87 AÑOS DE LA MUERTE DE BUENAVENTURA
DURRUTI
El 14 de julio de 1896 nacía en León
Buenaventura Durruti, segundo de los ocho hijos de Santiago Durruti y Anastasia
Domínguez. De los ocho hermanos —Santiago, Buenaventura, Vicente, Plateo,
Benedicto, Pedro, Manuel y Rosa— sólo tres sobrevivieron al finalizar la
guerra. En 1932, durante una huelga, moría en León uno de los hermanos de
Durruti, junto a un anarquista llamado José María Pérez. Otro murió durante los
sucesos de Asturias de 1934. En 1936, comenzada la guerra, Manuel Durruti se
afiliaba a Falange Española, en León, y poco después moría fusilado por los
mismos falangistas al haberse negado a probar su lealtad hacia la organización.
Pedro, antiguo afiliado a Falange, fue fusilado en zona republicana.
BUENAVENTURA Durruti asistió, durante
su infancia, a la escuela leonesa de Ricardo Fanjul. Parece ser que no pasó,
como estudiante, de la mediocridad. Poco más tarde, y a pesar de cierta
oposición por parte de su familia, abandonaba la escuela y aprendía el oficio
de mecánico. Su maestro en esta tarea fue Melchor Martínez, que tenía en León
una gran reputación como revolucionario. (Llamaba la atención por leer «El
Socialista» en público). De hecho, fue el primer mentor ideológico que Durruti
tuvo. «Voy a hacer de tu hijo un buen mecánico, pero también un buen
socialista», decía Melchor Martínez al padre de Durruti.
En 1912 Durruti, influenciado por su
padre de ideas socialistas y por M. Martínez, se afiliaba a la «Unión de
Metalúrgicos»; sin embargo, pronto comprendió que el socialismo moderado de la
UGT. Unión General de Trabajadores no era lo que más le atraía. Una vez
abandonado el trabajo en el taller de Melchor Martínez, Durruti trabajó como
montador de lavaderos de carbón. Iba a ser Mata-llana, a 30 Km. de León, el
escenario de la primera dificultad que Durruti tendría con las autoridades. Se
encontraba allí con motivo de la instalación de uno de estos lavaderos y no
tardó en verse involucrado en un conflicto provocado por los mineros, que
exigían la destitución de uno de los ingenieros cuya actitud era claramente
contraria a sus intereses. Los mineros, con el apoyo de Durruti y los demás
mecánicos, consiguieron que el ingeniero fuera despedido; sin embargo, al
llegar Durruti a León se encontró con la noticia, nada agradable, de que la
Guardia Civil se había interesado por él.
Poco después, 1914, su padre le
consigue un nuevo trabajo en la Compañía de Ferrocarriles del Norte, como
mecánico ajustador, empresa en la que el padre de Durruti trabajó hasta caer
enfermo. Allí se encontraba Durruti cuando, en 1917, estalló la gran huelga
revolucionaria, promovida por la UGT y secundada por la CNT Confederación Nacional
del Trabajo—. Buenaventura desplegó durante la huelga una gran actividad,
contribuyendo a la quema de locomotoras y al levantamiento del tendido de las
vías, lo que significó su expulsión de la UGT y, obviamente, el despido de la
compañía. Con su amigo «El Toto» se dirigió en primer lugar hacia Gijón, donde
contactó con la CNT, y, posteriormente huyó a Francia, ya que además de ser
buscado por saboteador, también lo era
por desertor.
El 1 de enero de 1919 Durruti cruzó la
frontera, clandestinamente, y se dirigió a Asturias, donde debería realizar una
misión encomendada por la CNT. Una vez cumplida la misión, parece ser que
estuvo en La Robla, a 25 Km. de León, implicado en un grave conflicto laboral,
dirigiéndose poco después a Valladolid, donde permaneció unos tres meses. Más
tarde, y cuando se encaminaba hacia Galicia, con el fin de participar en
diversas acciones, fue detenido por la Guardia Civil y enviado a La Coruña.
Allí le identificaron como desertor y le trasladaron a San Sebastián, siendo sometido
a Consejo de Guerra y encarcelado. Sin embargo, permaneció muy poco tiempo en
la cárcel, ya que, con la ayuda de varios compañeros, logró evadirse y huyó a
Francia (julio de 1919) después de haber pasado algún tiempo escondido en los
montes.
En 1920 regresó a España, por San
Sebastián, y se dirigió a Barcelona. Antes de emprender la marcha hacia la
ciudad catalana, rechazó un trabajo en una fábrica de Rentería, que Manuel
Buenacasa y otros compañeros le habían buscado, así como un puesto en el Comité
de Metalúrgicos de la CNT en el país vasco: «En mi opinión los cargos importan
poco decía Durruti. Lo importante para mí es la base, a fin de poder obligar a
los de arriba, desde ella, a que respeten sus compromisos, impidiéndoles así,
en la medida de lo posible, que se burocraticen». A su paso por Euskadi,
Durruti conoció a otros anarquistas significados: Suberviola, Del Campo,
Albaldetrechu y Ruiz, con los que creó el grupo llamado «Los Justicieros», cuyo
terreno de acción era, simultáneamente, Aragón y Guipúzcoa. Durruti y el resto
de «Los Justicieros» decidieron actuar rápidamente, y su primer objetivo era
Alfonso XIII. El monarca español debía de asistir a la inauguración del Gran
Kursaal de San Sebastián. La pretensión de los anarquistas era acabar con la
vida del rey valiéndose de explosivos, pero sus intenciones se vieron
frustradas ante el masivo despliegue policial que se llevó a cabo en el País
Vasco para lograr la captura de Durruti, Suberviola y Del Campo, que habían
sido denunciados.
En febrero de 1921, Durruti se
encontraba en Andalucía en cumplimiento de una nueva misión, cuyo fin era
ampliar las bases del anarquismo en esta región. El 9 de marzo, en compañía de
Juliana López que era el otro emisario en tierras andaluzas, regresó a Madrid y
fue apresado por la Policía. Ese día todo individuó sospechoso era detenido en
la capital. El día anterior, Eduardo Dato había sido muerto a balazos por tres
desconocidos. No obstante, Durruti, haciendo uso de una falsa personalidad,
logró engañar a la Policía y salió libre, continuando su viaje de vuelta a
Barcelona.
