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martes, 4 de septiembre de 2018

LOS ESPAÑOLES EN LA LIBERACION DE PARIS 1944: TESTIMONIO DE UN ANARQUISTA ESPAÑOL


LOS ESPAÑOLES EN LA LIBERACION DE PARIS 1944 – TESTIMONIO DE UN ANARQUISTA ESPAÑOL

En el cuarto piso de un viejo caserón del XIX distrito de París es donde reside Manuel Lozano. Uno de esos viejo caserones achaparrados y centenarios, como todavía se hallan en ciertos distritos de París, y que evocan irresistiblemente el universo dostoïevskiano o el de Eugenio Sue. En cada rellano de escalera, se espera uno a ver aparecer a Raskolnikov, despavorido y sanguinolento, terminado de cometer su  crimen.

En el piso de Manuel, son radicalmente diferentes las imágenes que se fijan al espíritu. Apenas atravesado el umbral, el mundo del gran escritor ruso deja la plaza libre al de Cervantes. Es que el parecido entre el dueño del sitio y el inmortal “Caballero de la triste figura” es sorprendente: la misma delgadez de cuerpo, la misma altura soberana un poco encorvada; el mismo idealismo también, intransigente y utópico.

Sobre las paredes cubiertas de innumerables dibujitos, abstractos sobresalen los recuerdos, testimonios de un pasado poco común: fotografías, claro, pero también condecoraciones militares y citaciones diversas. Una de ellas llama particularmente la atención, la que atribuye al “soldado Manuel Lozano” la cruz de guerra. Lleva en la cabecera el membrete de la segunda división blindada, está fechada el 31 de octubre de 1944, y firmada por el general Leclerc.

Manuel recuerda. Hace cuarenta y un años, el 24 de agosto de 1944, un destacamento de la segunda división blindada, mandada por el capitán Dronne, marchaba en silencio hacia París. Manuel iba a la cabeza del convoy, en el coche de mando, justo delante del jeep del capitán. Hacia las nueve menos cuarto de la tarde, se franquea la Puerta de Italia. El vehículo en el cual van Manuel, cuatro soldados más, españoles también, y un subteniente francés, es el primero de las fuerzas aliadas en entrar en la capital ocupada.

SU PAIS QUE YA NO RECONOCE

Todo empieza en julio de 1936, cuando los ejércitos españoles de Africa, rápidamente puestos a disposición del general Franco, deciden sublevarse contra el gobierno leal de la República. En ese mes de julio tórrido, Manuel trabaja en los vastos viñedos alrededor de Jerez de la Frontera, su ciudad natal. A los 19 años, ya es miembro, desde 1932, del sindicato de arrumbadores, y frecuenta las Juventudes Libertarias. Por eso, nada de asombroso si Manuel, cuando Jerez cae bajo el dominio de los rebeldes, se escapa para juntarse con las fuerzas del ejército republicano.

Las vicisitudes de la guerra van entonces a conducirlo a muchos frentes, de Málaga a Murcia, pasando por Granada, Marbella, Almería y Alicante. En marzo de 1939, es la derrota de los republicanos. Manuel, como millares de sus compañeros de infortunio, decide irse de España, su país que ya no reconoce. El 28 de marzo, se embarca entonces a bordo de la “Joven María”, y el primero de abril, la silueta tranquila del puerto de Orán, territorio francés en aquella época, se perfila en fin al horizonte. La esperanza es inmensa: después del infierno de los combates y la amargura de la derrota, la libertad sólo está a unas leguas de distancia. La realidad, desgraciadamente, será diferente.

“Había un montón de barcos cargados de refugiados. Las autoridades no les permitían bajar, ni les suministraban. Había muchas enfermedades…”

No obstante, Manuel y sus compañeros consiguen desembarcar y perderse entre la muchedumbre abigarrada que transitaba por Orán en los años cuarenta. Enseguida se dan cuenta de la extrema precariedad de su situación. Refugiados clandestinos, sin hablar ni una palabra de francés, y sobre todo, sin un céntimo en el bolsillo, ¿qué podían hacer?, ¿adónde podían ir?

