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domingo, 26 de enero de 2020

MARIA TERESA TORAL PEÑARANDA - LA CIENCIA ENCARCELADA


María Teresa Toral Peñaranda - la ciencia encarcelada

A María Teresa Toral se la puede definir desde muchos puntos de vista. Se alude a ella, desde el geográfico, como española, pero también como mexicana. Y desde el de su dedicación, como científica y como artista. En cualquiera de los campos, sus biógrafos hablan de ella como una mujer ejemplar, y a pesar de todo, como se puede leer en la contraportada del libro que le dedicó Antonina Rodrigo, incomprensiblemente, su nombre es aún irreconocible y su vida silenciada. “Si Teresa Toral fuera americana ya habría una película de ella”, asegura la autora en una entrevista.

En el Año Internacional de la Química, conmemorado el pasado 2011, M. Carmen Toro Muñiz e Isabel M. Toro Muñiz, le dedicaron un artículo en la revista Pasaje a la Ciencia en el que aseveraban que María Teresa, la tercera de siete hermanos, nació un 20 de mayo, en un hogar de tradición literaria, en el Madrid de 1911.

Hija del notario José Toral, y de una madre culta que adoraba la música aunque no estudió porque no era costumbre en la época, desde pequeña cultivó sus aficiones artísticas centradas, en aquel tiempo, en la pintura, el estudio de la música y en arrancar melodías a su piano.

Se educó, con sus dos hermanas mayores, Carolina y Concha, en un colegio francés, lo que le permitió aprender el segundo de los cinco idiomas que dominaría, y terminó el bachillerato con unas notas extraordinarias y con la decisión de dedicarse a la ciencia.

María Teresa Toral Peñaranda se iba a convertir en la primera universitaria de la familia y su padre le aconsejó que estudiara farmacia, una carrera apropiada y práctica para una mujer, según decía.

A María Teresa, la carrera de farmacia se le quedaba pequeña, como demostró cuando propuso a su padre, no sólo cumplir su voluntad, sino estudiar al mismo tiempo Ciencias Químicas, carrera que terminó en 1933 con sobresaliente y Premio Extraordinario.


A lo largo de los años de universidad, además de luchar con las dificultades de sacar adelante dos licenciaturas a la vez, también tuvo que hacerlo con el rechazo de sus propios compañeros de estudio.

La brillantez de María Teresa Toral la llevó a ingresar, de la mano de Enrique Moles, en el Instituto Nacional de Física y Química, conocido en la época como Instituto Rockefeller por la fundación que financió la construcción y equipamiento del edificio donde se asentaba, y llevaría a María Teresa a escribir su nombre en la nómina de la llamada Edad de Plata de la Ciencia Española (1906-1936).
El equipo humano de Moles era rec
onocido a nivel mundial por su precisión en la determinación fisicoquímica de pesos moleculares y atómicos, y junto con él, que había regresado de Alemania con la clara idea de que sus alumnos deberían ser capaces que construir sus propios aparatos de medición, dada la precaria situación de los laboratorios españoles, determinó en 1933 las curvas de presiones de vapor del nitrobenceno.

Precisamente, el tema de su doctorado en Ciencias Químicas fueron las relaciones moleculares del CO2, O2 y N2O y los pesos atómicos del carbono y del nitrógeno.

Su prometedora carrera debería haberla llevado a Londres, en octubre de 1936, para iniciar allí estudios de isotopía, para lo que ya tenía concedida una beca, pero la sublevación militar de ese mismo año iba a dar al traste con el progreso de su trayectoria científica, como acabó con las vidas y esperanzas de otras muchas personas.

La ciencia encarcelada

En aquella España en la que se castigaba por igual a quien mostraba simpatías por un bando que a quien no lo hacía por ninguno, fue acusada, junto a un grupo de compañeros, de haber utilizado las dependencias del Instituto Nacional de Física y Química para la producción de armas de guerra para la República, por lo que se enfrentó a un juicio político en el que resultó condenada a doce años de prisión, al mismo tiempo que otros científicos del Instituto, incriminados “por ser de izquierdas”.

En la cárcel de Ventas, donde ingresó el 13 de junio de 1939, vivió algunos momentos imposibles de olvidar. Antonina Rodrigo recoge en “Una mujer silenciada” su desgarrador testimonio sobre los fusilamientos, las torturas y las penurias de las cárceles franquistas.

