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viernes, 18 de julio de 2014

JULIO DE 1936 - LA REVOLUCION SOCIAL ESPAÑOLA


 


Julio de 1936 - La Revolución Social Española

El pueblo en armas

Tras el alzamiento en Marruecos el 17 de julio de 1936, en Barcelona, convertida en un hervidero, la CNT dio la consigna revolucionaria. Los militantes del sindicato de Transportes se apoderaron de las armas que había en los barcos anclados en el puerto. La Generalitat quiso evitarlo, pero estando desbordada por los acontecimientos no pudo lograrlo. La CNT procedió a requisar ese mismo día los medios de transporte y los principales edificios públicos.

Conseguir armamento. Ese era el gran problema. Cada miembro del grupo poseía una pistola. Como armas largas, los Winchesters recogidos por Sanz y la brigada de alcantarillas del municipio de entre los que habían tirado los fugitivos escamots aquel día de octubre en que se acreditaron como no aptos para llevar armas. De dichos Winchesters había unos trescientos ya limpios y engrasados, con sus respectivas dotaciones. Habíamos alentado a los compañeros de los cuadros de defensa a que fuesen adquiriendo por su cuenta cada uno una pistola y a observar dónde, en un momento dado, podrían hacerse con armas largas y cortas. Así y todo, era poco, muy poco. Además, podía decirse que España empezaba más allá de Barcelona, y en ella ni se había dado cumplimiento al acuerdo de constituir los Comités regionales de Defensa. De armas estaban peor que nosotros.

"El eco de los pasos". Juan García Oliver.

El 18 de julio CNT y UGT declararon la huelga general en todo España. El levantamiento era inminente y la CNT pidió a Companys, en reiteradas ocasiones, que abriera los cuarteles y pusiera los depósitos de armas a disposición de las fuerzas obreras para poder hacer frente a la reacción. El presidente de la Generalitat se negó tajantemente una y otra vez. Todo esto a pesar de que sólo disponía de dos mil guardias mal pertrechados para enfrentarse a un ejército de unos cinco mil militares provistos con armas de guerra. Companys temía el triunfo del levantamiento fascita, pero mucho más temía entregar las llaves de la ciudad condal a la revolución social anarquista de la CNT, el sindicato que durante años se había dedicado a reprimir desde el poder.

Las sirenas de las fábricas y de los buques surtos en el puerto de Barcelona lanzaban sus persistentes alaridos, que ponían la carne de gallina a las tropas sublevadas contra el pueblo español y por una España nazifascista. Grito frenético de combate para los que sabían lo que querían decir sus ululantes requerimientos... ¡Adelante, cuadros de defensa confederal! ¡Adelante, grupos anarquistas! ¡Adelante, juventudes libertarias y mujeres libres! ¡Una vez más, adelante, viejos hombres de acción que del pasado solamente conserváis los recuerdos y la pistola escondida!

Desde la radio, Companys cantaba la misma palinodia que en octubre de 1934. No había aprendido nada. Acompañado de los jerarcas del Frente Popular, guardadas las espaldas, clamaba pidiendo ayuda desde Radio Barcelona, instalada en el palacio de la Generalidat. Antes, en las primeras horas de la mañana, desde el balcón de la comisaría superior de Policía, en la Avenida Layetana, había visto pasar a los líderes del anarcosindicalismo, a Ascaso, a Durruti, a García Oliver, con fusiles ametralladores en la mano, acompañados de sus hermanos de grupo, Jover, Ortiz, Aurelio, Sanz, «Valencia», en camiones repletos de militantes confederales, fusiles en alto, banderas rojinegras al viento.

Durruti y yo acudimos al ruego de Companys que nos transmitió un teniente de Asalto en la puerta del sindicato de la Construcción y del Comité regional. Estaba rodeado de oficiales del ejército incorporados a puestos de mando de Seguridad y Asalto: Escofet, los hermanos Guarner, Herrando, sargentos y cabos. Al vernos, abriendo los brazos, exclamó: «Filis meus, gents de la CNT, avui sou l'única esperanga de Catalunya! Oblideu-ho tot i salven les llibertats del nostre poblé!».

Aquello era ridículo. Era demasiado olvido del pasado, de los compromisos contraídos y no cumplidos. Curiosos nos miraban Federico Escofet, comisario de Orden público, el comandante Guarner, el capitán Guarner, Herrando, «el del peluquín», jefe de los guardias de Asalto de Barcelona.

Companys nos llamó para intentar capitalizar nuestra presencia como la de un cuerpo de guardia más para su defensa.

—¿Es todo, Companys? —le dije—. Pensé que nos llamabas para darnos armas. Nos vamos. Aquí nada se nos ha perdido.

—No, armas para daros no tengo ninguna. Solamente quería desearos mucha suerte...

Iba a empezar un discurso y nos pareció mejor marcharnos sin decir nada más, no fuese que a su guardia también se le ocurriese sublevarse. Después de todo, nada importante nos diría Companys.

El 19 de julio la sublevación llegaría a Barcelona, donde, para los militares sublevados -al mando de Llano de la Encomieda, siendo el general Goded el máximo responsable de toda la región- el golpe no se trataba más que de un sencillo paseo militar, como venía siendo habitual. Craso error. En muchos puntos del país, especialmente en las calles de Barcelona, la controvertida "gimnasia revolucionaria" anarcosindicalista practicada a lo largo de todo el gobierno republicano iba a dar sus frutos.

