Cuando Madrid prohibió la entrada a andaluces y extremeños
Lo publicó el diario ‘Pueblo’ el 12 de julio de 1957: “Cada
día 3.000 familias vienen a Madrid sin haber sido contratadas previamente”.
Otros titulares de la época: “El éxodo de millares de campesinos hacia los
grandes centros fabriles es ininterrumpida”. “La urbanización espontánea: un
barrio extremeño surge en las afueras de Madrid”. Era lo que algunos
malintencionados calificarían hoy de “invasión de inmigrantes”, salvo que los
que venían a buscar trabajo y se asentaban como podían en los suburbios de
Madrid no eran sirios, sino españoles.
La revista ‘Semana’ lo calificó de “influencia inmensurable
de personas que llegan a la capital sin trabajo ni vivienda fijos” en un
reportaje que empezaba así: “Ya somos dos millones de habitantes en este Madrid
inefable. ¿Y ahora qué hacemos? Es de temer que no haremos otra cosa que
resignarnos... Constituimos una urbe que comienza a ser ‘monstruo’, por lo que
no es de extrañar que sus problemas sean monstruosos… Los que llegan, ¿a qué
vienen? Esta es una pregunta legítima de todo ciudadano que viene padeciendo
año tras años las crecientes dificultades de la urbe”. En dicho artículo se
aseguraba que los ‘intrusos’ venían de ciudades como Córdoba, Ciudad Real o
Badajoz. Una turbamulta de “braceros” andaluces y extremeños con ganas de,
según 'Semana', vivir de la picaresca: “Una de las consecuencias de ese
chabolismo alimentado por las corrientes migratorias de provincias es la de
sacrificar al habitante ‘clásico’ de la urbe a la hora de repartir viviendas.
Se repite el caso de facilitar vivienda al de la chabola antes que al
‘realquilado’ de años y años”.
La sede de la Orquesta de la CAM tiene un misterioso pasado
vinculado a Albert Speer, el arquitecto de Hitler. A vueltas con la influencia
del nacionalsocialismo en tiempos de Franco
¿La solución al problema del chabolismo? Vetar la entrada en
la capital de todo aquel que no tuviera una vivienda. O el fin de la libre
circulación de españoles… por España.
En efecto, el franquismo tomó una medida drástica para
frenar el éxodo rural hacia la capital: prohibir la entrada en Madrid. El 21 de
septiembre de 1957, hace ahora 60 años, el BOE publicó un decreto de
Presidencia del Gobierno para frenar los “asentamientos clandestinos” en la
capital: “La afluencia constante a Madrid de familias procedentes de otras
capitales y pueblos de la nación carentes, por lo general, de medios
económicos, sin profesión determinada ni domicilio en que recogerse, lleva
consigo una sistemática construcción de chabolas, cuevas y edificaciones
similares en el extrarradio de la población, ocupando terrenos lindantes con
importantes vías de comunicación e incluidos en planes urbanísticos aprobados o
en proyecto”, arrancaba el texto del Gobierno.
Personas no gratas
“El decreto prohibió la entrada en Madrid de las familias
que no contasen con vivienda (y en las estaciones de ferrocarril, la policía
devolvía al lugar de origen a quien no tuviese domicilio) al tiempo que se
aprobó otro, dictando normas para impedir el asentamiento clandestino,
derribando chabolas y devolviendo a sus habitantes a su lugar de origen”,
cuenta Carlos Sambricio en ‘Madrid, vivienda y urbanismo: 1900-1960'.
Cada día 3.000 familias vienen a Madrid sin haber sido
contratadas previamente
El decreto anti jornaleros, cocinado en el consejo de
ministros del 23 de agosto de 1957, convirtió la entrada en Madrid en un
infierno burocrático.
Artículo primero: “A partir de la publicación de este
Decreto en el Boletín Oficial del Estado, toda persona o familia que pretenda
trasladar su residencia a la capital de la Nación dará cuenta al Gobernador
Civil de la provincia por conducto del Alcalde de su residencia, de que dispone
para su alojamiento en Madrid de la vivienda adecuada. Los Gobernadores de las
distintas provincias comunicarán al de Madrid estos desplazamientos, con la
indicación de los futuros domicilios, para su debida comprobación”.
Artículo segundo: “A partir de la publicación del presente
Decreto, las empresas de toda clase, industriales, comerciales o agrícolas, se
abstendrán de contratar productores que no acrediten su residencia en Madrid
con anterioridad a la fecha del mismo”.
En las estaciones de ferrocarril, la policía devolvía al
lugar de origen a quien no tuviese domicilio
El decreto llamaba a “proceder al inmediato derribo de las
cuevas, chabolas, barracas y construcciones similares realizadas sin licencia,
en el extrarradio de Madrid, y para iniciar seguidamente los expedientes de
expropiación”. A su vez, se instaba a los ministerios de Gobernación, Trabajo y
Vivienda a “organizar un Servicio de Vigilancia en el extrarradio de Madrid”.
Dos días después de publicarse el decreto, ‘ABC’ abrió su
edición con un artículo de opinión de Adolfo Prego -‘La ciudad razonable’- en
el que se pedía que Madrid dejara de crecer: “Los urbanistas de todo el mundo
se encuentran conformes en un punto: la utilidad de limitar el crecimiento de
las ciudades… Ninguna voz autorizada reclama la creación de ciudades
monstruosas. Por el contrario: acá y allá se levantan gritos de alarma contra
las urbes gigantes… Hay algo en Madrid que no conviene a la felicidad del
ciudadano. Antes, los funcionarios de Estado esperaban el traslado a Madrid
como una liberación. Ahora, hay menos aspirantes, e incluso abundan los casos
de clara resistencia al cambio de residencia. Frecuentemente tropieza uno con
viejos conocidos que vienen a Madrid. Lo pasan muy bien durante tres o cuatro o
cinco días, pero a continuación toman el tren con un suspiro de alivio. Vuelven
a la normalidad, a la salud”.
