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sábado, 7 de enero de 2012

LAS 12 PRUEBAS DE LA INEXISTENCIA DE DIOS 4ª PARTE Y FINAL

O bien Dios quisiera suprimir el mal, pero no ha podido.

O bien Dios podría suprimir el mal; pero no ha querido.

En el primer caso, Dios quisiera suprimir el mal; es bueno, se compadece de los dolores que nos abruman; de los males que padecemos. ¡Ah, si sólo dependiese de él! El mal sería destruido y la felicidad florecería sobre la tierra. Una vez más: él es bueno; pero no puede suprimir el mal; en este caso, no es todopoderoso.

En el segundo caso, Dios podría suprimir el mal. Bastaría quererlo, para que el mal fuese abolido; él es todopoderoso; pero no quiere suprimirlo; en este caso, no es infinitamente bueno.

Aquí Dios es poderoso, pero no es bueno; allá, Dios es bueno, pero no es poderoso.

Para que Dios sea, no basta con que posea una de estas dos perfecciones; potencia o bondad; es indispensable que posea las dos a la vez.

Este razonamiento jamás ha sido refutado.

Entendámonos: yo no digo que no se haya intentado jamás refutarlo; yo digo que no se ha conseguido jamás.

El ensayo de refutación más conocido es éste:

“Planta usted en términos completamente erróneos el problema del mal. Injustamente hace usted responsable de él a Dios. Si, es cierto, el mal existe y ello es innegable; pero es al hombre a quien hay que hacer de él responsable. Dios no ha querido que el hombre sea un autómata, una máquina, que él actúe fatalmente. Al crearlo, le ha dado la libertad; ha hecho de él un ser enteramente libre; de la libertad que le ha otorgado generosamente, Dios le ha dejado la facultad de hacer, en todas las circunstancias, el uso que quisiera; y, si place al hombre, en lugar de hacer de ella un uso juicioso y noble de este bien inestimable, hacer un uso odioso y criminal, no es a Dios a quien cabe acusar, porque sería injusto; de ello hay que acusar al hombre”.

He aquí la objeción, que resulta ya clásica.

¿Qué vale ella? Nada.

Me explicaré:

Distingamos primero el mal físico del mal moral.

El mal físico, es la enfermedad, el sufrimiento, el accidente, la vejez, con su cortejo de taras y de enfermedades; es la muerte, la pérdida cruel de los seres que amamos: criaturas que nacen y mueren algunos días después de su nacimiento sin haber conocido más que el sufrimiento; hay una multitud de seres humanos para los que la existencia no es más que una larga cadena de dolores y de aflicciones, de suerte que hubiera valido más que no hubiesen nacido; es, en el dominio de la naturaleza, los azotes, los cataclismos, los incendios, las sequías, las hambres, las inundaciones, las tempestades, toda esta suma de trágicas fatalidades que se cifran en el dolor y en la muerte.

¿Quién osaría decir que hay que hacer responsable al hombre de este mal físico?

¿Quién no comprende que, si Dios ha creado el Universo, si es él quien le ha dotado de las formidables leyes que le regulan y si el mal físico es el conjunto de las fatalidades que resultan del juego, normal de las fuerzas de la naturaleza; quién no comprende que el autor responsable de estas calamidades es, ciertamente, aquel que ha creado este Universo, aquel que lo gobierna?

Supongo que, sobre este punto no hay contestación posible.

Dios que gobierna el Universo es, pues, responsable del mal físico.

Esto solo bastaría y mi respuesta podría quedar reducida a esto.

Pero yo pretendo que el mal moral es imputable a Dios de la misma manera que el mal físico, puesto que, si existe, él ha presidido a la organización del mundo moral como a la del mundo físico y que, consecuentemente, el hombre, victima del mal moral como del mal físico, no es más responsable del uno que del otro.

Pero es preciso que me refiera a lo que tengo que decir sobre el mal moral en la tercera y última serie de mis argumentos.