Casi presenciábamos los fusilamientos porque el penal de Ventas está muy cerca de donde fusilaban a la gente. (…) Iban contando los tiros de gracia, diez, quince, cuarenta… Era terrible ver a las mujeres que tenían hijos, maridos o hermanos condenados a muerte. Se producían ataques de nervios porque no sabían a quién iban a fusilar al día siguiente… algo bárbaro.

En otro pasaje, reproducido en una entrevista realizada por Elena Poniatowska en 1972, relata como en aquel ambiente de represión total, las mujeres regresaban torturadas de los interrogatorios, si es que regresaban, porque tampoco estaban a salvo de los fusilamientos. No había pasado un mes de su ingreso en prisión cuando fueron asesinadas las que luego se conocerían como “Las 13 Rosas”.

El hacinamiento en la prisión, pensada para 600 personas, y donde llegaron a concentrarse varios miles; y el hambre, el rancho era apenas un cazo de agua caliente que en los mejores días, “porque así nos llenaba más”, contenía lentejas con bichos, son otros testimonios recogidos por Antonina Rodrigo, de las inhumanas condiciones de vida de quienes recibían una condena.

En la cárcel, hizo válidos sus años de formación científica y farmacéutica y se dedicó, junto con otras presas, al cuidado de las internas y sus hijos, de quienes falsificaban la edad para que pudieran pasar más años con sus madres, tal era la situación que les esperaba en el exterior.

Tras salir, en 1942, abrió una farmacia en Madrid, un punto de encuentro y de apoyo encubierto a los guerrilleros antifranquistas de la capital.
Es precisamente en ese ambiente de clandestinidad donde encuentra el amor, bajo una identidad falsa, y donde, en un país en el que medran, o sobreviven, quienes denuncian, también encuentra de nuevo la cárcel, traicionada por ese mismo amor.

El 1 de diciembre de 1945 volvió a ingresar en la cárcel de Ventas, esta vez con el peso de una posible condena a muerte sobre su cabeza.

La movilización internacional que hizo llegar al régimen franquista millones de cartas y miles de telegramas reclamando la libertad para la científica Toral y otras compañeras de cautiverio; las visitas a la cárcel de destacas figuras del laborismo inglés, entre ellas alguna diputada; las referencias a su situación en la prensa mundial y la presencia de observadores internacionales, como la Premio Nobel de Química Irene Joliot-Curie en la vista oral donde denunció las torturas a las que había sido sometida, junto con el fin de la Segunda Guerra Mundial, motivaron que la inicial petición de pena de treinta años de cárcel fuera rebajada a dos, que pasó en la Prisión Central de Mujeres de Segovia.

Huida a México

Obligada a vivir en la clandestinidad y perseguida, decidió huir del país y en 1956, tras no pocos avatares, logró escapar a México, vía Francia.
En el país azteca trabajó en la Universidad Nacional Autónoma de México, en el Instituto Politécnico Nacional y en varias instituciones públicas y privadas más, aportando sus conocimientos de química, física y otras ciencias afines.
Allí pudo continuar también sus investigaciones y publicaciones científicas, y gracias a su conocimiento de idiomas, realizar traducciones de textos científicos publicados originalmente en inglés, italiano, francés o alemán; impartir clases de química y bioquímica y dirigir algunas tesis.

Dando un giro a su carrera, también cultivó la técnica del grabado sobre todo tipo de superficies, disciplina en la que alcanzó un importante reconocimiento internacional.

El trabajo artístico de María Teresa Toral, fue distinguido en más de una veintena de exposiciones; colectivas desde 1962, e individuales desde el año siguiente; en México, Chile, Estados Unidos, Israel y otros países, a lo largo de las décadas de los 60 y 70.

Sobre su trabajo como grabadora y la experimentación en este arte declaraba en una entrevista, en 1978, que “la obligación del artista es buscar nuevos medios y abrir nuevos caminos”, palabras con las que fusionaba, de algún modo, el mundo de la ciencia con el artístico.

En 1975 su obra llegó por primera vez en España, pero no fue hasta la muestra del año 1978 en Madrid cuando María Teresa Toral decidió regresar para asistir a la inauguración.
Aunque falleció en 1994, pocos meses después de volver del exilio, a los 83 años de edad, Toral “regresó” –así se llamó la muestra– una vez más, en 2013, a la cárcel de Segovia. Allí se exhibieron grabados suyos de diversas temáticas, en una exposición que recogió parte de su obra y que convirtió los muros, que antaño fueron símbolo de la tortura, en espacio de creación.

Sobre los autores
Colaboración realizada por Javier San Martín @SanMartinFJ e Izaskun Lekuona @IzaskunLekuona para el blog Mujeres con Ciencia.

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