Juan Perales León, anarquista
Autor: Juan
Carlos Perales Pizarro
Le daba vida
el recordar sus vivencias. Lo marcaron tanto que, a medida que el relato
avanzaba, se revitalizaba como si de una medicina se tratara. Era tanto su afán
por que conociéramos sus vivencias, que sacaba fuerzas donde apenas ya las
había. Lo contó todo. Al menos, todo lo que su memoria fue guardando durante
tantos años. Y era mucho. Lo escuché, lo grabé, lo transcribí y os lo presento,
resumidamente, intentando trasmitir lo que él me contó durante esa fría navidad
en que todas las tardes me senté con él, con el acompañamiento de la grabadora,
y como fondo el cantar de los pájaros, canarios y jilgueros, a los que dedicaba
las horas del día. Estaba ya muy enfermo. Día a día había ido perdiendo su
guerra contra el cáncer.
Fue un
referente del anarquismo y del antifascismo en la provincia. De hecho, en un
programa de la Junta de Andalucía, Banco Audiovisual de la Memoria, fue grabado
y su testimonio consta en el Archivo correspondiente de la Junta de Andalucía.
También en esta grabación tuve la ocasión de acompañarle. Otro compañero,
amigo, Sebastián Pino Panal, anarquista, fue también grabado dentro del mismo
programa. Ambas, al igual que el resto de las realizadas en Andalucía, merecen
la pena ser escuchadas. Quiero creer que están disponibles en la web
correspondiente.
Fue un
referente, igualmente y de manera extraordinaria, para la izquierda de Alcalá
de los Gazules. Y no solo del conocido como «el Clan de Alcalá del PSOE», que
sí lo fue. A veces, cuando se ha escrito sobre ello, se incide de manera especial
en «el electricista» que tanto influyó en la formación y la futura militancia
del grupo, minusvalorando,e incluso ignorando, el papel fundamental que jugaron
otras personas, nuestros mayores, como el caso de Juan Perales. También, cómo
no, otros, en todos los casos, represaliados del franquismo.
Sin él, la
CNT en Alcalá nunca hubiera existido. Fue, creo, el único y el último
anarquista. Su implicación en que funcionara fue extraordinaria. Siempre se
quejó de que aquellos que en su día le acompañaron en CNT, y que después «le
traicionaron» yéndose a otras formaciones políticas, nunca habían sido
auténticos anarquistas y que no merecían estar en la organización.
El inicio de la investigación de la represión
en Alcalá, en una parte muy importante, se debe a él. También a muchos otras
personas, entre otras, claro, mis propios padres, represaliados y víctimas
también. Pero fue mi tío Juan el que en su caja fuerte había guardado un
listado de fusilados de Alcalá. Poco a poco con la ayuda de otros mayores y amigos
represaliados habían ido elaborando esa lista, hasta ese momento desconocida,
de los fusilados y desaparecidos de Alcalá. También tenía la otra lista, la de
los verdugos y responsables de las barbaridades cometidas. Y algunas fotos. Y
datos sueltos e inconexos de sus dos expedientes, de sus dos Consejos de
Guerra. Tenía las fechas y los números de las causas. Siempre soñó con poder
localizarlos.
Ahora, una
vez abiertos los archivos y, en parte, el miedo ahuyentado, los expedientes
militares van saliendo a la luz. Afortunadamente, también los de Juan Perales.
Ojalá él hubiera podido verlos, leerlos, tocarlos… Era su sueño. Siempre lo
dijo. Serán públicos como él lo deseaba, al igual que aquí publico sus
memorias, como también él deseaba.
Tuvo ocasión
de compartir y protagonizar el homenaje que en Alcalá se les rindió a los
fusilados. Al menos ese reconocimiento y esa victoria se los llevó a la tumba.
En algunas ocasiones, he pensado, que en su último viaje, no pudimos o no
quisimos cumplir con sus deseos. Él era agnóstico, no creyente, ateo. Sin
embargo, al igual que en todos los casos, su despedida se la hicimos
«cristianamente». También había manifestado en multitud de ocasiones que quería
que cuando muriera su féretro fuera cubierto con la bandera de la CNT. Tampoco
aquí le hicimos del todo caso. La bandera que si le acompañó durante el
velatorio, no cubrió su féretro, como era su deseo. De su velatorio, conservo
bonitos recuerdos. Alegres, aunque parezca contradictorio. Había muerto con la
dignidad con la que había vivido toda su existencia.
A sus hijos
e hijas, nietos y nietas.
Alcalá de
los Gazules, marzo de 2013
P.d.: Su sobrino Juan Luis Franco
Moreno, solicitó del Sindicato de Oficios Varios de la CNT-AIT de Puerto Real
una bandera de la Confederación de esa localidad que fue aceptada para
introducirla dentro del féretro.
Cuando tenía
cinco años, mi padre murió. Éramos tres hermanos, tu padre, una hermana que se
llamaba Francisca y yo. Francisca murió aquí en la calle Real, en la puerta de
la tienda de tu padre. Murió echando sangre. No sé de qué. Era muy jovencilla.
Podría tener diez o doce años, quizás más. Mi padre era «arriero». Tenía sus
burros, sus mulos, en fin, económicamente vivíamos bien. Murió a consecuencia
de una epidemia de gripe. Vino de Jerez de un viaje de carbón, ya enfermo.
Recuerdo que cuando empezó a quitarles los «jatos» a las bestias, unos vecinos
míos que eran muchachillos mayores que yo, le ayudaron y entonces yo me subí en
una silla y empecé a querer quitar cordeles y ayudarle también. Cayó enfermo en
la cama. No recuerdo mucho sus facciones. No dejó fotografías de ninguna clase.
Recuerdo el entierro. Los entierros de entonces eran vulgares, una caja forrada
con tela negra baratucha. Uno al que le decían «Don Pépede», que era muy
fuerte, y muy amigo suyo, quería llevar la caja él sólo en la cabeza. No quería
que la llevara nadie más que él. A éste lo mató, años más tarde, un cuñado suyo
en la calle Los Pozos. Me vistieron con un babi negro con unos botones muy
brillantes, negros también.
Mi madre
vendió las bestias, y al cabo de tiempo pusimos una tienda de comestibles en la
calle Villabajo. Allí estaba la escuela de don Antonio Caballero. Luego, años
después, vino la cosa mal, la tienda se perdió y nos quedamos en la ruina. No
nos quedó nada. Mi madre trabajaba limpiando casas. Nosotros nos fuimos al
campo a trabajar. Recuerdo que por la mañana tenía que estar con el ganado de
las vacas, de los cochinos o lo que fuera. En invierno cuando caían las heladas
se me ponían los pies chorreando. Pasaba mucho frío y esperaba con ganas a que
saliera el sol para poner los piececillos y calentarme un poco. Volvía a la
casa cada dos o tres días. Venía a vestirme, me daban media telera de pan y
vuelta al campo. Cobraba muy poco. Además de guardar el ganado, hacías lo que
te mandaran: ir por el agua, contar leña, en fin, las cosas que los chavalillos
podían hacer. Me cansé del campo. Me metí de zapatero, de aprendiz de zapatero.
Mi primer maestro se llamaba Juan Ramón. Después pasé a otra zapatería que le
decían la de la gata. Tendría entonces unos 12 o 14 años. En el colegio yo
aprendí a leer sin saber lo que era ortografía ni nada. Escribía algo y de
cuentas sumar, restar y multiplicar, a dividir no llegué a aprender, aprendí
luego. Tuvimos que marcharnos a Cádiz. Vivíamos en la calle Arbolí primero y
luego en la Viña. En Alcalá se vivía muy mal. Éramos mi madre, tu padre y yo.
Como mi madre estaba trabajando, a mí me daba de comer una familia, almorzaba
con ellos y ya por la noche me iba a la casa y comía lo que mi madre hacía. En
aquella época casi todas las comidas eran a base de pan, muchas cortezas y las
sobras que te daban en las casas donde trabajabas.
Volvimos a
Alcalá. Tampoco en Cádiz había muchas posibilidades. Me fui a trabajar de camarero
con un tío de mi madre al que le decían Dominguito «El Conilato». Un hombre muy
formal, muy serio. Dormía muy poco, casi siempre en la silla. Abría muy pronto
y se acostaba muy tarde. Siempre estaba dando cabezadas en la silla, siempre.
Era una taberna donde se concentraban las gentes ricas del pueblo, los que
tenían fincas y ganados. Gente que por la mañana se tomaban sus copas de coñac
y después le agregaban las copas de vino, del mejor que había. Luego, tras el
almuerzo, por la tarde, volvían y se tomaban el café, que lo hacía muy bueno. Y
nuevamente con las copas. Tenía una clientela selecta.
El 14 de
Abril de 1931, joven como era, no tenía conocimientos de lo que eran las
izquierdas, ni las derechas. Se proclama la República y sale una manifestación
que pasa por la Alameda con la bandera republicana. Me salí del café y me uní a
ella en un movimiento espontáneo. Empecé a dar vivas a la República imitando a
los mayores. Recuerdo que siendo más chiquitillo, íbamos mucho a jugar al
muladar «Quintana» y que por allí vivía un hombre, ya de edad, con barbas y era
republicano. Le llamaban «el Tío Valverde». Sus barbas nos daban miedo.
Recuerdo el entierro de este hombre. Murió en la República. Debió ser muy
querido, porque le acompañó mucha gente. Después de la manifestación, no fui
más a la taberna. No me atrevía ni a pasar por la Alameda. Se repartieron
muchas banderitas de la República. El primer alcalde fue José Sandoval y
nosotros los chiquillos nos pegábamos al que más mandaba. Creíamos que aquello era
la salvación de los pobres. Se dio un mitin y un tal Pizarro habló. Recuerdo
que decía que él se había criado sin tener conocimientos de nada y siempre con
la pluma y el libro. Recuerdo ese pasaje de aquel mitin.
Se abrió un
centro de la UGT. Todos los chiquillos por novedad íbamos allí. Yo no me pude
apuntar porque todavía no tenía edad. Después se abrió otro centro que era de
la CNT. Sí me admitieron. Allí se reunían, daban charlas, en fin. Las gentes
que tenían más conocimiento eran las que organizaban todo. Yo lo que quería era
trabajar, pero quizás porque no tenía edad no me daban trabajo. Junto a otro
joven como yo, con trozos de picón, hicimos una pintada, en la calle de la
«Salá», protestando. Nos rebelamos. Fue mi primera acción de rebeldía.
Una vez
dentro de la CNT, empezaron a formarse los grupos de las Juventudes
Libertarias. Se formaban para que fuéramos tomando conciencia de lo que era el
anarquismo. Procurábamos meter dentro de los grupos a aquellos chavales que
eran más selectos, que tenían mejores sentimientos, que buscaban algo superior.
Ahí el que fuera borracho o fuera malo con la familia o con la novia o un
metepatas, no podía entrar. No lo admitíamos. Cuando alguno quería entrar lo
consultábamos entre nosotros. Nos llamaban «los aguiluchos de la FAI». Aquí, en
Alcalá, había seis o siete grupos de las Juventudes Libertarias y en cada grupo
había ocho jóvenes, casi todos trabajaban en el campo. Los que estaban mejor
preparados eran los que estaban al frente, eran los que podían escribir y leer.
Nuestra misión era prepararnos para la nueva sociedad. Leíamos muchos libros
anarquistas, revistas. La CNT entonces era muy rica en cultura. Los hombres
estaban muy bien preparados.
