ELOGIOS DEL ATEISMO
La fe en Dios no se adquiere ni
se abandona a base de argumentaciones lógicas. Es el resultado de las primeras
fases del aprendizaje social, en el hogar familiar y en la escuela. Si al
individuo le fuera propuesta la fe en los dogmas ya alcanzada la edad adulta,
el gran repertorio mitológico y legendario no tendría posibilidad significativa
de recibir adhesión de fe por mentes normalmente constituidas. La
inverosimilitud de estas proposiciones y sus enormes contradicciones lógicas,
conducirían a su rechazo en la inmensa mayoría de los casos. La fe se adquiere
en el seno de una tradición en la infancia de la vida. La fe suele abandonarse
posteriormente a través de procesos complejos que requieren una fuerte
inversión de esfuerzo intelectual. Esto es bien conocido por las iglesias y por
ello obstaculizan por todos los medios la información y el debate intelectual
sobre el origen y fundamento racional de sus credos. La sinceridad con uno
mismo, inteligencia e información son los principales requerimientos para liberarnos
de los grilletes de la fe.
Los credos contienen un número
tal de fantasías, ilusiones infantiles e incongruencias que las teologías de
las religiones reveladas suelen atribuir la fe al privilegio personal de una
gracia o don divino. El niño admite complacientemente una fe tan gratificante
que no es probable que esté dispuesto a perderla en el resto de su vida. La
persona madura que desconoce las tradiciones juzga la fe como un deseo pueril
si no como una broma de mal gusto.
Pasando del plano de la
catequesis popular al de la teología "ilustrada", contemplamos que
los teólogos con un mínimo de decencia intelectual ya han abandonado toda
pretensión de demostrar mediante argumentaciones racionales la existencia de
Dios. La noción de Dios es una simple extrapolación hasta el infinito del
conjunto de atributos humanos. Esta concepción estalla inevitablemente en una
multitud de contradicciones lógicas que arruinan la noción de Dios. Aunque ya
se haya dejado de lado la figura antropomórfica (las barbas blancas, etc.), la
misma noción de Dios está totalmente impregnada de proyecciones
antropomórficas.
El creyente, emplazado a asumir
la prueba de sus afirmaciones respecto de la noción de Dios, termina por
desistir ante esto eludiendo el reto; pero al mismo tiempo exclama lleno de
júbilo que el increyente tampoco puede demostrar su negación. De todas maneras
no se puede afirmar que dichas posturas sean similares. El creyente propone un
concepto de Dios que sólo es una arbitraria especulación sin ningún tipo de
referente existencial, y por ello mismo no la puede probar. Si se actúa de
buena fe, nadie puede afirmar algo que se sabe que por definición es
inidentificable, para solicitar a continuación que su oponente pruebe que no
existe. Un enunciado sólo es refutable cuando recae sobre algo respecto de lo
cual resulta en principio posible su negación mediante la constatación de
hechos intersubjetivamente observables. Sabemos que no existen mundos de hadas,
pero nos es imposible probarlo. Dios y las hadas pertenecen a un universo
mental del cual puede decirse lo que se quiera, ya que nada puede refutarse.
Incluso en el terreno de lo empírico los juicios negativos de existencia son
indemostrables.
Ideas extraídas del libro de
Gonzalo Puente Ojea "Elogio del ateísmo.
Los espejos de una ilusión"
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