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viernes, 17 de noviembre de 2017

81 AÑOS DE LA MUERTE DE BUENAVENTURA DURRUTI


81 AÑOS DE LA MUERTE DE BUENAVENTURA DURRUTI
El 14 de julio de 1896 nacía en León Buenaventura Durruti, segundo de los ocho hijos de Santiago Durruti y Anastasia Domínguez. De los ocho hermanos —Santiago, Buenaventura, Vicente, Plateo, Benedicto, Pedro, Manuel y Rosa— sólo tres sobrevivieron al finalizar la guerra. En 1932, durante una huelga, moría en León uno de los hermanos de Durruti, junto a un anarquista llamado José María Pérez. Otro murió durante los sucesos de Asturias de 1934. En 1936, comenzada la guerra, Manuel Durruti se afiliaba a Falange Española, en León, y poco después moría fusilado por los mismos falangistas al haberse negado a probar su lealtad hacia la organización. Pedro, antiguo afiliado a Falange, fue fusilado en zona republicana.
BUENAVENTURA Durruti asistió, durante su infancia, a la escuela leonesa de Ricardo Fanjul. Parece ser que no pasó, como estudiante, de la mediocridad. Poco más tarde, y a pesar de cierta oposición por parte de su familia, abandonaba la escuela y aprendía el oficio de mecánico. Su maestro en esta tarea fue Melchor Martínez, que tenía en León una gran reputación como revolucionario. (Llamaba la atención por leer «El Socialista» en público). De hecho, fue el primer mentor ideológico que Durruti tuvo. «Voy a hacer de tu hijo un buen mecánico, pero también un buen socialista», decía Melchor Martínez al padre de Durruti. 
En 1912 Durruti, influenciado por su padre de ideas socialistas y por M. Martínez, se afiliaba a la «Unión de Metalúrgicos»; sin embargo, pronto comprendió que el socialismo moderado de la UGT. Unión General de Trabajadores no era lo que más le atraía. Una vez abandonado el trabajo en el taller de Melchor Martínez, Durruti trabajó como montador de lavaderos de carbón. Iba a ser Mata-llana, a 30 Km. de León, el escenario de la primera dificultad que Durruti tendría con las autoridades. Se encontraba allí con motivo de la instalación de uno de estos lavaderos y no tardó en verse involucrado en un conflicto provocado por los mineros, que exigían la destitución de uno de los ingenieros cuya actitud era claramente contraria a sus intereses. Los mineros, con el apoyo de Durruti y los demás mecánicos, consiguieron que el ingeniero fuera despedido; sin embargo, al llegar Durruti a León se encontró con la noticia, nada agradable, de que la Guardia Civil se había interesado por él.
Poco después, 1914, su padre le consigue un nuevo trabajo en la Compañía de Ferrocarriles del Norte, como mecánico ajustador, empresa en la que el padre de Durruti trabajó hasta caer enfermo. Allí se encontraba Durruti cuando, en 1917, estalló la gran huelga revolucionaria, promovida por la UGT y secundada por la CNT Confederación Nacional del Trabajo—. Buenaventura desplegó durante la huelga una gran actividad, contribuyendo a la quema de locomotoras y al levantamiento del tendido de las vías, lo que significó su expulsión de la UGT y, obviamente, el despido de la compañía. Con su amigo «El Toto» se dirigió en primer lugar hacia Gijón, donde contactó con la CNT, y, posteriormente huyó a Francia, ya que además de ser buscado por saboteador, también lo era  por desertor.
El 1 de enero de 1919 Durruti cruzó la frontera, clandestinamente, y se dirigió a Asturias, donde debería realizar una misión encomendada por la CNT. Una vez cumplida la misión, parece ser que estuvo en La Robla, a 25 Km. de León, implicado en un grave conflicto laboral, dirigiéndose poco después a Valladolid, donde permaneció unos tres meses. Más tarde, y cuando se encaminaba hacia Galicia, con el fin de participar en diversas acciones, fue detenido por la Guardia Civil y enviado a La Coruña. Allí le identificaron como desertor y le trasladaron a San Sebastián, siendo sometido a Consejo de Guerra y encarcelado. Sin embargo, permaneció muy poco tiempo en la cárcel, ya que, con la ayuda de varios compañeros, logró evadirse y huyó a Francia (julio de 1919) después de haber pasado algún tiempo escondido en los montes. 
En 1920 regresó a España, por San Sebastián, y se dirigió a Barcelona. Antes de emprender la marcha hacia la ciudad catalana, rechazó un trabajo en una fábrica de Rentería, que Manuel Buenacasa y otros compañeros le habían buscado, así como un puesto en el Comité de Metalúrgicos de la CNT en el país vasco: «En mi opinión los cargos importan poco decía Durruti. Lo importante para mí es la base, a fin de poder obligar a los de arriba, desde ella, a que respeten sus compromisos, impidiéndoles así, en la medida de lo posible, que se burocraticen». A su paso por Euskadi, Durruti conoció a otros anarquistas significados: Suberviola, Del Campo, Albaldetrechu y Ruiz, con los que creó el grupo llamado «Los Justicieros», cuyo terreno de acción era, simultáneamente, Aragón y Guipúzcoa. Durruti y el resto de «Los Justicieros» decidieron actuar rápidamente, y su primer objetivo era Alfonso XIII. El monarca español debía de asistir a la inauguración del Gran Kursaal de San Sebastián. La pretensión de los anarquistas era acabar con la vida del rey valiéndose de explosivos, pero sus intenciones se vieron frustradas ante el masivo despliegue policial que se llevó a cabo en el País Vasco para lograr la captura de Durruti, Suberviola y Del Campo, que habían sido denunciados.
En febrero de 1921, Durruti se encontraba en Andalucía en cumplimiento de una nueva misión, cuyo fin era ampliar las bases del anarquismo en esta región. El 9 de marzo, en compañía de Juliana López que era el otro emisario en tierras andaluzas, regresó a Madrid y fue apresado por la Policía. Ese día todo individuó sospechoso era detenido en la capital. El día anterior, Eduardo Dato había sido muerto a balazos por tres desconocidos. No obstante, Durruti, haciendo uso de una falsa personalidad, logró engañar a la Policía y salió libre, continuando su viaje de vuelta a Barcelona.
