Manuel Fraga El estado de derecho nos ha escamoteado el pasado y la verdad. Permitir que el último superviviente de la dictadura haya alcanzado el ocaso sin asumir las consecuencias de sus actos ha mantenido abiertas las viejas fracturas. Xavier Mas de Xaxàs (La Vanguardia - Kaos. Memoria Histórica) [15.08.2007 13:06] - 99 lecturas - 8 comentarios
XAVIER MAS DE XAXÀS, periodista
Lo más fácil, ahora que Manuel Fraga entra en la recta final de su vida política, sería seguir igual, maquillar el olvido, presentar la memoria como si fuera cierta, hacer ver que nos preocupamos por la verdad, insistir en que la transición de la dictadura a la democracia fue modélica.
El último dirigente del franquismo difícilmente volverá a gobernar. Su victoria pírrica en las últimas elecciones gallegas ¿ganó pero no con la mayoría absoluta que le permitiría mantener la presidencia de la Xunta- marca un final y demuestra que en España las cosas se han hecho mal durante mucho tiempo.
Considero que es un fracaso de la sociedad española que Manuel Fraga haya podido llegar tan lejos sin rendir cuentas, sin pedir perdón por las violaciones de los derechos humanos cometidas por los gobiernos del general Franco y de Carlos Arias Navarro a los que perteneció. Fraga nunca se ha arrepentido de nada y la democracia construida con los andamios del franquismo le ha dejado hacer.
Manuel Fraga Iribarne nació en Villalba (Lugo) el 23 de noviembre de 1922, según consta en su biografía oficial, y fue miembro de la Falange desde muy joven, según no consta en su biografía aunque todo el mundo sabe. Tenía 23 años cuando consiguió una plaza de letrado en Las Cortes y sólo 26 cuando fue doctor en Derecho Político por la Universidad de Valencia. A los 40, después de haber ocupado diversos cargos en el Ministerio de Educación y otros departamentos, el general Francisco Franco lo designó ministro de Información y Turismo, puesto que mantuvo hasta 1969.
Fraga fue ministro durante una década, la de los años 60, a la que la España actual le debe casi todo. La moral pública se relajó para favorecer el turismo y ni siquiera la Iglesia pudo hacer nada frente al cambio de costumbres. Abandonada la autarquía por inútil, el general Franco se apuntó al desarrollo gatopardesco. Había que cambiarlo todo para que todo siguiera igual. Renovación y transparencia eran la clave.
Treinta años después, el presidente Mijail Gorbachev intentó lo mismo en la URSS, pero estaba claro que no conocía la historia de España. De haberla estudiado no hubiera sucumbido con tanta facilidad. Glasnot y perestroika eran conceptos que Franco utilizó en los años 60. Los colocó en el escaparate de la opinión pública, aunque nunca tuvo intención de ponerlos en práctica. Manuel Fraga, como responsable de la propaganda franquista, estuvo al frente de esta estrategia. Había que aparentar modernidad manteniendo la misma rigidez ideológica y nacionalista.
Fraga acuñó el lema ¿Spain is different¿ para atraer al turismo. Fue el impulsor de los Paradores Nacionales, hoteles de lujo en edificios emblemáticos. La biografía oficial de la Xunta de Galicia, accesible a través de la web, asegura que convirtió España en la primera potencia turística del mundo y que los siete años que pasó en el gobierno franquista fueron de legislación y administración ejemplares.
Como miembro del Gobierno de Franco entre 1962 y 1969, Manuel Fraga fue cómplice de varias penas de muerte. La apertura y la mejora económica hicieron ver a la población que sus sueldos seguían siendo muy bajos. Obreros e intelectuales unieron fuerzas como habían hecho durante la República. Hubo huelgas y manifestaciones a partir de 1962, que se extendieron, de forma intermitente, hasta la muerte del dictador.
El régimen castigaba con dureza a los huelguistas y manifestantes. La represión contra los mineros asturianos en agosto de 1964 fue salvaje y nadie se enteró debido a la censura informativa impuesta por Fraga.
Fraga impulsó en 1962 una ley de prensa, que sustituía a la de 1938, elaborada en plena guerra civil. Aunque eliminaba la censura previa, mantenía un control férreo sobre todo lo que se publicaba. ABC fue secuestrado en1966. La revista Destino fue perseguida por no respetar al régimen, y su director, Néstor Luján, fue cesado en 1968 a raíz de una condena del Tribunal Superior de Orden Público. Hacía más de un año que Destino sufría el acoso de Fraga, con múltiples expedientes y multas, que se resolvían sin intervención judicial. Peor suerte tuvo el rotativo Madrid, que en el mismo1968 fue secuestrado. Tres años después, Franco dinamitó la sede del periódico. El edificio se vino abajo. Fue un castigo ejemplar.