El grupo de «Los Justicieros», que más
tarde cambió su nombre por el de «Crisol», siguió en su línea de utilización de
la violencia como respuesta a la violencia desatada por la patronal. A finales
de 1922, se constituía el grupo «Los Solidarios», cuyo fin primordial era la
lucha contra las bandas armadas que subvencionaban los empresarios. Los choques
entre estos grupos llegaron a adquirir un carácter de verdadera guerra civil.
«Los Solidarios» contaban con varios colaboradores y gente de confianza cuya
ayuda era solicitada según la naturaleza del asunto que les ocupara. Los
principales componentes del grupo eran: Buenaventura Durruti, Francisco Ascaso,
Juan García Oliver, Eusebio Brau, Aurelio Fernández, Miguel García Vivancos,
Alfonso Miguel, Ricardo Sanz, Gregorio Suberviola, Rafael Torres Escartín,
Juliana López, Ramona Berni y Antonio «El Toto».
Uno de los primeros condenados a
muerte, por el grupo, fue el cardenal-arzobispo de Zaragoza, Juan Soldevilla y
Romero (n. 1843). Sobre la ejecución de Soldevilla, es muy interesante el
fragmento de la novela de Pío Baroja «El Cabo de las Tormentas».
«El cardenal-arzobispo de Zaragoza era
un reaccionario de influencia. La ejercía no sólo en su sede sino en Barcelona
y recomendaba a las autoridades de allí medidas fuertes y duras contra los
obreros y los agitadores. Los anarquistas sabían que el arzobispo conferenciaba
en Reus con los jefes de la Patronal de Barcelona y daba consejos para atacar a
la organización sindicalista obrera. La banda marchó a Zaragoza; se entendieron
los directores con una vieja anarquista catalana que vivía allí hacía algún
tiempo, la ciudadana Teresa, y entre todos prepararon una emboscada y mataron
al arzobispo una tarde que iba a una posesión suya llamada «El Terminillo». El
arzobispo fue muerto en el auto cuando entraba en su finca, donde había
establecido una escuela dirigida por monjas. Los anarquistas le hicieron veinte
disparos. El arzobispo cayó muerto y quedaron heridos sus familiares y el
chofer.» (1).
El 1 de septiembre se llevaba a cabo
una nueva y espectacular acción de «Los Solidarios»: el Banco de España de
Gijón era objeto de un atraco a mano armada, llevándose los asaltantes un botín
de unas 675.000 pesetas. La ejecución del asalto no fue fácil. Durruti, después
de mantener un violento tiroteo con la Guardia Civil, logró huir subiendo al
tejado de una casa y abandonando la ciudad al amparo de la noche. «La banda de
Durruti» comenzaba a ocupar los titulares de la Prensa burguesa. Días más tarde
el mismo Durruti, ayudado por varios compañeros, conseguía liberar a Francisco
Ascaso, que se encontraba en prisión.
Amigos, Durruti y Ascaso, deciden
emprender la marcha hacia Francia. Una vez en París, toman contacto con otros
anarquistas allí establecidos, y juntos dan origen a la «Editorial Anarquista
Internacional». La creación de esta editorial tenía como fin propagar por todo
el mundo las obras ideológicas y de lucha del movimiento libertario. En París
tuvieron conocimiento de la muerte de varios de sus compañeros — Del Campo
abatido a balazos por la Policía en Barcelona y de la detención de otros Suberviola y Aurelio Fernández.
A finales del año 1924, Durruti y
Ascaso embarcaban con rumbo a Latinoamérica. Fue Cuba el punto inicial de su
periplo por estas tierras y allí encontraron trabajo como cortadores de caña.
Pronto comenzaron su labor en favor de los trabajadores de aquel país, y el
punto álgido de sus acciones fue la ejecución de un empresario que mantenía a
sus obreros en un lastimoso estado de esclavitud medieval. La activa búsqueda
de los dos anarquistas por la Policía les convenció de la necesidad de
abandonar la isla, y se dirigieron a México. Allí se encontraron con Jover y
Vivancos, y juntos continuaron su peregrinar por Uruguay, Chile, Perú y
Argentina bajo la denominación de «Los Errantes».
Waldo Bayer, autor de un libro sobre
el anarquista Severino Giovani fusilado
en Argentina el 1 de febrero de 1932, narra alguna de las actividades de
Durruti y sus compañeros a su paso por el continente americano:
«Si bien ya ha habido antecedentes en
nuestro país, de esta clase de anarquismo expropiador, su verdadero auge se
debe a la acción emprendida por los anarquistas españoles Francisco Ascaso y
Buenaventura Durruti; dos figuras verdaderamente legendarias que, necesitados
de seis millones de pesetas exigidas por un juez español para liberar a ciento
veintiséis de sus compañeros, inician una serie de asaltos a casas bancarias
que comienza en España, con el Banco de Cataluña, sigue en México y luego por
los países del Pacífico, asientan sus bases en Chile, donde obtuvieron un buen
botín, llegan a la Argentina, donde asaltan el Banco de San Martín, cruzan el
Río de la Plata, llegan a Montevideo donde realizan otros asaltos con éxito y
luego regresan a Europa en un increíble periplo de coraje a toda prueba y
desenfado. Esa gente sabía resolver las situaciones más difíciles con absoluta
tranquilidad y sangre fría» (2).
Durruti, Ascaso y Jover, buscados por
casi todas las policías de Sudamérica, decidieron regresar a Europa. Para ello
embarcaron en un trasatlántico que se dirigía a Inglaterra. Sin embargo, al
tener que efectuar el barco una parada de emergencia en Canarias, los tres
amigos se creyeron descubiertos y a punto de ser entregados a las autoridades
españolas. Afortunadamente para ellos, no había motivo de alarma y, unas
semanas después, el barco reemprendió su marcha hasta Inglaterra. Cruzaron el
Canal de la Mancha y, poco antes del primero de mayo, se encontraban en París.
Allí, Durruti trabajó durante algún tiempo en el sector metalúrgico y conoció a
otros anarquistas de gran prestigio: Sebastián Faure, Louis Lecoin, Voline,
Pedro Archinof y Néstor Mackno, su alma gemela.
El 14 de julio de 1924 era el día
señalado para que Alfonso XIII, acompañado del dictador Primo de Rivera,
llegara a París, invitado por el Gobierno francés con motivo de la Fiesta
nacional. Enterados de la visita, «Los Solidarios» dedicaron mes y medio a
preparar un plan para acabar con la vida del monarca español. Para ello se
pertrecharon de gran cantidad de munición, tres fusiles y un automóvil. El
atentado se llevaría a cabo en la estación anterior a París, donde el tren en
el que viajaba la comitiva real efectuaría una breve parada. El vagón que
ocupaban el rey y sus acompañantes sería ametrallado y huirían en el automóvil.