TERCER GRUPO DE ARGUMENTOS



PRIMER ARGUMENTO

IRRESPONSABLE, EL HOMBRE NO PUEDE SER NI CASTIGADO NI RECOMPENSADO



¿Qué es lo que somos?

¿Hemos presidido las condiciones de nuestro nacimiento? ¿Hemos sido consultados sobre la simple cuestión de saber si nos gusta nacer? ¿Hemos sido llamados para fijar nuestros destinos? ¿Hemos tenido, en un solo punto, voz en el capítulo?

Si hubiésemos tenido voz en el capítulo, cada uno de nosotros se habría gratificado, desde la cuna, con todas las ventajas: salud, fuerza, belleza, inteligencia, valor, bondad, etc.,etc. Cada uno habría sido el resumen de todas las perfecciones, una especie de dios en miniatura.

¿Qué es lo que somos?

¿Somos lo que hemos querido ser?

Incontestablemente, no.

En la hipótesis Dios somos, puesto que es él quien nos ha creado, lo que él ha querido que fuésemos.

Dios, puesto que él es libre, hubiera podido no crearnos.

Hubiera podido crearnos menos perversos, puesto que él es bueno.

Habría podido crearnos virtuosos, sanos, excelentes. Habría podido otorgarnos todos los dones físicos, intelectuales y morales, puesto que es todopoderoso.

Por tercera vez: ¿Qué es lo que somos?

Somos lo que Dios ha querido que fuésemos. Él nos ha creado como ha querido a su capricho.

No hay respuesta a esta interrogación: ¿Qué es lo que somos?., Si se admite que Dios existe y que somos sus criaturas.

Es Dios el que nos ha dado nuestros sentidos, nuestras facultades, de compresión, nuestra sensibilidad, nuestros medio de percibir, de sentir, de razonar, de actuar. Él ha previsto, querido, determinado nuestras condiciones de vida: ha condicionado nuestras necesidades, nuestros deseos, nuestras pasiones, nuestros temores, nuestras esperanzas, nuestros odios, nuestros amores, nuestras aspiraciones. Toda la máquina humana corresponde a lo que él ha querido que fuese. Él ha concebido, organizado de la cabeza a los pies el medio en el cual vivimos; él ha preparado todas las circunstancias que, a cada instante, asaltarán nuestra voluntad y determinarán, nuestras acciones.

Ante este Dios formidablemente armado, el hombre es irresponsable.

Aquel que no está bajo ninguna dependencia, es absolutamente libre; aquel que está un poco bajo la dependencia de otro es un poco esclavo; sólo es libre por la diferencia; aquel que está muy supeditado a otros es muy esclavo; sólo es libre en lo que le resta de independiente; en fin, aquel que está por completo bajo la dependencia de otro, es por completo esclavo y no goza de ninguna libertad.

Si Dios existe, es en esta última postura, la de la esclavitud total, en la que se encuentra el hombre con respecto a Dios, y a su esclavitud es tanto más completa, cuanta mayor distancia haya entre el Amo y él.

Si Dios existe, sólo él sabe, puede, quiere, él solo es libre; el hombre no sabe nada, no quiere nada, no puede nada; su dependencia es absoluta.

Si Dios existe, él lo es todo; el hombre no es nada.

El hombre así mantenido en esclavitud, colocado bajo la dependencia plena y entera de Dios no puede tener ninguna responsabilidad.

Y, si es irresponsable no puede ser juzgado.

Todo juicio implica un castigo o una recompensa; y los actos de un ser irresponsable, carente de todo valor moral, no provienen de ningún juicio.

Los actos del irresponsable pueden ser útiles o perjudiciales; moralmente no son buenos ni malos, ni meritorios ni reprensibles; equitativamente no pueden ser recompensados ni castigados.

Erigiéndose en Justiciero, castigando o recompensado al hombre irresponsable Dios no es más que usurpador: se arroga un derecho arbitrario y usa de él en contra de toda justicia.