“En el puerto, cuenta Manuel, un viejo pescador nos había indicado la dirección de un hotel donde, si teníamos dinero, aceptarían alojarnos y darnos de comer. Pero no teníamos otra cosa que una vieja cartera llena de documentos inútiles. Sin embargo, fuimos a ver al propietario a quien yo le dije (hablaba español) que la cartera tenía dinero con el cual podríamos pagarle. El me creyó, sin ninguna sospecha, nos ofreció  de comer, y luego, nos condujo a nuestra habitación”.

¡ESTO NO ES UN HOTEL!  ¡ES UN CAMPO DE CONCENTRACION!

La aventura, empezada bajo los menores auspicios, se terminaría rápidamente tomando otro cariz. Al día siguiente de su llegada, mientras se está paseando por las calles animadas de Orán, Manuel es detenido por la policía e inmediatamente encerrado en un campo reservado a los refugiados españoles clandestinos. El refiere:

“En los muelles de Orán, había unos hangares donde metían unas mercancías. Allí habían instalado un campo, rodeado de alambre de púas y vigilado la noche y el día  por la guardia móvil y por Senegaleses. Las condiciones de vida eran terribles. El segunda día de mi detención, pedí hablarle al director del campo. Era de origen árabe, pequeñito, bien vestido de blanco, pero muy cínico. Yo le dije que quería jabón y una toalla para lavarme. Y el tío, con las manos en los bolsillos, empezó a dar vueltas y se echó a reír: ¿Tú te crees en un hotel? ¡Esto es un campo de concentración!

No hay que imaginarse que Manuel vivió allí una experiencia única. A partir de 1939, son centenares de millares de refugiados españoles huyendo del terror franquista que las autoridades francesas encierran sistemáticamente en lo que no se puede llamar sino campos de concentración.

Había muchos de esos campos en Africa del Norte. Había muchos más todavía en el mediodía de Francia, en particular en el departamento de los Pirineos Orientales, y los nombres de Barcarés, Saint-Cyprien o Argelès siguen resonando en la memoria de los antiguos refugiados españoles tan siniestramente como Drancy o Struthof en la de otras víctimas de los campos de concentración. Pues teniendo en cuenta los testimonios de estos refugiados y los trabajos de los historiadores (1), las condiciones de vida y los tratamientos en esos campos eran realmente inhumanos, en todo caso indignos de las tradiciones democráticas y liberales de Francia.

Por su parte, Manuel conocería cinco campos diferentes, en Argelia y en Marruecos. El régimen es parecido al de los trabajos forzados: todos los días, hay que manejar el pico y la pala, en las minas y en las canteras.

“LES DABAMOS MIEDO A LOS OFICIALES…”

La liberación llega en noviembre del 42. Cuando los Angloamericanos desembarcan en Africa del Norte, firman un pacto con Darlan (próximo colaborador de Pétain que se hallaba aquí por casualidad), suprimen los campos, y ponen en libertad a los prisioneros. Se crean entonces los Cuerpos Francos de Africa, siendo todos sus miembros voluntarios antifascistas de diferentes horizontes. Italianos, Españoles, etc. Manuel es uno de ellos. Comienza entonces la larga y difícil campaña de Africa durante la cual los Cuerpos Francos de Africa, incorporados a la segunda división blindada, se distinguirían tomando Bizerta en abril del 43.

En la división Leclerc, Manuel formaba parte de la novena compañía del Tercer Regimiento de Infantería del Tchad, una compañía bastante diferente de las demás en la medida en que era compuesta casi exclusivamente por Españoles. En ella estaban representadas todas las familias políticas de este amplio Frente Republicano que, durante tres años, había combatido desesperadamente la rebelión franquista: republicanos moderados, socialistas, comunistas, y desde luego, anarquistas, los más numerosos.