Teníamos
nuestra biblioteca y a cada instante íbamos a correo a recoger libros. Llegaban
muchos libros. Nos educábamos y nos formábamos. Ser revolucionario no era sólo
pegar tiros, dar palos. Nos impregnábamos de lo que era el anarquismo puro.
Aunque no pudiéramos llevarlo a la práctica, era lo que queríamos y por eso luchábamos.
Nos parecía que éramos los mejores y los que mejores pensamientos teníamos. Aún
lo sigo pensando igual. CNT era más mayoritaria y éramos más jóvenes porque en
la UGT no había apenas jóvenes. El movimiento libertario tenía mucha fuerza en
Alcalá, Medina, Casas Viejas, Los Barrios, Jerez, Paterna, Jimena. Teníamos
contactos en todos los pueblos. De vez en cuando había huelgas. Consistía en
salir a los cortijos con un palo para que los que estuvieran trabajando fueran
a la huelga. Cuando regresábamos la Guardia Civil nos estaban esperando y nos
mandaban a la cárcel. Nos encerraron muchas veces, cada vez que había huelga.
Esto ocurría durante la República. Algunas veces nos pagaban. Recuerdo que una
vez un guardia civil, Molina, le pegó una torta a tu padre en la Alameda.
Los de Casas
Viejas, lo viví muy de cerca. Teníamos noticias de que se iba a haber un
intento de revolución. Pensamos que teníamos fuerzas suficientes para vencer.
Creíamos que podíamos hacernos con el pueblo y Casas Viejas se adelantó al
movimiento. Esperaban ver humo en Medina y hubo humo, pero no era la señal. Se
levantó. Quedó sola, aislada. Desde Alcalá mandamos un enlace. Un chaval,
Joselillo Malacara, no tenía bazo, corría como un galgo y nunca se cansaba.
Este estuvo allí y cuando volvió nos dijo lo que pasaba. Mandaron a la Guardia
Civil y las Fuerzas de Asalto. Dirigidas por el capitán Rojas, empezaron a
tirar con hondas piedras envueltas en algodón y gasolina y la choza de
Seisdedos salió ardiendo. Una de las hijas de Seisdedos que le decían la
Libertaria se escapó por una de las ventanas. Creo que había una burra, y la
burra fue la que aguantó los tiros. Allí dentro de la choza murió Seisdedos.
«Casas Viejas en un gran día hizo su revolución, unos cuantos libertarios la
anarquía implantó», era una canción muy bonita que se cantaba. Los sucesos se
hicieron famosos y fueron conocidos por todo el mundo.
Ocurrió,
pero en Alcalá, otro suceso que recuerdo bien. Se trabajaba en la carretera que
va para Paterna. Había poco dinero para pagar y daban unos vales en su lugar.
Servían para cambiarlos por alimentos en una tienda, que era como una casa
particular. Pertenecía a Rodrigo Delgado, que luego fue alcalde aquí durante la
República. Era muy conocido, buena persona. El alcalde de entonces era Antonio
Gallego. La gente se cansó de los vales, porque a veces necesitaban productos
que no había en esa tienda. Para protestar nos juntamos todos en la Alameda
para hacer una petición al alcalde. La respuesta del alcalde de la República no
fue la esperada y la gente se amotinó. Había allí un montón de adoquines
pegando a la baranda de la Alameda y empezaron a tirarlos contra el
ayuntamiento. La Guardia Civil llegó para reprimir la protesta. Y la gente
salió huyendo. Yo me metí en la posada. Subí la escalera y me escondí debajo de
la cama para que no me vieran. Salí de allí sobre las dos o las tres de la
madrugada.
Cuando el
Movimiento, yo era de la quinta del 35, estaba sirviendo y volví cumplido.
Serví en Málaga, en el Regimiento Victoria. Vine sobre el 18 o el 20 de junio
de 1936. Cuando llegué a Cádiz, recuerdo que visité a un compañero nuestro que
estaba preso en El Puerto de Santa María. Era dependiente en una ferretería y
había cogido dinero, pero para la organización, para la CNT. Fui al Puerto con
la madre en el vapor. Era la primera vez que yo me subía. Estuvimos viéndolo.
Ya en Alcalá, me fui a las corchas. Estuve unos cuantos días, en el «Monte
Abajo». Me despidieron. Luego, me fui a segar al «Cortijo Puelles». Aún
estábamos en la República.
Vivía en la
calle Cádiz, y escuché desde mi casa los comentarios de las gentes sobre una
manifestación. Salí por la calle Villabajo. Mi madre me gritaba para que no
fuera. Fui creyendo que los que venían eran los míos. Cuando llegué a la altura
de donde estaba Correos, veo que por la Plazuela viene una manifestación, pero
era de gentes de derechas. Gritaban, llevaban y escopetas y fusiles. Era una
manifestación fascista. Precisamente en tu casa, en el pozo, estaban guardadas
estas armas, fusiles, balas y pistolas. Uno de los que encabezaba la
manifestación era un médico, Herrezuelo, que conmigo echaba mucho. No sabía que
ese hombre fuera de derechas. Al ver que la manifestación no era la que yo
esperaba, me fui por el callejón de Palomino. Temía que si me cogían, me
detendrían. Se mandaron enlaces a distintos sitios, poniendo en guardia a los
que estaban en la corchas de que se había producido un levantamientos fascista
y que ya Alcalá estaba tomada por ellos.
Días
después, se produjo el bombardeo. Se decía que había sido un error de la
aviación fascista. Creyeron que Alcalá era Ubrique o Jimena y lo bombardearon.
El miedo hizo que mucha gente se marchase al campo. Mi madre, Kiko y yo nos
fuimos al olivar que estaba en la «Zúa». Tu padre ya se había marchado. Muchos
se marcharon, pero yo no me marché. No sé cómo interpretarlo. Una de las
tácticas de esta gente era llevarse todo lo que dejaban los que se marchaban.
Luego, como no habían hecho nada, volvían para acá y los mataban. Mataron a
mucha gente. También se dio el caso de que mataban a la madre o al padre, como
represalia porque el hijo había huido. Fue lo que le pasó a Guillermo. Se fue
el padre y el hermano y cogieron a la madre y la mataron como represalia. A
otro que le decían «Cabero», Manuel Delgado. También se marchó. Mataron a su
padre. Tenía miedo de que mataran a mi madre y no me fui. Me aguanté aquí a ver
lo que pasaba. Estuve escondido en el campo y uno de los días que vino mi madre
al pueblo encontró debajo de la puerta una citación para que yo me presentara
en el ejército como soldado. No sabía si marcharme a la sierra o irme al
ejército. Finalmente, vine al pueblo con idea de marcharme, pero tenía una
pretendienta y quise despedirme de ella. Vivía en la calle Real. Me fui al bar
de los Montes de Oca. Estaban los veladores puestos en la acera y me senté, con
unos primos hermanos míos que estaban allí, con idea de ver a la chavala y
despedirme de ella. Estando allí sentado, por el patio de las campanas,
entraron un guardia civil y el cabo Linares, que fue muy famoso. Me tocaron en
el hombro y escucho: «Perales, el cabo quiere hablar contigo». Cuando lo vi me
puse de pie y me descompuse. Tendría 21 o 22 años. Me cogió de la oreja y me
dio unos tironcitos, preguntándome que dónde había estado. Le expliqué que
había estado con mi madre, en la Loma, en lo de Pedro Puerto, que como tiraron
las bombas nos fuimos allí. Insistía en que había estado en Ubrique. Y los
tirones de la oreja cada vez eran más fuertes. Irónicamente me iba diciendo que
yo era comunista o anarquista. Con el vergajo me dio unos pocos de golpes, allí
mismo, en medio de la calle. La gente que estaba en el bar se metió para
adentro, asustada también. Luego, me dijo que me marchara. Pregunté que si para
la cárcel o para mi casa. Para tu casa,
dijo. Pensé que me aplicaría la ley de fugas. Aproveché que venía una mujer
vestida de negro, me dirigí hacia ella, pensando que a lo mejor no me
disparaban. No sabía si andar más ligero, más despacio. No quería correr. Tenía
un miedo terrible. Era la vida lo que me jugaba. Al llegar a lo de Palomino,
cogí otra vez el callejón hacia la calle Las Brozas. Ya todo esto corriendo subiendo
la calle Cádiz y en vez de meterme en mi casa, me metí en la casa de mi tía Ana
Perales. Me dejé caer en la cama y perdí el conocimiento. Cuando me reanimé,
les dije a mis primos que mirasen si había vigilancia en las salidas del
pueblo. Decidí marcharme, pero no pude. Esa gente hacía guardia en todas las
partes del pueblo. Tuve que quedarme.
A la mañana
siguiente, como yo tenía la citación para que me presentara en el ejército en
Cádiz, me levanté temprano para coger el Correo, el autobús. Llegué allí una
media hora antes de que saliera. Entré en el bar de Vicente. Pedí una copa de
anís. Había uno allí que era Pizarro de apellido, que era zapatero y me quiso
colocar un escudo de falange. No lo dejé. Estando allí se presentó otra vez el
cabo Linares, saludándome con un «qué
hay, buen español». Le expliqué que esperaba la salida del correo para
incorporarme en Cádiz. Con mucho miedo contesté a las dos o tres preguntas que
me hizo y se fue. La copa de anís no me la pude tomar. No se me olvida. Tenía un
miedo impresionante. Llegué a Cádiz y me incorporé a la Compañía de
Transeúntes. Así la llamaban y estuve allí bastante tiempo. Ya el golpe de
Estado había funcionado por esta zona.
Una tarde
movilizaron a todo el batallón y empezaron a montarnos en los camiones. Sería
sobre agosto del 36. Íbamos a tomar Alcalá del Valle. Allí fue cuando yo pensé,
por primera vez, pasarme al otro lado. Estando allí, antes de llegar a Alcalá
del Valle, llegó la aviación republicana y nos bombardeó. Las gentes se tiraron
de los camiones y cada uno cogió para donde pudo. Junto con otro de Alcalá que
me acompañaba, Juan Díaz «Pichorto», nos dirigimos para la zona republicana,
pero cuando íbamos llegando, vimos gente de la Falange ya retrocediendo y
también retrocedimos. No habían cogido prisionero ninguno. Solo una mujer, que
estaba en un camión con el teniente. Toda la gente se había marchado para la
sierra, en dirección a Ronda y, según dijeron luego, allí no había quedado
nadie nada más que un tonto en el pueblo. Familias enteras se habían marchado.
De Cádiz, nos trasladaron a Algeciras. Allí estuvimos unos cuantos días. Luego
nos llevaron a La Línea. Allí habían estado los moros y había muchísimos
piojos. Dentro del cuartel encontré muchos libros anarquistas de las requisas que
habían hecho en las casas. Cogí uno, no me acuerdo del título que era. Cuando hacía guardia en las arenas
aquellas, aprovechaba y leía. Había incluso ropas de los moros que habían sido
fusilados por haber violados a mujeres, allí en La Línea. De allí nos
trasladaron a un cuartel de carabineros en la Atunara, por detrás al
cementerio. Y más tarde a Guadiaro. Aquello era un frente muy tranquilo. El
enemigo, que para mí era el amigo, estaba a una distancia muy grande.
