Ni monarquía ni república. Libre federación de los
pueblos
Por mucho que se empeñen en vendernos sus propuestas, tanto
independentistas catalanes como nacionalistas de corte españolista, nuestra
postura no tiene por qué cambiar. Los anarquistas y anar- cosindicalistas
siempre hemos tenido muy claro que la solución no está en quítate tú para
ponerme yo. La República no es la solución a los problemas que aquejan a la
ciudadanía, en su inmensa mayo- ría, máxime si esa tan deseada república
estaría dentro de un marco legislativo de carácter eminentemente burgués, pero
aunque no lo fuera en algunos de sus aspectos, en su conjunto, ésta esta- ría
impregnada y contaminada por los elementos que constituyen el régimen
parlamentario que to- dos conocemos, es decir, una democracia indirecta, donde
el pueblo sería consultado cuando a las élites gobernantes les pareciera
adecuado hacerlo.
¿Qué pasa, que la nueva república sería
revolucionaria en la forma y en el fondo? Si así fuese, para qué
llamarle república, ¿no sería más adecuado otro nombre, que reflejase la nueva
realidad, que diera a entender que el pueblo ha tomado el poder? Pero, qué revolución se puede
esperar de los/las que tienen su modus vivendi en no dar un palo al agua y
vivir del sudor de los demás, qué se puede esperar de esos profesionales de la
política. ¿Qué se puede esperar de los que declaran la República Catalana, y a
las pocas horas se desdicen o cogen el coche para poner tierra de por medio,
antes de que los metan en la cárcel? ¿Qué se puede espera de los que, a las
primeras de cambio, vuelven al cambalache político que representaron las nuevas
Elecciones Autonómicas en Catalunya, del pasado 21 de diciembre?
Nuestra postura básica no está en desacuerdo con los miles y miles de
personas que abogan porque Catalunya sea una entidad independiente. Estamos
convencidos que en condiciones normales muchos de los libertarios y libertarias
no hubieran ido a votar en las dos últimas convocatorias electorales habidas en
Catalunya. Somos de la opinión que la gravedad de la situación hacía que no hubiera
otra salida que la de apoyar que el pueblo catalán pudiera expresar libremente su opinión con relación a separarse o no de España. Visto el resultado de las elecciones del
21-D, la cuestión de un nuevo referéndum de autodeterminación queda abierta,
otra cosa es si se abrirá un diálogo entre partes para zanjar de una vez por
todas lo que ha quedado por resolver. Como era previsible, ni la Declaración
Unilateral de Independencia (DUI), ni la
aplicación del artículo 155 de la Constitución Española (aprobada ésta bajo la
custodia de los militares, Iglesia católica y los poderes fácticos franquistas)
han resuelto el contencioso político
entre el Estado Español y Catalunya, más bien lo ha agravado, pues la división
entre catalanistas y españolistas se ha hecho más grande.
Es curioso, pero los defensores de la aplicación del artículo 155 no han
hecho mención a que la fuerza que tiene la aplicación del mismo le viene de
otro artículo que está en el Título Preliminar de la Constitución. Siete
artículos preceden al que es la piedra angular de la constitución
neofranquista, el artículo 8, que lleva por nombre: Fuerzas Armadas. Y catorce
son los que siguen al que se ha hecho famoso, desde su aplicación a primeros de
mes. La relación entre el 8 y el 155, lo puso de manifiesto la actual ministra
de defensa, María Dolores de Cospedal. La ministra organizó unas maniobras
militares a una semana de las elecciones, es decir, metió al Ejército en
campaña y avisó de que éste estaba en alerta. Las palabras textuales de la
Ministra de Defensa fueron: “Las Fuerzas Armadas están siempre preparadas para
responder a cualquier ataque a la integridad territorial”.
Pero, qué dicen esos dos artículos que son los verdaderos guardianes del orden
constitucional español, y que han sido aplicados (el 155 abiertamente y el 8 de
manera velada) en este mes de diciembre en Catalunya. El primero es muy breve,
aunque de una claridad y contundencia que no da margen a ambigüedades
interpretativas. Tiene dos apartados. En el 1: “Las Fuerzas Armadas, constituidas
por el Ejército de Tierra, la Armada y el Ejército del Aire, tienen como misión
garantizar la soberanía e independencia
de España, defender su integridad territorial
y el ordenamiento
constitucional”. En el 2: “Una ley orgánica regulará las bases de la
organización militar conforme a los principios de la presente Constitución”. En
cuanto al 155, decir que es más extenso y que tiene, también, dos apartados. En
el primero se desarrolla el quid de la cuestión, en el segundo, lo mismo que pasa en el artículo 8, es una
simple referencia, sin más trascendencia. He aquí los dos. Apartado 1: “Si una
Comunidad Autónoma no cumpliese las obligaciones que la Constitución u otras
leyes le impongan, o actuase gravemente al interés general de España, el
Gobierno, pre- vio requerimiento al
Presidente de la Comunidad Autónoma y, en el caso de no ser atendido,
con la aprobación por mayoría absoluta
del Senado, podrá adoptar las medidas necesarias para obligar a aquélla al
cumplimiento forzoso de dichas obligaciones o para la protección del mencionado
interés general. Apartado 2: “Para la ejecución de las medidas previstas en el
apartado anterior, el Gobierno podrá dar instrucciones a todas las autoridades
de la Comunidades Autónomas”. Con estos mimbres en las manos, cualquier
gobierno, del signo político que sea, puede entrar a saco en el autogobierno de
la Comunidad o Comunidades Autónomas que pretendan separarse del resto. En
última instancia, la fuerza militar, y su particular forma de entender la
democracia, es la real y verdadera garante de la unidad entre los pueblos de
España. Y nos preguntamos: ¿Hemos avanzado algo desde el fatídico
golpe de Estado de 1936? ¿Hay verdadera democracia en esta península de procesiones, corrupción política y financiera, y de fuerzas armadas
al servicio exclusivo del Poder? ¿Cuándo
los pueblos que forman ésta y todas las demás naciones, serán libres de decidir
cuándo, cómo y con quién/quienes desean estar federados?