En su libro de Recuerdos publicado el año pasado (2), el capitán Dronne, a quien  Leclerc le atribuyó, en el mes de agosto del 43, el mando de “la nueve”, dice de los voluntarios    españoles    que    “eran    magníficos    soldados,    guerreros    valientes y experimentados…” (P.262). También cita una frase de Leclerc referente a ellos: “Todo el mundo les tiene miedo…”

Esta afirmación de Leclerc choca a Manuel. El exclama: “Nosotros les dábamos miedo a los oficiales porque los poníamos a prueba antes de darles la confianza. Si ellos chaqueteaban, nos negábamos a obedecerles. Por eso nos tenían miedo todos los oficiales franceses”.

“LOS ALEMANES PAGABAN LA MANTEQUILLA BIEN CARO…”

En el mes de mayo de 1944, es el embarco para Inglaterra, con vistas a la  vasta ofensiva aliada que, a esas fechas, aún no está prevista para el 6 de junio. Manuel pondrá sus pies por primera vez sobre el territorio francés el 4 de agosto, en compañía de todas las tropas de la segunda división blindada.

En su libro de Recuerdos, el capitán Dronne cuenta algunas anécdotas sorprendentes que sitúan los acontecimientos en un contexto al cual la imaginería un poco idílica de esa época, llena de alborozo y de efervescencia populares, no nos tenía acostumbrados.

Así, por ejemplo, es encuentro, el 5 de agosto, con una vieja campesina normanda (P.274-275):

“… El acento español debe sorprenderla a nuestra interlocutora. Hay que arrancarle las respuestas (…)

-              ¿Usted debe estar contenta de hallarse liberada? Silencio. Insisten:

¡Usted estará contenta por lo menos de haber sido desembarazada de los alemanes!

Ella levanta la cabeza y contesta lentamente:

Los señores alemanes eran bien amables, pagaban la mantequilla bien caro”. Más adelante, página 292:

“… He enviado a Baños y a algunos hombres con bidones para comprar gasolina. Ellos entraron en una casa de campo. Un viejo labrador fue a llenar los bidones y se los trajo.

¿Cuánto?, preguntó Baños.

Los alemanes pagaban 250 franco Baños.

Pero no van ustedes a cambiar los precios, exclamó el tío enfadado?

En fin, página 296:

“Los soldados me han señalado que algunos civiles han emprendido la visita sistemática de los vehículos alemanes abandonados, para hacer “recuperación”, en particular para recoger las baterías”.

Cuando a Manuel se le recuerda estas anécdotas, él asienta con fuerza: “¡Eso es cierto! En Ecouché, yo vi a un tío que entraba en todas las casas con un saco, para robar”.

¿Y los aplausos, el recibimiento caluroso y entusiasta de la población, el alborozo? “Eso era en las grandes ciudades, pero no en las zonas rurales”.

EL ENCUENTRO CON LECLERC

Del 4 al 19 de agosto, la segunda división blindada libra su batalla en Normandía: Alençon es liberada, y luego, después de siete días de violentos combates, Ecouché. El 19 de agosto estalla la insurrección de París. El 22, el general Leclerc recibe del general Bradley, su superior jerárquico, la autorización de ir a París. El 23, la división se pone  en movimiento y se dirige hacia la capital.

Pero los alemanes resisten. Las escaramuzas son frecuentes, en Longjumeau, Antony, Fresnes. Retardan el avance del convoy. El 24, los combates continúan. Son particularmente difíciles en la Croix-de-Berny, a una docena de kilómetros de París. El capitán Dronne consigue no obstante romper el cerco con su compañía y, al ver que ante él es libre el camino, decide lanzarse para llegar a la capital lo más pronto posible.

Pero súbitamente, Dronne recibe la orden, por radio, de parar su avance y replegarse sobre el eje, a unos seiscientos metros al sur de la Croix-de-Berny. Juzgando absurda esta decisión. Dronne se niega a obedecer y continúa su camino. Pero la orden es repetida dos veces, con vigor, y el capitán Dronne obedece finalmente.