La burbuja ya está aquí
Lo que no sabía Adolfo Prego es que el decreto anti
jornaleros no iba a frenar la expansión de Madrid, sino más bien lo contrario:
la capital estaba a las puertas de un boom inmobiliario y demográfico sin
precedentes gracias a la irrupción de un agente que había estado al margen de
la construcción de viviendas durante el primer franquismo: el sector privado.
En efecto, la crisis de los jornaleros andaluces y extremeños -con su
correspondiente alarma social- dio pie a la madre de todas las liberalizaciones
de suelo.
“El Estado buscaba desembarazarse de la carga financiera que
suponía la construcción, buscando definir los mecanismos para conceder
beneficios a un sector, con vista a atraer así al capital privado. En un
momento en que -como señaló la prensa de la época ‘en un núcleo suburbial de
reciente formación se vuelcan las zonas en paro más destacadas de la nación’-
el problema era cómo incentivar una iniciativa privada no interesada en un
suelo no rentable por la escasa capacidad adquisitiva de la emigración”,
escribe Carlos Sambricio.
1957 fue un año bisagra clave para el franquismo. Aunque aún
faltaban dos años para que se aprobara el Plan de Estabilización, el salto de
la autarquía a la liberalización empezó a hacerse realidad. “Hagamos un país de
propietarios, no de proletarios”, dicen que dijo José Luis Arrase tras ser
nombrado ministro de Vivienda en febrero de 1957. Arrese acababa de dar el
pistoletazo de salida (sin saberlo) a la era de las burbujas inmobiliarias. El
Estado, acuciado por el éxodo rural e incapaz de ejecutar una planificación
ordenada de Madrid, se abrió de par en par a la intervención privada sobre el
urbanismo de la capital.
“Para la dictadura, la generalización del acceso a la
vivienda de protección oficial en alquiler, podía suponer la aparición de
múltiples focos de conflicto político en la interlocución directa entre
inquilinos y Estado. En consecuencia, la política de vivienda intentó
deshacerse de este tipo de problemas mediante la generalización de la vivienda
en propiedad. Esto es precisamente lo que acabó por decantar la línea política
del periodo, bien recogida en la célebre declaración del entonces ministro de
la Vivienda: ‘España: un país de propietarios, no de proletarios’. Según el
texto de esta cita, la propiedad de vivienda era un medio de moralización y
sujeción de las clases trabajadoras, sospechosas de desafección y en pleno
proceso de mutación social y subjetiva. La propiedad se convirtió, por lo
tanto, en el criterio rector de las políticas públicas”, cuentan Isidro López y
Emmanuel Rodríguez en el ensayo ‘Fin de ciclo’.
El traspaso de las competencias para construir viviendas
-del Estado a la iniciativa privada- se oficializó el 13 de noviembre de 1957,
con la aprobación en el Pleno de las Cortes del Plan de Urgencia Social de
Madrid, que apostó por la construcción de 60.000 viviendas en dos años (al
final se construirían más de 80.000, según la prensa). “Si durante años fue la
Comisaría de Ordenación Urbana quien fijó las pautas del crecimiento, a partir
de 1959 serán las grandes inmobiliarias quienes definan y marquen el futuro
urbano”, escribe Sambricio.
A partir de entonces, se construyó masivamente vivienda de
protección oficial, pero no era el Estado, sino un emergente sector privado
El Plan de Urgencia Social, que se ampliaría a todo el país
en 1958, fue la fórmula elegida para absorber a la mano de obra inmigrante en
las grandes ciudades. El Estado lo apostó todo a la vivienda subvencionada, sí,
salvo que los beneficiados directos de dichas ayudas públicas no serían los
inquilinos, sino los promotores.
"Salió reforzada la fórmula de la subvención pública de
los operadores privados. A partir de entonces, se construyó masivamente
vivienda de protección oficial, pero no era el Estado, sino un emergente sector
privado quien se encargaba de su ejecución. La política de vivienda del
franquismo mostraba aquí el mismo carácter de clase que las políticas fiscales,
claramente regresivas, que cargaron sobre el trabajo desde los más leves costes
de las recesiones hasta las grandes ampliaciones del sector público. Con ello,
se renunció también a liberar una mayor parte de la renta de las clases
trabajadoras con destino al consumo de masas, para destinarla al pago de la
vivienda: una política del todo congruente con la debilidad del fordismo
hispano y con su naciente vocación inmobiliaria. La subvención directa supuso
un espectacular impulso para el sector de la construcción... Precisamente en
esta época, la promoción inmobiliaria y la expansión del crédito a la
construcción permitieron la acumulación de inmensas fortunas y la formación de
un pujante grupo de grandes empresas que tienen continuidad hasta la
actualidad”, zanja 'Fin de ciclo'.
¿Acabó el Plan de Urgencia Social con el chabolismo en
Madrid? No, pero quizá no era esa su principal finalidad...
Fuente: https://www.elconfidencial.com/cultura/2017-09-17/franquismo-madrid-franco-urbanismo_1444108/
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