Habíamos
previsto el pasarnos en cuanto tuviéramos la ocasión. Y así lo hicimos. Me puse
como el que recogía higos brevales, hasta que llegué a la avanzadilla. Cuando
llegué, me escondieron en unas colchonetas. Allí tendría que estar escondido
hasta el momento de pasarnos. Al ponerse el sol, los que estaban allí bajaban a
la vaguada que era donde se hacía la comida. Unos se quedaban en las trincheras
y otros bajaban por la comida. Los que estaban de acuerdo para pasarse se
quedaron de guardia. Los que no estaban de acuerdo, como no teníamos confianza
con ellos, se les envió por la comida. Cuando calculamos que ya estaban lejos,
salimos todos en fila india, sin correr, hacia una pendiente abajo, con las
armas encima. Cuando regresaron con la comida, se encontraron con las
trincheras vacías e imaginamos que darían la voz de alarma de que nos habíamos
fugado. Éramos un grupo de 17. Uno de nosotros tenía que ir a las filas
enemigas a decir que nos pasábamos de bando. Salieron algunos voluntarios.
Finalmente, fue uno que le decían «El Torero», que era de Linares, de Jaén. Se
quitó los calzoncillos blancos y los agarró en el fusil, como bandera blanca,
hasta que llegó allí y avisó. Esa ha sido la alegría más grande que yo pude
tener en aquellos momentos. El destino volvía a elegir el 11 de noviembre como
fecha importante. Un día como ese moriría también mi madre. El recibimiento fue
muy emotivo. Los compañeros nos abrazaban y nos daban las felicidades. Nos
sentíamos unos héroes. Me sentí un héroe. De allí nos llevaron a Estepona.
Recuerdo un tiroteo muy intenso que se produjo y cómo uno de los que venían en
el grupo, un gallego que estaba en Jerez de dependiente de ultramarinos, me
gritaba: «Perales, Perales de allí nos escapamos pero de aquí no nos vamos a
escapar». Gumersindo Maures Vázquez, así creo que se llamaba. Llegaron unos
turismos con las luces apagadas para recogernos. Nos llevaron hasta Estepona.
Allí estuvimos hablando, dimos un medio discurso desde el balcón del
ayuntamiento. Nos ofrecieron unos vasitos de vino negro de Málaga. Nos
seguíamos sintiendo héroes porque así nos trataban. De allí nos fuimos para
Málaga en un camión. En todos los pueblecitos por donde pasábamos nos recibía
una banda de música. Fui muy emocionante. En Málaga nos destinaron a un
cuartel. Aquella mañana, cuando salí a la calle, me encontré a tu padre y nos
hicimos una foto. Estará en algún archivo de algún periódico. En Málaga estuve
dos o tres días casi de vacaciones. Visitaba a los amigos, a las gentes de
Alcalá que estaban allí refugiados y demás. Seguíamos siendo héroes o al menos
así me sentía yo. Luego ya me destinaron de sargento instructor para la
formación de un batallón de las Juventudes Libertarias. Se llamaba El Batallón
Juvenil.
Con la
pérdida de Málaga, se produjo la huida. Había que marcharse. Salí casi de los
últimos, con mi paisano Miguel Fernández Tizón, «Cartucho». Salimos casi al
anochecer y tuvimos que refugiarnos ante las balas de los francotiradores,
apostados en la salida de Málaga. Iniciamos el camino de «El Palo», para
Almería. Aquello era una caravana humana, como las que vemos en televisión.
Estuvimos toda la noche andando. No se podía andar al paso que uno quería. Era
mucho el personal que circulaba por la carretera. Ya de día, apareció un barco
de guerra, que empezó a bombardear a toda la caravana humana que iba por la
carretera, niños, mujeres, ancianos. Muchas familias abandonaron la carretera y
se metieron por la sierra. No había coches, ya habían desaparecido. El que caía
enfermo, allí se quedaba porque no había ni Cruz Roja, ni nadie para recogerlos.
Había muchos heridos. Cuando llegamos cerca de Adra recogimos a una chiquilla
que tendría 5 o 6 añillos que estaba allí abandonada. Unas veces la llevaba en
brazos Miguel y otras veces yo. En Adra, Miguel se metió en el pueblo a buscar
algo de comer. Todo lo que encontró fue una caja de peladillas. Cerca de Motril
le entregamos la niña a una mujer que llevaba tres o cuatro chiquillos y que
decía que iba para Valencia. Aquella mujer se hizo cargo de la niña.
Cuando
llegamos a Almería, casi todas las fuerzas se fueron concentrando en el
campamento Viator. Allí nos ofrecieron arroz, ya frío, en unos barreños
grandes. Metíamos allí las manos como los chiquillos esos hambrientos que se
ven en algunos países de África. Poco a poco se empezó a organizar y nos
enrolamos en el batallón «Juan Arcas», organizado por la CNT. Juan Arcas era un
anarquista de Sevilla que luego murió en Cerro Muriano. Estos Arcas eran unos
pocos hermanos, una gente muy decidida. El comandante del batallón era un
hermano de este Arcas que se llamaba Miguel y el comisario era también otro
hermano que se llamaba Julián. Para nosotros los Arcas eran dioses, teníamos
mucha confianza en ellos.
Estuvimos un
tiempo, no sabría precisar cuánto. De allí, a Jaén capital, donde también
estuvimos unos cuantos días. En Santiago de Calatrava otros días. Aquello era
un frente pacífico. Las trincheras estaban a mucha distancia unas de otras,
apenas se sentían los tiros. Había una compañía de internacionales que se
llevaban muy bien con nosotros. Entre ellos anarquistas, socialistas,
comunistas. Habían venido de todas partes del mundo y cada uno tenía una
ideología diferente. Estaban considerados como unos verdaderos luchadores.
Defendieron España más que nosotros mismos. Eran voluntarios de todas las razas,
de diferentes naciones y de ideologías diferentes. Eran de izquierdas y venían
a luchar contra el fascismo. Luchaban con más fe que nosotros mismos.
Más tarde
nuevo traslado. En este caso a Alcaudete. Allí es donde conocí a Manuela. Casi
todos los chavales teníamos novia. Allí nos casamos. El frente estaba a unos
cuantos kilómetros.
En el mes de
Marzo del 38, me trasladaron a Levante. El ejército fascista avanzaba
peligrosamente. Salimos en un tren y llegamos a Castellón. Allí desembarcamos y
en camiones fuimos a parar al frente de Alcañiz, de la provincia de Teruel. De
allí fuimos retrocediendo unas veces hacia un lado, otras veces hacia otro;
taponando por aquí, por allí. Entre Cuevas de Vinaroz y San Mateo de la Fuente,
en unas montañas, con lluvia abundante, nos atacaron fuerte y perdimos las
posiciones. Retrocedimos: El comandante, de unos 30 años, pistola en mano, nos
animaba. Yo era aún muy joven. Tendría unos 22 años y mucho miedo. Yo iba de
sargento. Eran moros los que atacaban. Y aguantamos. Miguelillo Cartucho se
había quedado con un fusil ametrallador que nosotros habíamos cogido aquí en
Andalucía en uno de los avances. En uno de los retrocesos, en la vaguada, en la
huida, el enemigo se había dejado abandonadas bombas y fusiles. Cogí, en una decisión
espontánea, sin decirle a nadie nada, camino a la vaguada. Llevaba una bolsa y
la llené de bombas de mano. Me la puse al hombro y unos pocos de fusiles,
tantos como pude cargar. Cuando caminaba para arriba con la carga, me pegaron
el tiro, hiriéndome en la cara y en el dedo. Caí de rodillas, porque me dieron
mareos. Pasaron unos segundos y me reanimé. Seguí para arriba sin poder hablar
porque tenía toda la boca partida, solo emitía ruidos con la garganta. La
sangre me corría, me llenaba todo.
Me ayudaron
refuerzos de otro batallón. Los fusiles se me cayeron, pero la bolsa aún la
tenía con las bombas de mano. Me hicieron una cura de urgencia y me trasladaron
para la retaguardia, en un mulo, en unas alforjas. Me llevaron al puesto de
mando que había en la carretera; me hicieron otra cura. Me trasladaron a un
pueblecito de Castellón, Benicasim, a un hotel junto a la playa donde iban
los heridos: Allí nuevamente me curaron.
Recuerdo que
escribí una carta a mi mujer y la carta estaba manchada de sangre. No podía
hablar nada. Todo era por escrito. Tenía toda la herida abierta, no existía ni
labio, ni nada. Luego a un pueblecito de Valencia, Gandía, a un hospital, «La
Pasionaria». Íbamos unos cuantos heridos en el camión con
un sargento francés
de unos 45
o 50 años.
Recuerdo que
cuando llegamos a la estación yo tenía ganas de tomar algo, porque comer no
podía. Con un trozo de papel utilizado como embudo, me daban de beber. El
hospital era una casa que acogía a los heridos, atendida por enfermeras. A mí
me tocó una enfermera «extraña», pues llegaba y me traía una taza grande de
leche, me la ponía en la mesilla de noche y como no podía beber, allí se
quedaba: Sin poder hablar, no me hacía caso. Así varias veces hasta que se
marchó. Vino otra que la reemplazaba y al acercarse a mí, le eché el tazón de
leche encima, queriendo, para llamar la atención. Llamaron al médico y como
pude le expliqué lo que pasaba. Empezaron a alimentarme mejor. De allí a
Valencia, a la Facultad de Medicina, donde me operó el doctor Bernardino
Landete. Antes de operarme me hizo una fotografía con la boca abierta, con todo
partido, que todavía conservo. Salí bien de la operación. Me recuperé mucho,
tanto que por unas ventanas que daban al exterior, me escapaba y me iba a Valencia
a pasearme. Allí me daban huevos, naranjas, pan. Uno de los días que fui por
allí me encontré con uno de Alcalá, Fernando Monroy, «Siete Labios» le decían.
A su mujer también la conocía. Se dedicaba a vender frutas con un carrillo por
las calles. Como éramos conocidos, se puso muy contento, me llevó a su casa y
empecé a conocer muchas más gentes que había de Alcalá allí refugiada. Cuando
volvía a la facultad traía esas cosillas, el pan, las naranjas que aunque no
podía comer, las guardaba debajo de la cama y
se las daba a los demás que había allí. Aún conservo una carta que
escribí y por mediación de la Cruz Roja creo que fue, me respondió mi madre con
una foto de ella y de Kiko.
De Valencia
me trasladaron a un pueblecito de Cuenca, a una casa grande habilitada también
como un hospital de sangre, Villanueva de la Jara. Allí me hicieron otra
operación. En Cuenca me dieron permiso por reemplazo y por herido Había caído
herido el 22 de Abril del 38.
Cuando
terminó la Guerra, mantenía contactos con los compañeros que estaban en Jaén.
Teníamos pensamiento de marcharnos para Alicante, para fuera, para el
extranjero. Cuando fui a marcharme, el control de la carretera que iba para
Martos estaba ocupado por los militares nacionales.
Me quedé,
volví para la casa y me escondí. A mí me querían mucho en el pueblo. Estuve
unos cuantos días, allí escondido. Tenía mucho miedo. Algunas veces llegaban
incluso a la casa los mismos soldados nacionales para que les hicieran comida.
A los cinco o seis días pensé que había que darle una solución. No me podía ir
a la sierra, porque no podía masticar, ni comer; no tenía más remedio que estar
escondido y que me alimentara la familia. Tenía un puente de plata amarrado con
el fin de que el maxilar quedara lo mejor que pudiera. Hubo un momento que
pensé en entregarme y así lo comenté con un conocido, que aun siendo de
derechas, me aconsejó que no me entregara a los civiles, que me entregara a los
militares. Así lo hice. Probablemente, los civiles me hubieran matado. Fui con
un cuñado mío. Casi sin poder hablar, apenas se me entendía nada, le di mi
declaración diciendo que había sido prisionero en un combate en la zona
enemiga. Era una casa particular y allí tenían una oficina. En el calabozo al
que me bajaron, se veían claramente las manchas de sangre en el suelo y en las
paredes.