Cuando los militares empezaron la preparación de su golpe de Estado, en el Comité de Defensa confederal de Barcelona les llevábamos una ventaja de casi un año y medio en el estudio de los planes para contrarrestar la sublevación militar. El Comité de Defensa confederal existía desde los primeros días de la República. Los Cuadros de Defensa confederal también. Pero nuestro aparato combatiente se preparaba para luchas revolucionarias en las que nosotros tendríamos la iniciativa.

Nuestra preparación era superior a la simplona previsión de los militares que habían de sublevarse. Pensaban que todo sería como siempre: redoble de tambores, colocación en las paredes del bando declarando el estado de guerra y regreso a los cuarteles a dormir tranquilos. A lo sumo, como ocurrió con los escamots de Dencás y Badía en octubre de 1934, con algunos tiros, muchas corridas, y a casita. Porque, ¿quién iba a poder con el ejército?

En las horas previas al golpe en Barcelona, la ciudadanía, espectante y a la espera de que se anunciara el levantamiento, se mantenía pegada a la radio que iba informando sobre la situación del conflicto en los distintos puntos del país.

Las calles permanecían vacías y, a medida que avanzaba la noche, la militancia confederal fue levantando barricadas y tomando posiciones en cada esquina de la ciudad. El anarcosindicalismo se impuso desde las primeras horas.

A las barricadas. CNT-FAI.

La estrategia militar estaba clara: envolver la ciudad con las tropas y avanzar hacia la plaza de Cataluña por las arteiras principales de la ciudad: la Diagonal, la Gran Vía y el Paralelo.

Alrededor de las 4 de la madrugada del 19 de julio las tropas nacionales abrieron las puertas de los cuarteles. Las tropas se habían lanzado a la calle y acampado en las Plazas de España, Universidad y Cataluña, a la vez que ocupaban los principales edificios, como el Hotel Colón, el Ritz y la Telefónica y la sección del puerto desde Correos y Telégrafos hasta el Paralelo.

Se informó de lo acontecido y al poco tiempo las sirenas, llamando al combate, dieron la señal de alarma por toda la ciudad.

Por la calle Pedro IV, el Arco del Triunfo, la Ronda de San Pedro, Plaza Urquinaona, Vía Layetana, fusiles en alto, banderas rojinegras desplegadas y vivas a la revolución, llegamos al edificio del Comité regional de la CNT, en la calle Mercaders, frente al caserón de la Dirección general de Orden público, con sus guardias de Asalto aglomerados en la puerta y la acera.

Companys, refugiado desde las primeras horas del día en la Dirección general de Orden público, rodeado del capitán Escofet, del comandante Guarner, del capitán Guarner y del teniente coronel Herrando y no menos de un centenar de guardias de Asalto, no parecía muy animado a salir a la calle a pegar tiros. Como en octubre, se reservaba para la radio y para enterarse de cómo se hacían matar los demás y, en todo caso, también como en octubre, para rendirse.

Los miembros de los Comités de Defensa empezaron a llamarse y a ser conocidos como «los milicianos». Sin transición alguna, los cuadros de defensa se transformaron en Milicias Populares. La estructura primaria de los cuadros de defensa había previsto su ampliación y crecimiento mediante la incorporación de cuadros secundarios. Bastó con dar cabida en ellos a los millares de trabajadores voluntarios que se sumaron a la lucha contra el fascismo. Hombres y mujeres se lanzaron a las calles, pero seguían faltando las armas.

En la calle Fernando, no serían todavía las siete de la mañana del día 19 de julio, un grupo de obreros acababa de asaltar una armería, en la que solamente encontraron escopetas de caza. Joaquín Cortés, conocido militante confederal, bastante reformista y signatario del manifiesto de los Treinta, estaba ensayando un puñado de cartuchos de caza en su escopeta de dos cañones. Se rió al vernos y no pude evitar decirle que, si en vez de ser «treintista» fuese «faísta», en vez de una escopeta de caza tendría un fusil ametrallador. Nos reímos todos. Cortés se incorporó a nuestra pequeña columna, en dirección a la plaza del Teatro, donde habíamos decidido fijar nuestro puesto de mando.

Los militares, en derrota, se fueron replegando a los pisos del edificio en cuya parte baja funcionaba el music hall Moulin Rouge. Trepando por las escaleras de las casas de enfrente, al otro lado del Paralelo, desde las azoteas y desde dos ángulos de tiro, arrasamos los balcones del último piso, hasta que atado a la punta de un fusil apareció un trapo blanco en señal de rendición. Con toda cautela nos aproximamos, pegados a las paredes, hasta llegar al amplio portal de la casa. Allí estaban unos seis oficiales, en camisa, sucios de polvo, los puños cerrados a lo largo del cuerpo, mirando al suelo, ceñudos, firmes, casi pisando con las puntas de los pies. Seguramente esperaban ser fusilados en el acto.

—¿Qué hacemos con ellos? —preguntó Ascaso.

—Que Ortiz los lleve al sindicato de la Madera, a la calle del Rosal, y que los tengan presos hasta que termine la lucha.

Con el conflicto prácticamente resuelto en favor de la CNT-FAI, sin apenas dar crédito a sus ojos, el general Goded tuvo que rendirse pero, apesar de haber sido anunciada su reindición por la radio de la ciudad, algunas tropas sublevadas decidieron no entregarse.

A las once de la noche del mismo día, un grupo de militares sublevados resisitían encerrados tras las puertas del cuartel de San Andrés. Entre otras cosas, el cuartel albergaba treinta mil fusiles en su interior. Con la contienda ya decidida, a los combatientes anarcosindicalistas no les supuso mucho esfuerzo reducir a los militares y hacerse con el arsenal.