Sin embargo, la Policía francesa fue puesta en antecedentes y el plan de los
anarquistas quedó frustrado. El 25 de junio, en un modesto hotel parisiense de
la calle Legéndre, Durruti, Ascaso y Jover eran detenidos y posteriormente
encarcelados. El 2 de julio aparecía la noticia de su detención en la Prensa.
Las demandas de extradición por parte de diversos Gobiernos, entre ellos, el de
España, no se hicieron esperar. El porvenir de los libertarios españoles se
enturbiaba.
Faure y Lecoin promovieron una gran
campaña en favor de los detenidos para que no fuesen entregados a ninguno de
los Gobiernos peticionarios de la extradición. Los anarquistas españoles fueron
juzgados la defensa corrió a cargo de
Lecoin y definitivamente indultados en julio de 1927. No obstante, no se les
permitía la residencia en territorio francés. La misma Policía francesa les
introdujo clandestinamente en Bélgica. Poco después, era la Policía belga quien
utilizaba el mismo método con respecto a Francia. Nuevamente descubiertos en
este país, Bélgica les admitió, si bien para permanecer allí tuvieron que
adoptar una personalidad falsa previo acuerdo con la Policía belga! A propósito
de está extraña situación, Ascaso comentaba: «Es lo más curioso que me ha
ocurrido nunca. La legalidad sirviéndose de la ilegalidad». Durante este
período -1927, exactamente era creada, en Valencia, la FAI —Federación
Anarquista Ibérica—, cuyo primer secretario fue el portugués Germinal da Sousa.
Su finalidad era activar el movimiento libertario y acercar la CNT hacia el
ideal puramente anarquista, en oposición al colaboracionismo y moderación que
pregonaban algunos de sus miembros, Pestaña, Peiró, Juan López, etc., lo que
posteriormente originó una división entre ambas tendencias. Para pertenecer a
la FAI era condición indispensable ser afiliado a la CNT. No nos vamos a ocupar
aquí de la estructura y funcionamiento de la FAI, pero sí diremos que con su
creación el anarquismo de acción iba a adquirir una nueva dimensión.
El 14 de abril de 1931 era proclamada
la Segunda República Española. El 15 regresaba a España Buenaventura Durruti.
Este hombre, junto con Ascaso, Oliver, Federica Montseny, Jover y demás
partidarios del anarquismo práctico, iban a ser quienes dominarían la nueva
organización anarquista.
El 1. ° de mayo la FAI lanzó su primer
aviso serio a la República. En el Palacio de Bellas Artes de Barcelona se
celebró un gran mitin, en el que se elaboró una lista de reivindicaciones
obreras: disolución de la Guardia Civil, expropiación de las pertenencias a
órdenes religiosas, desaparición de los monopolios, reparto de los cotos de
caza... (3). Allí, Durruti se dirigió al auditorio: «Si fuéramos republicanos,
afirmaríamos que el Gobierno provisional se va a mostrar incapaz de asegurarnos
el triunfo de aquello que el pueblo le ha proporcionado. Pero como somos
auténticos trabajadores, decimos que, siguiendo por ese camino, es muy posible
que el país se encuentre cualquier día de estos al borde de la guerra civil. La
República apenas sí nos interesa; la aceptamos como punto de partida de un
proceso de democratización social...». Una vez finalizado el mitin, se organizó
una gran manifestación en cuya cabeza marchaban los inevitables Durruti, Ascaso
y Oliver. La Guardia Civil, puesta sobre aviso, hizo frente a la pacífica
manifestación. Los resultados del enfrentamiento fueron: dos muertos y varios
heridos por los guardias, y un muerto y quince heridos por parte de los
cenetistas y un pelotón de soldados de infantería que, mandados por el capitán
Miranda, se prestó a defender a los trabajadores del ataque de que habían sido
objeto.
La intranquilidad de la clase obrera
se hace palpable en todas partes. Los conflictos y las huelgas se suceden por
todo el país: Sabadell, Lérida, Gijón, etc. En Madrid, Sevilla y Málaga, los
conventos comienzan a arder. Mientras todo esto sucedía, Emilianne Morin, la
compañera de Durruti, daba a luz a la hija de ambos: Colette. Casi al mismo
tiempo, moría en León el padre de Durruti. Con tal motivo, éste se dirigió a su
ciudad natal para asistir al entierro que fue, a la vez que el adiós definitivo
a un hombre honrado, un gran homenaje a la presencia de un gran revolucionario.
Durruti fue invitado por los sindicatos de la CNT leonesa a un mitin que se
celebraría unos días después. Aceptó la invitación el anarquista leonés y, como
consecuencia, las autoridades intentaron detenerle. Sin embargo, la amenaza de
Durruti les hizo desistir de su propósito: «Detenedme y quizá mañana León y
toda y su provincia se vean envueltas en una gran huelga general».
El día señalado para la celebración
del mitin, la plaza de toros se encontraba repleta de trabajadores. La reunión
estaba presidida por Tejerina, secretario local de la CNT. Allí, Durruti se
dirigió a sus paisanos y les habló durante largo tiempo sobre el momento
prerrevolucionario que se estaba viviendo en España. Efectivamente, Durruti no
se equivocaba. El 18 de enero de 1932 se iba a reducir un gran acontecimiento en
la historia del movimiento libertario. El escenario fue la cuenca minera del
Alto Llobregat. Ese día se proclamaba allí el comunismo libertario. Figols fue
el primer pueblo en lanzarse a la aventura revolucionaria. Tras Figols,
Manresa, Berga y varios pueblos más. Inmediatamente, el Gobierno hizo uso de la
Ley de Defensa de la República. La rápida intervención del Ejército y la
posterior represión fueron las medidas tomadas. Los responsables serían
detenidos, pero la represión no sólo se localizó en esta comarca sino que se
extendió por toda España. «Durruti dijo a los mineros que la democracia
burguesa había fracasado; que era necesario realizar la revolución; que la
emancipación total de la clase trabajadora solamente podía conseguirse mediante
la expropiación de la riqueza que detentaba la burguesía y suprimiendo el
Estado. Aconsejó a los mineros de Figols que se preparasen para la lucha final,
y les enseñó la manera de fabricar bombas con botes de hojalata y dinamita»
(4).