El grupo de «Los Justicieros», que más tarde cambió su nombre por el de «Crisol», siguió en su línea de utilización de la violencia como respuesta a la violencia desatada por la patronal. A finales de 1922, se constituía el grupo «Los Solidarios», cuyo fin primordial era la lucha contra las bandas armadas que subvencionaban los empresarios. Los choques entre estos grupos llegaron a adquirir un carácter de verdadera guerra civil. «Los Solidarios» contaban con varios colaboradores y gente de confianza cuya ayuda era solicitada según la naturaleza del asunto que les ocupara. Los principales componentes del grupo eran: Buenaventura Durruti, Francisco Ascaso, Juan García Oliver, Eusebio Brau, Aurelio Fernández, Miguel García Vivancos, Alfonso Miguel, Ricardo Sanz, Gregorio Suberviola, Rafael Torres Escartín, Juliana López, Ramona Berni y Antonio «El Toto».
Uno de los primeros condenados a muerte, por el grupo, fue el cardenal-arzobispo de Zaragoza, Juan Soldevilla y Romero (n. 1843). Sobre la ejecución de Soldevilla, es muy interesante el fragmento de la novela de Pío Baroja «El Cabo de las Tormentas».

«El cardenal-arzobispo de Zaragoza era un reaccionario de influencia. La ejercía no sólo en su sede sino en Barcelona y recomendaba a las autoridades de allí medidas fuertes y duras contra los obreros y los agitadores. Los anarquistas sabían que el arzobispo conferenciaba en Reus con los jefes de la Patronal de Barcelona y daba consejos para atacar a la organización sindicalista obrera. La banda marchó a Zaragoza; se entendieron los directores con una vieja anarquista catalana que vivía allí hacía algún tiempo, la ciudadana Teresa, y entre todos prepararon una emboscada y mataron al arzobispo una tarde que iba a una posesión suya llamada «El Terminillo». El arzobispo fue muerto en el auto cuando entraba en su finca, donde había establecido una escuela dirigida por monjas. Los anarquistas le hicieron veinte disparos. El arzobispo cayó muerto y quedaron heridos sus familiares y el chofer.» (1).
El 1 de septiembre se llevaba a cabo una nueva y espectacular acción de «Los Solidarios»: el Banco de España de Gijón era objeto de un atraco a mano armada, llevándose los asaltantes un botín de unas 675.000 pesetas. La ejecución del asalto no fue fácil. Durruti, después de mantener un violento tiroteo con la Guardia Civil, logró huir subiendo al tejado de una casa y abandonando la ciudad al amparo de la noche. «La banda de Durruti» comenzaba a ocupar los titulares de la Prensa burguesa. Días más tarde el mismo Durruti, ayudado por varios compañeros, conseguía liberar a Francisco Ascaso, que se encontraba en prisión.
Amigos, Durruti y Ascaso, deciden emprender la marcha hacia Francia. Una vez en París, toman contacto con otros anarquistas allí establecidos, y juntos dan origen a la «Editorial Anarquista Internacional». La creación de esta editorial tenía como fin propagar por todo el mundo las obras ideológicas y de lucha del movimiento libertario. En París tuvieron conocimiento de la muerte de varios de sus compañeros — Del Campo abatido a balazos por la Policía en Barcelona y de la detención de otros  Suberviola y Aurelio Fernández. 
A finales del año 1924, Durruti y Ascaso embarcaban con rumbo a Latinoamérica. Fue Cuba el punto inicial de su periplo por estas tierras y allí encontraron trabajo como cortadores de caña. Pronto comenzaron su labor en favor de los trabajadores de aquel país, y el punto álgido de sus acciones fue la ejecución de un empresario que mantenía a sus obreros en un lastimoso estado de esclavitud medieval. La activa búsqueda de los dos anarquistas por la Policía les convenció de la necesidad de abandonar la isla, y se dirigieron a México. Allí se encontraron con Jover y Vivancos, y juntos continuaron su peregrinar por Uruguay, Chile, Perú y Argentina bajo la denominación de «Los Errantes».
Waldo Bayer, autor de un libro sobre el anarquista Severino Giovani  fusilado en Argentina el 1 de febrero de 1932, narra alguna de las actividades de Durruti y sus compañeros a su paso por el continente americano:
«Si bien ya ha habido antecedentes en nuestro país, de esta clase de anarquismo expropiador, su verdadero auge se debe a la acción emprendida por los anarquistas españoles Francisco Ascaso y Buenaventura Durruti; dos figuras verdaderamente legendarias que, necesitados de seis millones de pesetas exigidas por un juez español para liberar a ciento veintiséis de sus compañeros, inician una serie de asaltos a casas bancarias que comienza en España, con el Banco de Cataluña, sigue en México y luego por los países del Pacífico, asientan sus bases en Chile, donde obtuvieron un buen botín, llegan a la Argentina, donde asaltan el Banco de San Martín, cruzan el Río de la Plata, llegan a Montevideo donde realizan otros asaltos con éxito y luego regresan a Europa en un increíble periplo de coraje a toda prueba y desenfado. Esa gente sabía resolver las situaciones más difíciles con absoluta tranquilidad y sangre fría» (2).
Durruti, Ascaso y Jover, buscados por casi todas las policías de Sudamérica, decidieron regresar a Europa. Para ello embarcaron en un trasatlántico que se dirigía a Inglaterra. Sin embargo, al tener que efectuar el barco una parada de emergencia en Canarias, los tres amigos se creyeron descubiertos y a punto de ser entregados a las autoridades españolas. Afortunadamente para ellos, no había motivo de alarma y, unas semanas después, el barco reemprendió su marcha hasta Inglaterra. Cruzaron el Canal de la Mancha y, poco antes del primero de mayo, se encontraban en París. Allí, Durruti trabajó durante algún tiempo en el sector metalúrgico y conoció a otros anarquistas de gran prestigio: Sebastián Faure, Louis Lecoin, Voline, Pedro Archinof y Néstor Mackno, su alma gemela.