A partir de este momento podía considerarse que el poder en Barcelona había cambiado de manos. Ahora el control no lo tenía ni el gobierno de la Generalitat, ni la República española, lo tenía la CNT.

La Revolución Social Anarquista.

El mismo día 20 fue asaltado el último bastión, Atarazanas, ante cuyos muros murió Francisco Ascaso. Los anarcosindicalistas hicieron cuestión personal del asalto a la fortaleza y rechazaron toda ayuda extraña. Atarazanas cayó el mismo día.

En treinta y tres horas la clase trabajadora había sofocado el levantamiento fascista. La victoria fue ampliamente celebrada en la ciudad condal. Al mismo tiempo, el pueblo, que se había apoderado de las armas, se lanzó a la revolución social con el binomio CNT-FAI a la cabeza.

Grupos armados se desplazaron a toda la región y Tarragona, Gerona y Lérida siguieron la suerte de Barcelona. La CNT y la FAI quedaron dueñas absolutas de la vida de Cataluña.

El ciclo insurreccionalista experimentado en los años 1932 a 1934 cobró nuevo sentido ante los ojos del sector más crítico. La "gimnasia revolucionaria", con su cohorte de muertes y persecuiones adquirió una significación más profunda: en el fracaso sistemático, los cuadros anarcosindicalistas templaron sus armas y cuando llegó el momento favorable, su capacidad de reacción fue fulminante, y no menor su capacidad de iniciativa e improvisación.

Mientras tanto, el 19 de julio había dimitido el gobierno de Casares Quiroga. Hubo un gobierno relampago encabezado por Martínez Barrios, que trató inutilmente de parar el golpe, al cual le reemplazó Jose Giral. El gobierno republicano pasó a decretar el licenciamiento del ejército, pero por entonces ya se luchaba en todo España. La guerra civil había comenzado y el gobierno republicano era naufrago en el océano de los acontecimientos.

Los sectores populares acusaban al gobierno republicano de lenidad y lo consideraban responsable de los acontecimientos. No se le perdonaba haberse negado a armar al pueblo, así como las proclamaciones retóricas, siempre vacías de efectividad. Al mismo tiempo, las milicias de la Confederación se convirtieron en la vanguardia de todas las unidades armadas que se desplazaban en busca del enemigo fascista. Eran la organización armada del proletariado revolucionario y fueron imitados por el resto de organizaciones obreras, e incluso las de origen burgués. Ante la ausencia de un ejército proletario único surgieron tantas milicias como partidos y organizaciones existían.

A las cuarenta y ocho horas del alzamiento el país se hallaba dividido en dos zonas: en general, las provincias agrarias, Galicia, Castilla, León, Aragón, Navarra y Andalucia, quedaban en poder de los nacionales; mientras Cataluña, Levante, Asturias, Pais Vasco y Madrid bajo el dominio de la República.

En Madrid, las organizaciones obreras dominaron la situación desde los primeros instantes y consiguieron vencer también la amenaza representada por el cinturón que rodeaba la capital, Alcalá, Toledo y Guadalajara.

En el resto del país, a medida que en las provincias las guarniciones militares se incorporaban al alzamiento o eran derrotadas por los trabajadores armados, el estado se iba despedazando enfragmentos. Esta facultades del poder ejecutivo las recogió el pueblo en la calle, creando espontaneamente entidades de recambio. Como dijo un anónimo militante anarcosindicalista:

"Esos órganos de la revolución han traido como consecuencias, en todas las provincias de España dominadas por nosotros, la desaparición de los delegados gubernativos, porque éstos no tenían nada más que hacer que obedecer los acuerdos de los Comités ejecutivos. En otros órdenes, las dipiutaciones y los ayuntamientos han quedado convertidos en esqueletos a los cuales se les escapó la vida, porque toda la vida concerniente a esos organismos de administración del viejo régimen burgués fue sustituida por la vitalidad revolucionaria de los sindicatos obreros."

Volviendo a Barcelona, ya finalizada la contienda, Companys solicitó una entrevista con una delegación del comité regional de la CNT. Armados hasta los dientes, y aún cubiertos del polvo producto de la contienda en la calle, una delegación de la CNT-FAI compuesta por Durruti, García Oliver y Gregorio Jover, entre otros, se dirigió al Palacio de la Generalitat de Cataluña para entrevistarse con Companys, presidente de la Generalitat, antiguo abogado de la CNT y su posterior perseguidor.

En un salón contiguo al despacho, esperaban representantes de todos los grupos políticos de Cataluña el veredicto del anarcosindicalismo. Pero la delegación no podía llegar a un acuerdo sin consultar previamente a los sindicatos. Toda la militancia confederal de Barcelona y de la región esperaba impaciente la llegada de los delegados para que se les informara y así poder tomar una decisión.

Esto fue lo que les dijo Companys:

Ante todo, he de deciros que la CNT y la FAI no han sido nunca tratadas como se merecían por su verdadera importancia. Siempre habéis sido perseguidos duramente; y yo, con mucho dolor, pero forzado por las realidades políticas que antes estuve con vosotros, después me he visto obligado a enfrentarme y perseguiros. Hoy sois los dueños de la ciudad y de Cataluña, porque sólo vosotros habéis vencido a los militares fascistas, y espero que no os sabrá mal que en este momento os recuerde que no os ha faltado la ayuda de los pocos o muchos hombres leales de mi partido y de los guardias y mozos.

