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domingo, 22 de enero de 2017

NO SE TIRO LO MATARON


Memoria histórica: "No se tiró, lo mataron"
 
Estremecedor reportaje publicado por el diario El País en 2009, que bien merece la pena rescatar hoy. "Y entonces llamó Manuel Fraga [ministro de Información] para callar a aquella familia rota amenazándoles con detener a su otra hija, Margot, también metida en política...". ASESINO.
 Natalia Junquera
El chico de la imagen en blanco y negro murió cinco días después de haberse hecho esa fotografía, que le pedían para el servicio militar obligatorio. Tenía 21 años, se llamaba Enrique Ruano y falleció al caer desde un séptimo piso, mientras estaba custodiado por tres policías de la Brigada Político Social de Franco, el 20 de enero de 1969, en Madrid. El régimen mantuvo entonces que aquel estudiante de Derecho, miembro del Frente de Liberación Popular -que había escogido como herramienta "para cambiar el mundo"-, se había suicidado. Que, en un descuido, había conseguido zafarse de los tres agentes armados que previamente le habían torturado; que había recorrido el diminuto piso de la calle del General Mola, hoy Príncipe de Vergara, en el que buscaban pruebas incriminatorias, sin que ninguno lograra contenerle; y que se había arrojado por la ventana. Cuarenta años después, las dos mujeres que, delante de la puerta de la Justicia, frente al Tribunal Supremo, parecen sostenerse la una sobre la otra, como vienen haciendo desde aquel 20 de enero, mantienen que fue un asesinato. Son Margot Ruano y Lola Ruiz, la hermana y la novia del estudiante defenestrado.
No sólo ellas. Pasado mañana, en el homenaje por el 40 aniversario de la muerte de Ruano, volverán a repetirlo su profesor de entonces, Gregorio Peces-Barba; su amigo y compañero de clase, el abogado José María Mohedano; el letrado que intentó hacerle justicia 21 años después de la muerte del dictador, José Manuel Gómez Benítez, actual miembro del Consejo General del Poder Judicial, o su psiquiatra, hoy catedrático de la Real Academia, Carlos Castilla del Pino, entre otros. Con el dolor que producen los aniversarios de las injusticias, pero con el firme propósito de que los jóvenes conozcan a aquel chico que murió luchando por los derechos cívicos más elementales, lo que hoy se da por sentado.
"Nos detuvieron juntos tres días antes de que lo mataran. Nos interrogaron en la Dirección General de Seguridad, en la Puerta del Sol. Se sabían mi vida de arriba abajo", relata Lola. "Me pasearon por todo Madrid para que les dijera de dónde eran las llaves que llevaba en el bolsillo. Las tenía yo, no Enrique. Iban a llevarme a mí...". Lola intentó resistir. Aguantó la tortura el tiempo suficiente para que los compañeros que habían escondido en aquel 7º piso de General Mola pudieran huir. Finalmente, vio cómo se llevaban a Enrique para registrar la vivienda. Le habían estado interrogando en la sala contigua, sin dejarle dormir durante tres días. "Mi madre llegó justo cuando se lo llevaban al registro. Se abrazó a él. Se preocupó porque iba sin cazadora: 'Vas a coger frío", recuerda Margot. Era casi la una de la tarde. A las tres, Enrique estaba muerto.
"Llamaron a casa a las seis. 'Su hijo se ha suicidado. Se ha tirado desde un 7º piso', le dijeron a mi padre. Nunca nos dejaron ver el cadáver", recuerda Margot. "Hasta que murió Franco, la censura tampoco nos permitió publicar una esquela". Mohedano se emociona aún al recordar aquella noche. "Acababa de salir de la cárcel y fui corriendo a casa de Enrique. La desesperación y la impotencia que había allí eran demoledoras. Sus padres no entendían nada. Y entonces llamó Manuel Fraga [ministro de Información] para callar a aquella familia rota amenazándoles con detener a su otra hija, Margot, también metida en política...".
Lo peor para los padres de Ruano no ocurrió aquel 20 de enero, sino al día siguiente, cuando el diario Abc publicaba en primera página un supuesto diario de Enrique del que se desprendían intenciones suicidas. En realidad, eran trozos manipulados de una carta que le escribía a su psiquiatra, Carlos Castilla del Pino, quien en 1996, cuando se reabrió judicialmente el caso, declaró tajante: "La versión del suicidio es absolutamente inverosímil. El suicidio se hace a solas, se prepara, pero no en una fuga ante otras personas". Publicar aquella carta como diario, suprimiendo la primera hoja, encabezada por un inequívoco "querido doctor", fue una "villanía macabra", añadió.
"En aquella época era frecuente ir al psiquiatra. Pertenecíamos a una clase acomodada y nos habíamos puesto del lado de los vencidos. Eso te generaba muchas contradicciones. Nuestros padres no lo entendían, la gente que les rodeaba, tampoco", recuerda Lola. "Quisieron presentar a Enrique como un pobre chico manipulado por la fuerza del mal, los comunistas", añade con un hilo de voz, secuela de la matanza perpetrada por ultraderechistas contra los abogados de la calle Atocha en 1977. Lola resultó gravemente herida. Su marido, Javier Sauquillo murió.
En 1996, Gómez Benítez logró sentar en el banquillo por asesinato a los policías que llevaron a Ruano al piso de General Mola: Francisco Colino, Celso Galván y Jesús Simón. Fueron absueltos por falta de pruebas; entre ellas, una que había sido serrada del cadáver: su clavícula. El hueso habría sido, según los jueces, "determinante para el esclarecimiento de los hechos", porque todos coincidieron en que Ruano, cuyo cuerpo había sido exhumado para una nueva autopsia, tuvo una lesión no compatible con su caída, provocada por "un objeto cilíndrico cónico", como una bala. Pero alguien había hecho desaparecer el hueso. "Logramos probar que la versión del suicidio no era cierta aunque fuera imposible condenar a los policías porque, en su día, ni siquiera se habían hecho pruebas de balística sobre sus armas", asegura Gómez Benítez. Durante el juicio, Beatriz, la hermana más pequeña de Ruano, recibió una carta estremecedora de un hombre detenido por la Brigada Político Social también aquel 20 de enero: "Me llevaron a la escalera y me colgaron al vacío por el hueco de la misma, cogido por los pies. Antes, durante y después, los esbirros me decían que iban a hacer conmigo lo mismo que habían hecho con Ruano (...). En aquel momento, yo ignoraba todavía lo sucedido, pero enseguida comprendí".
Margot y Beatriz no lograron una condena, aunque sí una indemnización. El martes homenajearán a su hermano en un acto en el paraninfo de la Complutense, su universidad. El rector, Carlos Berzosa, empezará a hacer números para tratar de levantar una estatua en su honor y publicar un libro sobre Enrique "porque los jóvenes deben conocer la historia de la dictadura para seguir alimentando la democracia". Y Peces-Barba recordará lo que pensó cuando supo que aquel joven idealista, alumno suyo, había muerto: "Le asesinaron. Aquel régimen enloquecido por la crítica mataba moscas a cañonazos". -

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