El 14 de julio de 1924 era el día señalado para que Alfonso XIII, acompañado del dictador Primo de Rivera, llegara a París, invitado por el Gobierno francés con motivo de la Fiesta nacional. Enterados de la visita, «Los Solidarios» dedicaron mes y medio a preparar un plan para acabar con la vida del monarca español. Para ello se pertrecharon de gran cantidad de munición, tres fusiles y un automóvil. El atentado se llevaría a cabo en la estación anterior a París, donde el tren en el que viajaba la comitiva real efectuaría una breve parada. El vagón que ocupaban el rey y sus acompañantes sería ametrallado y huirían en el automóvil. Sin embargo, la Policía francesa fue puesta en antecedentes y el plan de los anarquistas quedó frustrado. El 25 de junio, en un modesto hotel parisiense de la calle Legéndre, Durruti, Ascaso y Jover eran detenidos y posteriormente encarcelados. El 2 de julio aparecía la noticia de su detención en la Prensa. Las demandas de extradición por parte de diversos Gobiernos, entre ellos, el de España, no se hicieron esperar. El porvenir de los libertarios españoles se enturbiaba.
Faure y Lecoin promovieron una gran campaña en favor de los detenidos para que no fuesen entregados a ninguno de los Gobiernos peticionarios de la extradición. Los anarquistas españoles fueron juzgados  la defensa corrió a cargo de Lecoin y definitivamente indultados en julio de 1927. No obstante, no se les permitía la residencia en territorio francés. La misma Policía francesa les introdujo clandestinamente en Bélgica. Poco después, era la Policía belga quien utilizaba el mismo método con respecto a Francia. Nuevamente descubiertos en este país, Bélgica les admitió, si bien para permanecer allí tuvieron que adoptar una personalidad falsa previo acuerdo con la Policía belga! A propósito de está extraña situación, Ascaso comentaba: «Es lo más curioso que me ha ocurrido nunca. La legalidad sirviéndose de la ilegalidad». Durante este período -1927, exactamente era creada, en Valencia, la FAI —Federación Anarquista Ibérica—, cuyo primer secretario fue el portugués Germinal da Sousa. Su finalidad era activar el movimiento libertario y acercar la CNT hacia el ideal puramente anarquista, en oposición al colaboracionismo y moderación que pregonaban algunos de sus miembros, Pestaña, Peiró, Juan López, etc., lo que posteriormente originó una división entre ambas tendencias. Para pertenecer a la FAI era condición indispensable ser afiliado a la CNT. No nos vamos a ocupar aquí de la estructura y funcionamiento de la FAI, pero sí diremos que con su creación el anarquismo de acción iba a adquirir una nueva dimensión.
El 14 de abril de 1931 era proclamada la Segunda República Española. El 15 regresaba a España Buenaventura Durruti. Este hombre, junto con Ascaso, Oliver, Federica Montseny, Jover y demás partidarios del anarquismo práctico, iban a ser quienes dominarían la nueva organización anarquista.
El 1. ° de mayo la FAI lanzó su primer aviso serio a la República. En el Palacio de Bellas Artes de Barcelona se celebró un gran mitin, en el que se elaboró una lista de reivindicaciones obreras: disolución de la Guardia Civil, expropiación de las pertenencias a órdenes religiosas, desaparición de los monopolios, reparto de los cotos de caza... (3). Allí, Durruti se dirigió al auditorio: «Si fuéramos republicanos, afirmaríamos que el Gobierno provisional se va a mostrar incapaz de asegurarnos el triunfo de aquello que el pueblo le ha proporcionado. Pero como somos auténticos trabajadores, decimos que, siguiendo por ese camino, es muy posible que el país se encuentre cualquier día de estos al borde de la guerra civil. La República apenas sí nos interesa; la aceptamos como punto de partida de un proceso de democratización social...». Una vez finalizado el mitin, se organizó una gran manifestación en cuya cabeza marchaban los inevitables Durruti, Ascaso y Oliver. La Guardia Civil, puesta sobre aviso, hizo frente a la pacífica manifestación. Los resultados del enfrentamiento fueron: dos muertos y varios heridos por los guardias, y un muerto y quince heridos por parte de los cenetistas y un pelotón de soldados de infantería que, mandados por el capitán Miranda, se prestó a defender a los trabajadores del ataque de que habían sido objeto.
La intranquilidad de la clase obrera se hace palpable en todas partes. Los conflictos y las huelgas se suceden por todo el país: Sabadell, Lérida, Gijón, etc. En Madrid, Sevilla y Málaga, los conventos comienzan a arder. Mientras todo esto sucedía, Emilianne Morin, la compañera de Durruti, daba a luz a la hija de ambos: Colette. Casi al mismo tiempo, moría en León el padre de Durruti. Con tal motivo, éste se dirigió a su ciudad natal para asistir al entierro que fue, a la vez que el adiós definitivo a un hombre honrado, un gran homenaje a la presencia de un gran revolucionario. Durruti fue invitado por los sindicatos de la CNT leonesa a un mitin que se celebraría unos días después. Aceptó la invitación el anarquista leonés y, como consecuencia, las autoridades intentaron detenerle. Sin embargo, la amenaza de Durruti les hizo desistir de su propósito: «Detenedme y quizá mañana León y toda y su provincia se vean envueltas en una gran huelga general».
El día señalado para la celebración del mitin, la plaza de toros se encontraba repleta de trabajadores. La reunión estaba presidida por Tejerina, secretario local de la CNT. Allí, Durruti se dirigió a sus paisanos y les habló durante largo tiempo sobre el momento prerrevolucionario que se estaba viviendo en España. Efectivamente, Durruti no se equivocaba. El 18 de enero de 1932 se iba a reducir un gran acontecimiento en la historia del movimiento libertario. El escenario fue la cuenca minera del Alto Llobregat. Ese día se proclamaba allí el comunismo libertario. Figols fue el primer pueblo en lanzarse a la aventura revolucionaria. Tras Figols, Manresa, Berga y varios pueblos más. Inmediatamente, el Gobierno hizo uso de la Ley de Defensa de la República. La rápida intervención del Ejército y la posterior represión fueron las medidas tomadas. Los responsables serían detenidos, pero la represión no sólo se localizó en esta comarca sino que se extendió por toda España. «Durruti dijo a los mineros que la democracia burguesa había fracasado; que era necesario realizar la revolución; que la emancipación total de la clase trabajadora solamente podía conseguirse mediante la expropiación de la riqueza que detentaba la burguesía y suprimiendo el Estado. Aconsejó a los mineros de Figols que se preparasen para la lucha final, y les enseñó la manera de fabricar bombas con botes de hojalata y dinamita» (4).