Fraga ocultó en 1966 el accidente con armas nucleares más grave de la historia. Un B-52 estadounidense se estrelló en la zona de Almería con cuatro bombas de hidrógeno. Tres cayeron en tierra y la otra se hundió en el mar. Ninguna estalló porque no estaban armadas, pero hubo fugas de radioactividad. A los habitantes de la zona nada se les dijo y Fraga se bañó en la playa de Palomares, cercana al lugar del accidente, para demostrar que no había peligro. Las consecuencias sobre la población fueron muy graves, aunque no ha sido posible determinar con exactitud si los casos de cáncer guardaban relación con las bombas H.
Fraga fue una pieza importante en la represión del general Franco contra la disidencia interna. Su Gobierno firmó en 1962 la pena de muerte de Jordi Conill, miembro de la Joventut Llibertària. La presión internacional, a la que se sumó el cardenal Martini (futuro Pablo VI) logró que Franco conmutara la sentencia.
Julián Grimau, dirigente del Partido Comunista en la clandestinidad, fue fusilado en Madrid en 1963. Fraga estaba en el Gobierno que mandó matarlo a raíz de unos supuestos crímenes cometidos durante la guerra civil. Su muerte demostró que la guerra no había terminado, y dio la razón a la oposición democrática en el extranjero que se había opuesto al ingreso de España en la onU y hacía todo lo posible para que Franco no fuera admitido en el Mercado Común Europeo.
De la censura y propaganda de Fraga logró zafarse el abad de Montserrat, Aureli Maria Escarré, que en 1963 habló con Le Monde. Sus declaraciones representaron la más dura condena al régimen realizada desde dentro y dieron a conocer la opresión que sufría Cataluña.
Fraga también participó en las sentencias a muerte y posteriores ejecuciones de los anarquistas Francisco Granados y Joaquín Delgado en agosto de 1963, y estuvo detrás, asimismo, de las condenas a muerte en mayo de 1965 de los activistas sociales Raimundo Medrano y Eleuterio Sánchez, que fueron conmutadas.
Fraga ayudó a organizar el proceso de Burgos contra 16 supuestos etarras acusados, entre otros crímenes, del asesinato, el 2 de agosto de 1968, de Melitón Manzanas, jefe de la policía secreta en San Sebastián y torturador de decenas de personas. Franco declaró el estado de excepción durante tres meses en Guipúzcoa. La medida se extendió a toda España entre enero y marzo de 1969. El proceso concluyó con seis penas de muerte, que fueron conmutadas. Hubo miles de detenidos en el País Vascos y más de 300 personas tuvieron que exiliarse.
Fraga estaba en todo. Se preocupaba tanto del terrorismo de ETA como de la Nova Cançó catalana. De ahí que Joan Manuel Serrat fue sustituido por Masiel en el festival de Eurovisión de 1968.
Fraga cayó del Gobierno a consecuencia de Matosa, un escándalo financiero surgido de un ajuste de cuentas entre franquistas. Franco lo castigó durante cuatro años, hasta que en 1973 obtuvo la embajada de Londres, donde permaneció hasta la muerte del dictador. Carlos Arias Navarro, jefe del primer gobierno postfranquista, lo incorporó como vicepresidente y ministro de la Gobernación. De él dependía que hubiera orden en las calles.
Desde el 12 de diciembre de 1975 y el 7 de julio de 1976, Fraga mantuvo el orden a costa de varias vidas. El 3 de marzo de 1976, por ejemplo, ordenó el desalojo de una concentración en la catedral de Vitoria. La intervención de la policía causó cinco muertos. A raíz de esta demostración de fuerza, Fraga pronunció la segunda frase más popular de su carrera después del ¿Spain is different¿. Dijo ¿la calle es mía¿ y su puño de hierro se hizo notar con especial ahínco en el País Vasco, donde hubo decenas de detenidos y torturados. Las ganas que tenía la España de 1976 de mirar al futuro lo olvidó y perdonó todo. Fraga se recicló. Su paso por Londres le sirvió para convertirse en ciudadano europeo y político democrático. Fundó Alianza Popular ese mismo año para aglutinar a ¿la derecha sociológica¿ o, lo que es lo mismo, para impedir que Adolfo Suárez fuera demasiado lejos en las reformas y cayera en la tentación de pedir cuentas al pasado.
