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lunes, 18 de febrero de 2019

LA HIJA DE BAKUNIN


Marussia Bakunin: historia de la emancipación de una mujer con apellido embarazoso
Una intensa existencia la de María, llamada cariñosamente Marussia, tercera hija de Mijaíl Bakunin, reconocida por sus contemporáneos por sus altas cualidades científicas y morales. Tras su muerte, acaecida en 1960, su nombre permanecerá en la sombra y será olvidado, sobre todo a causa de la fuerte presencia de figuras masculinas –colegas e intelectuales–, comprendido su amadísimo sobrino Renato Caccioppoli, gran genio de las matemáticas.
 Nacida en Siberia en 1873, tras la muerte de su padre en Berna se traslada a Nápoles con la familia, acogida por el abogado socialista Carlo Gambuzzi, amigo íntimo de Bakunin que proveerá todas las necesidades de la familia, casándose a continuación con la viuda de Bakunin. El mismo Malatesta le había definido como uno de los primeros socialistas italianos.
 Y es en la Nápoles hambrienta y en constante ebullición de los años precedentes a la Primera Guerra Mundial donde crecen “los tres niños Bakunin”: Carlo, Sofía y Marussia.
 La casa de Gambuzzi era un cenáculo cultural y político.
 Entre los ideales de libertad, de estímulos individuales, la generosidad y el afecto del abogado, Marussia y sus hermanos pudieron ir a las mejores escuelas de la ciudad.
 María se licencia jovencísima en Química pura con un trabajo sobre la isometría geométrica, concepto incomprensible para muchos de nosotros, pero que para ella era como el pan cotidiano.
 Implicada constantemente en el laboratorio de química entre teoría y experimentación de campo, obtendrá la cátedra de Química orgánica y el título de profesora emérita.
 Se casará con su profesor, Agostino Oglialoro, director del Instituto; no tendrán hijos.
 Una foto emblemática de 1896 la inmortaliza con una amplia falda larga, mantilla y sombrero en medio de un numeroso grupo de licenciados; es la única mujer.
 Ciertamente Marussia llevaba un apellido embarazoso y si bien parece que nunca se definió anarquista, indiscutiblemente tenía un carácter fuerte y generoso y un gran sentido de la justicia, cualidades humanas y coraje a raudales que manifestó siempre coherentemente. Algunas anécdotas de su vida abonan tales presupuestos.
 Paseando en calesa por via Toledo de Nápoles tuvo que domar al caballo embravecido. En otra ocasión salvó a la hermana caída en un pozo descolgándose con una cuerda y agarrándola por el pelo.
 Durante el fascismo se negó a tener un hijo, presentándose a los exámenes de química vestida de militar, a pesar del decreto de las autoridades que ordenaba tener hijos a todos los militares. Definió el episodio como una bufonada, una patética puesta en escena, y se salvó sólo gracias a la providencial intervención de su marido.
 Se cuenta que cuando los alemanes quemaron las bibliotecas universitarias, María se sentó cerca de las llamas con los brazos cruzados. El comandante alemán, sorprendido por el gesto, dio la orden de retirarse y los daños fueron limitados. Por este gesto, Benedetto Croce quiso en 1944 que presidiera la Academia Pontiana, una asociación cultural de antigua creación que había sido suprimida por el gobierno fascista.
 En mayo de 1938, su sobrino Renato, con ocasión de la visita a Nápoles de Hitler, contrató a una orquestina para que tocara La Marsellesa. Gracias a su intervención, Marussia convenció a las enfurecidas autoridades, que lo querían encarcelar, sobre la incapacidad del sobrino de entender y querer, y le mandaron a un manicomio una temporada.
 Efectivamente, María es recordada sobre todo como la tía de Renato Caccioppoli, hijo de su hermana Sofía, cuya actividad antifascista se manifestó incluso con actos sarcásticos con los que tomaba el pelo al régimen. Durante el fascismo, después de la prohibición a los hombres de pasear perros de talla pequeña (para salvaguardar su virilidad), Caccioppoli acostumbraba pasear, por las calles de Nápoles, como forma de contestación, con un gallo con collar y correa.
 En 1914 el ministro Nitti la encargó ir a estudiar las escuelas profesionales de Bélgica y Suiza, consideradas en la época como la vanguardia en métodos de enseñanza. Marussia constató con amargura la existencia de enseñanza distinta para los varones y las mujeres. Para resolver el problema de la escolarización italiana afirmó con determinación que tocaba a los ricos, mediante tasas, el honor de pagar la educación de los pobres.
“Ni votos ni mil plegarias” es una famosa afirmación suya.
 No hay que recordar más que su casa de via Mezzocannone, con sus innumerables gatos que, durante muchísimos años, hasta el final, fue lugar de encuentro y acogida de los exponentes del mundo cultural, de los perseguidos y de los refugiados.
 En Nápoles, de su memoria queda una placa en la puerta de la Facultad de Química y un paseo en la periferia.
Saltamontes
 

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