En la mañana del día 21, Durruti y los hermanos Ascaso eran detenidos. Al amanecer del 10 de febrero, un destartalado y viejo trasatlántico salía del puerto de Barcelona llevando a bordo 125 detenidos como consecuencia de los sucesos del Alto Llobregat. Su destino era Guinea. Sin embargo, el Gobernador de Villa-Cisneros se negó a admitir en su jurisdicción a Buenaventura Durruti, al que consideraba asesino de su padre, Fernando González Regueral, ex-gobernador de Bilbao, cuya ejecución había tenido lugar varios años antes en León. Durruti no había tenido nada que ver en la ejecución material del acto, ya que los autores de este atentado fueron Suberviola y «El Toto». El hecho, en definitiva, fue que Durruti y algunos compañeros detenidos fueron trasladados a Fuerteventura (5).
Una vez que Ascaso y Durruti recobraron la libertad —fueron los últimos en abandonar el destierro junto con Cano Ruiz—, sus esfuerzos se encaminaron hacia la preparación de la sublevación que tendría lugar en enero del 33. Durruti, Ascaso y García Oliver eran los encargados de coordinar el alzamiento en Barcelona. El fracaso de esta sublevación es conocido; sin embargo, los anarquistas lucharon a fondo en diversos puntos del país. En Andalucía, la represión llevada a cabo fue de dimensiones trágicas. Suficientemente conocido es el episodio protagonizado por el mismísimo Azaña: « ¡Ni heridos, ni prisioneros! ¡Tirar al vientre! ».
Poco después, Durruti hacía un análisis sobre el fracaso de la insurrección: «Es cierto que las condiciones no estaban maduras. Si hubiera sido así no estarían muchos de nosotros en prisión. Pero también es cierto que estamos atravesando un período prerrevolucionario y que no podemos permitir a la burguesía que domine la situación haciéndose fuerte en el poder del Estado. Es bajo esta perspectiva como debe interpretarse la tentativa revolucionaria del 8 de enero, puesto que jamás ha pasado por nuestra cabeza la idea de que el éxito de la Revolución consiste en la toma del poder por una minoría que después impondrá su dictadura al pueblo. Nuestra conciencia revolucionaria es opuesta a esta táctica. Nosotros queremos una revolución por y para el pueblo. Fuera de esta concepción no hay revolución posible.  Por todo ello, lo que nadie podrá discutirnos es que nuestra intentona no haya cumplido con el objetivo de constituirse en un ataque pensado y dirigido contra el mismo corazón del sistema capitalista y estatal, herido de muerte tras el levantamiento de los mineros del Alto Llobregat».
En abril, Durruti y Ascaso eran detenidos, después de haber asistido a una reunión, cuando se dirigían a sus casas. El jefe de la Policía de Barcelona, Miguel Badía, y el consejero de Orden Público, el fascista José Dencás, hicieron declaraciones en el sentido de que, con la detención de Ascaso y Durruti, «la FAI había quedado completamente desarticulada». Los dos amigos estuvieron en la cárcel de Barcelona hasta julio, en que fueron trasladados al penal de Santa María (Cádiz). Ascaso permaneció allí hasta octubre y Durruti fue liberado unos días antes, después de haber sido juzgado como «vagabundo», una de tantas fórmulas jurídicas que los Gobiernos idean como justificación de sus arbitrarias detenciones. « ¡Aplicarme a mí la ley de vagabundos! ¡A mí, que me he pasado la vida trabajando! —decía Durruti encolerizado—. Acepto que se me acuse de disparar contra la fuerza pública, o de tratar de transformar esta sociedad que desapruebo y execro, pero... ¡acusarme de vagabundo!... ¡No hay ningún juez que tenga el derecho de juzgar al obrero Durruti como a un vagabundo! ¡Decídselo así a vuestros superiores!».
En noviembre del 33 las derechas ganan las elecciones, pasando a gobernar Lerroux y sus radicales que serían posteriormente apoyados por el reaccionario Gil-Robles y su organización de Derechas Autónomas. Una de las primeras medidas del nuevo Gobierno fue declarar el Estado de Emergencia por temor a que los trabajadores se levantaran contra el derechismo gubernamental. En efecto, el 8 de diciembre, varios puntos de la península se encontraban en huelga general: Barcelona, Valencia, Granada, Córdoba, Badajoz, Huesca... En las demás capitales reinaba una gran confusión. Aragón era el principal centro de la insurrección. En Barbastro, Calanda, Alcampiel, Valderrobles, Alcoriza y otros pueblos hubo numerosos enfrentamientos con las fuerzas gubernamentales. En casi todos ellos se llegó a proclamar el comunismo libertario. Como consecuencia de la represión llevada a cabo, hubo más de ochenta muertos y las cárceles se vieron de nuevo repletas. Allí fueron a parar Durruti, Cipriano Mera e Isaac Puente, componentes del Comité Nacional Revolucionario cuya misión era coordinar el alzamiento.
La mayoría de los detenidos fueron, sin embargo, liberados muy pronto merced a la imaginación de Durruti, que arguyó un audaz plan que sus compañeros no detenidos se encargaron de llevar a la práctica. «La Voz de Aragón» daba así la noticia: «Ayer tuvo lugar un suceso de una audacia increíble. Un grupo de siete individuos, armados con pistolas, penetraron en las dependencias del Tribunal de Urgencia de Zaragoza, donde se instruye la causa por los recientes acontecimientos revolucionarios: los asaltantes sorprendieron a los jueces y sus secretarios cuando se encontraban más atareados, obligándoles a permanecer inmóviles, tras lo cual se apoderaron de la totalidad del sumario concerniente al movimiento de diciembre último. Después de esto, los siete hombres desaparecieron a toda prisa» (6).
Los nuevos interrogatorios sólo pudieron probar la «culpabilidad» de los responsables más significados, entre ellos los tres componentes del Comité Revolucionario. Durruti, Mera y Puente fueron conducidos al penal de Burgos, donde permanecieron hasta recobrar la libertad en el mes de mayo.