No puedo, pues, sabiendo cómo y quienes sois, emplear un lenguaje que no sea de gran sinceridad. Habéis vencido y todo está en vuestro poder; si no me necesitáis o no me queréis como Presidente de Cataluña, decídmelo ahora, que yo pasaré a ser un soldado más en la lucha contra el fascismo. Si, por el contrario, creéis en este puesto que sólo muerto hubiese dejado ante el fascismo triunfante, puedo, con los hombres de mi partido, mi nombre y mi prestigio, ser útil en esta lucha, que si bien termina hoy y mi prestigio en la ciudad, no sabemos cuándo y cómo terminará en el resto de España, podéis contar conmigo y con mi lealtad de hombre y de político que está convencido de que hoy muere todo un pasado de bochorno, y que desea sinceramente que Cataluña marche a la cabeza de los países más adelantados en materia social.

Tras la reunión, y a propuesta de Companys, el 21 de julio se constituyó un Comité Central de Milicias Antifascistas de Cataluña -integrado por todas las fuerzas del Frente Popular- de carácter provisional, a la espera de lo que la regional de la CNT acordara en su próximo comicio. Con vistas a tratar este asunto, el 23 de julio tuvo lugar un pleno regional de locales y comarcales en la nueva sede del comité regional CNT-FAI de Cataluña, que había pasado a ocupar la Casa Cambó.

En un amplio y profundo escenario estaban la mesa de presidir los debates y dos mesas para secretarios y periodistas de nuestra prensa; más dos largas hileras de sillas adosadas a las paredes laterales, en una de las cuales apareció un delegado del Comité nacional, que acababa de llegar, para informar al Pleno. En general, todos los compañeros asistentes, hasta el delegado del Comité nacional, tenían el fusil entre las piernas.

"El eco de los pasos". Juan García Oliver.

Por la trascendencia de los acuerdos que en éste comicio se debían tomar, este sería hasta ahora, posiblemente, el pleno más importante que haya a celebrado la Confederación Nacional del Trabajo.

El Comité Central de Milicias Antifascistas

Iniciado el pleno regional de locales y comarcales, se pasó consulta a la militancia respecto a la posibilidad de entrar a formar parte del recién constituido Comité Central de Milicias Antifascistas de Cataluña (lo contrario sería su disolución), que estaría integrado no solo por la CNT-FAI, sino también por todas las organizaciones que apoyaban al gobierno republicano.

La Comarcal del Bajo Llobregat, que entendía que con el Comité de Milicias taponaría la marcha de la revolución social, proponía marchar adelante con la revolución, para terminar implantando el comunismo libertario, consecuentes en ello con los acuerdos de la Organización y con sus principios y finalidades ideológicas.

García Oliver argumentó que la marcha revolucionaria estaba adquiriendo tal profundidad que obligaba a la CNT a tener muy en cuenta que por ser la pieza mayoritaria del complejo revolucionario, no podía dejar la revolución sin control y sin guía, porque ello crearía un gran vacío, que, al igual que en Rusia en 1917, sería aprovechado por los marxistas de todas las tendencias para hacerse con la dirección revolucionaria aplastando al anarquismo. Había llegado el momento de que, con toda responsabilidad, se terminara lo empezado el 18 de julio, desechando el Comité de Milicias y forzando los acontecimientos de manera que, por primera vez en la historia, los sindicatos anarcosindicalistas fueran a por el todo, esto es, a organizar la vida comunista libertaria en todo España.

Un amplio sector se opuso a lo expuesto por Oliver, entre los más destacados, Diego Abad de Santillán (quien dijo que las potencias extranjeras jamás consentirían la implantación de la anarquía en el país), Marianet y Federica Montseny. Esta última llegó a acusarle de querer instaurar una dictadura anarquista (absurda contradicción). Montseny ceía que, sin necesidad de forzar los acontecimientos, la vía revolucionaria estaba abierta y que el pueblo en armas haría el resto. Oliver tomó de nuevo la palabra:

"En momentos tan serios y decisivos, convendría elevar el contenido del debate, porque la revolución iniciada el 18 de julio era conducida o terminaría por ser traicionada. Y sería traicionada si en un Pleno llamado a trazar los destinos de nuestra Organización, mayoritaria en Cataluña y en gran parte de España, empequeñecemos el debate con argumentaciones de un sedicente anarquismo. No podemos marcharnos tranquilamente a nuestras casas después de que terminen las tareas del Pleno. No importa lo que el Pleno acuerde, ya no podremos dormir tranquilos en mucho tiempo, pues si nosotros, que somos mayoritarios, no le damos una dirección a la revolución, otros, que todavía hoy son minoritarios, con sus artes y mañas de corrupción y eliminación, sacarán del vacío en que habremos dejado a las masas, y pronto la alegría que llena de gozo a Federica será sustituida por la tristeza y el dolor que hubieron de vivir los anarquistas rusos, que así de ingenuamente se dejaron eliminar por los bolcheviques."

"De todos los tipos de dictadura conocidos, ninguna ha sido todavía ejercida por la acción conjunta de los sindicatos obreros. Y si estos sindicatos obreros son de orientación anarquista y sus militantes han sido formados en una moral anarquista como nosotros, presuponer que incurriríamos en las mismas acciones que los marxistas, por ejemplo, es tanto como afirmar que el anarquismo y el marxismo son fundamentalmente la misma ideología puesto que producen idénticos frutos. No admito tal simplicidad. Y afirmo que el sindicalismo, en España y en el mundo entero, está urgido de un acto de afirmación de sus valores constructivos ante la historia de la humanidad, porque sin esa demostración de capacidad de edificación de un socialismo libre, el porvenir seguiría siendo patrimonio de las formas políticas surgidas en la revolución francesa, con la pluralidad de partidos al empezar y con partido único al final."