Declaré que
me hirieron en combate y quedé desaparecido en la zona republicana. Les dije
que estaba en el bando nacional, que hubo un combate entre unos y otros y en
ese combate yo quedé prisionero en la zona roja. Estuve un par de días, hasta
que me llevaron a la cárcel. Ya comía estupendamente. Me llevaron a unas
mazmorras. Era una cárcel que estaba bajo tierra, sin luz, con una ventana.
Había un pasillo que daba a un calabozo con unas puertas anchas de madera antigua
y unos poyetes de yeso, húmedos. Estaba lleno de prisioneros. No podíamos
quitarnos los piojos porque no veíamos. Una oscuridad tremenda y durmiendo unos
pegados a otros. De aseos nada. Sólo un wáter. Nos afeitábamos con una cuchilla
de afeitar sin maquinilla. Había gente que eran del pueblo y a estos les traían ropa limpia.
Había otros que no eran de allí y no podían hacer nada. Mi mujer iba a
visitarme pero desde la ventana de frente, desde donde nos veíamos. Estando
allí, a cada instante, nos hacían un juicio, en plan de broma macabra, pero con
muy mala leche. Era parte de la tortura. De allí me trasladaron a otra casa, la
Casa de la Marquesa. Allí se estaba mejor, había menos gente. Me preparé un
cuarto, me puse luz y todo. Dejaban entrar a Manuela y estaba dos o tres horas.
En una ocasión, me sacaron de la cárcel, medio en cueros. Era en verano, con
unas alpargatas, no me dejaron que me vistiera ni nada. Sin yo saber para lo
que era, me llevaron al juzgado. Allí estaba mi mujer esperando que yo llegara
para apuntar al niño, que había nacido para que se le pusieran los apellidos
míos y los de ella a pesar de que no estábamos casados. Eso se hizo por un
compromiso de mi suegro, que tenía un primo falangista. Fue como una especie de
favor. Mi suegro era muy querido y respetado. Luego, estando ya en Alcalá, a
los 18 o 20 años después ya, después de haber terminado mis correrías por las
cárceles, vino la citación para que el niño fuera al servicio, a la mili. En
vez de traer los apellidos míos traía sólo los apellidos de la madre. El favor
que habían hecho a mi suegro fue un
engaño. El niño murió estando yo preso en Alcaudete. También para enterrarlo
hubo problemas con los apellidos y demás, aunque nunca me lo quisieron
explicar.
Y el 18 de
Julio me pusieron en libertad unos cuantos días y luego me detuvieron otra vez.
Después me llevaron a Jaén. No había estado nunca en una cárcel de esas. Llegué
en verano, seguramente en mayo. Hacía calor, mucho calor. Una vez tomados los
datos para la ficha, me mandaron al patio. Había muchas personas. Las galerías
y los patios llenos. Muchas veces había que dormir en las escaleras. Los presos
políticos éramos muchos y no teníamos contactos con los comunes. Las celdas
estaban habilitadas para los condenados a muerte. Los demás por los pasillos,
por los patios. Tenías que dormir donde pudieras. Recuerdo en uno de los patios
donde había un empedrado, a uno de los que detuvieron, un empleado de la
limpieza, de unos 45 años más o menos, que por lo visto no estaba muy bien de
la cabeza. Le habían cogido una pistola. Una mañana se montó en lo alto de las
piedras que había y a medida que llegaban los oficiales, empezaba a coger
piedras, gritando que no quería a la gente con gafas, tirándole piedras a todo
aquel que tenía gafas. La comida era muy mala y el café, peor. Se comentaba que
le echaban carbón molido, para poner el agua negra. Daban desayuno, almuerzo y
cena. Era a base de nabos, pero más parecido a un cardo borriquero. La
remolacha, al igual que la patata, que llegaba en camión, las metían en el
almacén y eso se estropeaban, se pudrían. Al guisado aquel le echaban nabos de
estos, acelgas con caracoles y todo lo que tuvieran, unos cuantos garbanzos o
habichuelas, lo que fuera, muy poquito y corvina que tenía el color al tocino
añejo que se usa por aquí, amarillento, viejo. En fin que aquello no se podía
comer. Tenías que echarle sal y vinagre, que disfrazara el sabor. Muchos
enfermaban con la sal. Se hinchaban y morían. Recuerdo que había un preso, que
le decíamos «el Tío de los Pitos», porque por las ferias vendía pitos. En el
economato abrieron una lata de atún o bonito que estaba podrida y al abrirlo
despidió un olor que echaba para atrás a cualquiera, como si fuera pesticida o
algo peor, una cosa que no se podía aguantar. La llevaron al patio y quitaron
el husillo y la tiraron allí. El hombre de los pitos metió la cabeza, metió las
manos y empezó a comerse lo que habían tirado.
Había una
gran solidaridad entre los presos. Cuando nos poníamos a comer, tenía que ser
en el patio, delante de todo el mundo, no había comedores, ni habitaciones. Te
tenías que poner allí donde estaban todos hambrientos. Alrededor de los que
comían, estaban los que no tenía nada que comer y las sobras, las espinas de
pescado o las migajas que caían, lo cogían, como los perros hambrientos.
Daba pena ver aquello, pero así era. Morían
muchos de hambre. Por la feria de mayo, mi madre me mandó de Alcalá un paquete
con cosas para comer. Mi familia sabía que yo estaba herido, pero yo no le
había dicho en las condiciones que me encontraba. Dentro de las cosas que me
mandaban de comer, pues venía un poco de turrón y unas avellanas. Cuando llegó
el paquete, me llamaron al centro, estaba allí el subdirector de la cárcel. Y
empezó a decirme con muy malas formas que me habían mandado un paquete con
comida, cuestionando que yo no pudiera comer. Le tuve que explicar que para no
preocupar más a la familia no le había dicho en qué condiciones me había
quedado la boca. El trato de los funcionarios, los cabos de vara, dependía de
cada uno. En Jaén, teníamos uno que servía de enlace entre los oficiales y los
presos. Aquel hombre fue de los mejores. Era algo mayor que yo, de Los Barrios,
de profesión ebanista. Se comportaba con nosotros muy bien, con todos los
presos.
Allí
estábamos todos afiliados, cada uno en sus organizaciones sociales: comunistas,
anarquistas, republicanos. Estábamos organizados dentro de la propia cárcel.
Teníamos nuestros propios comités. Y una gran solidaridad entre unos y otros.
Sin embargo, el Partido Comunista estaba tan bien organizado, que aplicaban
exactamente la misma táctica que tenían fuera de la cárcel. Estas gentes
empezaban a hacerles la pelota a los oficiales. Se arrastraban como perros a
ellos para hacer lo que querían con el
fin de coger un puesto dentro de la organización interna. Por ejemplo de
cocinero, enfermería y todos los puestos claves. Todos los puestos claves
estaban en sus manos. En el reparto del rancho, se descubrió que recibían lo
mejor en cada ración. Para que fueran identificados, llevaban el pantalón por
debajo del calcetín. Así, los que eran del partido comunista llevaban el
calcetín por encima del pantalón, el repartidor cuando le veían uno de ellos,
ahondaba el cazo sacando lo poco que hubiera. Si no llevaba el calcetín por
encima, metía el cazo, pero sin ahondar, con lo que la ración se reducía a
calducho simplemente. Se denunció ante las autoridades de la prisión.
En la
enfermería había un médico, muy buena persona, que era preso. A mí lo que me
daban era leche y pan, porque no podía comer otra cosa. Yo no comía rancho.
Esos dos litros de leche siempre eran mejor que lo que se comía allí. Yo no
salía de la enfermería a la calle porque creíamos que nos iban a matar.
Preferíamos morir allí dentro. Ni siquiera queríamos ir ni a hospitales ni
nada. Yo podía ser operado, pero me quedé allí. El puente de plata que me
sujetaba el maxilar se me rompió. Mi boca quedó sin posibilidad de arreglo. Yo
estaba a ración de leche. De cuando en cuando venía el médico de la calle, el forense,
a visitar a los enfermos. Siempre me la quitaban. Yo no podía comer, no podía
masticar. Me llevaba unos cuantos días sin comer hasta que caía enfermo con
fiebre. Y nuevamente don Federico, que así se llamaba, me ponía otra vez a
leche. De noche, cuando me acostaba, a lo mejor un dulce me lo comía debajo de
la manta, sin que me viesen. Cuando tenía dinerillo compraba y algunas veces
compraba bellotas de encina que vendían allí. Como no podía masticar la hacía
polvo y así me la comía. Allí moría gente todos los días. En la galería cuando
por la mañana los oficiales empezaban a echar gente a los patios aparecían los
muertos. Le daban una patada y no se levantaban. Cogían a dos gitanos,
supersticiosos como son, para que trasladaran a los muertos. Iban con las
mantas, los cogían y mirando para otro lado, lo trasladaban.
Don Federico
del Castillo, ese era el nombre del médico. Tenía una calle en Jaén. Tenía un
hermano que estaba en la clase con nosotros. Asistíamos a clases de
matemáticas, dibujo, contabilidad, de todo. Los profesores eran presos también.
Hombres con carreras, muy preparados. Yo asistía a todas las clases, porque de
esa manera se me pasaba las horas y los días, y no me daba cuenta. Salía de la
clase y compraba papel higiénico, un papel higiénico que era muy fuerte, con
brillo, muy barato y con un lápiz hacía los ejercicios, y esas cosas. Las
clases eran de una hora todos los días. Salía de una clase y me metía en la
otra. Los pocos conocimientos que yo tengo se lo debo a la cárcel.
Recuerdo que
estando en el frente, llegamos a un pueblecito que se llamaba Santiago de
Calatrava; estaba abandonado y movidos por la curiosidad, como todos los
chavales jóvenes, entramos en una escuela, donde había muchos libros por el
suelo. Allí recogí un libro. Era una enciclopedia. Tocaba tantos temas para mí
desconocidos, que me la llevé, con unos pocos de papeles y cosas de esas.
Siempre las llevé encima, incluso cuando iba al frente llevaba un canasto de
mimbre como los de los gitanos, como si fuera un macuto y allí llevaba mi
enciclopedia. Los demás se reían de mí.
De la cárcel
provincial nos trasladaron a un convento que le decían de Santa Clara, donde
había monjas. No hacían de carceleras, cumplían su misión. Éramos rojos y
nosotros teníamos muy poco de cariño, muy poquito, ninguno, de parte de ellas.
Aunque no puedo decir que nos hicieran daño. Había mucha gente, pero con menos
preparación. Volvimos a organizar aquello, aunque sin catedráticos. Los que
sabíamos algo lo enseñábamos. Yo a los semianalfabetos. A los que estábamos de
profesor le daban un cazo más de comida que a los demás presos. Había un preso
común que quería entrar de profesor, buscando un cazo de comida más. Nos puso
una denuncia a todo el que daba clase de francés, diciendo que dentro de las clases
se estaba preparando una fuga. Era muy peligroso, por ese motivo, nos podían
fusilar.
Era tanta la
miseria, que en el patio de la cárcel, que era muy húmedo, había unos bidones
llenos de agua con escarcha, casi helada. Nos formaban allí en grupitos, para
despiojarnos. Recuerdo que allí, en la provincial, de noche cuando nos
acostábamos empezaban las chinches a bajar por las paredes. Se cogían a
montones. En el convento de Santa Clara, los que más miseria tenían eran los
que tenían muy mala alimentación. Esa gente no era de allí, porque los que eran
de allí más o menos la familia siempre le arrimaba algo. Había criaturas que no
cogían nada. Se notaba en lo delgado que estaban.
