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viernes, 8 de marzo de 2013

CARTA ABIERTA A LA MINISTRA ANA MATO


Carta abierta a la ministra Ana Mato

Las mujeres sabemos mucho de crisis. De crisis propias y de crisis adjudicadas. Sabemos de crisis de representatividad, de crisis de ciudadanía, de crisis personales y afectivas y también de todas las que nos culpan: de la crisis de la familia, de crisis de cuidados, de crisis incluso de valores. También sabemos de crisis económicas.

 Históricamente, las mujeres hemos sido las sustentadoras del bienestar con un trabajo ni remunerado ni reconocido. De hecho, el 8 de marzo comenzó llamándose Día Internacional de la Mujer Trabajadora hasta que perdió el apellido porque nos dimos cuenta de que las mujeres del mundo siempre han trabajado y trabajan, aunque la mayor parte de ellas no reciba un salario. Como decían los eslóganes de hace unos años: trabajo nos sobra, lo que nos faltan son empleos.

 Hasta ahora, las mujeres han sido las últimas en entrar y las primeras en salir del mercado laboral según lo reclamara la situación económica. Hasta ahora, las mujeres han ido supliendo los recortes del Estado cuando sus dirigentes decidían que había que ajustar gastos precisamente en los ámbitos del cuidado y del bienestar. Aquí y en todas partes, a lo largo de la historia, millones de mujeres han sabido soportar la escasez y la penuria en los momentos realmente difíciles.

 Estoy recordando la rebeldía de las cigarreras de Sevilla sobre la realidad de sus reivindicaciones obreras, ferozmente reprimidas. Estoy recordando a las célebres cargadoras de Bilbao, a las tejedoras de Cataluña, a las mariscadoras y conserveras gallegas, a las costureras y sirvientas del viejo Madrid. Estoy recordando a las mujeres asesinadas en Casas Viejas durante una huelga imposible, a las asturianas, que se sumaron a una revolución perdida, a las que lucharon en todas las guerras paradójicamente por la paz, por la justicia, en la Guerra Civil o la Mundial, las que demostraron que la vida continuaba en retaguardia gracias a su poderosa voluntad de supervivencia y a su profundo sentido de la responsabilidad.

 Estoy recordando también a las que no se resignaron, las que contrabandeaban modestos artículos de primera necesidad como estraperlistas de todas las fronteras, las que lograban enseñar desde los pupitres habitualmente reservados a los hombres, las que trabajaban en los mesones del camino y los bares de barrio, aquellas eternas jornaleras, las que se incorporaban a la industria del automóvil, las que terminaron bajando a las minas, subiendo a los barcos o llenando las universidades.

 Estoy recordando a muchas, muchas madres haciendo cuentas para llegar a fin de mes. Quitando de aquí para poner allá, estirando salarios que daban de sí lo que daban de sí y sin embargo, con los que ellas conseguían, como si fuesen prestidigitadoras, que no quedara nada esencial al descubierto, como ahora comenzamos a hacer de nuevo, siguiendo el ejemplo que nos dieron.

 Señora ministra,

 Le recuerdo a todas estas mujeres para que no se atreva a apropiarse de su memoria a la hora de defenderse de las acusaciones que pesan sobre quién se hizo cargo de las facturas de su casa, de sus viajes y de las fiestas de cumpleaños de sus hijos. No se atreva a esconderse tras ellas precisamente usted, que es cómplice del desmantelamiento del sistema público de salud, de la retirada de recursos para el cuidado de la dependencia, para el cuidado de nuestros mayores, para la protección de las mujeres víctimas de violencia. Usted, responsable de desarrollar y vigilar el cumplimiento de la Ley de Derechos Sexuales y Reproductivos, de la Ley de Dependencia y de la Ley de Igualdad.

 Señora ministra,

 La mayoría de las mujeres de este país aspiramos a una vida libre de violencia a la que enfrentarse cada una con sus recursos y capacidades, con sus ganas y su carácter, eso es, una vida propia a la que ninguna tenga que renunciar por miedo, por amenazas, por violencia, por discriminaciones, por viejos prejuicios, por incapacidad de nuestros representantes públicos. Aspiramos a construir sociedades justas de las que sentirnos orgullosas.

 Ya hemos visto en un año al frente de su ministerio que usted no va a hacer nada por conseguirlo así que, al menos, afronte sus responsabilidades y no se atreva a manchar la memoria de todas estas mujeres dignas escudándose en el machismo cuando no sabe o no quiere responder a todas las preguntas que sobre su gestión y sobre su relación con la trama Gürtel aún están pendientes. No tiene nada en común con todas ellas. Y, por favor, dimita.

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