"El miedo a la intervención extranjera no debería ser esgrimido en ese momento, porque aquí, según estoy viendo, estamos todos armados, y si de verdad hemos luchado todos en las calles los días 18, 19 y 20, hemos de tener presente que estamos hablando con permiso del enterrador, cosa que pura su desdicha ya no pueden hacer Ascaso ni Alcodori ni ninguno de los compañeros que dieron su vida esos tres días. Es decir, que no deberíamos olvidar que estamos hablando desde un enorme sepulcro, que eso ha sido la CNT desde que se constituyó, un enorme sepulcro, dentro del cual están, en terrible anonimato para la mayoría, todos los ilusos que creyeron que sus luchas eran las de la gran revolución social. Porque alguien debe hablar en nombre de ellos. Y creo que este deber me corresponde..."

Juan García Oliver, junto con la Comarcal del Bajo Llobregat, fueron los únicos que defendieron ir a por el todo. En su lugar, el pleno prefirió la colaboracióna con los demás sectores de izquierda (todos minoritarios), renuciando así a usufructuar el poder político en Cataluña. Por lo tanto, se acordó adherirse al comité de milicias -que ya había sido formado provisionalmente- y eligió como miembros a G. Oliver, Marcos Alcón (sustituto de Durruti), José Asens, Aurelio Fernández y Diego Abad de Santillán.

Al día siguiente, el 24 de julio, La Columna Durruti, formada por unos 2.500 milicianos, salió de Barcelona y se dirigió directamente hacia Zaragoza, con el objetivo de liberar la ciudad del yugo fascista y así extender la revolución social.

De cualquier manera, con el Comité Central de Milicias Antifascistas ya en marcha, Companys pasó a ser un mero espectador de la vida política de Cataluña. Y, aunque no se había aprobado ir a por el todo, el hecho es que la clase trabajadora catalana, impaciente, se lanzó a la colectivización de las tierras y de los medios de producción.

Los Comités Revolucionarios y las colectivizaciones agrarias

En Cataluña, con la desintegración del Estado, los trabajadores, los manuales en particular, que habían desempeñado un papel decisivo en la obtención de la victoria sobre los sublevados, fueron quienes obtuvieron la victoria política e iniciaron una amplia y profunda transformación revolucionaria de la sociedad catalana. Dicha transformación, basada en los planteamientos anarquistas y anarcosindicalistas de la CNT-FAI, al ser esta organización la que contaba con una influencia mayoritaria entre los trabajadores, trató, y en parte consiguió llevar a la práctica, los principios del socialismo libertario en una sociedad industrializada, dando lugar a una experiencia original, única en el mundo, alejada tanto del capitalismo como del socialismo de estado.

Entidad administrativa creada en septiembre de 1936 por el Comité Regional de la CNT de Aragón, vinculado federativamente al Consejo Nacional de Defensa.

Respecto a los cuadros de defensa confederales, hubo una doble transformación de éstos: la de las Milicias Populares, que definieron en los primeros días el frente de Aragón, instaurando la colectivización de las tierras en los pueblos aragoneses liberados; y la de lo Comités Revolucionarios, que en cada barrio de Barcelona, y en cada pueblo de Cataluña, impusieron un «nuevo orden revolucionario». Su origen común en los cuadros de defensa hizo que milicias confederales y Comités Revolucionarios estuviesen siempre muy unidos e interrelacionados.

En dos meses, el Comité Central de Milicias Antifascistas había organizado a 20.000 milicianos que se repartían en un frente de 300 kilómetros.

Los Comités de Defensa de cada barrio (o pueblo) se constituyeron en Comités Revolucionarios de barriada (o localidad), tomando una gran variedad de denominaciones. Esos Comités Revolucionarios de barrio, en la ciudad de Barcelona, eran casi exclusivamente cenetistas. Los Comités Revolucionarios locales, por el contrario, solían formarse mediante la incorporación de todas las organizaciones obreras y antifascistas, imitando la composición del Comité Central de Milicias Antifascistas.

Esos Comités Revolucionarios ejercieron, en cada barriada o localidad, sobre todo en las nueve semanas posteriores al 19 de Julio, estas funciones:

Incautaron edificios para instalar la sede del Comité, de un almacén de abastos, de un ateneo o de una escuela racionalista. Incautaron y sostuvieron hospitales y diarios.

Pesquisa armada en las casas particulares para detener «pacos», emboscados, curas, derechistas y quintacolumnistas. (Recordemos que el «paqueo» de los francotiradores, en la ciudad de Barcelona, duró toda una semana).

Instalaron en cada barrio centros de reclutamiento para las Milicias, que armaron, financiaron, abastecieron y pagaron (hasta finales de agosto) con sus propios medios, manteniendo hasta después de mayo del 37 una intensa y continuada relación de cada barriada con sus milicianos en el frente, acogiéndolos durante los permisos.

A la custodia de las armas, en la sede del Comité de Defensa, se sumaba siempre un local o almacén en el que se instalaba el comité de abastos de la barriada, que se abastecía con las requisas de alimentos realizados en las zonas rurales mediante la coacción armada, el intercambio, o la compra mediante vales.

Imposición y recaudación del impuesto revolucionario en cada barrio o localidad.

El comité de abastos instalaba un comedor popular, que inicialmente fue gratuito, pero que con el paso de los meses, ante la escasez y encarecimiento de los productos alimenticios, tuvo que implantar un sistema de bonos subvencionado por el Comité Revolucionario de barrio o localidad. En la sede del Comité de Defensa había siempre un habitáculo para la custodia de las armas y en ocasiones una pequeña prisión en la que instalar provisionalmente a los detenidos.