En la mañana del día 21, Durruti y los
hermanos Ascaso eran detenidos. Al amanecer del 10 de febrero, un destartalado
y viejo trasatlántico salía del puerto de Barcelona llevando a bordo 125
detenidos como consecuencia de los sucesos del Alto Llobregat. Su destino era
Guinea. Sin embargo, el Gobernador de Villa-Cisneros se negó a admitir en su
jurisdicción a Buenaventura Durruti, al que consideraba asesino de su padre,
Fernando González Regueral, ex-gobernador de Bilbao, cuya ejecución había
tenido lugar varios años antes en León. Durruti no había tenido nada que ver en
la ejecución material del acto, ya que los autores de este atentado fueron
Suberviola y «El Toto». El hecho, en definitiva, fue que Durruti y algunos
compañeros detenidos fueron trasladados a Fuerteventura (5).
Una vez que Ascaso y Durruti
recobraron la libertad —fueron los últimos en abandonar el destierro junto con
Cano Ruiz—, sus esfuerzos se encaminaron hacia la preparación de la sublevación
que tendría lugar en enero del 33. Durruti, Ascaso y García Oliver eran los encargados
de coordinar el alzamiento en Barcelona. El fracaso de esta sublevación es
conocido; sin embargo, los anarquistas lucharon a fondo en diversos puntos del
país. En Andalucía, la represión llevada a cabo fue de dimensiones trágicas.
Suficientemente conocido es el episodio protagonizado por el mismísimo Azaña: «
¡Ni heridos, ni prisioneros! ¡Tirar al vientre! ».
Poco después, Durruti hacía un
análisis sobre el fracaso de la insurrección: «Es cierto que las condiciones no
estaban maduras. Si hubiera sido así no estarían muchos de nosotros en prisión.
Pero también es cierto que estamos atravesando un período prerrevolucionario y
que no podemos permitir a la burguesía que domine la situación haciéndose
fuerte en el poder del Estado. Es bajo esta perspectiva como debe interpretarse
la tentativa revolucionaria del 8 de enero, puesto que jamás ha pasado por
nuestra cabeza la idea de que el éxito de la Revolución consiste en la toma del
poder por una minoría que después impondrá su dictadura al pueblo. Nuestra
conciencia revolucionaria es opuesta a esta táctica. Nosotros queremos una
revolución por y para el pueblo. Fuera de esta concepción no hay revolución
posible. Por todo ello, lo que nadie
podrá discutirnos es que nuestra intentona no haya cumplido con el objetivo de
constituirse en un ataque pensado y dirigido contra el mismo corazón del
sistema capitalista y estatal, herido de muerte tras el levantamiento de los
mineros del Alto Llobregat».
En abril, Durruti y Ascaso eran
detenidos, después de haber asistido a una reunión, cuando se dirigían a sus
casas. El jefe de la Policía de Barcelona, Miguel Badía, y el consejero de
Orden Público, el fascista José Dencás, hicieron declaraciones en el sentido de
que, con la detención de Ascaso y Durruti, «la FAI había quedado completamente
desarticulada». Los dos amigos estuvieron en la cárcel de Barcelona hasta
julio, en que fueron trasladados al penal de Santa María (Cádiz). Ascaso
permaneció allí hasta octubre y Durruti fue liberado unos días antes, después
de haber sido juzgado como «vagabundo», una de tantas fórmulas jurídicas que
los Gobiernos idean como justificación de sus arbitrarias detenciones. «
¡Aplicarme a mí la ley de vagabundos! ¡A mí, que me he pasado la vida
trabajando! —decía Durruti encolerizado—. Acepto que se me acuse de disparar
contra la fuerza pública, o de tratar de transformar esta sociedad que
desapruebo y execro, pero... ¡acusarme de vagabundo!... ¡No hay ningún juez que
tenga el derecho de juzgar al obrero Durruti como a un vagabundo! ¡Decídselo
así a vuestros superiores!».
En noviembre del 33 las derechas ganan
las elecciones, pasando a gobernar Lerroux y sus radicales que serían
posteriormente apoyados por el reaccionario Gil-Robles y su organización de
Derechas Autónomas. Una de las primeras medidas del nuevo Gobierno fue declarar
el Estado de Emergencia por temor a que los trabajadores se levantaran contra
el derechismo gubernamental. En efecto, el 8 de diciembre, varios puntos de la
península se encontraban en huelga general: Barcelona, Valencia, Granada,
Córdoba, Badajoz, Huesca... En las demás capitales reinaba una gran confusión.
Aragón era el principal centro de la insurrección. En Barbastro, Calanda,
Alcampiel, Valderrobles, Alcoriza y otros pueblos hubo numerosos
enfrentamientos con las fuerzas gubernamentales. En casi todos ellos se llegó a
proclamar el comunismo libertario. Como consecuencia de la represión llevada a
cabo, hubo más de ochenta muertos y las cárceles se vieron de nuevo repletas.
Allí fueron a parar Durruti, Cipriano Mera e Isaac Puente, componentes del
Comité Nacional Revolucionario cuya misión era coordinar el alzamiento.
La mayoría de los detenidos fueron,
sin embargo, liberados muy pronto merced a la imaginación de Durruti, que
arguyó un audaz plan que sus compañeros no detenidos se encargaron de llevar a
la práctica. «La Voz de Aragón» daba así la noticia: «Ayer tuvo lugar un suceso
de una audacia increíble. Un grupo de siete individuos, armados con pistolas,
penetraron en las dependencias del Tribunal de Urgencia de Zaragoza, donde se
instruye la causa por los recientes acontecimientos revolucionarios: los
asaltantes sorprendieron a los jueces y sus secretarios cuando se encontraban
más atareados, obligándoles a permanecer inmóviles, tras lo cual se apoderaron
de la totalidad del sumario concerniente al movimiento de diciembre último.
Después de esto, los siete hombres desaparecieron a toda prisa» (6).
Los nuevos interrogatorios sólo
pudieron probar la «culpabilidad» de los responsables más significados, entre
ellos los tres componentes del Comité Revolucionario. Durruti, Mera y Puente
fueron conducidos al penal de Burgos, donde permanecieron hasta recobrar la
libertad en el mes de mayo.
