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viernes, 11 de julio de 2008

El ultimo anarquista de la columna Durruti


El último anarquista español sobreviviente de la columna de Durruti Tras un vuelo interminable desde La Paz y días de espera por la intensa lluvia, el avión aterrizó en una pista de tierra, en plena bolivia. No teníamos idea si el último anarquista estaba vivo Alfonso Daniels en BBC (Kaos. Memoria histórica)
Antonio García Barón
Es el único sobreviviente de la columna anarquista de Durruti, que mantuvo a raya a las fuerzas franquistas durante la Guerra Civil Española (1936-1939).
Antonio García Barón vive en una casa baja, de ladrillo, cerca de una hilera de cabañas, en la selva boliviana. A sus 87 años de edad tiene que usar sombrero y gafas de sol.
Más tarde, nos cuenta que necesita protegerse los ojos dañados hace nueve años cuando bebió una taza de café que tenía veneno.
Afirma que fue uno más de los cien atentados contra su vida, que comenzaron en París, en 1945, adonde se trasladó después de pasar cinco años en el campo de concentración nazi de Mauthausen.
Los atentados continuaron en Bolivia, su hogar desde principios de la década de los años cincuenta.
Apátrida
Barón se muestra muy interesado en compartir sus puntos de vista sobre la historia española del siglo XX con una audiencia mayor.
"La prensa española oculta el hecho de que la Iglesia Católica fue responsable de la muerte de dos millones de republicanos durante la Guerra Civil, no de un millón, como se afirma", dijo Barón, antes de prorrumpir en otra de sus anécdotas.
"Le dije a Himmler (el jefe de las SS nazis) cuando visitó la cantera de Mauthausen, el 27 de abril de 1941, que los nazis y la Iglesia Católica hacían una gran pareja.
"Él respondió que era cierto, pero que -después de la guerra- les vería marchar con el Papa a la cabeza hacia allá, señalando el crematorio".
En una pared de la casa de Barón, hay una fotografía suya tomada en el campo de concentración. Junto a ella, un triángulo azul con el número 3422 y la letra "S" dentro, para marcar a los prisioneros considerados apátridas.
"España me quitó la nacionalidad cuando me internaron en Mauthausen. Querían que los nazis nos exterminaran en silencio. El gobierno español ofreció devolverme la nacionalidad, pero tengo que pedirlo y no me da la gana. ¿Por qué voy a pedir algo que me robaron a mí y a 150.000 compañeros?", dice indignado.
Barón llegó a Bolivia aconsejado por su amigo, el escritor anarquista francés Gastón Leval.
"Le pregunté por una zona poco poblada, sin adelantos como agua, luz y electricidad, donde aún se viva como hace un siglo atrás, porque donde hay civilización hay muchos curas".
En ese tiempo, unas 400 personas vivían en el lugar, en su mayoría indios guaraníes, y también un sacerdote alemán.
Fue un hueso duro de roer. Antes de que llegáramos ya se había enterado de nuestro viaje y dijo a la gente que éramos criminales. Los nativos huían de nosotros haciendo el signo de la cruz. Luego, al conversar con ellos, se dieron cuenta de que éramos buenas personas. Al cura le salió el tiro por la culata",.
Años más tarde, convencido de que el sacerdote lo seguía espiando, Barón decidió marcharse y crear un miniestado anarquista en medio de la selva, a unos 60 kilómetros de Buenaventura o a unas tres horas en bote por el río Quiquibey.
Con él iba su esposa boliviana, Irma, quien ahora tiene 71 años.
Comenzaron a criar pollos, patos y cerdos y a cultivar maíz y arroz, los que llevaban, dos veces al año, al pueblo para intercambiarlos por otros productos. Siempre rechazaban el dinero.
Dunkerque
La vida era dura y, hace algunos años, Barón perdió la mano derecha mientras andaba a la caza de un jaguar que rondaba su cabaña.
La pareja estuvo sola durante los primeros cinco años, hasta que empezaron a tener hijos. Más tarde, un grupo de unos treinta indios nómadas pasó por el lugar y decidió quedarse, a vivir de la caza y de la pesca, por supuesto, sin utilizar dinero.
"Fueron años de libertad en todos los sentidos, nadie nos pidió permisos ni decían 'esto no lo toques'. Eramos independientes, no molestábamos ni nos molestaban. Podías caminar 200 kilómetros y no habrías encontrado un alma", recuerda Barón, mientras su mujer sonríe, sentada en una silla, al fondo de la sala.
Recientemente, tuvieron que trasladarse al pueblo por motivos de salud y, también, para estar cerca de sus hijos.
Viven con una hija de 47 años, mientras que sus otros tres hijos, Violeta, de 52 años; Iris, de 31, y Marco Antonio, de 27, trabajan en España.
Ahora, comparten los modestos cuartos construidos alrededor de un patio interno, con tres doctores cubanos que forman parte de un contingente enviado a dispensar cuidados médicos en Bolivia.
Las horas van pasando y ya es la hora de tomar el avión de regreso a La Paz, antes de que la lluvia torrencial vuelva a dejar el área aislada.
Es el momento que elige Barón para comenzar a hablar en detalle sobre Mauthausen y la guerra, como si quisiera cumplir una promesa hecha a sus camaradas caídos.
Cómo los nazis despeñaban prisioneros, cómo algunos de ellos se aferraban a la malla metálica para evitar una muerte inminente, y cómo los judíos eran el blanco del trato más despiadado, y no vivían mucho tiempo.
La memoria lo lleva de vuelta a Dunkerque, donde llegó en 1940, antes de ser aprehendido y enviado a Mauthausen.
"Llegué por la mañana pero la flota inglesa ya estaba a unos seis kilómetros de la costa. Pregunté a un joven inglés si volverían".
"Veo que come con una cuchara en la mano y dispara su cañón antiaéreo con la otra y así todo el tiempo", dice, riendo a carcajadas.
"'Comé si quieres', le dije. '¿Sabes usarla?"', me preguntó al ver que yo era muy joven -tenía sólo 17 años- y que no llevaba uniforme militar".
"'Déjela en mis manos', le dije. Tomé la ametralladora y derribé dos aviones y me miró asombrado. '¿Dónde has aprendido?' me preguntó. Al final me regaló la cuchara con la que comía y la tuve hasta regresar de Mathausen".
"Nunca olvidaré la entereza con que combatían los británicos varados en la playa".

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