Los Comités Revolucionarios ejercían una importante tarea administrativa, muy variada, que iba desde la emisión de vales, bonos de comida, emisión de salvoconductos, pases, formación de cooperativas, celebración de bodas, abastecimiento y mantenimiento de hospitales, hasta la incautación de alimentos, muebles y edificios, financiación de escuelas racionalistas y ateneos gestionados por las Juventudes Libertarias, pagos a milicianos o sus familiares, etc.

La coordinación de los Comités Revolucionarios de barriada se hacía en las reuniones del Comité Regional, a donde acudían los secretarios de cada uno de los Comités de Defensa de barriada. Existía, además de forma permanente, el Comité de Defensa Confederal, instalado en la Casa CNT-FAI.

Catalunya contaba por aquel entonces con una población de 2.791.000 habitantes, de los que 1.005.000 vivían en la ciudad de Barcelona. El 54% de la población activa catalana trabajaba en la industria, porcentaje que en la provincia de Barcelona se elevaba al 68%.

En el campo catalán la pequeña propiedad agraria coexistía con la mediana y gran propiedad, que era explotada en régimen de aparcería. Los aparceros, que constituían la mayoría de la población campesina, habían mantenido ya desde antes de 1936 importantes luchas reivindicativas para mejorar las condiciones de sus contratos y aspiraban, por lo general, a convertirse en propietarios de las tierras que cultivaban.

En el sector agrario, el predominio sindical correspondía a la UR (Unió de Rabassaires), siendo la presencia de la CNT escasa. En este sector jugaron un destacado papel los sindicatos agrícolas –una especie de cooperativas– a los que obligatoriamente debían pertenecer todas las explotaciones. Estos sindicatos, controlados por la UR y con una considerable presencia de la UGT, constituyeron un importante freno para el desarrollo de las colectividades.

Todo ello llevó a que la colectivización del campo fuese relativamente limitada. Con todo, se crearon más de 400 colectividades agrarias constituidas, básicamente, con las fincas expropiadas a los grandes propietarios y a los elementos facciosos y con las aportaciones de los pequeños propietarios que se adhirieron a ellas.

La experiencia colectivista desarrollada en Catalunya contó con el firme apoyo de la inmensa mayoría de los trabajadores manuales, y así lo demuestra entre otras cosas, la defensa que realizaron de las conquistas colectivistas cuando se vieron amenazadas y el bajo nivel de absentismo laboral. Además, puso en evidencia la enorme capacidad creativa, organizativa y productiva de los trabajadores cuando las empresas se hallan en sus manos y son ellos quienes deciden.

Esta experiencia alcanzó, en términos generales, unos resultados claramente positivos en el aspecto económico –incluso numerosos empresarios lo reconocieron– y social.

La experiencia colectivista que se desarrolló en Catalunya entre julio de 1936 y enero de 1939, a pesar de que no pudo alcanzar plenamente sus objetivos debido a los condicionamientos y dificultades con que tuvo que enfrentarse, constituye una de las transformaciones más radicales del siglo XX. Transformación que afectó todos los aspectos de la vida política, económica, social y cultural, y aun cuando forma parte de la revolución española, posee unas características propias y específicas, en parte distintas de las de otras zonas de la España republicana.

La colectivización en la industria y los servicios

Sofocada la rebelión, al reanudarse la actividad productiva y habiendo los dueños abandonado sus empresas –en unos casos–, o no atreviéndose a imponer su autoridad al carecer de la fuerza coercitiva del Estado –en otros–, los trabajadores procedieron, inmediatamente y por propia iniciativa, a la puesta en marcha del proceso colectivizador, tomando directamente en sus manos el control y la dirección de la mayor parte de las empresas; cabe destacar que todo ello lo realizaron de forma espontánea.

El carácter espontáneo de la colectivización significa que ésta no se llevó a cabo siguiendo las consignas, instrucciones o directrices de algún órgano de dirección estatal o de algún partido o sindicato, sino a partir de la decisión de los propios trabajadores. Éstos, por medio de sus organizaciones de fábrica y ramo, pusieron en práctica las ideas y concepciones que tenían respecto a como debía organizarse y funcionar la sociedad en general y la actividad económica en particular; siendo dichas ideas, en gran parte, fruto de la formación y propaganda libertaria desarrolladas durante los decenios anteriores por medio de los ateneos, sindicatos, cooperativas, etc.

La colectivización de la empresa significaba que su propiedad pasaba de privada a pública y que eran sus propios trabajadores quienes la dirigían y gestionaban. Pero para los colectivistas ello no constituía más que el inicio de un proceso más amplio, el de la colectivización-socialización, el cual a partir de la colectivización de las empresas debía, y así sucedió parcialmente, ir avanzando en la coordinación de la actividad económica, por ramos y localidades y de abajo a arriba, hasta alcanzar la plena socialización de la riqueza.

Sin embargo, muy pronto se produjo la renuncia de los órganos dirigentes de la CNT-FAI a intentar que el proceso de colectivización-socialización pudiese culminar su desarrollo, alegando que en aquellas circunstancias ello hubiese representado imponer su dictadura. Esta renuncia dio lugar a enfrentamientos internos y al progresivo abandono de sus propios presupuestos y principios.