En la UCD de Adolfo Suárez había franquistas conscientes de la necesidad de una reforma a fondo, de una limpieza que repartiera responsabilidades y permitiera empezar de cero. En la Alianza Popular de Fraga se instalaron los franquistas contrarios a cualquier revisión del pasado, y la Constitución de 1978 les amparó.
La división del centro derecha entre UCD y AP propició el triunfo del PSOE en 1982. Fraga fue jefe de la oposición y allí permaneció hasta que decidió ser presidente de la Xunta, objetivo que logró en febrero de 1990, habiendo dado un rodeo estratégico por la Eurocámara de Estrasburgo.
Dos meses después, en abril de 1990, Fraga pasó el testigo a José María Aznar. Alianza Popular se transformó en el Partido Popular, una fuerza de centro derecha similar a la de cualquier país europeo, aunque arrastrando el lastre de un pasado criminal, moral y éticamente reprobable.
El estado de derecho nos ha escamoteado el pasado y la verdad. Permitir que el último superviviente de la dictadura haya alcanzado el ocaso sin asumir las consecuencias de sus actos ha mantenido abiertas las viejas fracturas. La división entre la nueva y la vieja España es patente en las calles y las tribunas políticas, y el fantasma de Franco y de todo lo que él representó parece más vivo que nunca desde el golpe de Tejero en 1981. Fraga ha llegado a recordar que los tanques están para mantener la unidad del país y el PP, en alianza con la Iglesia, moviliza a cientos de miles de personas en contra de una España que ven por mal camino.
La democracia española no se ha construido bien porque permite a sus protagonistas cuestionar una y otra vez los principios fundamentales, los que deberían ser indiscutibles, y esto sucede porque, de alguna manera, la cultura política del franquismo sigue viva. La izquierda ve el espíritu franquista en líderes como José María Aznar, Ángel Acebes y Eduardo Zaplana. Hasta Josep Piqué, líder del PP en Cataluña, considera que Acebes y Zaplana pertenecen al pasado. La derecha, por su parte, ve en los matrimonios gays, las negociaciones con ETA y la reforma de las autonomías peligros similares a los que precipitaron la anarquía durante la República. Unos y otros son víctimas del pasado porque no han querido asumirlo, y Manuel Fraga, uno de los más longevos políticos en activo del mundo, es el mejor ejemplo de este presente irresoluble.http://www.lavanguardia.es/lv24h/20050707/51243822763.html
XAVIER MAS DE XAXÀS, periodista
Lo más fácil, ahora que Manuel Fraga entra en la recta final de su vida política, sería seguir igual, maquillar el olvido, presentar la memoria como si fuera cierta, hacer ver que nos preocupamos por la verdad, insistir en que la transición de la dictadura a la democracia fue modélica.
El último dirigente del franquismo difícilmente volverá a gobernar. Su victoria pírrica en las últimas elecciones gallegas ¿ganó pero no con la mayoría absoluta que le permitiría mantener la presidencia de la Xunta- marca un final y demuestra que en España las cosas se han hecho mal durante mucho tiempo.
Considero que es un fracaso de la sociedad española que Manuel Fraga haya podido llegar tan lejos sin rendir cuentas, sin pedir perdón por las violaciones de los derechos humanos cometidas por los gobiernos del general Franco y de Carlos Arias Navarro a los que perteneció. Fraga nunca se ha arrepentido de nada y la democracia construida con los andamios del franquismo le ha dejado hacer.
Manuel Fraga Iribarne nació en Villalba (Lugo) el 23 de noviembre de 1922, según consta en su biografía oficial, y fue miembro de la Falange desde muy joven, según no consta en su biografía aunque todo el mundo sabe. Tenía 23 años cuando consiguió una plaza de letrado en Las Cortes y sólo 26 cuando fue doctor en Derecho Político por la Universidad de Valencia. A los 40, después de haber ocupado diversos cargos en el Ministerio de Educación y otros departamentos, el general Francisco Franco lo designó ministro de Información y Turismo, puesto que mantuvo hasta 1969.
Fraga fue ministro durante una década, la de los años 60, a la que la España actual le debe casi todo. La moral pública se relajó para favorecer el turismo y ni siquiera la Iglesia pudo hacer nada frente al cambio de costumbres. Abandonada la autarquía por inútil, el general Franco se apuntó al desarrollo gatopardesco. Había que cambiarlo todo para que todo siguiera igual. Renovación y transparencia eran la clave.
