Se cumple un siglo de la huelga de La
Canadiense
Se
cumple un siglo de la huelga de La Canadiense, hito en la historia del
movimiento obrero español y mundial que debe servirnos como ejemplo para
combatir la tiranía global que nos está machacando. Lo que hicieron los
trabajadores de La Canadiense es un ejemplo de lo que hay que hacer ahora...
Hoy,
cuando se cumple un siglo de aquella huelga histórica, de aquellas conquistas
impresionantes por personas con muy escasa formación pero con la conciencia muy
clara de quienes eran ellos y quien el enemigo, vemos como todo por lo que
lucharon está siendo pisoteado y eliminado sin que apenas se oigan voces, sin
que el país se vea sacudido por la furia, la energía y la dignidad de miles y
millones de excluidos, explotados, parados incapaces de armar una acción enérgica
y solidaria que les diga a los del poder hasta aquí habéis llegado.
La
huelga de la Canadiense y la jornada de 8 horas Para la burguesía, el
anarcosindicalismo se estaba convirtiendo en una clara amenaza para el orden
social que sustentaba su hegemonía social y económica. La prueba de fuego entre
ambos se inició el 5 de febrero de 1919 con el conflicto de la Canadiense en
Barcelona, una huelga mítica en la historia del sindicalismo libertario por su
importancia, duración y dimensiones.
Mientras
en Berlín habían asesinado a Rosa Luxemburgo el 15 de enero, en Barcelona,
durante las semanas previas a la huelga, había incidentes entre libertarios y
ugetistas, con algún asesinato durante la huelga de tipógrafos; acusaciones de
Pestaña contra Cambó (Lliga Regionalista) sobre la intención de asesinarlos a
él y a Seguí; suspensión de las garantías constitucionales; clausura de
sindicatos; detenciones de dirigentes y activistas libertarios; buques de
guerra en el puerto y censura de prensa. La cuestión de fondo que alimentó la
huelga fue, además del derecho a la sindicación, el intento de forzar a la
patronal al reconocimiento definitivo de la CNT como la interlocutora del mundo
del trabajo en Cataluña.
La huelga de la Canadiense (llamada así porque
el principal accionista de la Compañía era el Canadian Bank of Commerce of
Toronto) se prolongó por 44 días convirtiéndose en huelga general paralizando
el 70% de la industria catalana. El conflicto comenzó al organizarse entre el
personal de oficinas, un Sindicato Independiente, que el gerente de La
Canadiense, Fraser Lawton, nunca aceptó, por lo que éste empleó como estrategia
hacer fijos ocho empleados eventuales y rebajarles el sueldo. Éstos protestaron
con el argumento de que: «a mismo trabajo, mismo sueldo». Estas ocho personas,
que eran precisamente las que habían organizado el Sindicato Independiente
dentro de la empresa, inmediatamente fueron despedidos por Lawton. Cinco de los
sancionados pertenecían a la sección de facturación y sus compañeros, en acto
de solidaridad, el día 5 de febrero de 1919 se declararon en huelga hasta que
se readmitiera a sus compañeros despedidos. Los 117 empleados de la sección de
facturación se dirigieron hacia Gobernación para hablar con el gobernador, que
les prometió que intercedería por ellos ante la empresa, si volvían al trabajo.
Cuando éstos volvieron, se encontraron con fuerzas de la policía que les
impedían el paso, no dejándoles entrar al interior del edificio, produciéndose
diversos incidentes y quedando todos ellos despedidos. Al día siguiente la
noticia corrió por Barcelona como un reguero de pólvora.
Los
huelguistas buscaron la ayuda de la CNT, que se involucró en el conflicto. Se
nombró un comité de huelga que lo formaron varios de los despedidos y miembros
de la CNT y que estuvo liderado por Simó Piera. La huelga se extendió hacia los
encargados de la lectura de contadores.
Contado
la huelga con un amplio apoyo popular —se formaron cajas de resistencia que
recaudaron 50.000 pesetas en una semana— el gerente de la empresa propuso una
negociación cuya fecha fue fijada para el 17 de febrero en el edificio de la
compañía y a la que acudiendo cinco delegados en representación de los
trabajadores. Cuando el gerente se enteró que entre los delegados había un
afiliado a la CNT no quiso negociar.
Los
huelguistas iniciaron cortes en el suministro eléctrico, quedando Barcelona
prácticamente paralizada a las cuatro de la tarde del 21 de febrero, aunque
había otra compañía —Energía Eléctrica de Cataluña— que seguía suministrando energía.
