud se había roto. Roland también marchó.

En el otoño de 1957 Abel Paz la encontró casualmente en su puesto de bouquiniste. Ahora Ada vivía con el exiliado húngaro Georges Villa, en un lúgubre y oscuro apartamento, sito en el 115 de Notre Dame des Champs, muy cerca del boulevard Montparnasse. Pocos muebles y muchos proyectos literarios frustrados. Sus hijos continuaban en un pensionado. Su trabajo como vendedora de libros de ocasión (“bouquiniste”) a orillas del Sena, con un cajón (boîte) repleto de literatura española, en el Quai des Grandes Augustins, junto al Pont Neuf, apenas daba para sobrevivir.

En su correspondencia, Ada acumuló y arrastró a la nostalgia de la familia y la tierra, la tristeza de una desgraciada vida familiar y el alejamiento de sus hijos. La infinita angustia, causada por la derrota y el desarraigo del exilio, sumada a una deficiente alimentación, se manifestó en un omnipotente insomnio, que quebrantó aún más su siempre precaria salud. Se lamentó de la dolorosa pérdida sufrida en el uso y dominio del castellano y del catalán (su lengua materna) a causa de su plena inmersión en el francés. Vivió atormentada por la imposibilidad de dedicarse plenamente a la literatura, mientras tuviese que atender, siempre de forma muy apurada, a las necesidades económicas del pago del alquiler y del mantenimiento de sus dos hijos.

El 29 de agosto de 1959 fallecía su hijo Federico, que no se recuperó de la anestesia aplicada en una intervención quirúrgica de escaso riesgo. Brutal paradoja: su hijo no despertó; ella no podía dormir. Puso a su hija en un pensionado de monjas. Se sentía fracasada como escritora y realizó varios intentos de suicidio. La voz de su hijo la llamaba en sus pesadillas. Su autoanálisis era tan profundo como siniestro.

En sus cartas explicaba lúcidamente que ella interpretaba la loca sublevación del poeta que rehúsa enfrentarse a la realidad y se evade, para regresar renacida después de cada intentona suicida, con más ansias de vivir que nunca antes. Decía a sus amigos que, en el recuerdo de esas fallidas tentativas, experimentaba una satisfactoria rebelión absoluta contra la opresión de una vida cargada de sufrimientos.

Su compañero Georges Villa se desvivía por cuidarla y protegerla. Murió el 1 de diciembre de 1960 a causa de una sobredosis de somníferos, tras una horrorosa noche de insomnio, delirios y ansiedad, que terminó con la ingesta de todas las pastillas que quedaban en el tubo, con el justo y apremiante objetivo de descansar. Sus últimas palabras fueron: “Sólo quiero dormir”.

Asistieron al entierro (6 de diciembre) una treintena de amigos, entre los que se contaban muy pocos españoles o catalanes, como Carmen Quintana. Casi ninguno de ellos la había conocido durante su época de esplendor, en aquella Barcelona revolucionaria, tan lejana ya. Su hija Claudia fue recogida en un convento de monjas, sin que sus amigos pudieran hacer nada por evitarlo. Había desaparecido, quebrada, una de las mujeres más libres, sensibles y brillantes de su generación.

Abel Paz impulsó inmediatamente una recogida de materiales y correspondencia entre los conocidos y amigos de Ada, con vistas a elaborar una biografía que nunca llegó a publicar. Esta nota biográfica no hubiera sido posible sin ese excelente trabajo de investigación de Abel Paz.

 

Agustín Guillamón

Fuente: Pepe Cascales Muñoz facebook

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