Treinta años después, el presidente Mijail Gorbachev intentó lo mismo en la URSS, pero estaba claro que no conocía la historia de España. De haberla estudiado no hubiera sucumbido con tanta facilidad. Glasnot y perestroika eran conceptos que Franco utilizó en los años 60. Los colocó en el escaparate de la opinión pública, aunque nunca tuvo intención de ponerlos en práctica. Manuel Fraga, como responsable de la propaganda franquista, estuvo al frente de esta estrategia. Había que aparentar modernidad manteniendo la misma rigidez ideológica y nacionalista.
Fraga acuñó el lema ¿Spain is different¿ para atraer al turismo. Fue el impulsor de los Paradores Nacionales, hoteles de lujo en edificios emblemáticos. La biografía oficial de la Xunta de Galicia, accesible a través de la web, asegura que convirtió España en la primera potencia turística del mundo y que los siete años que pasó en el gobierno franquista fueron de legislación y administración ejemplares.
Como miembro del Gobierno de Franco entre 1962 y 1969, Manuel Fraga fue cómplice de varias penas de muerte. La apertura y la mejora económica hicieron ver a la población que sus sueldos seguían siendo muy bajos. Obreros e intelectuales unieron fuerzas como habían hecho durante la República. Hubo huelgas y manifestaciones a partir de 1962, que se extendieron, de forma intermitente, hasta la muerte del dictador.
El régimen castigaba con dureza a los huelguistas y manifestantes. La represión contra los mineros asturianos en agosto de 1964 fue salvaje y nadie se enteró debido a la censura informativa impuesta por Fraga.
Fraga impulsó en 1962 una ley de prensa, que sustituía a la de 1938, elaborada en plena guerra civil. Aunque eliminaba la censura previa, mantenía un control férreo sobre todo lo que se publicaba. ABC fue secuestrado en1966. La revista Destino fue perseguida por no respetar al régimen, y su director, Néstor Luján, fue cesado en 1968 a raíz de una condena del Tribunal Superior de Orden Público. Hacía más de un año que Destino sufría el acoso de Fraga, con múltiples expedientes y multas, que se resolvían sin intervención judicial. Peor suerte tuvo el rotativo Madrid, que en el mismo1968 fue secuestrado. Tres años después, Franco dinamitó la sede del periódico. El edificio se vino abajo. Fue un castigo ejemplar.
Fraga ocultó en 1966 el accidente con armas nucleares más grave de la historia. Un B-52 estadounidense se estrelló en la zona de Almería con cuatro bombas de hidrógeno. Tres cayeron en tierra y la otra se hundió en el mar. Ninguna estalló porque no estaban armadas, pero hubo fugas de radioactividad. A los habitantes de la zona nada se les dijo y Fraga se bañó en la playa de Palomares, cercana al lugar del accidente, para demostrar que no había peligro. Las consecuencias sobre la población fueron muy graves, aunque no ha sido posible determinar con exactitud si los casos de cáncer guardaban relación con las bombas H.
Fraga fue una pieza importante en la represión del general Franco contra la disidencia interna. Su Gobierno firmó en 1962 la pena de muerte de Jordi Conill, miembro de la Joventut Llibertària. La presión internacional, a la que se sumó el cardenal Martini (futuro Pablo VI) logró que Franco conmutara la sentencia.
Julián Grimau, dirigente del Partido Comunista en la clandestinidad, fue fusilado en Madrid en 1963. Fraga estaba en el Gobierno que mandó matarlo a raíz de unos supuestos crímenes cometidos durante la guerra civil. Su muerte demostró que la guerra no había terminado, y dio la razón a la oposición democrática en el extranjero que se había opuesto al ingreso de España en la onU y hacía todo lo posible para que Franco no fuera admitido en el Mercado Común Europeo.
De la censura y propaganda de Fraga logró zafarse el abad de Montserrat, Aureli Maria Escarré, que en 1963 habló con Le Monde. Sus declaraciones representaron la más dura condena al régimen realizada desde dentro y dieron a conocer la opresión que sufría Cataluña.
Fraga también participó en las sentencias a muerte y posteriores ejecuciones de los anarquistas Francisco Granados y Joaquín Delgado en agosto de 1963, y estuvo detrás, asimismo, de las condenas a muerte en mayo de 1965 de los activistas sociales Raimundo Medrano y Eleuterio Sánchez, que fueron conmutadas.