Por lo que a la política del gobierno
se refiere, parece que la crisis estaba cerca. Los reaccionarios se estaban
aproximando de un modo alarmante a las esferas del poder. «La Solidaridad» así
lo hacía notar: «Nuestra consigna suprema es: «Frente a todo intento fascista;
frente a no importa qué tipo de dictadura; frente a toda revolución política,
la revolución social de los trabajadores ibéricos. Frente a toda transmisión de
poderes, la consigna revolucionaria de los trabajadores: destrucción del
Estado, negándoles la obediencia que lo sostiene. Ocupación de las fábricas, de
los talleres, de todos los lugares de trabajo. Socialización de las tierras,
incautación de los municipios por las fuerzas populares. Proclamación de la
comuna libre». ¡Obreros! ; Trabajadores todos de España, militéis donde sea, os
adjetivéis comunistas, socialistas, sindicalistas o anarquistas!... ¡Por la
Revolución, por la Libertad, por la Justicia, por la Anarquía!...» (7).
Mientras, en Barcelona continúa la
huelga de tranvías. En Madrid, el ramo de la construcción acuerda el paro. En
Tarragona, Valls, Manresa, etcétera, las huelgas se intensifican. En Zaragoza,
abril comienza con el preludio de una gran huelga general que habría de durar
treinta y seis días. Hubo despidos, detenciones...; sin embargo, los
trabajadores no desanimaron. Fue en Zaragoza donde se iba a manifestar de un
modo grandioso esa solidaridad que los militantes libertarios pregonaban. Una
gran caravana de camiones fue organizada para recoger a los hijos de los
huelguistas y llevarlos a las casas de las familias obreras que, por toda España
—principalmente Cataluña—, se habían ofrecido para acoger a los niños
zaragozanos mientras la huelga durase. Allí, en el centro vital de la
operación, se encontraba una vez más Buenaventura Durruti, a cuyo esfuerzo se
debió en gran parte que un puñado de hombres, los desheredados, dieran una de
las más grandes e impresionantes demostraciones de solidaridad humana.
El «bienio negro», 1934-1936, siguió
transcurriendo entre huelgas, detenciones arbitrarias, tiroteos, asesinatos de
obreros... Triste balance provocado por la ascensión al poder de la CEDA
(Confederación Española de Derechas Autónomas), comandada por aquél al que la
gran mayoría del país veía como el más fidedigno representante del advenimiento
del fascismo: Gil-Robles. No andaban, en absoluto, desencaminados quienes así
pensaban. La revolución asturiana del 34 y su posterior represión es un ejemplo
fiel, a la vez que estremecedor, de lo que los Gobiernos pueden hacer con unos
hombres indefensos y desesperados que se habían lanzado a la lucha, sin
importarles lo más mínimo lo único que todavía les quedaba por perder: la vida.
Eran el ministro de la Guerra, Diego Hidalgo, y el general Franco quienes
dirigían, desde Madrid, las operaciones militares que aplastaron el movimiento
insurreccional asturiano. Por estas fechas, 5 de octubre, Durruti es
encarcelado de nuevo. Mientras el proceso de desintegración del régimen del
«bienio negro» se acelera hasta alcanzar su punto culminante el 9 de diciembre
de 1935. Lerroux se ve obligado a abandonar el cargo y es sustituido por
Portela Valladares, nombrado por el presidente Alcalá Zamora. De esta forma
quedaron frustradas las esperanzas de Gil-Robles, que soñaba con el poder
absoluto. Portela disolvió el Parlamento y se fijaron elecciones para el 16 de
febrero. Durante los dos primeros meses de 1936, se suceden los mítines
organizados por la CNT v la FAI en contra del fascismo y abogando por la unidad
revolucionaria. Ante la proximidad de las elecciones, los libertarios más
prestigiosos ya no pregonaban el absentismo dando total libertad a la
afiliación, ya que de no ser así, se corría el riesgo de que las derechas
volvieran a ganar en los comicios y eso era un riesgo demasiado peligroso. Fue
por esta decisión y por el apoyo de los Anarquistas lo que permitió ganar las
elecciones.
Triunfante en las elecciones el Frente
Popular, las reformas se van haciendo necesarias. Así lo hace ver Durruti el 4
de marzo, en el transcurso de un mitin celebrado en el Price de Barcelona.
Aludiendo a la restauración de la Generalidad y de Companys, Durruti decía: «No
venimos aquí a celebrar festejos por la llegada de unos señores. Venimos a
decir a los hombres de izquierda que fuimos nosotros los que determinarnos su
triunfo, y que somos nosotros los que mantenemos los conflictos que deben ser
solucionados inmediatamente. Nuestra generosidad determinará la reconquista del
14 de abril» (8).
En mayo, del 1 al 12, se celebraba en
Zaragoza el IV Congreso de la CNT, que se auguraba como de gran importancia. El
primer hecho que sorprendió fue el elevado número de asistentes: 649 delegados
en representación de 982 sindicatos y 550.595 afiliados. (Por aquellas fechas,
el contingente de trabajadores encuadrados en la CNT se aproximaba al millón y
medio.) En este Congreso se convocó a los sindicatos disidentes los treintistas
que se mostraron dispuestos a su reintegración en el seno de Confederación. El
triunfo de la FAI era inapelable. Durante las sesiones del Congreso, se pasó
revista a los problemas más acuciantes de la clase trabajadora y se teorizó
sobre su solución inmediata: paro forzoso, disminución de horas en la jornada
laboral sin que el sueldo disminuyera, reforma agraria, oposición al lock-out
patronal, retiro, etc. También se trató la situación político-militar del país,
se clarificaron los conceptos sobre el comunismo libertario y se planteó la
cuestión de la alianza revolucionaria.
