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domingo, 9 de octubre de 2011

75 años despues seguimos con el puño en alto

Nos dicen que de la historia se aprende, y es verdad. Lo que no nos dicen es que la historia cambia dependiendo de quién te la cuente. En este pedazo de tierra que llaman España, hay una gran historia que pocas veces ha sido contada por sus protagonistas, y muchas veces ocultada por aquellos a los que no interesa contar la verdad.


Corría la década de los treinta del pasado siglo, y en las calles de los pueblos y ciudades la gente soñaba con cambiar el mundo. La sociedad se regía por normas parecidas a las actuales: unos pocos acumulaban riqueza mientras que la gran mayoría se hacinaba rodeada de miseria. Había que trabajar mucho y muy duro para salir adelante, y los que levantaban la voz en contra de las injustas condiciones que habían sido impuestas a los trabajadores, eran perseguidos, encarcelados o directamente asesinados. El gobierno, tras el disfraz democrático que le otorgaba la Segunda República, ostentaba el poder sacudiendo a la clase trabajadora mediante mandatos que perjudicaban a las clases populares de la sociedad. Las decisiones eran tomadas por una minoritaria clase política, que compinchada con la burguesía, cortaban las alas de una sociedad que aspiraba a vivir en libertad e igualdad.

Sin embargo, nuestros abuelos y bisabuelos no se conformaban con las migajas de un pastel que se repartían unos pocos. Eran conscientes de la fuerza de su número, y se organizaban. En la España de los años treinta, las huelgas, las manifestaciones los sabotajes y la "gimnasia revolucionaria" se respiraban en campos, fábricas y talleres. Los trabajadores comprendían que eran ellos quienes cultivaban la tierra, accionaban las máquinas o fabricaban los útiles necesarios para que la economía funcionase. Sabían que ellos eran la pieza imprescindible, y que si se unían, podrían dar la vuelta a la situación. Eran hijos del trabajo y no renegaban de él, pero entendían que el trabajo había que repartirlo. No aceptaban trabajar de sol a sol, pero tampoco aceptaban que hubiera gente que comiera sin trabajar.

La clase obrera española se organizaba en sindicatos, en los que encontraban la herramienta que les permitía enfrentarse a gobierno y burguesía con garantías. El sindicato representaba la unión y la organización del proletariado. Pero además de eso los sindicatos se convertían en las escuelas del pueblo, los obreros adquirían cultura y eran capaces de vislumbrar una sociedad más libre y más justa, en la que no hubiera patronos, gobiernos ni religiones que los sometieran.

En mayo de 1936, la Confederación Nacional del Trabajo (CNT) celebró un congreso en Zaragoza, en

TIERRA Y LIBERTADOCTUBRE DE 2011

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el cual declaró que su finalidad era realizar una revolución social que cambiase la sociedad. El objetivo era abolir el gobierno y la propiedad privada e instaurar en su lugar un régimen asambleario y federalista, en el que todo el mundo tuviese el mismo derecho a decidir sobre su vida y tuviese garantizado el trabajo, las necesidades básicas y poder disfrutar de una vida digna en plena libertad. Al mismo tiempo, todo el mundo, para poder obtener las ventajas de esta sociedad, debía contribuir con su trabajo. Se seguía la consigna "de cada uno según su capacidad, a cada uno según sus necesidades", y lo llamaron el

"comunismo libertario" o lo que es lo mismo: la sociedad anarquista.

Hacia la primavera de 1936, los trabajadores españoles estaban preparándose para hacer la revolución. Se acababa la era de la explotación y de la ausencia de libertad: los sindicatos hervían, las imprentas no paraban de sacar publicaciones obreras, proliferaban centros de cultura obreros o "ateneos libertarios"… Pero no todo era bonito y de color de rosa. El gobierno de la República había intentado por todos los medios aplacar la rabia de los obreros. Había incluso llegado a cometer crímenes imperdonables como los sucesos de Casas Viejas (1933), en el que se masacró a un pueblo entero por negarse a aceptar que la tierra perteneciera a unos pocos terratenientes en lugar de a los campesinos que la trabajaban; o la represión contra la Revolución de Asturias (1934), en la que el ejército republicano declaró la guerra a los mineros y otros trabajadores asturianos que, organizados en la CNT y la UGT, intentaron dar el paso hacia la libertad y la justicia.