A los más
débiles no había forma de despiojarlos. A estas criaturitas, se las llevaban al
patio ese de tanta humedad, donde estaban los barreños llenos de agua, de
escarcha y con el cubo rompían el hielo y empezaban a echarles cubos de agua
allí encuero. Estas gentes, débiles como estaban, caían enfermos y muchos
morían. Teníamos miedo incluso que nos cogieran y nos apartaran para
despiojarnos.
La denuncia de la fuga se hizo efectiva.
Cogieron una lista y empezaron a nombrar a los que asistíamos a clase de
francés. Éramos quince o veinte. Nos sacaron del patio aquel y nos llevaron
dentro, a la oficina, y nos hicieron una ficha. Sin saber a qué venía, sí nos
extrañaba que hubiera muchos guardias civiles. Nos temíamos que era un
traslado. Dijeron que no nos harían falta los petates y nos trasladaron por las
calles de Jaén. Nos sacaron del convento, nos llevaban amarrados, de día, y nos
llevaron nuevamente a la Provincial. Pensamos que nos iban a fusilar. Nos
metieron en la celda, allí ya
castigados. No sabíamos nada. Un elemento más de tortura. Nadie nos explicaba
nada. Entre nosotros iba un muchacho de Jaén y entre los guardias había un
conocido de su familia. Probablemente tendrían algún conocido con influencias,
porque empezó a moverse algo. Nos estuvieron sacando uno a uno y nos tomaron
declaración. Ahí fue donde se descubrió el asunto de la acusación de que
estábamos preparando una fuga. Finalmente, supimos que había sido el preso
común el de la falsa denuncia, porque tenía mucha hambre. Así lo confesó.
Allí tenían
la costumbre de llamar a los que estaban condenados a muerte. Los sacaban de
las celdas para meterlos en capilla. Y después iba el cura a confesarlos.
Jugaban con las personas y con la confusión de los nombres repetidos. Leían
repetidas veces el nombre sin los apellidos, creando el miedo en todos los que
así se llamaban. Cuando de noche, en que ya estaba todo tranquilo, abrían y
cerraban la celda con golpes fuertes y secos, como si fuera un cañonazo, el
resto de los presos, en los patios, nos manteníamos en silencio. Escuchábamos
el ruido y sabíamos que habían sacado a algunos. Era la despedida: En silencio
hasta que ya terminaba la operación. Una de estas noches, la leche de mi ración
se había cortado y la de la cena no me la habían traído, estaba ya acostado en
el patio, casi en el centro, cuando sentimos que las celdas se estaban abriendo
y cerrando. Nuevamente sacaban condenados a muerte. Algunas veces se llevaban
también gentes de las que estaban en los patios. Aquella noche pude comprobar
el terror de sentirse la muerte de cerca. El guardián de la enfermería que casualmente
era nuevo, empezó a llamar a JUAN PERALES LEON. Pensé que era mi hora. Empecé a
vestirme, a despedirme de los compañeros, a sacarme lo que guardaba para
repartirlo. No hacía más que mirar hacia el rincón, como buscando una escapada.
Uno de los que estaba allí en la puerta, que era de donde me daban las voces
diciendo mi nombre, le dijo que dijera que era para que fuera a recoger la
leche. Estaba muerto y había resucitado. Mi reacción fue el cagarme en su
puñetera madre, añadiéndole el hijo de la gran puta. No era para menos. Ni tomé
leche ni tomé nada.
Pasan los
meses y una noche soñé con una serpiente muy grande. Venía por la carretera,
por el puerto de levante avanzando, muy grande y con muchos colores, muy
brillantes, muy bonita. Tuve aquel sueño aquella noche. Me preocupé. Siempre
había escuchado que si sueñas con culebras es algo malo. Estaba lloviendo aquel
día cuando, sobre las once, llega un oficial llamándome. Sin más explicaciones,
me envían al juzgado. Hasta ese momento no había hecho ninguna declaración,
entre otros motivos, porque en el juzgado trabajaba un compañero de prisión,
socialista creo, Manuel Reina, ferroviario, condenado a seis años por
asociación ilegal, que procuraba que mi expediente siempre estuviera en el
fondo, de los últimos, evitando que me juzgaran. Cuanto más tarde fuera
juzgado, la situación sería menos complicada y por tanto, la pena más suave. Me
indicó que en mi expediente aparecían personas de Alcalá que me querían ayudar.
Después supe que eran Cristóbal Alberto y José Espinosa. No podía retener más
el expediente. Se la estaba jugando.
Cuando
llegué al juzgado, me encontré un hombre sentado en la mesa, grueso, con una
cabeza gorda, muy gorda. Me quiso parecer uno que era muy amigo de un tío mío,
de José Valle, hermano de mi abuela, que era teniente en Cádiz. Don Pedro Ruiz,
me quiso parecer. Y antes de que me dijera nada le pregunté que si era don
Pedro. «¡Cuando yo te hable, entonces me contestas!», fue su respuesta. Me dejó
sin habla. Le expliqué que lo había confundido. Era él. Finalmente, ni me tomó
declaración ni nada. Estuvimos hablando de Alcalá y de los conocidos. Estaba
allí de Juez, en Martos. Conmigo se portó bien. Dos o tres días después me
llamó y me dijo iba a Cádiz: Le mandé recuerdos a mi familia. Me parece que
luego lo trasladaron a Cádiz, pero me recomendó a un teniente juez, Riero, que
era de Huelva. Y este teniente, cuando ya pasaron unos días, me llamó, me tomó
declaración. La hice lo mejor que pude. Siempre mantuve que había sido hecho
prisionero. Y además, tenía a mi favor el haberme presentado de forma
voluntaria. Me defendía, aunque fueran mentiras. Cuando te defiendes las
mentiras están autorizadas. Pasados unos cuantos meses, me llamaron al centro,
a las oficinas, y un capitán jurídico me proponía ponerme en libertad
condicional, si firmaba. Le dije que yo no firmaba, que yo no había cometido
delito ninguno, porque estaría admitiendo una condena de doce años y un día.
Tras la negativa, me fui al patio. Cuando los compañeros se enteraron de que no
había firmado y por tanto había renunciado a la libertad condicional, me
dijeron que estaba loco. Me insistieron tanto que finalmente me convencieron.
Firmé y salí en libertad condicional. Estábamos en diciembre de 1942. Había
estado preso tres años, tres meses y diecinueve días. Ingresé nuevamente el 2
de julio de 1945, siendo juzgado el 4 de diciembre del mismo año por el Consejo
de Guerra de Jaén, causa el nº 649/45 y sentenciado a la pena de un año, por el
delito de subversión y propaganda ilegal y puesto en libertad y excarcelado el
23 de noviembre de 1947.
Viví en
Alcaudete. Allí nació mi hijo Juan. También Margarita. Me dediqué a vender
cuadros y ampliaciones de fotos. Los primeros días en libertad los pasé
descansando y reponiéndome un poco. Estaba muy delgado y débil, a pesar de que
me llevaban de comer. Todas las semanas Manuela iba a verme y me llevaba un
cesto con comida, que solidariamente repartía entre mis compañeros, al igual
que ellos hacían. No conocía nada más que las faenas del campo, de la forma que
aquí se labra la tierra y no mucho más. Siempre trabajé como independiente, en
invierno iba a echar boliches de carbón, en verano a segar o a las corchas.
Nunca había trabajado en un cortijo.
La
militancia política nunca la abandoné. Aún hoy, viejo y cansado, la mantengo.
Recibíamos propaganda e incluso organizamos un plenario en Jaén. Teníamos un
enlace, que era una mujer mucho mayor que nosotros. Una de las veces, vino un
delegado de la CNT desde Sevilla a un plenario, que celebramos en Jaén. En mi
caso y aprovechando mi actividad de vendedor de cuadros, permitía mayor
facilidad para las reuniones y demás. Una noche cogí el tren hacia Jaén. Tenía
la dirección de la calle donde se iba a celebrar la reunión. Era una casa de
vecinos. Habíamos fingido que el que vivía allí estaba enfermo y el resto
acudíamos a visitarle. Nos reunimos en torno a quince compañeros con el
delegado que venía desde Sevilla. Luego, como delegado, los acuerdos los
comunicaba al resto de los compañeros. Estábamos todos, socialistas,
anarquistas, organizados contra el fascismo.
A la aldea
llegó un maestro de escuela. Le decían Kirico de la Cruz Martínez. Se introdujo
en nuestro grupo y nos traía propaganda de la CNT desde Granada. Su valentía y
el hecho de que la propaganda viniera desde Granada y no desde Jaén, que era lo
habitual, levantó algunas sospechas de que pudiera ser un infiltrado. Yo les
advertí que tuvieran mucho cuidado. También a mí me parecía extraño. Me temía
que podría ser una trampa como así finalmente fue. Yo les pedí que a mí ni me
nombraran en una reunión que iban a celebrar. Mientras celebraban la reunión,
llegaron un montón de guardias civiles. Cayeron todos en la redada y al cuartel
de la Guardia Civil. Allí les dieron una de palos impresionante, hicieron con
ellos barbaridades. Uno de ellos, Pepe se llamaba, tenía la piel pegada a la
camisa de lo que le hicieron. A otro que era socialista, un hombre alto,
fuerte, de campo, tranquilo, de esos hombres que no se alteran por nada, se
llamaba Manuel Molina. Lo cogieron y le amarraron los brazos atrás y con una
cuerda amarrada en las esposas a una garrocha, tiraban de él y lo subían. Le
doblaban los brazos hacia arriba con lo que pesaba y veían que no aguantaba
más, lo bajaban otra vez. Le echaban unos cuantos cubos de agua, lo reanimaban
y vuelta a empezar. Este fue el que me
denunció a mí, a otro muchacho que había allí, que era republicano, y a la
mujer que teníamos nosotros de enlace. Así, a los tres o cuatro días apareció
la Guardia Civil. Yo estaba almorzando y vi llegar a Hilario, que así se
llamaba uno de los guardias civiles. Recuerdo que comía una manzana. Me dijeron
que les acompañara, que tenían que hacerme unas preguntas. Y me llevaron allí
al cuartel de la Guardia Civil en Alcaudete. Me hicieron perrerías. Procuraba
siempre proteger mi cara y mi boca. Me dieron palos por todas partes. Yo
gritaba para que se me escuchara desde la calle y dejaran de pegarme. El
cuartel estaba junto a la plaza de abastos. Me preguntaban sobre la
organización. Me mantuve en la negativa de que no sabía nada. Ignoraba que el
otro ya había confesado.
Del cuartel
pasé nuevamente a la cárcel. Me incomunicaron en una celda. Podía ver las otras
celdas del piso de arriba y que en una de ellas estaba la mujer que nosotros
teníamos de enlace. Sabía que no estaba solo, había también otro muchacho.
Estuve allí unos días y luego nos trasladaron a Jaén. Era el 2 de Julio del 45.
Nos metieron unos quince días en celdas, aislados, como prevención de los
posibles contagios. Tenía todo el cuerpo lleno de moratones, como si fueran
habichuelas pintas. Ya en el patio contacté con los otros presos y me contaron
lo que había pasado y lo que les habían hecho a ellos. El que me había delatado
quería hacer una declaración jurada diciendo que yo no era responsable. Lo vi
en la cárcel. Siguió siendo muy amigo mío.
Cuando nos
tomaron declaración, mantuve lo mismo que en el cuartel. Lo había negado todo.