Fraga ayudó a organizar el proceso de Burgos contra 16 supuestos etarras acusados, entre otros crímenes, del asesinato, el 2 de agosto de 1968, de Melitón Manzanas, jefe de la policía secreta en San Sebastián y torturador de decenas de personas. Franco declaró el estado de excepción durante tres meses en Guipúzcoa. La medida se extendió a toda España entre enero y marzo de 1969. El proceso concluyó con seis penas de muerte, que fueron conmutadas. Hubo miles de detenidos en el País Vascos y más de 300 personas tuvieron que exiliarse.
Fraga estaba en todo. Se preocupaba tanto del terrorismo de ETA como de la Nova Cançó catalana. De ahí que Joan Manuel Serrat fue sustituido por Masiel en el festival de Eurovisión de 1968.
Fraga cayó del Gobierno a consecuencia de Matosa, un escándalo financiero surgido de un ajuste de cuentas entre franquistas. Franco lo castigó durante cuatro años, hasta que en 1973 obtuvo la embajada de Londres, donde permaneció hasta la muerte del dictador. Carlos Arias Navarro, jefe del primer gobierno postfranquista, lo incorporó como vicepresidente y ministro de la Gobernación. De él dependía que hubiera orden en las calles.
Desde el 12 de diciembre de 1975 y el 7 de julio de 1976, Fraga mantuvo el orden a costa de varias vidas. El 3 de marzo de 1976, por ejemplo, ordenó el desalojo de una concentración en la catedral de Vitoria. La intervención de la policía causó cinco muertos. A raíz de esta demostración de fuerza, Fraga pronunció la segunda frase más popular de su carrera después del ¿Spain is different¿. Dijo ¿la calle es mía¿ y su puño de hierro se hizo notar con especial ahínco en el País Vasco, donde hubo decenas de detenidos y torturados. Las ganas que tenía la España de 1976 de mirar al futuro lo olvidó y perdonó todo. Fraga se recicló. Su paso por Londres le sirvió para convertirse en ciudadano europeo y político democrático. Fundó Alianza Popular ese mismo año para aglutinar a ¿la derecha sociológica¿ o, lo que es lo mismo, para impedir que Adolfo Suárez fuera demasiado lejos en las reformas y cayera en la tentación de pedir cuentas al pasado.
En la UCD de Adolfo Suárez había franquistas conscientes de la necesidad de una reforma a fondo, de una limpieza que repartiera responsabilidades y permitiera empezar de cero. En la Alianza Popular de Fraga se instalaron los franquistas contrarios a cualquier revisión del pasado, y la Constitución de 1978 les amparó.
La división del centro derecha entre UCD y AP propició el triunfo del PSOE en 1982. Fraga fue jefe de la oposición y allí permaneció hasta que decidió ser presidente de la Xunta, objetivo que logró en febrero de 1990, habiendo dado un rodeo estratégico por la Eurocámara de Estrasburgo.
Dos meses después, en abril de 1990, Fraga pasó el testigo a José María Aznar. Alianza Popular se transformó en el Partido Popular, una fuerza de centro derecha similar a la de cualquier país europeo, aunque arrastrando el lastre de un pasado criminal, moral y éticamente reprobable.
El estado de derecho nos ha escamoteado el pasado y la verdad. Permitir que el último superviviente de la dictadura haya alcanzado el ocaso sin asumir las consecuencias de sus actos ha mantenido abiertas las viejas fracturas. La división entre la nueva y la vieja España es patente en las calles y las tribunas políticas, y el fantasma de Franco y de todo lo que él representó parece más vivo que nunca desde el golpe de Tejero en 1981. Fraga ha llegado a recordar que los tanques están para mantener la unidad del país y el PP, en alianza con la Iglesia, moviliza a cientos de miles de personas en contra de una España que ven por mal camino.
La democracia española no se ha construido bien porque permite a sus protagonistas cuestionar una y otra vez los principios fundamentales, los que deberían ser indiscutibles, y esto sucede porque, de alguna manera, la cultura política del franquismo sigue viva. La izquierda ve el espíritu franquista en líderes como José María Aznar, Ángel Acebes y Eduardo Zaplana. Hasta Josep Piqué, líder del PP en Cataluña, considera que Acebes y Zaplana pertenecen al pasado. La derecha, por su parte, ve en los matrimonios gays, las negociaciones con ETA y la reforma de las autonomías peligros similares a los que precipitaron la anarquía durante la República. Unos y otros son víctimas del pasado porque no han querido asumirlo, y Manuel Fraga, uno de los más longevos políticos en activo del mundo, es el mejor ejemplo de este presente irresoluble.http://www.lavanguardia.es/lv24h/20050707/51243822763.html
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