Ocurre entonces el célebre episodio del encuentro con Leclerc, que califica la orden de “estúpida” y le ordena a Dronne lanzarse sobre París, con las tropas que pueda reunir, y sin preocuparse de nada sino de llegar cuanto antes al corazón de la capital.

UNA SORPRENDENTE IMPRECISION

Aquí se presentan dos cuestiones que las diversas fuentes consultadas no permiten claramente dilucidar.

La primera consiste en saber quien dio la orden al capitán Dronne de replegarse hacia la Croix-de-Berny, y por qué razón. Los historiadores y los actores de esos acontecimientos dan prueba de una sorprendente imprecisión sobre este mundo. Manuel tiene la convicción de que fue del estado mayor del general Leclerc de donde vino la orden. Mas entonces, ¿quién tenía interés, dentro del estado mayor, en dar una orden que el propio general Leclerc iba a anular unos minutos después y que, sin esa intervención, hubiese probablemente impedido al capitán Dronne y a la nueve que llegaran los primeros a París? Y sobre todo, ¿por qué?

Se pueden avanzar dos hipótesis, entre las más probables.

La primera es que la orden de replegarse sobre la Croix-de-Berny correspondía a preocupaciones estrictamente militares, al estimar el estado mayor que la dificultad de los combates alrededor de Croix-de-Berny justificaba que el destacamento de Dronne volviese hacia atrás y viniese a prestar su ayuda. Para Manuel, quien, recordémoslo, se hallaba en las primeras filas de la nueve, esta explicación es altamente improbable:

“No había ningún peligro en la Croix-de-Berny. No existía ninguna resistencia. No había nada, nada, nada. El camino estaba libre”

De hecho, en su libro de Recuerdos, el capitán Dronne no precisa en absoluto que tuvo que combatir, una vez llegado al punto de destino fijado, cerca de la Croix-de-Berny.

No es menos incierta la segunda hipótesis, pero es más subversiva. Puede ser que la orden fuese dada por uno varios miembros del estado mayor del general Leclerc, inquietos por ver una compañía constituida casi exclusivamente de Españoles, anarquistas en su mayoría, entrar la primera en la capital. En suma, esta explicación no es la más extravagante. La reciente polémica suscitada en Francia por la película de Mosco sobre el asunto del grupo Manouchian (3) recuerda bien que las consideraciones nacionalistas no estuvieron ausentes, ni mucho menos, en los combates de la resistencia y de la liberación.

Una segunda cuestión, de menor importancia, consiste en saber por qué razón el general Leclerc designó a Dronne, luego la nueve, para que entraran los primeros en París. Manuel no vacila un segundo: “Como Leclerc era un hombre experimentado, sabía que con una compañía de Españoles, podía estar tranquilo, por si acaso hubiese jaleo. Entre los soldados, y aparte de los oficiales franceses que habían tomado parte en la campaña de Africa, los Españoles solos conocían bien la guerra”.

En realidad, los hechos históricos obligan a reconocer que al escoger la nueve fue probablemente una consecuencia indirecta de la iniciativa del capitán Dronne, más  que el resultado de una confianza particular de Leclerc en la competencia militar de los Españoles. Iniciativa de Dronne, recordémoslo, que había consistido en sobrepasar la Croix-de-Berny, de modo que su compañía era la mejor emplazada para lanzarse la primera hacia París. No cabe duda que Leclerc hubiese dado la misma orden a  cualquier destacamento que se hubiese hallado en ese mismo sitio en esos momentos precisos.

El capitán Dronne y su compañía de Españoles, por lo tanto, fueron los que la suerte, en la persona del general Leclerc, escogió para que fuesen los primeros en entrar en la capital.