Claro que los libertarios y libertarias queremos que los pueblos, de
cualquier parte del mundo, sean libres para decidir su destino, sin intromisión
de ningún tipo (Catalunya, Euskadi, Galizia, Quebec, Córcega, Escocia, etc.). También está claro que la clase política
sólo mira por sus intereses, que ésta apoyará el sistema que le proporcione
continuar con su modus vivendi. No nos chupamos el dedo, y sabemos, por
propia experiencia, que tendremos que
luchar contra aquellos y aquellas que hoy hablan de libertad y democracia, pero que conseguidos sus
objetivos se olvidarán de sus promesas, como siempre han hecho, y no tendremos
más remedio que volver a luchar para conseguir nuestros derechos, con
independencia del régimen político que hayan instaurado. Nos pasó con la Segunda
República, con la Dictadura franquista/nacionalcatólica, con la Monarquía
Restaurada por Franco, con su barniz democrático de partitocracia y
Transición “modélica” a la española, y nos volverá a pasar cuando
llegue, si llega, ¡que llegará!, la primera República Catalana. Todo diferente, pero todo igual. Los mismos
perros con diferentes collares. Todos y
todas mamando de la puerca política, como refleja un cartel, que reprodujo a
serigrafía, en tres colores diferentes, nuestro estimado compañero Pedro Ibarra
(nuestro italiani del “alma”).
Como todos y todas sabemos la cuestión de Catalunya viene de largo. Con la
llegada de la dinastía de los Bo(r)bones a España, se acentúa el centralismo de todo tipo (cultural,
social, político…) y se acaba con los derechos catalanes; cuando hacia
principios de los años treinta se dan unas nuevas circunstancias para cambiar
la situación, llega el golpe de estado y todo lo construido con sangre y
sufrimiento es pisoteado por la bota del fascismo español. El centralismo
españolista se ensaña con la cultura y la lengua catalana. Cuando llega la
Transición se reparte café con leche a discreción, se crean la Comunidades Autónomas,
pero el problema de Catalunya, como otros tantos, queda sin resolverse. Así
pues, de aquellos fétidos polvos, tenemos estos podridos y malolientes lodos.
Ya pasaron las elecciones del 21-D. Pero vistos
los resultados la cuestión planteada antes de las mismas, referéndum pactado
con el Gobierno Central, queda en pie. La idea de que se produjera en Catalunya
un “sorpasso” político favorable a los que se autodenominan constitucionalistas
ha quedado en agua de borrajas. El nacionalismo ca- talán ha conseguido cuatro
escaños más que en las pasadas elecciones, y sólo con el apoyo de la CUP o de
otro partido que si está por el referéndum pactado, CatComú-Podem, puede
hacerse con el gobierno de la Generalitat. No somos, ni es nuestra intención
serlo, comentaristas políticos al uso, y atrevernos a opinar sobre cómo va a
transcurrir el devenir político en Catalunya y en España no es nuestro cometido, es por
ello que nos limitaremos a reflejar cómo ha quedado la actual situación
parlamentaria una vez realizadas las úl- timas elecciones catalanas.
Veamos en datos los resultados definitivos
de las elecciones del 21-D. La participación ha sido las más alta en unas
elecciones al Parlament de Catalunya, con un 79,04 %. El número total de votos
emitidos fueron: 4.393.009. Con el reparto provincial siguiente: Barcelona
(3.297.008), Tarragona (444.068), Girona (409.966) y Lleida (242.057). Por
partidos políticos, de mayor a menor, en
número de votos y escaños los datos son: C´s,
1.109.732 (36); Junts per Catalunya,
948,233 (34); ERC, 935.861 (32); PSC,
606.659
(17);
Cat Comú-Podem, 326.360 (8); CUP, 195.246 (4) y PP, 185.670 (4).