Dicho proceso, impulsado y apoyado por la gran mayoría de los trabajadores manuales de la industria y los servicios, se encontró con la oposición de una parte importante de diversos sectores sociales: la pequeña burguesía, los técnicos, los funcionarios y los trabajadores administrativos y comerciales, que en conjunto constituían una base social importante, cuantitativa y cualitativamente. Éstos, aun cuando mayoritariamente se posicionaron en contra de la sublevación militar, se oponían a la alternativa colectivista, bien porque defendían la propiedad privada de los medios de producción, bien porque defendían la propiedad estatal de los mismos. Esta oposición que fue canalizada y defendida por ERC, ACR, UR, PSUC y UGT, frente a la CNT, la FAI, las Juventudes Libertarias y el POUM que apoyaban las transformaciones colectivistas.

El proceso de transformación colectivista alcanzó una gran amplitud por lo que respecta al primer nivel –el de la colectivización de las empresas (entre un 70% y un 80% de las empresas)–, y llegó también a un segundo nivel –el de la constitución de agrupaciones–, en el que se detuvo al fracasar los intentos de avanzar hacia un tercer nivel –el de la socialización global de los grupos industriales–.

La agrupación consistía en la reunión o concentración de todas o parte de las empresas de un sector económico y un área territorial determinada –una localidad, una comarca, Catalunya– en una unidad económica de mayor volumen, en régimen de propiedad colectiva y dirigida y gestionada por sus trabajadores. En consecuencia, las empresas que pasaban a formar parte de una agrupación dejaban de existir como tales, pasando su activo y su pasivo, así como sus trabajadores, a la nueva unidad productiva.

La empresa de Sant Sadurní, colectivizada por sus trabajadores.

Las grandes empresas colectivizadas, como los Tranvías de Barcelona Colectivizados (transporte), la Hispano Suiza y la Rivière (metalurgia), CAMSA (petróleo), La España Industrial (textil), Cervecerías DAMM (bebidas), etc., y las agrupaciones como La Agrupación Colectiva de la Construcción de Barcelona, La Madera Socializada de Barcelona, La Agrupación de los Establecimientos de Barbería y Peluquería Colectivizados de Barcelona, Los Espectáculos Públicos de Barcelona Socializados, Los Servicios Eléctricos Unificados de Catalunya, La Industria de la Fundición Colectivizada, etc., constituyen las experiencias más importantes y significativas de la colectivización de la industria y los servicios, y al ser la agrupación la forma más compleja y elevada de organización, hace que su análisis sea fundamental para el conocimiento de esta experiencia y que del mismo se puedan extraer elementos importantes de la socialización global a que aspiraba la alternativa colectivista.

En lo que se refiere a las agrupaciones, éstas presentaban entre sí una serie de diferencias por las características del sector económico al que pertenecían o el ámbito territorial que abarcaban. A pesar de estas diferencias, existieron un conjunto de elementos comunes o similares, tanto en el aspecto organizativo –semejante al de las empresas colectivizadas, aunque más complejo– como en el económico y el social:

Organización y funcionamiento interno

La Asamblea General. Formada por todos los trabajadores –manuales, administrativos, comerciales, técnicos– de la agrupación, constituía el órgano máximo de decisión. En él se discutían y definían las líneas generales de actuación, se elegían y en su caso revocaban los miembros de los órganos de decisión cotidiana y se controlaba la actuación de dichos órganos.

El Consejo de Empresa. Era el órgano encargado de la dirección cotidiana técnico- económica. Sus miembros percibían exclusivamente el jornal correspondiente a su categoría profesional.

El Comité Sindical. Era el órgano encargado de la defensa cotidiana de los intereses inmediatos de los trabajadores –remuneración, condiciones de trabajo, jubilación, etc.

Además de estos tres órganos a nivel global de la agrupación, en cada uno de los otros niveles de la misma –centro de trabajo, localidad, etc. – existían también sus equivalentes, los cuales disponían de autonomía para resolver las cuestiones que afectaban exclusivamente a su ámbito.

Se concedió gran importancia a la intercomunicación vertical y horizontal en su seno y a que ésta fuese rápida y fluida.

En las agrupaciones legalizadas, había además el Interventor de la Generalitat, nombrado por el «conseller» de Economía a propuesta y de acuerdo con los trabajadores, que era el encargado de mantener la relación con los organismos superiores –el Consejo de Economía, el «conseller» de Economía, etc.

Reestructuración y racionalización de la actividad productiva

Concentraron la producción en unidades de mayor volumen, eliminando centros de trabajo.

Aumentaron la especialización de los centros de trabajo y la racionalidad de la producción global del sector.

Elaboraron estadísticas, cuentas de explotación, etc., con la finalidad de planificar la producción.

Mejoraron técnicamente y modernizaron el equipo productivo.

Centralizaron los servicios administrativos, contables y comerciales.

Suprimieron los intermediarios parasitarios, acercando la producción al consumidor.

Introdujeron cambios en los tipos de productos, debido a las necesidades de la guerra, las nuevas prioridades sociales y la importancia que dieron a los valores éticos y estéticos.

Desarrollaron una política de sustitución de importaciones, utilizando con éxito productos autóctonos y fabricando nuevos productos.

Promovieron la investigación ligada a la producción.

Actuación social

Mejoraron las condiciones de trabajo, higiene y salubridad en los centros de trabajo.

Disminuyeron las diferencias salariales, llegando incluso en algunos casos a su eliminación. Hubo también casos en que además existía un plus familiar, fijado en función del número de personas a cargo del trabajador.

Crearon servicios de asistencia –médica, clínica y farmacéutica– y de previsión social.

Enfermedad, accidente, parto, incapacidad laboral y jubilación–, gestionados y controlados por los propios trabajadores.