Por lo que a la política del gobierno se refiere, parece que la crisis estaba cerca. Los reaccionarios se estaban aproximando de un modo alarmante a las esferas del poder. «La Solidaridad» así lo hacía notar: «Nuestra consigna suprema es: «Frente a todo intento fascista; frente a no importa qué tipo de dictadura; frente a toda revolución política, la revolución social de los trabajadores ibéricos. Frente a toda transmisión de poderes, la consigna revolucionaria de los trabajadores: destrucción del Estado, negándoles la obediencia que lo sostiene. Ocupación de las fábricas, de los talleres, de todos los lugares de trabajo. Socialización de las tierras, incautación de los municipios por las fuerzas populares. Proclamación de la comuna libre». ¡Obreros! ; Trabajadores todos de España, militéis donde sea, os adjetivéis comunistas, socialistas, sindicalistas o anarquistas!... ¡Por la Revolución, por la Libertad, por la Justicia, por la Anarquía!...» (7).
Mientras, en Barcelona continúa la huelga de tranvías. En Madrid, el ramo de la construcción acuerda el paro. En Tarragona, Valls, Manresa, etcétera, las huelgas se intensifican. En Zaragoza, abril comienza con el preludio de una gran huelga general que habría de durar treinta y seis días. Hubo despidos, detenciones...; sin embargo, los trabajadores no desanimaron. Fue en Zaragoza donde se iba a manifestar de un modo grandioso esa solidaridad que los militantes libertarios pregonaban. Una gran caravana de camiones fue organizada para recoger a los hijos de los huelguistas y llevarlos a las casas de las familias obreras que, por toda España —principalmente Cataluña—, se habían ofrecido para acoger a los niños zaragozanos mientras la huelga durase. Allí, en el centro vital de la operación, se encontraba una vez más Buenaventura Durruti, a cuyo esfuerzo se debió en gran parte que un puñado de hombres, los desheredados, dieran una de las más grandes e impresionantes demostraciones de solidaridad humana.
El «bienio negro», 1934-1936, siguió transcurriendo entre huelgas, detenciones arbitrarias, tiroteos, asesinatos de obreros... Triste balance provocado por la ascensión al poder de la CEDA (Confederación Española de Derechas Autónomas), comandada por aquél al que la gran mayoría del país veía como el más fidedigno representante del advenimiento del fascismo: Gil-Robles. No andaban, en absoluto, desencaminados quienes así pensaban. La revolución asturiana del 34 y su posterior represión es un ejemplo fiel, a la vez que estremecedor, de lo que los Gobiernos pueden hacer con unos hombres indefensos y desesperados que se habían lanzado a la lucha, sin importarles lo más mínimo lo único que todavía les quedaba por perder: la vida. Eran el ministro de la Guerra, Diego Hidalgo, y el general Franco quienes dirigían, desde Madrid, las operaciones militares que aplastaron el movimiento insurreccional asturiano. Por estas fechas, 5 de octubre, Durruti es encarcelado de nuevo. Mientras el proceso de desintegración del régimen del «bienio negro» se acelera hasta alcanzar su punto culminante el 9 de diciembre de 1935. Lerroux se ve obligado a abandonar el cargo y es sustituido por Portela Valladares, nombrado por el presidente Alcalá Zamora. De esta forma quedaron frustradas las esperanzas de Gil-Robles, que soñaba con el poder absoluto. Portela disolvió el Parlamento y se fijaron elecciones para el 16 de febrero. Durante los dos primeros meses de 1936, se suceden los mítines organizados por la CNT v la FAI en contra del fascismo y abogando por la unidad revolucionaria. Ante la proximidad de las elecciones, los libertarios más prestigiosos ya no pregonaban el absentismo dando total libertad a la afiliación, ya que de no ser así, se corría el riesgo de que las derechas volvieran a ganar en los comicios y eso era un riesgo demasiado peligroso. Fue por esta decisión y por el apoyo de los Anarquistas lo que permitió ganar las elecciones.
Triunfante en las elecciones el Frente Popular, las reformas se van haciendo necesarias. Así lo hace ver Durruti el 4 de marzo, en el transcurso de un mitin celebrado en el Price de Barcelona. Aludiendo a la restauración de la Generalidad y de Companys, Durruti decía: «No venimos aquí a celebrar festejos por la llegada de unos señores. Venimos a decir a los hombres de izquierda que fuimos nosotros los que determinarnos su triunfo, y que somos nosotros los que mantenemos los conflictos que deben ser solucionados inmediatamente. Nuestra generosidad determinará la reconquista del 14 de abril» (8).
En mayo, del 1 al 12, se celebraba en Zaragoza el IV Congreso de la CNT, que se auguraba como de gran importancia. El primer hecho que sorprendió fue el elevado número de asistentes: 649 delegados en representación de 982 sindicatos y 550.595 afiliados. (Por aquellas fechas, el contingente de trabajadores encuadrados en la CNT se aproximaba al millón y medio.) En este Congreso se convocó a los sindicatos disidentes los treintistas que se mostraron dispuestos a su reintegración en el seno de Confederación. El triunfo de la FAI era inapelable. Durante las sesiones del Congreso, se pasó revista a los problemas más acuciantes de la clase trabajadora y se teorizó sobre su solución inmediata: paro forzoso, disminución de horas en la jornada laboral sin que el sueldo disminuyera, reforma agraria, oposición al lock-out patronal, retiro, etc. También se trató la situación político-militar del país, se clarificaron los conceptos sobre el comunismo libertario y se planteó la cuestión de la alianza revolucionaria. 