Comparados estos resultados con los obtenidos en las anteriores elecciones, se
observa un espectacular aumento del partido de Albert Rivera /Inés Arrimadas
(Ciudadanos), un mantenimiento de la antigua Convergéncia Democrática de
Catalunya y de ERC, un pobrísimo resultado del PSC, un notable descenso de ComúPodem, un bajón de la CUP y un verdadero descalabro de los populares del
neofascista Xavier García Albiol (con 8 escaños perdidos).
De todas las declaraciones de los líderes de los partidos políticos
concurrentes a dichos comicios autonómicos destacan las del popular Albiol
y las de Inés Arrimadas de Ciudadanos. El primero, cuando aún no había
terminado el recuento de votos, pero su derrota era calamitosa, le echó la
culpa con duras palabras y sin paliativo alguno a los defensores del 155.
Cebándose en Ciudadanos y llegando a afirmar que la alegría en ese partido
duraría solo cinco minutos. Por su parte la representante de Ciudadanos (qué
curioso, pero se ve que en España y en su partido solo hay hombres, tal como
indica su nombre), de manera triunfal dijo que los catalanes (para ella no hay
catalanas) habían votado en las elecciones por la “unión”, la “convivencia” y
la “solidaridad”. Sus palabras fueron: “Hoy ha quedado más claro que la mayoría
social de los catalanes está a favor de la unión, los independentistas nunca
podrán hablar en nombre de Cataluña”.
Si nos referimos a la postura de los partidos de ámbito estatal, se puede apreciar
la diferencia a la hora de entender el problema catalán
y lo que entienden por democracia. El PP es consecuente con su ideario nacional
franquista. ¡España: una, grande, libre y católica! Nada que objetar. La ultraderecha
española, históricamente ha sido siempre así; su origen está en el centralismo
desde el reinado de los Reyes Católicos, reforzado por la llegada a España de
la dinastía de los Borbones franceses. El PSOE, como siempre, en su línea de claudicación cuando ha tenido que dar la
cara. Su líder, llegado al poder por su lucha contra los varones del partido,
está desaparecido en los momentos claves del desafío independentista, y los
hechos posteriores. Peor aún, apoyando de mane- ra descarada y sin tapujos las
posturas dictatoriales de PP y C´s, con su apuesta por el 155. Sólo se salva de la quema, aunque con ciertos
matices, la coalición formada por Podemos e Izquierda Unida, es decir, Unidos -
Podemos. No están por la independencia de Catalunya, pero al menos no se oponen
a un referéndum que sea legal y pactado con el Estado. Les gustaría que
Catalunya formara parte de España, pero si no fuera así, estarían porque
Catalunya, como república independiente, estuviese federada con el resto de España.
Nosotros ni entramos ni salimos en las alternativas
políticas que plantean los diversos partidos, nuestra alternativa social es
otra muy diferente. La hemos señalado en multitud de ocasiones, y nada ni nadie
nos ha demostrado que estamos equivocados. Estamos por la verdadera democracia,
la que se sustenta en la participación activa de ciudadanas y ciudadanos, sin
jefes ni vividores del trabajo y sudor del pueblo. Muchos artículos, muchos
comentarios en redes sociales han venido a confirmar lo que nosotras y nosotros
hemos estado denunciando desde que se montó la Transición Política:
que el franquismo no había desaparecido,
que la traición de los partidos que la llevaron a cabo, tendría como resultado
el estado actual de las cosas: corrupción, inmovilismo político y social,
avasallamiento de los poderes eco- nómicos, hundimiento del movimiento de los
trabajadores y trabajadoras, en beneficio de la Banca y la Patronal, por la
claudicación de partidos y sindicatos que se autoproclaman de clase.
Capítulo aparte es el que se refiere a la nefasta actuación de la Corona en
este asunto. Una vez se ha quitado la farsante careta con la que ha vivido
durante estos últimos cuarenta años, se ha podido comprobar el verdadero
talante democrático del actual rey. Y
nos surge, casi sin quererlo, unas preguntas: ¿Dónde ha aprendido el actual
monarca lo que es la democracia? ¿Tal vez ha asistido a los cursos que sobre democracia imparte en
la FAES el expresidente de España,
José María Alfredo Aznar López? El hijo de Juan Carlos I (EL CORRUPTO), Felipe
VI, en su discurso contra la actuación del Parlament de Catalunya, ha demostrado
palpablemente a favor de quién está, con una falta total de empatía hacia
quienes tienen otra lengua y otra cultura en Catalunya. Ni una palabra en ese
bello idioma, ni un signo de afecto sincero hacia las personas que piensan de
manera diferente a él, ni una alusión a la importancia de Catalunya en el
contexto de los pueblos que forman, por la fuerza no por la razón, el estado
español. Sólo desprecio y amenazas, sólo críticas, pero ni una frase que
llevase a la concordia y la convivencia entre los habitantes de esta zona de la
península ibérica. Terminamos como hemos empezado: ni monarquía ni
partitocracia republicana. Pueblos libres en una sociedad libre.
Fuente: Editorial Revista Orto nº 187
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