Una parte del ejército, viendo que la República era incapaz de someter a los trabajadores y así parar la revolución, empezó a preparar una sublevación fascista, con el objetivo de aniquilar las ilusiones y los proyectos revolucionarios, y someter al pueblo a la moral degradante impuesta por la Iglesia católica. Es por ello que la clase obrera revolucionaria, organizada mayoritariamente en el sindicato anarcosindicalista CNT, comenzó a hacer acopio de armas y a preparar la defensa de la libertad y la justicia social.

El 17 de julio de 1936, los fascistas se sublevaron en Marruecos. La CNT dio la consigna revolucionaria. Aquello por lo que se había luchado, los valores defendidos, las ideas y el amor a la libertad empiezan a tomar cuerpo. Ese mismo día, en Barcelona, los obreros tomaron los transportes y los principales edificios públicos. La Generalitat de Cataluña intentó evitar que la chispa de la revolución prendiese en Barcelona, pero la fuerza de los trabajadores organizados les desbordaba. Los obreros del transporte se apoderan de las armas que había en los barcos anclados en el puerto. El objetivo: frenar a los fascistas y convertir a Barcelona en el foco desde el que se extendería la revolución social.

El 18 de julio el avance de los fascistas era importante. La CNT y la UGT proclamaron la huelga general. En el caso de la CNT se trataba de la huelga general revolucionaria. En muchos lugares, la vuelta al trabajo después de ese paro no iba a ser en un régimen capitalista, sino en industrias, fábricas y tierras que pasarían a estar bajo control obrero. Llegaba el momento esperado, tocaba a los trabajadores ser los protagonistas.

Cuando la sublevación llegó a Barcelona, los militares se encuentran con una clase obrera organizada sin dirigentes ni vanguardias. No tenían enfrente a un ejército republicano, sino a trabajadores normales y corrientes, con un armamento escaso, pero con la fuerza que les daba el luchar por sus ideas y por su libertad. La clase obrera barcelonesa era mayoritariamente anarquista, y el grado de conciencia de los trabajadores era tal, que el ejército fascista no pudo hacer frente a esos humildes obreros y su revolución. En menos de 24 horas, los trabajadores, sin ayuda alguna de gobiernos ni instituciones, habían barrido al fascismo de toda Cataluña. El control ahora no lo tenía ni el ejército sublevado ni la República ni la Generalitat. El control ahora lo tenían los trabajadores, lo tenía la CNT.

A partir del 19 de julio, comenzó en España una revolución social que por su magnitud y su contenido, se puede decir que es única en la historia de la humanidad. El pueblo organizado, de manera completamente independiente y autónoma, tomó las riendas de la economía y de la política, aboliendo en numerosos lugares al Estado y al capitalismo. Al mismo tiempo, los trabajadores fueron capaces de formar milicias y parar el avance del fascismo, con un armamento escaso y defectuoso, y rechazando por propia elección el formar un ejército que les condenaría a someterse de nuevo a una jerarquía. Ese pueblo en armas fue el que venció al fascismo los primeros meses de lo que se llama "guerra civil", siempre siguiendo la consigna de que la revolución y la guerra eran inseparables.

El verano de 1936 fue único en la historia. En Cataluña y Levante se socializaban fábricas e industrias. Los obreros tomaban las decisiones sin necesidad de patronos, y eran capaces de aumentar la productividad y la eficiencia de una forma impresionante. Miles de personas adquirían cultura en centros obreros y proliferaban las escuelas libertarias. En Andalucía, algunos pueblos quemaban el dinero en la plaza entre vítores, proclamando el comunismo libertario. En Aragón y Cataluña se colectivizaron las tierras quedando abolidas las grandes propiedades y pasando a ser de las colectividades de trabajadores. En estas colectividades, los trabajadores se organizaban y tomaban las decisiones por asambleas, eliminando cualquier signo de autoridad. Se hizo realidad la utopía anarquista de que es posible vivir sin patronos ni gobiernos.