El día de la clausura se celebró en la
plaza de toros de Zaragoza un espectacular mitin, al que acudieron varios miles
de trabajadores procedentes de toda España. La ciudad estaba prácticamente
«tomada» por los anarco-sindicalistas. El éxito del Congreso al que Durruti
asistió como representante del Sindicato Único Fabril y Textil de
Barcelona quizá fuera una de las causas
primordiales que aceleró, si no contribuyó de manera decisiva, los sucesos
venideros. El 18 de julio de 1936 se iniciaba la sublevación militar. Muchos de
los más prestigiosos hombres de izquierda fueron casi sorprendidos. Las dudas y
la falta de decisión de las primeras horas constituyeron una de las razones
fundamentales de la derrota republicana. No era éste el caso de CNT-FAI. Los
militantes barceloneses ya trataban, días antes, de conseguir armas con el fin
de impedir que los militares de Barcelona se alzaran. La negativa de Companys a
armar al pueblo exasperó los ánimos de los anarquistas. Ellos fueron los
primeros en lanzarse a la calle con el propósito de frenar la intentona
militar. A las pocas horas de producirse el intento militar, se luchaba
tenazmente en los centros neurálgicos de la ciudad. Al frente de las fuerzas
populares se encontraban Durruti, Ascaso, Jover, García Oliver, Aurelio
Fernández y otros significados anarcosindicalistas de la región. De momento,
parecía que la sublevación había sido controlada. El mismo general Goded, jefe
de los sublevados en aquella zona, era detenido. Durruti parecía mostrarse
satisfecho de los resultados conseguidos. Sin embargo, el lunes día 20, el
anarquista leonés sufría un duro golpe: frente al cuartel de Atarazanas lugar donde los anarquistas encontraron la
más dura resistencia moría de un balazo en plena frente Francisco Ascaso. El
suceso encorajinó de tal modo a Durruti que él mismo se dirigió al lugar donde
se libraba la batalla y se lanzó contra las puertas del cuartel. Sus compañeros,
animados por el ejemplo, no tardaron en imitarle y poco después la bandera
blanca ondeaba en el reducto de los militares. Los anarquistas habían acabado
con el movimiento faccioso de Barcelona en cuestión de treinta y dos horas.
El 21 de julio se constituía un Comité
Central de Milicias Antifascistas, que quedó estructurado del siguiente modo:
tres representantes de la UGT, José del Barrio, Salvador González y Antonio
López; tres de la Esquerra, Juan Pons, Jaime Miravitlles y Artemio Ayguadé; uno
de Acción Catalana, Tomás Fábregas; uno de la Unión de Rabassaires, José
Torrents Rosell; uno del POUM, José Rovira; uno del PSOE, José Miret; dos de la
FAI, Aurelio Fernández y Diego Abad de Santillán; y tres de la CNT, Juan García
Oliver, José Arens y Buenaventura Durruti. Una vez formado el Comité, publicó
un bando cuya finalidad abarcaba un doble objetivo: reclutar hombres y crear
las suficientes medidas de seguridad en la retaguardia. El texto del bando
pecaba en cierto modo de dirigismo, por lo que no satisfizo en absoluto a
Durruti. En algún momento se llegó a temer un enfrentamiento entre él y el
Comité. Pero no llegó a producirse, ya que Durruti consiguió formar su columna
de milicianos muy pronto con el fin de dirigirse a Zaragoza, cuya conquista era
vital para el posterior desarrollo de la contienda, y así poder llevar a cabo
su propia lucha revolucionaria, fuera de los cauces de la política al uso. El
24 de julio, la legendaria «Columna Durruti» salía de Barcelona con destino a
Aragón. El comandante Pérez-Farrás formaba parte de la columna como delegado y
técnico militar. Durruti y Pérez-Farrás no llegaron casi nunca a estar de
acuerdo en las decisiones que había que tomar, concebían un ejército donde la autoridad y la disciplina férrea
estuvieran ausentes. Parece ser que Farrás se volvió más tarde a Barcelona,
sustituyéndole como técnico militar el sargento Manzana, quien se iba a
convertir en un eficacísimo colaborador de Durruti. Manzana era un hombre
allegado a la ideología cenetista, y, por tanto, totalmente antimilitarista.
Momentos antes de partir hacia el frente, el periodista canadiense Von Passen
mantuvo una entrevista con Durruti, que fue publicada en el «Toronto Star» y
que por su interés creo oportuno transcribir:
DURRUTI. El pueblo español quiere la
Revolución y está en trances de hacerla, a lo cual se oponen los fascistas.
Este es el planteamiento general. En tales condiciones, no hay más que dos
caminos: la victoria de los trabajadores, es decir, la libertad, o el triunfo
de los facciosos, que significa la tiranía. Ambos contendientes saben muy bien
lo que les espera si son vencidos. Por esta razón yo creo que la lucha será
dura. Para nosotros se trata de destruir la reacción fascista de tal forma que
no levante ya nunca más la cabeza en España. De hecho estamos dispuestos a
acabar con el fascismo de una vez por todas, incluso a pesar del gobierno
republicano.
VON PASSEN. ¿Por qué a pesar del
gobierno republicano? ¿Es que acaso el gobierno republicano no lucha también
contra la rebelión fascista?
Durruti. No hay gobierno en el mundo
que luche contra el fascismo para destruirlo. Cuando la burguesía ve que el
poder se les escapa de las manos, recurre al fascismo para mantener sus
privilegios. Es lo que ha ocurrido en España. Si el gobierno republicano
hubiera deseado de verdad poner fuera de combate a los fascistas, hace ya
tiempo que lo habría podido hacer. En lugar de combatirlos a fondo, no ha hecho
más que buscar compromisos y acuerdos. Incluso en este momento, hay miembros
del gobierno que hablan de adoptar medidas más bien moderadas contra los
fascistas.
Von Passen. P.Largo Caballero e
Indalecio Prieto han afirmado que la misión del Frente Popular era la de salvar
la República y restaurar el orden burgués, mientras que tú, Durruti, me dices
que el pueblo quiere llevar la Revolución mucho más lejos. ¿Cómo interpretar
esta contradicción?
Durruti. El antagonismo es evidente.
Esos señores, como demócratas burgueses que son, no pueden tener otras ideas
que las que profesan. Pero el pueblo, la clase obrera, no se engaña. Los
trabajadores saben lo que quieren. Nosotros luchamos no por el pueblo, sino con
el pueblo, es decir, por la Revolución. Somos conscientes de que en esta lucha
estamos solos y que no podemos contar más que con nosotros mismos. Desde un
principio sabemos ya cuál será la actitud de Rusia. Para la Unión Soviética,
después de haber hecho su revolución pequeño burguesa, lo que cuenta es su
tranquilidad. Por esta tranquilidad, Stalin ha sacrificado a luti trabajadores
alemanes, cosa que ya hizo anteriormente con los chinos. Por eso nosotros
queremos hacer nuestra propia razón por lo que creemos que hoy mejor que para
mañana: si es posible antes de que estalle la próxima guerra europea. De este
modo nuestra actitud servirá de ejemplo a los obreros italianos y alemanes, los
cuales podrán apreciar cómo se lucha contra el fascismo. Es por esta razón por
la que creemos que nadie nos ayudará. Hitler y Mussolini, lo mismo que los
demócratas ingleses y franceses, temen el contagio revolucionario, que es lo
que, en otro sentido, le ocurre también a Stalin.