Y repetí como respuesta a cada pregunta «me ratifico en lo declarado ante la
Guardia Civil». Me pidieron que firmara una declaración en la que se me acusaba
de ser el responsable y cabecilla de todo. Me negué a firmar. Con la pluma en
la mano me dirigí hacia una ventana con la intención de que pensaran que me iba
a tirar. Surtió efecto, porque me agarraron y admitieron que firmara lo que
había declarado. Creo que pensaron que me hubiera tirado de verdad y se
convencieron que decía la verdad. De no haber sido así, probablemente me
hubieran fusilado. La acusación era muy grave.
En el
consejo de guerra, recuerdo que dije que el tribunal tuviera en cuenta que era
de Alcalá de los Gazules, de la provincia de Cádiz, que allí siempre había
existido la CNT, que nunca había pertenecido el partido comunista. En
Alcaudete, donde residía, la CNT no había existido nunca, todos eran
socialistas y comunistas y demás, pero la CNT nunca; entonces, argumentaba
yo al tribunal que cómo era posible que
un individuo que pertenecía a la CNT fuera a recibir a un delegado de la CNT,
si allí, en Alcaudete, no existía. Esa fue mi defensa. Aporté además una
declaración jurada del muchacho que me había denunciado, donde decía que lo
había declarado bajo tortura. Pensé que me iba en libertad, pero al ser
reincidente, no pudo ser. Me condenaron a un año de prisión por asociación y propaganda
ilegal. Salí en libertad el 23 de noviembre de 1947. Había cumplido dos años,
cuatro meses y un día. Me acumularon parte de la anterior condena. Y porque,
según dijeron se había perdido el testimonio de condena.
Recordaré
siempre cuando me trasladaron a la cárcel de Guadalajara. Lo hicimos en un tren
escoltados por la guardia civil. Un tren cochinero, donde transportaban ganado.
Nos llevaron amarrados con alambres y argollas, como si fuéramos animales.
Cuando llegábamos a alguna estación, escuchábamos cómo se referían a nosotros:
«un vagón de rojos». En las estaciones, el trato de las gentes no era malo,
todo lo contrario. A las mujeres no las dejaban acercarse. Seguramente nos
hubieran dado agua o algo de comida. Llegamos a Madrid, creo que a la cárcel de
Carabanchel, y estuvimos allí como de transeúntes. No sabíamos dónde íbamos.
Guadalajara
era un penal viejo, mucho peor que Jaén. Por la mañana, diana, y al patio.
Había presos por todos lados, por todas las galerías. El patio estaba lleno de
nieve. Siempre con mucho frío. No nos dejaban salir con las mantas. Teníamos
que estar con el traje de penado, de tela gris de mala calidad, con gorro
incluido. Estábamos en el patio desde por la mañana. Solo podías pasear,
tuvieras o no ganas o fuerzas. El frío no permitía que estuvieras sentado o
tumbado. Escribí a unos primos en Cádiz, algunos de ellos eran zapateros,
pidiéndoles que me mandaran unos zapatos, porque pasaba mucho frío con las
alpargatas. No me contestaron. Muchas veces me he preguntado el porqué. Nunca
les pregunté. Mezquindad, miedo. No lo sé.
Desde el
penal, salían expediciones para trabajar. Todos los presos querían salir,
porque reducía la pena y porque salir de allí ayudaba a que el tiempo fuera más
rápido. También era mejor la comida. En el penal pasábamos hambre. Muchas veces
pensé hasta en los huesos de las aceitunas, aun teniendo la boca como la tenía.
Muchas de las expediciones iban para Cuelgamuros. Allí iban sobre todo los
condenados a muerte. Los trabajos eran más peligrosos. A mí nunca me admitieron
por el tiro en la boca.
El trato era
normal. Si te mandaban al patio, no podías cuestionarlo porque entonces venía
el castigo. Tenías que doblegarte a todo lo que los funcionarios ordenasen. No
había otra alternativa. Llegó un momento en que la comida era muy mala y muy
escasa. Ni se podía comer. Hicimos la primera huelga de hambre que hubo dentro
de las prisiones. Poco a poco fue tomando fuerzas, hasta que una noche nos
pusieron de comer unas gachas de harina con altramuces, muy amargas, con muy
poco aceite y de postre, nunca nos daban postre, unos higos pasados secos.
Aquello no se podía comer. La decisión se tomó aquella misma noche. A la mañana
siguiente, ante el reparto, no pusimos los platos, pasando de largo. El oficial
que estaba allí presente no dijo nada. Cerró la puerta y nos quedamos en el
patio incomunicados. Luego bajó el director de la cárcel, que nos dio una
pequeña charla. Nombramos un portavoz y el plan era que la comida no se podía
comer. Estuvimos ocho días. Por la mañana, nos ofrecían el café, pero nadie lo
cogía. Igual con el almuerzo y la cena. Cuando llevábamos seis o siete días, te
machaca el hambre. Se puede resistir. Perdí peso, me quedé aún más delgado, más
demacrado. La piel se oscurece, como la de los gitanos. Me acordaba del color
de la cara del Santo Entierro de Alcalá. Frecuentemente, me venía a la memoria.
Al octavo día se solucionó. Prometieron que tanto el trato como la comida
mejorarían. Para ir haciendo estómago, nos dieron agua con arroz y nos
incomunicaron en las celdas. Prácticamente, al poco tiempo, todo seguía igual.
Los funcionarios se llevaban parte de las raciones que nos correspondían.
Incluso incomunicados, nos empezamos a comunicar. En un principio, a través de
los váteres, situados en cada una de las celdas. Limpios y sin agua, permitían
la comunicación entre una celda y la siguiente. Pero necesitábamos utilizarlos
para nuestras necesidades. Así que tuvimos que inventarnos otro método. Con un
alambre gordo empezamos calando de un tabique a otro. Con mucha paciencia
hicimos un pequeño agujero que nos permitía meter y pasarnos papeles enrollados
como cigarros en los que escribíamos nuestros mensajes. Los petates puestos
sobre la pared, cubrían los huecos. De celda a celda, la comunicación era completa.
También tapábamos los agujeros con migas de pan y el caliche de la pared. Había
también otros procedimientos que incluso se han visto en algunas películas.
Salí en
libertad una mañana. Tenía muy poco dinero. Me fui a la estación. Tenía la
dirección de nuevos compañeros de Madrid. Estaba deseando que llegara el tren
para marcharme. Estando cerca ya de Madrid, se me presentó una señora de unos
cincuenta años, que entabló conversación conmigo, preguntándome de dónde venía
y demás. Desconfiado, mis respuestas fueron secas y esquivas. Después llegó un
joven, que también entabló conversación. Era grueso y fuerte. Desde el
principio, sospeché de
él. Tanto la
mujer como el
joven extrañamente se
mostraban solidarios conmigo e
intentaban que les diera datos. Incluso la mujer, me ofreció su casa para que
me quedara aquella noche. Finalmente, le dije que lo que quería era llegar a mi
casa y coger el tren de Andalucía lo más pronto que pudiera. Me vine directo
para donde estaba mi mujer. Llegué a Cádiz y cogí el correo para Alcalá. A la
gente no la conocía. Habían pasado ya doce años desde que marché. Creo que algunos
de los que
iban en el correo me
reconocieron, pero evitaron el contacto. Yo venía de la cárcel y era un rojo.
Me estaban esperando mi madre y Manuela. Fue muy emotivo: besos, abrazos.
Algunos familiares vinieron a saludarme a la casa. Otros, conocidos de antes,
incluso de derechas, no me negaron el saludo. Alberto o el propio Chiquito, el
zapatero, que era falangista y muy buena persona, su hermano también vino a
verme. Sin embargo, la gente de izquierdas, amigos míos, me rehuían.
Seguramente sería por el miedo. Yo con el único que me paseaba era con tu
padre.
Mi
dificultad para comer masticando me complicaba el poder aceptar algunos trabajos.
Tenía que trabajar. Tenía que hacer algo. Me había quedado sin nada. Yo
mantenía el contacto con la casa cuando estuve vendiendo cuadros en Alcaudete.
Les escribí y les conté lo que me había pasado, que yo era un preso político,
que no era un preso común. Tenía una ampliación de una foto de cuando yo era
soldado. Estuve mirando y viendo las opciones de dedicarme nuevamente a la
venta de los cuadros. La Moma, que iba vendiendo ropa por los campos de
alrededor, tenía muy buenos conocimientos y era muy conocida. En los primeros
días la acompañaba, me sentía protegido y me ayudaba a que la gente me
recibiera sin temores. Llevaba cafés y cuatro cosillas de esas que la gente
necesita. Iba, además, con mis cuadros. Ofrecía las ampliaciones y así pude ir
defendiéndome e iniciando lo que luego sería «La Joya».
Ésta es mi
historia.
* * *
Los
procedimientos sumarísimos de Juan Perales León
En 1990,
acogiéndose a los beneficios prevenidos en la Disposición Adicional decimoctava
de los Presupuestos Generales del Estado, Juan Perales León solicita los datos
necesarios para ello. La respuesta de la Subdirección del Centro Penitenciario
de Cumplimiento de Guadalajara, resume su historial penitenciario:
• Ingreso en prisión el 18 de agosto de
1939 y jugado por Consejo de Guerra de Jaén, causa nº 42.113, siendo
sentenciado a la pena de DOCE AÑOS por el delito de AUXILIO A LA REBELIÓN
• Fue puesto en libertad y excarcelado
el 7 de diciembre de 1942.
• Permaneció en prisión TRES AÑOS, TRES
MESES Y DIECINUEVE DÍAS.
• Nuevo Ingreso el 2 de julio de 1945,
siendo juzgado el 4 de diciembre del mismo año, por Consejo de Guerra de Jaén,
causa nº 649/45 por la que es sentenciado a la pena de UN AÑO por el delito de
ASOCIACIÓN Y PROPAGANDA ILEGAL.
• Fue puesto en libertad y excarcelado
el 23 de noviembre de 1947.
• Permaneció en prisión DOS AÑOS,
CUATRO MESES Y VEINTIÚN DÍAS.
• Tiempo
total en prisión CINCO AÑOS, OCHO MESES Y DIEZ DÍAS.
Afortunadamente
hoy contamos con los dos expedientes al completo. Solicitados a la Dirección
General correspondiente, me fueron enviados ambos en formato digital. Son
documentos, en muchos casos deteriorados y difíciles de leer, que confirman los
detalles narrados por Juan Perales: El procedimiento sumarísimo de urgencia
número 42.113, de la 2ª Región Militar, plaza de Jaén, por un delito de
Rebelión Militar y la Causa 649/45 por Asociación y propaganda ilegal.
A una vida
ya «jodida», se le añadió la sinrazón de una administración burocratizada y
lenta, y la pena de UN AÑO por Asociación y Propaganda Ilegal, se convierte en
casi un año más. En los documentos de Sumario se incluyen dos cartas firmadas
por Juan Perales en las que en primer lugar, con fecha de 22 de mayo de 1947,
solicita una nueva audiencia en vista de que no ha sido puesto en libertad y en
segundo término, de fecha 3 de septiembre del mismo año, preguntando nuevamente
a qué se debe su retenimiento. Contamos, igualmente con el documento expedido
con la liquidación de condena, donde claramente se anotan los días pasados en
prisión, excedidos de la condena.
La
documentación y la información que aportan los expedientes de ambos procesos
permiten reconstruir muchos de los detalles relatados en las memorias de Juan
Perales. Están todos los datos. La administración de la justicia militar
recopila de forma casi maniática información, aunque en muchos casos, de forma
repetitiva. Entre éstos, contamos con un cuadro donde se recogen las
«vicisitudes penitenciarias» del penado. Recojo las más significativas:
• 24 de octubre de 1940. Ingresa
procedente de la Provincial de Jaén.