El día de la clausura se celebró en la plaza de toros de Zaragoza un espectacular mitin, al que acudieron varios miles de trabajadores procedentes de toda España. La ciudad estaba prácticamente «tomada» por los anarco-sindicalistas. El éxito del Congreso al que Durruti asistió como representante del Sindicato Único Fabril y Textil de Barcelona  quizá fuera una de las causas primordiales que aceleró, si no contribuyó de manera decisiva, los sucesos venideros. El 18 de julio de 1936 se iniciaba la sublevación militar. Muchos de los más prestigiosos hombres de izquierda fueron casi sorprendidos. Las dudas y la falta de decisión de las primeras horas constituyeron una de las razones fundamentales de la derrota republicana. No era éste el caso de CNT-FAI. Los militantes barceloneses ya trataban, días antes, de conseguir armas con el fin de impedir que los militares de Barcelona se alzaran. La negativa de Companys a armar al pueblo exasperó los ánimos de los anarquistas. Ellos fueron los primeros en lanzarse a la calle con el propósito de frenar la intentona militar. A las pocas horas de producirse el intento militar, se luchaba tenazmente en los centros neurálgicos de la ciudad. Al frente de las fuerzas populares se encontraban Durruti, Ascaso, Jover, García Oliver, Aurelio Fernández y otros significados anarcosindicalistas de la región. De momento, parecía que la sublevación había sido controlada. El mismo general Goded, jefe de los sublevados en aquella zona, era detenido. Durruti parecía mostrarse satisfecho de los resultados conseguidos. Sin embargo, el lunes día 20, el anarquista leonés sufría un duro golpe: frente al cuartel de Atarazanas  lugar donde los anarquistas encontraron la más dura resistencia moría de un balazo en plena frente Francisco Ascaso. El suceso encorajinó de tal modo a Durruti que él mismo se dirigió al lugar donde se libraba la batalla y se lanzó contra las puertas del cuartel. Sus compañeros, animados por el ejemplo, no tardaron en imitarle y poco después la bandera blanca ondeaba en el reducto de los militares. Los anarquistas habían acabado con el movimiento faccioso de Barcelona en cuestión de treinta y dos horas.
El 21 de julio se constituía un Comité Central de Milicias Antifascistas, que quedó estructurado del siguiente modo: tres representantes de la UGT, José del Barrio, Salvador González y Antonio López; tres de la Esquerra, Juan Pons, Jaime Miravitlles y Artemio Ayguadé; uno de Acción Catalana, Tomás Fábregas; uno de la Unión de Rabassaires, José Torrents Rosell; uno del POUM, José Rovira; uno del PSOE, José Miret; dos de la FAI, Aurelio Fernández y Diego Abad de Santillán; y tres de la CNT, Juan García Oliver, José Arens y Buenaventura Durruti. Una vez formado el Comité, publicó un bando cuya finalidad abarcaba un doble objetivo: reclutar hombres y crear las suficientes medidas de seguridad en la retaguardia. El texto del bando pecaba en cierto modo de dirigismo, por lo que no satisfizo en absoluto a Durruti. En algún momento se llegó a temer un enfrentamiento entre él y el Comité. Pero no llegó a producirse, ya que Durruti consiguió formar su columna de milicianos muy pronto con el fin de dirigirse a Zaragoza, cuya conquista era vital para el posterior desarrollo de la contienda, y así poder llevar a cabo su propia lucha revolucionaria, fuera de los cauces de la política al uso. El 24 de julio, la legendaria «Columna Durruti» salía de Barcelona con destino a Aragón. El comandante Pérez-Farrás formaba parte de la columna como delegado y técnico militar. Durruti y Pérez-Farrás no llegaron casi nunca a estar de acuerdo en las decisiones que había que tomar, concebían un ejército  donde la autoridad y la disciplina férrea estuvieran ausentes. Parece ser que Farrás se volvió más tarde a Barcelona, sustituyéndole como técnico militar el sargento Manzana, quien se iba a convertir en un eficacísimo colaborador de Durruti. Manzana era un hombre allegado a la ideología cenetista, y, por tanto, totalmente antimilitarista. Momentos antes de partir hacia el frente, el periodista canadiense Von Passen mantuvo una entrevista con Durruti, que fue publicada en el «Toronto Star» y que por su interés creo oportuno transcribir:
DURRUTI. El pueblo español quiere la Revolución y está en trances de hacerla, a lo cual se oponen los fascistas. Este es el planteamiento general. En tales condiciones, no hay más que dos caminos: la victoria de los trabajadores, es decir, la libertad, o el triunfo de los facciosos, que significa la tiranía. Ambos contendientes saben muy bien lo que les espera si son vencidos. Por esta razón yo creo que la lucha será dura. Para nosotros se trata de destruir la reacción fascista de tal forma que no levante ya nunca más la cabeza en España. De hecho estamos dispuestos a acabar con el fascismo de una vez por todas, incluso a pesar del gobierno republicano. 
VON PASSEN. ¿Por qué a pesar del gobierno republicano? ¿Es que acaso el gobierno republicano no lucha también contra la rebelión fascista?
Durruti. No hay gobierno en el mundo que luche contra el fascismo para destruirlo. Cuando la burguesía ve que el poder se les escapa de las manos, recurre al fascismo para mantener sus privilegios. Es lo que ha ocurrido en España. Si el gobierno republicano hubiera deseado de verdad poner fuera de combate a los fascistas, hace ya tiempo que lo habría podido hacer. En lugar de combatirlos a fondo, no ha hecho más que buscar compromisos y acuerdos. Incluso en este momento, hay miembros del gobierno que hablan de adoptar medidas más bien moderadas contra los fascistas.
Von Passen. P.Largo Caballero e Indalecio Prieto han afirmado que la misión del Frente Popular era la de salvar la República y restaurar el orden burgués, mientras que tú, Durruti, me dices que el pueblo quiere llevar la Revolución mucho más lejos. ¿Cómo interpretar esta contradicción? 
Durruti. El antagonismo es evidente. Esos señores, como demócratas burgueses que son, no pueden tener otras ideas que las que profesan. Pero el pueblo, la clase obrera, no se engaña. Los trabajadores saben lo que quieren. Nosotros luchamos no por el pueblo, sino con el pueblo, es decir, por la Revolución. Somos conscientes de que en esta lucha estamos solos y que no podemos contar más que con nosotros mismos. Desde un principio sabemos ya cuál será la actitud de Rusia. Para la Unión Soviética, después de haber hecho su revolución pequeño burguesa, lo que cuenta es su tranquilidad. Por esta tranquilidad, Stalin ha sacrificado a luti trabajadores alemanes, cosa que ya hizo anteriormente con los chinos. Por eso nosotros queremos hacer nuestra propia razón por lo que creemos que hoy mejor que para mañana: si es posible antes de que estalle la próxima guerra europea. De este modo nuestra actitud servirá de ejemplo a los obreros italianos y alemanes, los cuales podrán apreciar cómo se lucha contra el fascismo. Es por esta razón por la que creemos que nadie nos ayudará. Hitler y Mussolini, lo mismo que los demócratas ingleses y franceses, temen el contagio revolucionario, que es lo que, en otro sentido, le ocurre también a Stalin.