70% DE ESPAÑOLES EN LA TROPA QUE ENTRO LA PRIMERA EN PARIS

Curiosamente, es muy difícil determinar con precisión cuales fueron las tropas que acompañaron a la nueve y al capitán Dronne en su misión. Las diferentes fuentes consultadas, cuando no son contradictorias, son incompletas o excesivamente vagas. Es tanto más curioso cuanto que muchos actores de aquella época siguen viviendo, en particular el capitán Dronne, y que, por consiguiente, las informaciones no deberían faltar.

Sea lo que fuere, pienso que se puede, sin gran riesgo de errores, detallar como sigue la composición del destacamento que, ese 24 de agosto de 1944 hacia las nueve  menos cuarto, entraba en París, varias horas antes que el grueso de las tropas de la segunda división blindada:

Dos de las tres secciones que componían la novena compañía del Tercer R.M.T., la nueve, acompañadas del vehículo de mando en el cual iba Manuel, es decir once vehículos blindados en total.

Una sección de tres tanques Sherman que provenían de las primera y segunda compañías del Regimiento 501.

Una sección del cuerpo de ingenieros compuesta de dos vehículos blindados y dos camiones G.M.C.

Un jeep en el cual iba el capitán Dronne y su conductor.

En fin, ciertas fuentes informativas indican también la presencia de un vehículo blindado de reparaciones, incluso de una o dos ambulancias.

Procedamos ahora a una evaluación del destacamento con arreglo a las diferentes nacionalidades representadas. La sección de tanques y la del cuerpo de ingenieros las componían franceses, unos cuarenta hombres en total. (Manuel precisa que la mayor parte de los hombres del cuerpo de ingenieros, que él calcula en 25 más o menos, eran argelinos). Las dos secciones de la nueve la componían unos noventa hombres, todos españoles. El coche de mando iba ocupado por cinco soldados españoles, entre ellos Manuel, y un subteniente francés.

En resumen, el 70% por lo menos de los hombres que componían la tropa de Dronne eran españoles. Esto merece ya que lo señalemos. Digna de atención también es la elección de Dronne en lo que se refiere al emplazamiento de los diferentes elementos de su destacamento antes de la entrada a París: en cabeza, el coche de mando seguido por el jeep del capitán y de las dos secciones de la nueve. En la cola del convoy, los tres tanques y la sección de ingenieros.

Todo ello, en resumidas cuentas, no tendría mucha importancia si la mayor parte de  los historiadores y los escritores franceses de la liberación no se hubiesen ingeniado para ignorar, deliberadamente o no, no sólo el predominio, sino también la simple existencia de los españoles en el destacamento que, está bien comprobado, fue el primero que entró en la capital.

Entre las obras más conocidas, citemos la de Dominique Lapierre y Larry Collins (4) y la de Henri Michel (5). Ni una ni otra hacer la menor alusión a una cualquier presencia de españoles en el destacamento de Dronne. Mejor todavía, Henri Michel escribe página 131: “Sí, verdaderamente, Americanos, Franceses libres y F.F.I. (Fuerzas francesas del interior, la resistencia –NDLR-) son indisociables en esta victoria aliada que fue la liberación de París…” Hay en esta afirmación una preocupación por restringir el campo de los vencedores que es bien dudosa.

UNA VOLUNTAD DE OMITIR LA PRESENCIA DE LOS ESPAÑOLES

Admitamos sin embargo que a los autores de esas dos obras les hayan podido inducir en error fuentes de información comunes, falsas y incompletas.

La primera obra importante que se escribió sobre la liberación de París fue la Adrien Dansette, publicada en 1946 (6). En ella, Dansette no indica ninguna presencia de españoles al lado del capitán Dronne. Ahora bien, lo que se podía atribuir a una falta  de informaciones precisas y exactas en el caso de Lapierre y Collins y Henri Michel no puede serlo, en lo que se refiere a Dansette, sino a una voluntad de omitir, de pasar por alto una verdad histórica indiscutible. Por qué motivo: sin duda por oscuras preocupaciones nacionalistas., frecuentes en aquella época.