De lo que acabo de decir, saco en conclusión:

a) Que la responsabilidad del mal moral es imputable a Dios, como le es imputable la del mal físico.

b) Que Dios es un Justiciero indigno, porque irresponsable, el hombre no puede ser ni recompensado, ni castigado.





SEGUNDO ARGUMENTO

DIOS VIOLA LAS LEYES FUNDAMENTALES DE LA EQUIDAD



Admitamos, por un instante, que el hombre sea responsable y veremos, como en esta misma hipótesis, la divina Justicia viola las reglas más elementales de la equidad.

Si se admite que la práctica de la justicia no puede ser ejercida sin comportar una sanción y que el magistrado tiene por misión fijar esta sanción, existe una regla sobre la cual el sentimiento es y debe ser unánime: es que, del mismo que hay una escala de mérito y de culpabilidad, debe haber una escala de recompensas y de castigos.

Sentado este principio, el magistrado que mejor practicará la justicia, será aquel que proporcionará más exactamente la recompensa al mérito y el castigo a la culpabilidad; y el magistrado ideal, impecable, perfecto, será aquel que fijará una relación de un rigor matemático entre el acto y la sanción.

Pienso que esta regla elemental de justicia es aceptada por todos.

¡Y bien! Dios con el cielo y el infierno, desconoce esta regla y la viola.

Cualquiera que sea el mérito del hombre, es limitado (como el hombre mismo), y, sin embargo, la sanción de recompensa: el cielo, es sin limites, aunque sólo fuese por su carácter de perpetuidad.

Cualquiera que sea la culpabilidad del hombre, ella está limitada (como él mismo), y, sin embargo, la sanción de recompensa: el cielo, es sin límites, aunque solo fuese por su carácter de perpetuidad.

Hay, pues, desproporción entre el mérito y la recompensa, desproporción entre la falta y el castigo; desproporción en todas partes. Así pues, Dios viola las reglas fundamentales de la equidad.

Mi tesis está terminada; no me resta más que recapitular y extraer las conclusiones.



RECAPITULACIÓN



Camaradas:

Os prometí una demostración precisa, substancial, decisiva, de la inexistencia de Dios. Creo poder deciros que he cumplido mi promesa.

No perdáis de vista que no me he propuesto aportaros un sistema del Universo que hiciese inútil recurrir a la hipótesis de una Fuerza sobrenatural, de una Energía o de una Potencia extramundial, de un Principio superior o anterior al Universo. He tenido la lealtad, como debía tenerla, de deciros que, considerado de esta suerte, el problema no encuentra, en el estado actual de los conocimientos humanos, ninguna solución definitiva y que la sola actitud que conviene a los espíritus reflexivos y razonables, es la expectativa.

El Dios cuya imposibilidad he querido establecer, cuya imposibilidad he establecido, puedo decirlo ahora, es el Dios de las religiones, el Dios creador, Gobernador y Justiciero, el Dios infinitamente sabio, poderoso, justo y bueno, que los clérigos se alaban de representar sobre la tierra y que intentan imponer a nuestra veneración.

No hay, no puede haber equívoco. Es a este Dios al que yo niego: y, si se quiere discutir útilmente, en este Dios al que hay que defender contra mis ataques.

Todo debate sobre otro terreno será --de ello os prevengo, pues es precios que os pongáis en guardia contra las astucias del adversario--; todo debate en otro terreno será una diversión y será, además, la prueba que el Dios de las religiones no puede ser defendido ni justificado.

He probado que, como Creador, sería inadmisible, imperfecto, inexplicable; he establecido que, como gobernador, sería inútil, impotente, cruel, odioso, despótico; he demostrado que, como justiciero, sería un magistrado indigno, violador de las leyes esenciales de la más elemental equidad.



CONCLUSIÓN



Tal es, sin embargo, el Dios que desde, tiempos inmemoriales, se ha enseñado y que, en nuestros días todavía, se enseña a una multitud de niños en numerosas familias y escuelas. ¡Qué de crímenes han sido cometidos en su nombre!