Von Passen. ¿Entonces tú, Durruti, no
crees que Francia e Inglaterra puedan ayudaros, una vez que se concrete el
apoyo de Hitler y Mussolini a vuestros enemigos?
Durruti. No hay gobierno alguno que
desee ayudar a una revolución proletaria. Sin embargo, es posible que las
rivalidades que existen entre los distintos imperialismos puedan influir en
nuestra lucha. Franco, por ejemplo, es indudable que hará lo que pueda para
poner a Alemania contra nosotros. Pero esto, al fin de cuentas, no es lo más
importante, como ya he dicho antes, no esperamos ayuda de nadie, ni siquiera de
nuestro gobierno» (9).
La toma de Caspe fue el primer
enfrentamiento serio que la «Columna Durruti» hubo de librar. Una vez conquistada
la plaza, los milicianos abrieron su radio de acción y todos los pueblos
inmediatos fueron conquistados: Peñalba, Osera, Monegrillo, Fortlete,
Bujaraloz, Candasnos, Valfarta, Pina del Ebro, ...
Durruti estableció el puesto de mando
cerca de Bujaraloz. Allí recibía a periodistas y amigos, Faure y Simone Weill
entre estos últimos, y preparaba los planes de la guerra y de la revolución.
Durruti, al igual que el ucraniano Mack no, pensaba que la guerra y la
revolución social eran dos cosas poco menos que inseparables. Las
colectividades agrícolas comenzaban a funcionar apenas la columna realizaba una
conquista. La colectivización aragonesa llegó a abarcar más del 70 por 100 de
la población de aquella región. El número de colectividades era de 450 y la
adhesión a este tipo de explotación comunal de la tierra era totalmente
voluntaria.
Fue así como, unidos los intereses de
los campesinos, se formaba en una asamblea, y por decisión de la mayoría el
Consejo de Aragón, que vio la luz en Bujaraloz y era el encargado de coordinar
el proceso colectivizador. El Consejo, promovido por Durruti, se llegó a formar
a pesar de la oposición de algunos compañeros del leonés, como Antonio Ortiz y
Gregorio Jover, y de la tenaz resistencia opuesta por los comunistas. Durante
el desarrollo de la lucha en Aragón, los grandes propietarios huían
despavoridos ante el demoledor avance de la «Columna Durruti», que aplastaba
todo foco de resistencia que encontrara a su paso. Respecto a las ruinas que
ocasionaban los ataques de los milicianos anarquistas, decía Durruti al
corresponsal del «Montreal Star»: «Hemos vivido siempre en míseros barrios, y
si destruimos, también somos capaces de construir. Fuimos nosotros quienes
construimos en España, en América y en todas partes, palacios y ciudades.
Nosotros los trabajadores podemos construir ciudades mejores todavía; no nos
asustan las ruinas. Vamos a convertirnos en los herederos de la tierra. La
burguesía puede hacer saltar por los aires y arruinar su mundo antes de
abandonar el escenario .de la Historia. Pero nosotros llevamos un mundo nuevo
en nuestros corazones» (10).
Por otra parte, la escasez de armas
era la principal obsesión de Durruti. Esta escasez, según testimonio a Gerorge
Orwell, era terrible. El mismo Orwell se extrañaba de que no se produjeran
deserciones en masa: «No había nada que les stljetara en el frente, salvo la
lealtad de clase (11).
Para tratar de solucionar este
problema, Durruti se trasladó a Madrid, con el fin de entrevistarse con Largo
Caballero, que ocupaba la Presidencia y el ministerio de la Guerra. Largo
tampoco proporcionó armas a Durruti. Pidió a éste que regresara al frente de
Aragón y prometió enviarle dinero para la adquisición de armamento. Durruti
regresó a Aragón, pero el dinero no llegó nunca. El boicot incomprensible desde
cualquier punto de vista propugnado por los estamentos gubernamentales contra
Durruti y los anarquistas, era manifiesto. Pierre Besnard, secretario general
de la AIT (Asociación Internacional de Trabajadores), realizó una visita a la
España republicana en 1936. Su objetivo era internacionalizar el conflicto, de
modo que Inglaterra y Francia intervinieran en favor de los republicanos. No se
vio favorecido por el éxito. En su informe sobre su visita decía: «...La
revolución española está retrocediendo, pero no tiene la culpa el pueblo, que
lucha con entusiasmo incomparable, sino sus dirigentes, que van a remolque de
los acontecimientos, demostrando que han perdido la iniciativa revolucionaria y
que están dispuestos a aceptar las situaciones más humillantes, como la que
tuve que soportar yo mismo frente a Largo Caballero Si el anarquismo comete la estupidez de
colaborar con Largo Caballero, aunque sólo sea apoyándole, la Revolución estará
irremediablemente perdida. El único medio que existe para salir de este círculo
infernal es la prueba de la fuerza. Pero yo me pregunto si los dirigentes de la
CNT son los mismos hombres que se lanzaron a la calle el 19 de julio...
Diríase que solamente hay uno que
escape a esta regla: Durruti, un revolucionario nato y original, que en muchos
aspectos recuerda a Néstor Mackno. Al igual que el guerrillero ucraniano,
Durruti tampoco se separa del pueblo, contrariamente a lo que hacen otros
dirigentes. Por lo demás, Durruti es superior a Mackno en algunos puntos, sobre
todo en lo que se refiere al dominio que el español ejerce sobre sí mismo»
(12).
El hecho claro es que Durruti se
encontraba prácticamente solo. Incluso muchos de sus camaradas más antiguos,
como García Oliver, se habían dejado arrastrar hacia la politización. Otros,
como Abad de Santillán, se movían en una especie de ambivalencia, que resultaba
totalmente desconcertante. En octubre del 36, Madrid se encontraba en peligro.