Actuaron contra el paro, aumentando los puestos de trabajo y cuando ello era insuficiente repartiendo trabajo y remuneración.

Realizaron importantes esfuerzos para aumentar el nivel de preparación de los trabajadores en la triple vertiente: física, intelectual y profesional.

Prestaron gran atención a los intereses de los consumidores: aumentaron la calidad de los productos y servicios, de la higiene y la sanidad –barberías, industria láctea,...–, facilitaron el acceso a los productos y servicios, etc.

La industria de guerra

En 1936, Catalunya carecía por completo de una industria dedicada a la fabricación de armamento, por lo que para poder disponer de material bélico se procedió a transformar la industria civil –en especial la metalúrgica y la química– en industria de guerra, lo que se realizó en un breve espacio de tiempo.

Esta transformación la iniciaron los propios trabajadores inmediatamente después del 19 de julio, designando, ya el 21 de julio, a Eugenio Vallejo, del sindicato Metalúrgico, para coordinar la organización de dichas industrias.

El 7 de agosto la Generalitat creó la Comisión de la Industria de Guerra, encargada del control y coordinación de estas industrias, que fue aceptada por la CNT tras obtener una serie de garantías. En la práctica la colaboración que se estableció entre los consejos de empresa y la Comisión, fue muy satisfactoria. La Comisión, además de coordinar las empresas transformadas en industrias de guerra, también creó alguna nueva empresa y estableció relaciones con las otras que elaboraban productos auxiliares para la guerra del sector textil, de la óptica, de la madera, etc.

Maquinaria de guerra colectivizada.

En octubre de 1937 la industria de guerra contaba con más de 400 fábricas y unos 85.000 trabajadores, fabricándose una diversa y elevada cantidad de productos: cartuchos, pistolas, piezas de recambio para fusiles y ametralladoras, distintos tipos de explosivos, bombas de mano y de aviación, vehículos blindados, motores de aviación, etc.

Sin embargo, el Gobierno de la República observó siempre con recelo y boicoteó la creación de una industria de guerra en Catalunya, al no hallarse ésta bajo su control. Un control que no consiguió hasta el 11 de agosto de 1938, en que decretó su militarización. A ella se opusieron tanto la Generalitat como los trabajadores de estas industrias, lo que provocó un importante descenso de su producción.

Contra la militarización

Dada la relativa estabilización de la situación y la necesidad de reforzar el papel de un gobierno de la Generalitat que había ido recuperando su influencia, el 1 de octubre de 1936 se autodisolvió el Comité Central de Milicias Antifascistas, en beneficio exclusivo del pleno restablecimiento del poder de la Generalitat. Los decretos firmados el 24 de octubre sobre militarización de las Milicias a partir del 1 de noviembre, completaban el desastroso balance del Comité Central de Milicias Antifascistas. Se pasó de unas milicias obreras de voluntarios revolucionarios a un ejército burgués de corte clásico, sometido al código de justicia militar monárquico, dirigido por la Generalitat.

Ese decreto de militarización de las Milicias Populares produjo un gran descontento entre los milicianos voluntarios. Tras largas y enconadas discusiones, parte de los milicianos abdonaron los frentes, como fue el caso de los varios centenares de milicianos de la Columna Durruti establecidos en el sector de Gelsa (Zaragoza) quienes decidieron abandonar el frente en marzo de 1937 y regresar a la retaguardia. Se pactó que el relevo de los milicianos opuestos a la militarización se efectuaría en el transcurso de quince días. Abandonaron el frente, llevándose las armas.

Ya en Barcelona, junto con otros anarquistas (defensores de la continuidad y profundización de la revolución de julio, y opuestos al colaboracionismo confederal con el gobierno), los milicianos de Gelsa decidieron constituir una organización anarquista, distinta de la FAI, la CNT o las Juventudes Libertarias, que tuviera como misión encauzar el movimiento ácrata por la vía revolucionaria. Así pues, la nueva Agrupación se constituyó formalmente en marzo de 1937, tras un largo período de gestación de varios meses iniciado en octubre de 1936. La Junta directiva fue la que decidió tomar el nombre de «Agrupación de Los Amigos de Durruti», nombre que por una parte aludía al origen común de los exmilicianos de la Columna Durruti, y que como bien decía Balius, no se tomó por referencia alguna al pensamiento de Durruti, sino a su mitificación popular.

Esta oposición revolucionaria a la militarización de las Milicias Populares se manifestó también, con mayor o menor suerte, en todas las columnas confederales. Destacó, por su importancia fuera de Cataluña, el caso de Maroto, condenado a muerte por su negativa a militarizar la columna que dirigía, pena que no llegó a ejecutarse pero que le mantuvo en la cárcel. Otro caso destacado fue el de la Columna de Hierro, que decidió en diversas ocasiones «bajar a Valencia» para impulsar la revolución y enfrentarse a los elementos contrarrevolucionarios de la retaguardia.

En febrero de 1937 se celebró una asamblea de columnas confederales que trató la cuestión de la militarización. Las amenazas de no suministrar armas, alimentos, ni soldada, a las columnas que no aceptaran la militarización, sumada al convencimiento de que los milicianos serían integrados en otras unidades, ya militarizadas, surtieron efecto. A muchos les parecía mejor aceptar la militarización y adaptarla flexiblemente a la propia columna. Finalmente, la ideología de unidad antifascista y la colaboración de la CNT-FAI en las tareas gubernamentales, en defensa del Estado republicano, triunfaron contra la resistencia a la militarización.

Nuevo error que el anarquismo español pagaría muy caro.

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