Sea lo que fuere, la omisión voluntaria de Dansette no da lugar a dudas. Ante las muchas partes que hacían constar la presencia activa de los españoles a la vanguardia de los combates, ¡el pretende que se trataba de marroquíes! Asimismo, Dansette afirma que fueron los tres tanques Sherman –cuyos nombres elocuentemente galos (Montmirall, Romilly y Champaubert) él cita con un placer evidente- los que llegaron primero al ayuntamiento de París, a la vanguardia del destacamento del capitán Dronne. Y ello a pesar de las numerosas declaraciones del propio capitán Dronne  según las cuales eran bien unos vehículos blindados repletos de combatientes españoles, y que llevaban nombres tan poco equívocos como “Madrid”, “Teruel”, “Ebro” o “Guadalajara”, los que iban en cabeza del convoy.

Es posible que el ostracismo que, en Francia, desde hace cuarenta años, afecta a los combatientes españoles de la liberación lo haya originado una información errónea al principio. Es posible, pero no es probable. Primero porque muchos testigos y actores  de aquellos acontecimientos viven todavía, y que la obra de Dansette no es la única fuente de documentación existente. Luego porque los escritores e historiadores franceses de la liberación más conocido han manifiestamente descuidados, cuando no la ignoraban, la participación decisiva de los españoles, mientras exaltaban de modo a menudo excesivo la de los combatientes franceses.

EL MITO DE LOS FRANCESES LIBERADOS POR ELLOS MISMOS

Al respecto, el “mito de los tres tanques”, lanzado por Dansette, ha sido un gran éxito. En la página 316 de su célebre obra, Dominique Lapierre y Larry Collins escriben: “En unos minutos, Dronne había constituido su pequeño destacamento. Este se componía de tres Sherman que llevan nombres de victorias napoleónicas, “Romilly”, “Montmirall”, y “Champaubert”, y media docena de vehículos blindados…”

Asimismo, es siempre chocante constatar a qué punto las fotografías que ilustran los libros sobre la liberación de París son minuciosamente escogidas de tal modo que se ponga en relieve tal acción de los F.F.I., tal hecho de armas de las Fuerzas Francesas Libres, etc. Y sin embargo, no faltan las fotografías de combatientes españoles, identificables por los nombres que llevan sus vehículos.

Así es como, progresivamente, se ha constituido el mito de “los franceses liberados por ellos mismos”. Mito inaugurado por de Gaulle con su célebre discurso del 25 de agosto en   el   ayuntamiento   de   París,   recogido   por   generaciones   de   escritores   y    de historiadores, luego asimilados por una comunidad nacional, frustrada de una victoria a la cual había participado sólo con circunspección.

En este consenso nacional alrededor de una tranquilizadora mistificación histórica al que ha venido a quebrantar, algunas semanas ha, la película de Mosco, cuyo interés reside menos en la acusación de Partido Comunista Francés respecto al grupo Manouchian, que en el recuerdo de los combates históricos que los trabajadores inmigrados llevaron a cabo en Francia contra el invasor nazi.

Sin duda, muchos franceses participaron valiente y activamente en los combates de la resistencia, interna y externa, contra el fascismo y el nazismo. Pero, seamos honrados, los franceses, en su mayoría, nuca abandonaron, durante esas horas decisivas, su inquebrantable pasividad.

“IR A BUSCAR A LOS COLABORADORES FRANCESES…”

Manuel tiene cabalmente conciencia de todos estos problemas que se presentaron inmediatamente después de la liberación. Pero afirma con energía que en aquella época, lo que más importaba era la lucha de todos contra los nazis: “No había problema de nacionalidades o de ideologías”.

No obstante, pequeños incidentes opusieron los combatientes españoles y sus camaradas de combate de las Fuerzas Francesas del Interior (F.F.I.). Incidentes que traducen, parece ser, dos concepciones divergentes de la guerra de liberación.