Von Passen. ¿Entonces tú, Durruti, no crees que Francia e Inglaterra puedan ayudaros, una vez que se concrete el apoyo de Hitler y Mussolini a vuestros enemigos?
Durruti. No hay gobierno alguno que desee ayudar a una revolución proletaria. Sin embargo, es posible que las rivalidades que existen entre los distintos imperialismos puedan influir en nuestra lucha. Franco, por ejemplo, es indudable que hará lo que pueda para poner a Alemania contra nosotros. Pero esto, al fin de cuentas, no es lo más importante, como ya he dicho antes, no esperamos ayuda de nadie, ni siquiera de nuestro gobierno» (9).
La toma de Caspe fue el primer enfrentamiento serio que la «Columna Durruti» hubo de librar. Una vez conquistada la plaza, los milicianos abrieron su radio de acción y todos los pueblos inmediatos fueron conquistados: Peñalba, Osera, Monegrillo, Fortlete, Bujaraloz, Candasnos, Valfarta, Pina del Ebro, ...
Durruti estableció el puesto de mando cerca de Bujaraloz. Allí recibía a periodistas y amigos, Faure y Simone Weill entre estos últimos, y preparaba los planes de la guerra y de la revolución. Durruti, al igual que el ucraniano Mack no, pensaba que la guerra y la revolución social eran dos cosas poco menos que inseparables. Las colectividades agrícolas comenzaban a funcionar apenas la columna realizaba una conquista. La colectivización aragonesa llegó a abarcar más del 70 por 100 de la población de aquella región. El número de colectividades era de 450 y la adhesión a este tipo de explotación comunal de la tierra era totalmente voluntaria.
Fue así como, unidos los intereses de los campesinos, se formaba en una asamblea, y por decisión de la mayoría el Consejo de Aragón, que vio la luz en Bujaraloz y era el encargado de coordinar el proceso colectivizador. El Consejo, promovido por Durruti, se llegó a formar a pesar de la oposición de algunos compañeros del leonés, como Antonio Ortiz y Gregorio Jover, y de la tenaz resistencia opuesta por los comunistas. Durante el desarrollo de la lucha en Aragón, los grandes propietarios huían despavoridos ante el demoledor avance de la «Columna Durruti», que aplastaba todo foco de resistencia que encontrara a su paso. Respecto a las ruinas que ocasionaban los ataques de los milicianos anarquistas, decía Durruti al corresponsal del «Montreal Star»: «Hemos vivido siempre en míseros barrios, y si destruimos, también somos capaces de construir. Fuimos nosotros quienes construimos en España, en América y en todas partes, palacios y ciudades. Nosotros los trabajadores podemos construir ciudades mejores todavía; no nos asustan las ruinas. Vamos a convertirnos en los herederos de la tierra. La burguesía puede hacer saltar por los aires y arruinar su mundo antes de abandonar el escenario .de la Historia. Pero nosotros llevamos un mundo nuevo en nuestros corazones» (10).
Por otra parte, la escasez de armas era la principal obsesión de Durruti. Esta escasez, según testimonio a Gerorge Orwell, era terrible. El mismo Orwell se extrañaba de que no se produjeran deserciones en masa: «No había nada que les stljetara en el frente, salvo la lealtad de clase (11).
Para tratar de solucionar este problema, Durruti se trasladó a Madrid, con el fin de entrevistarse con Largo Caballero, que ocupaba la Presidencia y el ministerio de la Guerra. Largo tampoco proporcionó armas a Durruti. Pidió a éste que regresara al frente de Aragón y prometió enviarle dinero para la adquisición de armamento. Durruti regresó a Aragón, pero el dinero no llegó nunca. El boicot incomprensible desde cualquier punto de vista propugnado por los estamentos gubernamentales contra Durruti y los anarquistas, era manifiesto. Pierre Besnard, secretario general de la AIT (Asociación Internacional de Trabajadores), realizó una visita a la España republicana en 1936. Su objetivo era internacionalizar el conflicto, de modo que Inglaterra y Francia intervinieran en favor de los republicanos. No se vio favorecido por el éxito. En su informe sobre su visita decía: «...La revolución española está retrocediendo, pero no tiene la culpa el pueblo, que lucha con entusiasmo incomparable, sino sus dirigentes, que van a remolque de los acontecimientos, demostrando que han perdido la iniciativa revolucionaria y que están dispuestos a aceptar las situaciones más humillantes, como la que tuve que soportar yo mismo frente a Largo Caballero  Si el anarquismo comete la estupidez de colaborar con Largo Caballero, aunque sólo sea apoyándole, la Revolución estará irremediablemente perdida. El único medio que existe para salir de este círculo infernal es la prueba de la fuerza. Pero yo me pregunto si los dirigentes de la CNT son los mismos hombres que se lanzaron a la calle el 19 de julio... 
Diríase que solamente hay uno que escape a esta regla: Durruti, un revolucionario nato y original, que en muchos aspectos recuerda a Néstor Mackno. Al igual que el guerrillero ucraniano, Durruti tampoco se separa del pueblo, contrariamente a lo que hacen otros dirigentes. Por lo demás, Durruti es superior a Mackno en algunos puntos, sobre todo en lo que se refiere al dominio que el español ejerce sobre sí mismo» (12).
El hecho claro es que Durruti se encontraba prácticamente solo. Incluso muchos de sus camaradas más antiguos, como García Oliver, se habían dejado arrastrar hacia la politización. Otros, como Abad de Santillán, se movían en una especie de ambivalencia, que resultaba totalmente desconcertante. En octubre del 36, Madrid se encontraba en peligro. Largo Caballero se dirigió a todas las organizaciones para tratar de aunar esfuerzos. Se formó, como primera medida, un nuevo Gobierno y cuatro representantes de la CNT entraron a formar parte de él: Juan López, Juan Peiró, Federica Montseny y Juan García Oliver. Inmediatamente después de formado el Gobierno, sus componentes se trasladaron a Valencia, y en Madrid quedaba constituida una Junta de Defensa presidida por el general Miaja. Se pidió la colaboración de los anarquistas para la defensa de Madrid. Horacio M. Prieto, secretario general de la CNT, se dirigió rápidamente a Aragón. El motivo del viaje no era otro sino entrevistarse con Durruti. Su colaboración en la defensa de Madrid era considerada vital. « ¡No hay nada que hablar! ¡Yo no pienso moverme de Aragón!», fue la respuesta de Durruti. Prieto arguyó razones de tipo disciplinario y de responsabilidad. Durruti le contestó: « ¡Yo no conozco otra disciplina que la Revolución. En cuanto a los demás, aprendeos esto de una vez: ¡Yo me cago en vuestras responsabilidades de burócratas!» (13).