• 8 de mayo de 1941. Ingresa procedente
de la Prisión Habilitada de Santa Clara.
• 30 de diciembre de 1941. Asesoría
Jurídica en oficio unido, participa que contra el titular se instruye
procedimiento nº 42.113.
• 14 de febrero de 1942. El juez
militar eventual nº 6 ratifica y razona peligrosidad del titular en sumario nº
42.113.
• 6 de mayo de 1942. Se recibe y une
del Juzgado Militar Eventual nº 6 auto de ratificación de prisión y
peligrosidad del titular.
• 7 de diciembre de 1942. En libertad
en virtud de orden unida del juez militar
especial 1.718 de plenarios de esta plaza. Se acusa recibo y se
participa.
• 10 de febrero de 1943. Se recibe
copia del fallo y liquidación de condena del procedimiento nº 42.113 sobre
auxilio a la rebelión. En su virtud el titular ha sido condenado a la pena de
doce años de prisión, en Consejo de Guerra celebrado en la Plaza de […] el día
[…] siendo firme la sentencia en Sevilla el día 31 de diciembre de 1942. Se le
abona de prisión preventiva
1.244 días,
quedándole por cumplir 8 años y 216 días, que dejara extinguidos el día 1º de
agosto de 1951.
• 18 de febrero de 1943. Se interesa de
las autoridades locales de Alcaudete, información del titular para instruirle
expediente de libertad condicional con arreglo a la Ley de 1º de abril de 1941.
• 3
de marzo de 1943. La Junta de Disciplina acuerda conceder informar de buena
conducta al titular y remitir a la Comisión Provincial de Libertad Condicional
el expediente que se le tramita.
• 4 de marzo de 1943. Se eleva a la
superioridad expediente de propuesta de libertad condicional del titular con
informe favorable de la Comisión Provincial.
• 14 de marzo de 1943. En libertad
condicional sin destierro en virtud de orden telegráfica del Centro Directivo
que se une a expediente de José Pérez Monje. Continúa fijando su residencia en
Alcaudete (Jaén). Se participa y se cumplimenta.
• 23 de marzo de 1943. Se remite al
capitán general de la 2ª Región Militar, Centro Directivo y alcalde de
Alcaudete (Jaén) certificados de liberación condicional del titular.
• 25 de marzo de 1943. Se recibe y une
escrito del juez del Juzgado de Ejecutorias nº 1 de esta plaza, interesando la
situación procesal del titular, se le participa que se halla en libertad
condicional y con residencia en Alcaudete (Jaén).
• 15 de julio de 1945. Reingresa del
arresto municipal de Alcaudete a disposición del Juzgado Militar Especial de
Plaza, virtud orden de admisión del gobernador civil de Jaén que se une a
expediente de Antonio Delgado Jurado.
• 6 de septiembre de 1945. Se remite al
presidente de la Junta Provincial de Libertad Vigilada la ficha de liberto,
contestando al oficio que se une.
• 4 de diciembre de 1945. Asiste a
consejo de guerra, reintegrado a la prisión en la misma fecha. Orden del presidente
del Consejo unida a expediente de J. Francisco Moreno Carmona.
• 1 de marzo de 1946. Revocados los
beneficios de libertad condicional, únase oficio del presidente de la Junta
Provincial
• 12 de marzo de 1946. Únase oficio del
subdirector general de Libertad Vigilada, participando interese del Centro
Directivo traslado del titular a Guadalajara.
• 16 de marzo de 1946. Ordenada
conducción a Guadalajara.
• 26 de marzo de 1946. Entregado a la
Guardia Civil para su conducción a la Prisión Provincial de Guadalajara.
• 28 de septiembre de 1946.
LICENCIAMIENTO DEFINITIVO Y RETENCIÓN. –Con esta fecha y en virtud de oficio,
que se une, de la Subdirección General de Libertad Vigilada, es licenciado
definitivamente este interno por la condena que extinguía de 12 años, por el
delito de auxilio a la rebelión, C/ nº 42.113, por haberle sido aplicados los
beneficios de indulto a que se refiere el decreto de 9 de octubre de 1945,
quedando retenido por tener otra condena de UN AÑO por delito posterior de
asociación y propaganda ilegal, C/ nº 649/45. Se da cuenta del licenciamiento y
retención a la Junta Provincial de Libertad Vigilada de Jaén, Sección de
Libertad Condicional, Sub. Gral. del Servicio de Libertad Vigilada y capitán
general de la Segunda Región Militar, de cuya autoridad se interesa ordene la
práctica y remisión de nueva liquidación de condena por la causa posterior, a
partir del día 12 del corriente mes de septiembre, fecha en que le fueron
concedidos los beneficios de indulto por la condena primitiva. Se remiten
certificados y modificación al R.I.
• 29
de noviembre de 1946. ORDEN DE TRASLADO. Se recibe y une al expediente de Pablo
Cardeñas Villegas, Orden del Centro Directivo, trasladando al titular a la
Prisión Central de esta ciudad, para seguir extinguiendo condena.
• 6 de diciembre de 1946. TRASLADO. Es
entregado a la fuerza pública para su conducción e ingreso en la Prisión
Central de esta Ciudad, en virtud de Orden del C. Directivo, de fecha 27 de
noviembre pasado.
• 6 de diciembre de 1946. Sello ilegible
que parece que pone «Prisión Central Guadalajara, Ingresa procedente […] De
Plaza. Penado. Directivo. Extinguir condena».
• 25 de enero de 1947. Se interesa del
capitán general de la 2ª Región Militar (Sevilla) la urgente remisión de nueva
liquidación de condena relativa al titular por causa nº 649/1945.
• 16 de mayo de 1947. Se une minuta de
telegrama al capitán general interesando liquidación por causa 649/45. Se da
curso a instancia a la misma autoridad que se eleva al titular en el mismo
sentido.
• 30 de agosto de 1947. Se interesa del
capitán general de la Segunda Región Militar, liquidación de condena del
titular en causa nº 649 del 45 por el delito posterior de UN AÑO.
• 10 de septiembre de 1947. Se pone en
conocimiento de la Dirección General, según minuta unida, que el titular debe
tener extinguida la condena 649/45 de un año.
• 19 de septiembre de 1947. Se da curso
a instancia que eleva el ministro del Ejército en súplica que le sea remitido
por el capitán general de la Segunda Región testimonio y liquidación según
minuta unida.
• 19 de noviembre de 1947. Se interesa
por telegrama liquidación de condena del titular a la D. General, capitán
general de la 2ª Región Militar y otra institución ilegible en el documento.
• 23 de noviembre de 1947. En libertad
definitiva en virtud de telegrama del capitán general de la Segunda Región
Militar. Se da cuenta y remiten certificados.
• 30 de noviembre de 1947. Se recibe y
une telegrama postal del capitán general de la Segunda Región Militar, adjuntando
liquidación de condena del titular en la que aparecen que este penado ha
cumplido quinientos nueve días con exceso.
Destacan,
además, de ambos procedimientos, documentos a los que me quiero referir, por su
significación y por su interés.
En
Alcaudete, a 4 de agosto de 1939, firma su primera declaración. Se informa una
vez recibido del comandante del Puesto de la Guardia Civil de Alcalá de los
Gazules, que se procedió a la «detención del individuo que dice llamarse Juan
Peales León, de veinte y cinco años de edad, amancebado, natural de Alcalá de
los Gazules y vecino de ésta, del campo, manifiesta que es cierto que fuera de
izquierdas por pertenecer a la CNT, antes y durante el Movimiento, pero que no
coaccionó nunca a nadie, en huelgas dice que él intervino como es natural, que
iban todos y que él tenía que ir también, ya que no podían seguir trabajando;
en actos de propaganda sólo iba a escuchar a los oradores que llegaban; que es
cierto que se pasara por el frente de Málaga a la zona roja, acompañado de
otros dos individuos con los cuales estuvo dos tardes antes obligándoles a que
se marchara a la zona roja con ellos, que fue lo que hizo».
Fechado en
Alcalá de los Gazules, el 11 de noviembre de 1939 y el 24 del mismo mes y año,
el entonces alcalde, Isidro Castro Puelles, y el jefe local de Falange, Juan
Armario, informan en ambos casos al Juzgado Militar nº 8 la Plaza de Jaén, en
los siguientes términos: «propagandista peligroso de las teorías marxistas,
estando afiliado a la CNT, no teniéndose noticias de su intervención directa en
otros hechos delictivos», recogía el informe de Isidro Castro.
«era un
elemento destacado de la CNT en esta localidad, sin que conste tomara parte en
desmanes, así como tampoco las causas de su internamiento en la zona marxista.
Estimo pueden dar noticias de la actuación de este individuo los señores José
Espinosa y Espinosa y Don Cristóbal Alberto Romero, farmacéutico e industrial
establecidos en ésta», apuntaba Juan Armario.
El juez
municipal de Alcalá de los Gazules, Juan Montes de Oca y Montes de Oca, será el
encargado, y así lo manda y firma, de recoger las declaraciones de los vecinos
apuntados por Juan Armario, en abril de 1940.
Tanto José
Espinosa y Espinosa, de 43 años, casado, farmacéutico, como Cristóbal Alberto
Romero, de 54 años de edad, industrial, dicen lo mismo: «conocen a Juan Perales
León y que se distinguía en su ciudad por sus ideas avanzadas, haciendo gran
ostentación de las mismas, siendo por tanto su actuación política social en
ésta de calidad bastante mala». Desconozco si Juan Armario apuntaba estos dos
nombres pensando en que hablarían bien de Juan Perales o todo lo contrario. Lo
que sí pensó siempre Juan Perales era que estas dos personas habían hablado
bien de él y que por tanto le habían ayudado, como nos recuerda en sus
testimonios.
En enero de
1940, el gobernador Civil de Málaga, recopilando la información recibida, se
dirige a los servicios de Justicia de Jaén en los siguientes términos: «remite
tarjeta de Concentración de cuadros de Defensa Combativa CNT FAI Fuerzas
libertarias extendida a nombre de Juan Perales León, vecino de Alcalá de los
Gazules, actualmente detenido en la Prisión Provincial de esa Plaza» (Patio de
los Abogados). Añade que «el individuo de referencia, observó una conducta
irregular, significándose en cuantos actos de carácter extremista se
celebraban, por lo que tuvo que ser amonestado en distintas ocasiones por la
Guardia Civil. Se dedicaba a efectuar una intensa labor favorable a los ideales
marxistas siendo siempre designado para el reparto de propaganda impresa de los
ideales extremistas. Iniciado el Glorioso Movimiento Nacional, su reemplazo fue
movilizado e incorporado al ejército Nacional, al poco tiempo desertó en unión
da varios extremistas, huyendo a lo que fue ejército rojo, ignorándose la
actuación que posteriormente haya desarrollado».
Se le toma
declaración, en Jaén, el 18 de abril de 1940. Contaba con 26 años de edad.
Preguntado convenientemente y exhortado a decir la verdad –así se expresa el
texto jurídico–, contesta «que le sorprendió el Glorioso M. N. en el pueblo de
su naturaleza de donde ingresó en el ejército nacional siendo trasladado al
frente de Estepona, donde dos compañeros de su misma unidad lo pasaron al campo
rojo, haciéndolo de una forma obligada. Con anterioridad al Glorioso M.N.,
pertenecía a la
CNT y una
vez iniciado el Movimiento a ninguno. Que en algunas ocasiones ha asistido a
algunas huelgas, pero no a todas y que asistía a las mismas pues en caso de no
hacerlo sería expulsado de la organización. Que en ninguna ocasión ha
hablado mal del Movimiento». Cita como personas que puedan garantizar su
conducta político social a Manuel Martínez (panadero) y a Miguel «Moragas», ambos
domiciliados en la Calle Alta de Alcaudete. «Que no tiene más que decir».