“En Ecouché, los F.F.I. cogieron prisioneros y los encerraron en un hangar, no dándoles nada de comer. Fuimos nosotros, los españoles, quienes les dimos pan y agua”.

Otro incidente, de la misma índole, ocurrió en el Bosque de Bolonia (cerca de París), donde se había instalado la nueve, tras el desfile del 26 de agosto en los Campos Elíseos:

“Vinieron muchas chicas, que decían que habían tenido relaciones con soldados alemanes. Y los F.F.I. venían a buscarlas para cortarles el pelo. Nosotros les dijimos a los F.F.I.: aquí no hay quien toque a una de estas mujeres. ¿Han salido con alemanes? Mientras no hayan delatado a nadie, no tiene importancia. Ir a buscar a los colaboradores franceses, no a estas pobres desgraciadas”.

“HUBIERAMOS LLEGADO HASTA BARCELONA”

Después de los violentos combates del 25 de agosto en París, luego el célebre desfile del 26 en los Campos Elíseos, el cual participó Manuel a bordo del coche de mando de la nueve, vendrá la liberación de Estrasburgo el 23 de septiembre, el paso por el  campo de Dachau, recientemente liberado por los americanos, luego la última etapa, Berchtesgaden, la más célebre guarida de Hitler. Anécdota divertida, fue un soldado de la nueve, Fernández, quien condujo hasta París el coche de Hitler, una mercedes blindada.

En el ánimo de los españoles sin embargo, no se había terminado la misión de la segunda división blindada.

“Habíamos entrado en la división Leclerc pensando que después de Francia, iríamos a liberar España”.

Primera desilusión, primer engaño. Más tarde, iban a desdeñar, incluso a negar el papel capital que habían desempeñado los españoles en la liberación de París y de Francia. Por el momento, les quitaban lo que, ante todo, había motivado su lucha: la esperanza de liberar España de un régimen que, con el de Salazar en Portugal, iba a ser el único fascismo histórico que no se hundió en el torbellino liberador desencadenado a raíz del derrumbamiento del III Reich.

Manuel recuerda: “Antes de Estrasburgo, comprendimos que no íbamos a liberar España. En mi compañía, la nueve, todo el mundo estaba dispuesto a desertar con  todo el material. Campos, el jefe de la tercera sección, tomó contacto con los guerrilleros de la Unión Nacional que combatían en los Pirineos. Paro la Unión Nacional estaba manejada por los comunistas, y tuvimos que renunciar”.

¿Pero si el caso no hubiese sido así, si los comunistas no hubiesen predominado en la Unión Nacional?

“Entonces hubiésemos embarcado la compañía, y no sólo la compañía, sino todos los otros batallones donde había españoles. Lo teníamos estudiado todo. Con los  camiones cargados de material, de gasolina, hubiéramos llegado hasta Barcelona. En tal caso, quién sabe si no se hubiese podido cambiar el curso de la historia…”

Laurent Giménez

NOTAS:

 

(1)          Vean en particular “Par-delà l’exil et la mort, les républicains espagnols en France”

(2)          “Carnets de route d’un croisé de la France Libre” por Raymond Dronne, 1984. Editions France-Empire.

(3)          En esta película recientemente difundida por la televisión francesa, se acusaba a la dirección clandestina del Partido Comunista Francés de haber denunciado su principal grupo de combatientes armados en París, el grupo Manouchian, exclusivamente compuesto de trabajadores inmigrados y de extranjeros, entre los cuales había algunos españoles, a los alemanes en 1943.

(4)          “Paris brûle-t.il? por Dominique Lapierre y Larry Collins, 1964. Robert Laffont.

(5)          “La libération de Paris” por Henri Michel, 1980. Editions Complexe.

(6)          “Histoire de la libération de Paris” por Adrien Dansette, 1946. Fayard. (Extraído de Evocación nº 13 -suplemento extraordinario- septiembre 1985)

 

(Extraído de Evocación nº 13 -suplemento extraordinario- septiembre 1985)

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