Poco después, eran Abad de Santillán y Federica Montseny quienes trataban de convencer a Durruti. Por fin, ante la cantidad de presiones, Durruti, con un contingente de 1.800 milicianos, parte hacia Madrid. El sargento Manzana le acompañaba como técnico militar, y como secretario iba Mora. Al mando de las agrupaciones que formaban la columna, iban Bonilla, José Mira y Liberto Roig. Miguel Yoldi, Ricardo Rionda y el propio Durruti formaban el Comité de Guerra. El 15 de noviembre, los hombres de Durruti ya se encontraban en la Ciudad Universitaria de Madrid haciendo frente a las tropas fascistas. El lugar de destino de los anarquistas, el más comprometido y peligroso, hizo que las bajas alcanzaran en muy poco tiempo un elevado número. El día 18, la «Columna Durruti» solamente contaba con 700 hombres de los 1.800 que se habían desplazado a la capital. El día 19, los milicianos de Durruti se prepararon para asaltar el Hospital Clínico, defendido por tropas moras y Guardia Civil. Las indicaciones dé: Durruti no fueron seguidas con exactitud y, como consecuencia, sólo se pudieron tomar parte de las plantas del Clínico, quedando en la parte superior tropas nacionales. Poco después, le llegan noticias a Durruti de que sus hombres querían abandonar el Clínico. Durruti, acompañado por Julio Grave (chofer) y por Bonilla y Miguel Yoldi (parece ser que también iba Manzana), se dirigió hacia el Hospital. Durante el trayecto, poco antes de llegar al punto de destino, Durruti y sus acompañantes se encontraron con un pequeño grupo de milicianos, que daban la sensación de ser descontentos que abandonaban su puesto de combate. Durruti habló con ellos y les convenció para que volvieran a sus puestos. Una vez diluido el confusionismo creado por esta situación, Durruti se acercó al coche. En  este momento sonó un fogonazo, y el anarquista leonés se desplomaba al suelo con una bala incrustada en su pecho. En el Ritz, convertido en hospital, los doctores Bastos, Monje, Fraile y Santamaría firmaban en la madrugada del día 20 de noviembre de 1936 el diagnóstico final de Buenaventura Durruti: «Muerte causada por una hemorragia pleural», El proyectil se encontraba alojado en la región del corazón (14).
La desmoralización hizo presa entre los combatientes anarquistas. La muerte de su compañero, acaecida en circunstancias extrañas, les afectó en gran manera. La mayoría de los milicianos libertarios abandonaron Madrid y regresaron a Aragón. Martínez Bande, historiador y militar, comenta acerca de Durruti:...«Buenaventura Durruti había aparecido desde los momentos iniciales de la guerra como el «líder» anarquista más interesante, el más arrojado en un mundo de arrojados, y el que seguramente también comprendió primero qué es lo que había pasado en España tras el 18 de julio. Esto es, el que mejor supo adaptarse a las circunstancias de la guerra. El potenció a sus hombres, a quienes muchos calibraron, seguramente, casi como pequeños dioses, a la sombra de un dios máximo. Por esto cuando éste cae en combate, el Olimpo anarquista de la Ciudad Universitaria se desploma» (15).
Exactamente treinta y nueve años antes que su gran enemigo, el general Franco, moría en la madrugada del 20 de noviembre de 1936 la última gran esperanza del anarquismo: Buenaventura Durruti. En la tarde del domingo 22 de noviembre, una gran masa de trabajadores (alrededor de medio millón) daba su último adiós a Durruti en Barcelona. El cortejo fúnebre, que atravesó varias calles de la ciudad (entre ellas, la Vía Layetana: Avenida de Buenaventura Durruti hasta el final de la guerra) con destino al Cementerio Nuevo, fue un impresionante espectáculo, en el que millares de hombres acudieron a rendir el postrer homenaje a su compañero. Quizá haya sido ésta al igual que ocurrió en Rusia en el entierro de Kropotkin la última gran manifestación libertaria de un país donde el anarquismo tuvo una acogida y difusión
como en ningún otro del mundo.
* Sobre la muerte de Durruti, Antonio Bonilla, hoy día residente en Zaragoza, mantiene una tesis nunca argumentada hasta ahora. En el número 80 del semanario «Posible», el antiguo compañero de Durruti confiesa a Pedro Costa Muste: «No cabe duda de que la bala que mató a Durruti salió del naranjero que portaba Manzana. Pudo ser casual o intencionadamente. Hoy, a la vista de lo que ocurrió después, opto por creer que fue intencionado el disparo». Lo que ocurrió después, según Bonilla, es  que Manzana desapareció sin dejar  rastro. Manzana se ha mantenido ilocalizable, desde entonces, en algún lugar de México, ignorándose si aún vive.
Como con Zamora, el Che o Zapata, su muerte tiene estigmas de traición y el principal sospechoso, el PCE estalinista, desatará pocos meses mas tarde una brutal persecución contra anarquistas y demás radicales que no solo liquidó la Revolución amenazante, sino que fue el comienzo del fin de la propia República que decían salvaguardar.
40 años de existencia intensa tuvo este hombre que lucho por sus ideales sin treguas ni fanatismos; que nunca dejó de vivir de su trabajo; que actuaba tanto como leía y pensaba; que amó, soñó y tuvo amigos entrañables. En fin, Buenaventura Durruti fue lo que fue, y también lo que de mejor queda en nosotros cuando compartimos su trayectoria luminosa.
 
QUE LA TIERRA TE SEA LEVE
CNT-AIT  PUERTO REAL  NOVIEMBRE 2011
Extraído de www.camiloberneri.org

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