El 4º Regimiento de zapadores y algunos marineros ocuparon la sede de la
empresa y llegó a la ciudad un nuevo gobernador militar, Martínez Anido. Con el
permiso de los inversores, Romanones confiscó la empresa y los ingenieros
militares consiguieron iluminar la ciudad la noche del 22.
El
día 23 se unieron a la huelga los trabajadores de la compañía Energía Eléctrica
de Cataluña, lográndose el paro total de las compañías eléctricas. El 26 los
trabajadores de las compañías de aguas y del gas se sumaron a la huelga, por lo
que dichas empresas también fueron confiscadas.
El
3 de marzo los trabajadores de la central eléctrica de Sant Adrià del Besos
secundan la huelga y el día 5 el general Milans del Bosch dicta un bando para
llamar a la movilización a todos los hombres entre 21 y 38 años del ramo de la
electricidad que tan solo sale publicado en el Diario de Barcelona. Los
cenetistas convocados para la movilización decidieron el 7 de marzo no
incorporarse a filas, lo que provocó que fueran encarcelados. En totol, unos
tres mil trabajadores llenaron las prisiones, el castillo de Montjuïc y los
buques de guerra del puerto, sometidos a la jurisdicción militar, puesta al
servicio de la patronal catalana tras la declaración del estado de guerra el 12
de marzo. Barcelona fue ocupada por los militares y las cajas de resistencia
podían llegar a recoger decenas de miles de pesetas semanales. Romanones se
inclinó por algunos nombramientos políticos para propiciar el diálogo y el día
15 se abrieron las negociaciones.
El
17 se llegó a un acuerdo, se levantó la censura roja (que ejercía el Sindicato
de Artes Gráficas) y el estado de guerra. Dos días después concluía la huelga
con un balance bastante favorable para los trabajadores: jornada de ocho horas,
mejoras salariales, readmisión de los despedidos y libertad para los detenidos.
Unas 20.000 personas se congregaron ese día en la plaza de toros de las Arenas
para ratificar el acuerdo, pero el propio Seguí fue recibido con un importante
abucheo porque algunos trabajadores seguían detenidos por los militares. Para
el «Noi del Sucre» se trataba de elegir entre la consolidación de las mejoras
conseguidas o rescatar por la fuerza a los detenidos, con el consiguiente baño
de sangre, que podía ser el inicio de la revolución social; pero, aunque
dominaban las calles, ¿estaban en condiciones de vencer a los militares?
Acordaron volver al trabajo y dar un plazo de tres días para la libertad de
todos los detenidos.
Con
el apoyo de Lliga, Milans del Bosch optó por no liberar a los detenidos.
Burgueses y militares esperaban acabar con los anarcosindicalistas si éstos
optaban por la huelga general revolucionaria. Los más radicales acabaron
convocándola el 24 de marzo, y el 25 el capitán general declaró por su cuenta
el estado de guerra. Al día siguiente, unos ocho mil paramilitares del Somaten
salieron armados a las calles de Barcelona bajo la dirección del nacionalista
Ventosa Calvell. El propio Cambó afirmó que se había paseado con un fusil por
las calles de la ciudad. El día 30 el estado de guerra se extendió a toda
España y el 1 de abril la huelga general abarcaba las ciudades más
industrializadas de Cataluña. Al día siguiente todos los sindicatos fueron
clausurados, aunque Romanones decretó la jornada de ocho horas a partir de octubre
para desbrozar el camino de la vuelta al trabajo, hecho que se empezó a
producir a partir del día 5. Los partidarios de la huelga habían sido
derrotados, y con ellos la sensación de imbatibilidad que acompañó a la CNT
durante la huelga de la Canadiense.
El
grupo de presión formado por los militares y la Lliga, ésta a través de la
patronal, se había impuesto a las decisiones del gobierno, que dimitió. La
burguesía catalana, que propugnaba la reforma del estado para acomodarlo a sus
intereses, se había aliado con los militares hasta el mismo límite del golpe de
estado, también para defender sus intereses económicos. No era la primera vez.
Ya habían llevado a término una campaña de delación tras la Semana Trágica;
llevaban años oponiéndose a las reformas sociales de diferentes gobiernos en
nombre de la no intervención, pero pidiendo la intervención del ejército contra
los trabajadores, es decir, propiciando el militarismo. Tampoco sería la
última, porque apoyarían el golpe de Primo de Rivera en 1923 y contribuirían a
financiar el golpe de 1936.
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