¡Qué de odios, de guerras, de calamidades han sido desencadenadas furiosamente por sus representantes! Este Dios ¡De cuántos sufrimientos es origen! ¡Cuántos males todavía engendra!

Desde hace siglos, la Religión tiene curvada a la humanidad bajo el temor, incrustada en la superstición, postrada en la resignación.

¿No amanecerá, pues jamás el día en que, dejando de creer en la justicia eterna, en sus decretos imaginarios, en sus reparaciones problemáticas, los humanos trabajarán, con ardor incansable, por el advenimiento sobre la tierra de una Justicia inmediata, positiva y fraternal?

¿No sonará nunca la hora en que, fatigados de los consuelos y de las esperanzas falaces que les sugiere la creencia en un paraíso compensador, los humanos harán de nuestro planeta un Edén de abundancia, de paz y libertad, cuyas puertas estarán abiertas fraternalmente a todos?

Durante demasiado tiempo, el contrato social se ha inspirado en un Dios sin justicia; es ya hora de que se inspire en una justicia sin Dios. Durante demasiado tiempo, las relaciones entre las naciones y los individuos han derivado de un Dios sin filosofía; tiempo es ya de que procedan de una filosofía sin Dios. Desde hace siglos, monarcas, gobernantes, castas y cleros, conductores de pueblos, directores de conciencias, tratan a la humanidad como vil rebaño, bueno tan sólo para ser esquilado, devorado, arrojado a los mataderos.

Desde hace siglos, los desheredados soportan pasivamente la miseria y la servidumbre, gracias al espejismo engañoso del cielo y a la visión horrorífica del Infierno. Hay que poner fin a este odioso sortilegio, a este abominable engaño.

¡OH!, tú que me escuchas, abre los ojos, contempla, observa, comprende. El cielo del que sin cesar te hablan; el cielo con ayuda del cual se intenta insensibilizar tu miseria, anestesiar tu sufrimiento y ahogar la queja que, a pesar de todo, se exhala de tu pecho, es cielo irreal y desierto. Sólo tu infierno está poblado y es positivo.

Basta de lamentaciones: las lamentaciones son vanas.

Basta de posternaciones: las posternaciones son estériles.

Basta de rezos: los rezos son impotentes.

¡Yérguete, OH, hombre! Y, en pie, enardecido, rebelado, declara una guerra implacable al dios del que, durante tanto tiempo, se ha impuesto a tus hermanos y a ti mismo la embrutecedora veneración.

Libérate de este tirano imaginario y sacude el yugo de aquellos que pretenden ser sus agentes de negocios en la tierra.

Pero no olvides que, una vez hecho este primer gesto de liberación no habrás realizado más que una parte de la tarea que te incumbe.

No olvides que de nada te servirá romper las cadenas que los Dioses imaginarios, celestes, y eternos han forjado contra ti, si no rompes también aquellos que contra ti han forjado los Dioses pasajeros y positivos de la tierra.

Estos Dioses merodean en tu torno, buscando la forma de someterte por el hambre a servidumbre eterna. Estos Dioses no son más que hombres como tú.

Ricos y Gobernantes, estos Dioses de la tierra la han poblado de innumerables víctimas, de inexpresables tormentos.

Ojalá puedan los condenados de la tierra rebelarse al fin contra estos forajidos y fundar una Ciudad en la que semejantes monstruos no sean ya posibles.

Cuando hayas expulsado a los dioses del cielo y de la tierra; cuando te haya liberado de los Amos de arriba y de los Amos de abajo; cuando hayas realizado este noble gesto de liberación, entonces, y solamente entonces, OH, hermano mío, te habrás evadido de tu infierno y habrás conquistado tu cielo. 4



Fuente: http://www.ingobernables.hostzi.com/docepruebasdelainexistenciadedios.htm

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