Declaran
ambos el 7 de mayo. El primero dice que «sabe y le consta que el mismo durante
su permanencia en esta población ha observado buena conducta mostrándose
en todo momento
como persona de orden y amante de la justicia». Miguel de la Rosa Arjona, alias «Moragas»,
declara que «nunca observó mala conducta, ha sido persona de orden y amante de
la justicia, ignorando el que habla cual haya sido su comportamiento fuera de
la población, así como si ha intervenido o no en algún desorden de los cometidos
por los rojos».
El informe
de la Guardia Civil de Alcaudete en respuesta a la petición de los
correspondientes informes, está fechado el 7 de mayo y es negativo, en el
sentido de no encontrar nada respecto al encartado Juan Perales León, por ser
desconocido.
En octubre
de 1940, en telegrama dirigido al Juzgado de Alcaudete, el jefe de la Policía
Local de Alcalá de los Gazules, informaba en estos términos: «izquierdista
furibundo, autor de coacciones, huelgas, perteneciente CNT, propagandista
radical de tal partido, incorporado ejército nacional se fugó con otros en
frente de Málaga, pasándose a las filas rojas, antes de 1936 conducta
societaria malísima».
El auto de
procesamiento, fechado a 24 de julio del mismo año, 1940, recoge su pertenencia
a la CNT, su significación en huelgas, la movilización en su reemplazo y la
deserción en el frente de Estepona, hechos estos constitutivos de un delito de
Rebelión Militar, según el Código de Justicia Militar.
El siguiente
documento de interés nos lleva casi a dos años después, 13 de marzo de 1942. La
indagatoria, cuando contaba con 28 años. Estatura 1,59. Cejas pobladas, ojos
pardos, barba cerrada. Como señas particulares tiene «deformación de la
barbilla con toda la dentadura inferior postiza». Declara que «se afirma y
ratifica en las declaraciones que tiene presentadas, menos en lo referente a
que voluntariamente se pasase al ejército rojo, puesto que si pasó fue porque
le obligaron dos individuos extraños, que lo encontraron entre las posiciones
Nacionales y en retaguardia, de los que una vez al llegar al pueblo de Málaga
pude hacerme cargo de que eran rojos, en cuyo pueblo estuve detenido unos días
y por hallarme enfermo me evacuaron al hospital de Málaga. Que no ha
intervenido en hechos delictivos y sí sólo en algunas huelgas por pertenecer a
la CNT. Que se encontraba destinado en el regimiento de Cádiz número 33. Que
cuando fue dado de alta del Hospital y que aprovechando que la Aviación
Nacional bombardeaba dicha capital, salió del Hospital, marchó a Almería y de
esta a Jaén. Incorporándose en la setenta y nueve Brigada que se encontraba en
el frente de Martos, marchando con la misma a Levante».
Constan los
mandamientos en que se ratifica la prisión, donde «se razona la peligrosidad de
Juan Perales León». Fechados el 20 de febrero y 6 de mayo de 1942.
Las
diligencias a cargo del teniente Juez Instructor, Don Miguel Harriero Pavón
están fechadas el 9 de septiembre de 1942. En ellas se recogen los hechos
declarados por Juan Perales León.
El auditor,
en octubre del mismo año, eleva a plenario la causa y ratifica la prisión
preventiva, resolviendo que deben pasar al fiscal jurídico militar los Autos,
siéndoles aplicables los artículos 656, 657 y siguientes del Código de Justicia
Militar.
El fiscal jurídico-militar considera los
hechos probados y constitutivos de un delito de auxilio a la rebelión, previsto
y penado en el artículo 240 del Código de Justicia Militar. «Considera
responsable del delito al procesado, no concurriendo circunstancias
modificativas de la responsabilidad criminal. Propone que se imponga una pena
de reclusión temporal con las accesorias legales, sin perjuicio de las
resultancias que puedan derivarse de las nuevas diligencias que se solicitan.
Procede conmutar una pena de seis años y un día a doce años de prisión mayor
[…] Que sea abonable el tiempo de prisión preventiva sufrida. Se le exigirá
responsabilidad civil que se hará efectiva en la forma y cuantía que determinen
las disposiciones legales vigentes. Queda concretada la pena a doce años de
prisión mayor con las accesorias de privación de todo cargo y del ejercicio del
derecho de sufragio durante el tiempo de duración de la condena y siendo la
misma de una cuantía no inferior a la de doce años y un día […]».
Finalmente,
el fiscal, «en virtud de la cuantía de la pena que en su día puede corresponder
al procesado, procede acordar la libertad provisional del mismo». Firmado en
Sevilla, a 10 de octubre de 1942.
El 7 de
diciembre, el director de la Prisión Provincial de Jaén comunica la puesta en
libertad del detenido, comunicándole la obligación de presentarse en el juzgado
de Alcaudete.
Como bien
recordaba en su relato, finalmente firma y acepta la pena impuesta a cambio de
la libertad. Así lo recoge el auditor, en escrito firmado en Sevilla, a 19 de
diciembre de 1942.
Igualmente,
el capitán general de la Región, firma a 31 de diciembre del mismo año. En la
diligencia de liquidación de condena, se refleja que cumplirá su condena a
primeros de agosto de 1951.
El siguiente
documento que presento hace referencia al procedimiento por el que se le
condena a Juan Perales, como bien relataba, junto a un grupo de detenidos. Es
el sumarísimo 649/45. Todos se encuentran en prisión preventiva, procesados por
el supuesto delito de asociación y propaganda ilegal. El Consejo de Guerra se
reúne el 4 de diciembre de 1945, en Jaén, y son juzgados:
● Manuel Molina García de cuarenta y dos
años, soltero, campesino, domiciliado en Alcaudete, C/ Cuesta de la Fuente nº
15.
● José
Escucha (Escuela) Quintero, de cuarenta y un años, casado, empleado,
domiciliado en Alcaudete C/ Jesús nº 33.
● Arturo García Padilla de cuarenta y
cuatro años, viudo, campesino, domiciliado en la aldea de Sabariego.
● Antonio Marín Coronado, de treinta y
dos años, casado, campesino, domiciliado en la aldea de Sabariego.
● Alejandro Conde Puche, de treinta y
dos años, casado, industrial, domiciliado en esta capital C/ Zeventon? nº 8.
● Antonio Delgado Jurado de veintiocho
años, soltero, panadero, domiciliado en Alcaudete, C/ Sabariego nº 5.
● Juan Perales León de treinta y un
años, casado, campesino, domiciliado en Alcaudete, en Tejar de las Rocas.
● Francisca Ballesteros González, de
cincuenta y cinco años, viuda, sin profesión especial, domiciliada en Alcaudete
en la carretera de Martos.
Los
procesados Manuel Molina García, José Escucha (Escuela) Quintero, Antonio Marín
Coronado y Antonio Delgado Jurado, todos ellos de antecedentes izquierdistas y
condenado el primero a la pena de dos años y en un día de reclusión menor por
su actuación durante el dominio rojo formaron una organización clandestina de
carácter local y orientación comunista en el pueblo de Alcaudete, recibiendo la
propaganda el José Escucha que la distribuía entre los demás.
El procesado
Alejandro Conde Puche condenado a la pena de doce años y un día de reclusión
menor por auxilio a la Rebelión militar, enviaba a los anteriores la propaganda
desde esta capital, unas veces directamente a Alcaudete, y otras por mediación
de la procesada Francisca Ballesteros González, que le servía de enlace a tal
fin.
El procesado
Juan Perales León, condenado por el mismo delito que el anterior a la pena de
doce años y un día de reclusión menor, estaba en relación con la organización
comunista referida, anunciando a Manuel Molina la próxima llegada de un enlace
de Sevilla portador de más propaganda.
El procesado
Arturo García Padilla, condenado a veinte años de reclusión menor. También por
auxilio a la Rebelión, celebraba reuniones en casa de Antonio Marín en la que
trataban de la organización del Partido Comunista.
Todos estos hechos el Consejo de Guerra estima
probados.
El fiscal
jurídico militar, en sus conclusiones definitivas califica los hechos como
constitutivos de un delito de auxilio a la rebelión militar y pide la
imposición de la pena de doce años y un día de
reclusión menor para todos y cada uno de los procesados y el defensor,
de un delito de propaganda ilegal en cuanto a Manuel Molina García, José
Escucha Quintero, Antonio Marín Coronado, Antonio Delgado Jurado y Alejandro
Conde Puche, para los que pidió la pena de un año de prisión menor, suplicando
por último la absolución de Juan Perales León, Arturo García Padilla y
Francisco Ballesteros González, por estimar que no han cometido delito alguno.
El Consejo
de Guerra falla que se condene a los procesados Manuel Molina García, José
Escucha Quintero, Antonio Marín Coronado y Antonio Delgado Jurado, a la pena de
seis años y un día de prisión mayor; a los procesados Alejandro Conde Puche a
la pena de tres años de prisión menor y a Arturo García Padilla, Juan Perales
León y Francisca Ballesteros González a la pena de un año de la misma prisión
menor, a todos ellos como autores de un delito consumado de auxilio a la
Rebelión Militar, con las accesorias de suspensión de todo cargo público,
profesión, oficio y derecho del sufragio durante el tiempo de la condena,
sirviéndolas de abono para el cumplimiento de la misma la prisión preventiva
sufrida por razón de estos autos.
El siguiente
documento, desde la Dirección de la Prisión Central de Guadalajara, se dirige
al capitán general de la Segunda Región Militar. Está fechado el 25 de enero de
1947 y reitera la petición de la nueva liquidación de condena, dada la especial
situación del penado, que ingresado procedente de la Prisión Provincial el 6 de
diciembre de 1946, en su expediente aparece un oficio de la citada prisión que
trascrito dice:
Habiendo
sido licenciado definitivamente con fecha 28 del corriente, el interno de este
establecimiento, JUANPERALES LEON, por la condena que extinguía de 12 años por
el delito de Auxilio a la Rebelión causa nº 42113, Consejo de Guerra de Jaén,
por aplicación a la misma de los beneficios de indulto a que se refiere el
Decreto de 9 de Octubre de 1945, y quedando retenido en prisión en esta de mi
cargo, por tener otra condena de un año por delito posterior de asociación y
propaganda ilegal, puesta por Consejo de Guerra en Jaén, el 4 de Diciembre de
1945 C/ nº 649/45, ruego a V.E tenga a bien ordenar se practique y remita a esta
Dirección nueva liquidación de condena por la causa posterior de un año nº
649/45, ruego a V.E. tenga a bien ordenar se practique y remita a esta
Dirección nueva liquidación de condena por la causa posterior de un año nº
649/45 a partir del día 12 del corriente mes de septiembre fecha en que le
fueron concedidos los beneficios de indulto por la condena primitiva, quedando
nula la liquidación practicada, por El Juzgado Militar de Ejecutorias de Jaén,
con fecha 29 de Mayo del corriente año. Dios guarde a V.E muchos años.
Guadalajara 30 de Septiembre de 1946.
«Ponga inmediatamente en libertad definitiva
por tener cumplida con exceso la pena correspondiente a la causa 649/45 al
recluso en ese establecimiento Juan Perales León».
Fuentes
● Archivo del Tribunal Militar Sevilla.
Sumarísimo 42.113. Legajo 611 nº 19.852.
● Testimonios Juan Perales León. 2003.
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