Largo Caballero se dirigió a todas las organizaciones para tratar de aunar
esfuerzos. Se formó, como primera medida, un nuevo Gobierno y cuatro
representantes de la CNT entraron a formar parte de él: Juan López, Juan Peiró,
Federica Montseny y Juan García Oliver. Inmediatamente después de formado el
Gobierno, sus componentes se trasladaron a Valencia, y en Madrid quedaba
constituida una Junta de Defensa presidida por el general Miaja. Se pidió la
colaboración de los anarquistas para la defensa de Madrid. Horacio M. Prieto,
secretario general de la CNT, se dirigió rápidamente a Aragón. El motivo del
viaje no era otro sino entrevistarse con Durruti. Su colaboración en la defensa
de Madrid era considerada vital. « ¡No hay nada que hablar! ¡Yo no pienso
moverme de Aragón!», fue la respuesta de Durruti. Prieto arguyó razones de tipo
disciplinario y de responsabilidad. Durruti le contestó: « ¡Yo no conozco otra
disciplina que la Revolución. En cuanto a los demás, aprendeos esto de una vez:
¡Yo me cago en vuestras responsabilidades de burócratas!» (13).
Poco después, eran Abad de Santillán y
Federica Montseny quienes trataban de convencer a Durruti. Por fin, ante la
cantidad de presiones, Durruti, con un contingente de 1.800 milicianos, parte
hacia Madrid. El sargento Manzana le acompañaba como técnico militar, y como
secretario iba Mora. Al mando de las agrupaciones que formaban la columna, iban
Bonilla, José Mira y Liberto Roig. Miguel Yoldi, Ricardo Rionda y el propio
Durruti formaban el Comité de Guerra. El 15 de noviembre, los hombres de
Durruti ya se encontraban en la Ciudad Universitaria de Madrid haciendo frente
a las tropas fascistas. El lugar de destino de los anarquistas, el más
comprometido y peligroso, hizo que las bajas alcanzaran en muy poco tiempo un
elevado número. El día 18, la «Columna Durruti» solamente contaba con 700
hombres de los 1.800 que se habían desplazado a la capital. El día 19, los
milicianos de Durruti se prepararon para asaltar el Hospital Clínico, defendido
por tropas moras y Guardia Civil. Las indicaciones dé: Durruti no fueron
seguidas con exactitud y, como consecuencia, sólo se pudieron tomar parte de
las plantas del Clínico, quedando en la parte superior tropas nacionales. Poco
después, le llegan noticias a Durruti de que sus hombres querían abandonar el
Clínico. Durruti, acompañado por Julio Grave (chofer) y por Bonilla y Miguel
Yoldi (parece ser que también iba Manzana), se dirigió hacia el Hospital.
Durante el trayecto, poco antes de llegar al punto de destino, Durruti y sus
acompañantes se encontraron con un pequeño grupo de milicianos, que daban la sensación
de ser descontentos que abandonaban su puesto de combate. Durruti habló con
ellos y les convenció para que volvieran a sus puestos. Una vez diluido el
confusionismo creado por esta situación, Durruti se acercó al coche. En este momento sonó un fogonazo, y el
anarquista leonés se desplomaba al suelo con una bala incrustada en su pecho.
En el Ritz, convertido en hospital, los doctores Bastos, Monje, Fraile y
Santamaría firmaban en la madrugada del día 20 de noviembre de 1936 el
diagnóstico final de Buenaventura Durruti: «Muerte causada por una hemorragia
pleural», El proyectil se encontraba alojado en la región del corazón (14).
La desmoralización hizo presa entre
los combatientes anarquistas. La muerte de su compañero, acaecida en
circunstancias extrañas, les afectó en gran manera. La mayoría de los
milicianos libertarios abandonaron Madrid y regresaron a Aragón. Martínez
Bande, historiador y militar, comenta acerca de Durruti:...«Buenaventura
Durruti había aparecido desde los momentos iniciales de la guerra como el
«líder» anarquista más interesante, el más arrojado en un mundo de arrojados, y
el que seguramente también comprendió primero qué es lo que había pasado en
España tras el 18 de julio. Esto es, el que mejor supo adaptarse a las
circunstancias de la guerra. El potenció a sus hombres, a quienes muchos
calibraron, seguramente, casi como pequeños dioses, a la sombra de un dios
máximo. Por esto cuando éste cae en combate, el Olimpo anarquista de la Ciudad
Universitaria se desploma» (15).
Exactamente treinta y nueve años antes
que su gran enemigo, el general Franco, moría en la madrugada del 20 de
noviembre de 1936 la última gran esperanza del anarquismo: Buenaventura
Durruti. En la tarde del domingo 22 de noviembre, una gran masa de trabajadores
(alrededor de medio millón) daba su último adiós a Durruti en Barcelona. El
cortejo fúnebre, que atravesó varias calles de la ciudad (entre ellas, la Vía
Layetana: Avenida de Buenaventura Durruti hasta el final de la guerra) con
destino al Cementerio Nuevo, fue un impresionante espectáculo, en el que
millares de hombres acudieron a rendir el postrer homenaje a su compañero.
Quizá haya sido ésta al igual que ocurrió en Rusia en el entierro de Kropotkin
la última gran manifestación libertaria de un país donde el anarquismo tuvo una
acogida y difusión como en ningún otro del mundo.
* Sobre la muerte de Durruti, Antonio
Bonilla, hoy día residente en Zaragoza, mantiene una tesis nunca argumentada
hasta ahora. En el número 80 del semanario «Posible», el antiguo compañero de
Durruti confiesa a Pedro Costa Muste: «No cabe duda de que la bala que mató a
Durruti salió del naranjero que portaba Manzana. Pudo ser casual o
intencionadamente. Hoy, a la vista de lo que ocurrió después, opto por creer
que fue intencionado el disparo». Lo que ocurrió después, según Bonilla,
es que Manzana desapareció sin
dejar rastro. Manzana se ha mantenido
ilocalizable, desde entonces, en algún lugar de México, ignorándose si aún
vive.
Como con Zamora, el Che o Zapata, su
muerte tiene estigmas de traición y el principal sospechoso, el PCE
estalinista, desatará pocos meses mas tarde una brutal persecución contra
anarquistas y demás radicales que no solo liquidó la Revolución amenazante,
sino que fue el comienzo del fin de la propia República que decían
salvaguardar.
40 años de existencia intensa tuvo
este hombre que lucho por sus ideales sin treguas ni fanatismos; que nunca dejó
de vivir de su trabajo; que actuaba tanto como leía y pensaba; que amó, soñó y
tuvo amigos entrañables. En fin, Buenaventura Durruti fue lo que fue, y también
lo que de mejor queda en nosotros cuando compartimos su trayectoria luminosa.
QUE LA TIERRA TE SEA LEVE
CNT-AIT PUERTO REAL
– Biblioteca “José Luis García Rúa”
NOVIEMBRE 2023
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