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miércoles, 6 de enero de 2010

Hace 50 años que el guerrillero antifranquista Quico Sabaté murió abatido a tiros


Mucho ha llovido desde la muerte de Francesc Sabaté, Quico. Ayer, el día en que se cumplió medio siglo de su último suspiro en la pequeña calle de Santa Tecla de Sant Celoni, también llovía. Pero ni los años ni el incesante chirimiri han hecho caer en el olvido la historia de este guerrillero antifranquista que durante una de las etapas más negras de la dictadura se convirtió en la peor pesadilla del régimen. Varias asociaciones se encargaron de que su tumba amaneciera ayer arropada con rosas. Ajeno a toda celebración, a Abel Rocha, exsecretario local de Falange, tampoco le pasó por alto la efeméride. A sus 88 años aún puede contar que él fue el subcabo del somatén (fuerza paramilitar que dependía del Gobierno Civil barcelonés) que abatió a Sabaté a apenas 100 metros de su casa.
Lucha contra el régimen
Nacido en 1915 en L’Hospitalet de Llobregat, Quico, anarquista y militante de la CNT, juró no rendirse jamás ante Franco. Tras la segunda guerra mundial, Sabaté y sus colegas continuaron su lucha exiliados en Francia. Robaban bancos para financiar, por ejemplo, la propaganda antifranquista que repartían en sus incursiones en Barcelona. Sabaté, cuyos dos hermanos también murieron a manos del régimen, mató a seis hombres vinculados a la dictadura.
En diciembre de 1959, Quico Sabaté emprendió junto a su partida de maquis la que fue su última operación. Salieron de Francia y la Guardia Civil les acorraló el 4 de enero de 1960 en la masía Mas Clarà, situada entre Girona y Banyoles. En el tiroteo murieron todos los hombres de Sabaté, excepto él, que huyó herido por impactos de bala en el muslo, la nalga y el cuello. Logró llegar hasta Fornells de la Selva y subió a un tren con la intención de llegar hasta Barcelona. El maquinista le descubrió y finalmente bajó a la altura de Sant Celoni. Salió corriendo en busca del doctor Barri, pero en su camino se topó con Rocha, que había sido informado de la fuga del guerrillero, y quien con bastante fortuna conseguiría aniquilarle la vida y acabar con el enemigo nº 1 del régimen. Su "hazaña" le proporcionó grandes condecoraciones, como no podía ser de otra forma...
A Salvador Roa, de 77 años, se le saltaban las lágrimas al ver ayer, por primera vez, la tumba de Quico Sabaté. Roa conoció a los tres hermanos Sabaté cuando estuvo en el exilio en la base de Osseja, en la Cerdanya, y los ayudó proporcionándoles alimentos y tabaco en los momentos de aislamiento o captura.
"Eran personas fabulosas y sabían cuál sería su final. Son hombres irrepetibles que lucharon por la libertad", afirma este vecino de Viladecans.
Una de las hijas del guerrillero, Alba Sabaté, también acudió desde Toulouse al acto de conmemoración de los 50 años de la muerte de su padre en el cementerio de Sant Celoni, aunque prefirió no hacer declaraciones. "Queremos recuperar la figura de Quico Sabaté y la de los combatientes antifascistas anarquistas y situarla en el lugar de la memoria histórica que se merecen", afirmó Joan Barquero, portavoz de la Comissió 50 anys Quico Sabaté, que organizará actos durante todo el año.
"Dignificar la tumba" del anarquista, que fue enterrado fuera del cementerio porque el obispado de Barcelona no autorizó su sepultura, es otro de los compromisos que adquirieron la sesentena de personas que ayer, empuñando paraguas, rindieron homenaje al último guerrillero anarquista muerto en un enfrentamiento.

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