George Orwell, en su libro "Homenaje a Cataluña", dice: "Yo estaba integrando, más o menos por azar, la única comunidad de Europa occidental donde la conciencia revolucionaria y el rechazo del capitalismo eran más normales que su contrario. En Aragón se estaba entre decenas de miles de personas de origen proletario en su mayoría, todas ellas vivían y se trataban en términos de igualdad. En teoría, era una igualdad perfecta, y en la práctica no estaba muy lejos de serlo. En algunos aspectos, se experimentaba un pregusto de socialismo, por lo cual entiendo que la actitud mental prevaleciente fuera de índole socialista. Muchas de las motivaciones corrientes en la vida civilizada -ostentación, afán de lucro, temor a los patronos, etcétera- simplemente habían dejado de existir. La división de clases desapareció hasta un punto que resulta casi inconcebible en la atmósfera mercantil de Inglaterra; allí sólo estábamos los campesinos y nosotros, y nadie era amo de nadie."

Entre tanto, el fascismo iba recibiendo ayudas internacionales como la de Italia, Alemania o Portugal. La revolución no recibía ayudas. Es más, la propia República se negaba en un principio a facilitar armas a los obreros, demostrando más temor hacia la propia revolución que hacia los militares sublevados. Lo mismo pasaba con las potencias extranjeras que supuestamente estaban del lado de la República. La clase obrera se enfrentó sola al fascismo y le venció las primeras batallas, pero pronto debió enfrentarse también con otros enemigos que amenazaban la marcha de la revolución.

La contrarrevolución del Partido Comunista, las trabas impuestas por la República y la infiltración del autoritarismo en los órganos de la CNT y la FAI comenzaron a dinamitar la obra constructiva de la revolución. Los comunistas, desde la retaguardia, fueron sometiendo la revolución a la disciplina del Partido, lo cual no era comprendido por los trabajadores. Ante esta situación, decidieron imponer su disciplina autoritaria por medio de la fuerza, disolviendo colectividades y tomando posiciones en el gobierno de la República gracias a la influencia de Stalin. Especialmente representativa es la figura del comandante Líster, del Partido Comunista, el cual fue responsable de la muerte de numerosos trabajadores que se negaron a aceptar las imposiciones y defendieron la revolución. Todo ello, mientras los milicianos anarquistas luchaban contra los fascistas en el frente, sin conocer que detrás de ellos la revolución estaba siendo traicionada.

Incluso dentro de las organizaciones obreras, el autoritarismo hizo acto de presencia. Evidentemente, la fuerza de los trabajadores era tan grande que los oportunistas y los políticos intentaban sacar partido incluso de la propia revolución. Esto sin duda propició que la CNT y la FAI cayeran en errores y contradicciones históricos, como fueron a entrada en el gobierno de la República o la militarización de las milicias. Sin embargo, ni todas las milicias pasaron por el aro, ni todos los trabajadores aceptaban las imposiciones de las cúpulas. La mayoría permanecían fieles a la revolución. Pese a ello, el daño estaba hecho.

Muchos fueron los factores que determinaron la derrota de la Revolución Social de 1936. Sin embargo, el tiempo que duró, demostró ser un ejemplo de que existe la posibilidad de vivir en una sociedad libre e igualitaria, sin Estado ni capitalismo, en la que los individuos se desarrollen libremente y sin coacciones.

Abel Paz, conocido militante de la CNT que participó en la revolución, decía que los trabajadores sabían que la revolución estaba condenada a fracasar. Su función sería, pues, la de servir de ejemplo a las generaciones futuras de que la anarquía no es imposible, sino que es necesaria. Lo más importante no es recordar con añoranza el tiempo en que los trabajadores mantenían la cabeza alta y escupían sobre los privilegios de los capitalistas, las riquezas de las Iglesias ardían en las plazas de los barrios y pueblos entre vítores y los campesinos trabajaban gustosos sabiendo que daban de comer a trabajadores y no a parásitos. Lo importante es que gracias a estas personas nosotros podemos aprender a hacer una revolución que no esté condenada al fracaso, pues ellos nos han allanado el camino.

La Revolución española no sale en los libros de historia pese a haber sido un acontecimiento único. Quizás no sale porque los libros de historia los escriben los vencedores, y en el episodio de la guerra de clases que se llamó "guerra civil" ganó el bando del poder y del dinero. Durante 40 años ese bando nos gobernó a base de violencia, humillación y silencio. Y hoy, tras más de 30 años de democracia, los enemigos de la revolución nos siguen gobernando. Se mantiene el silencio y el olvido porque la Revolución española asusta, ya que puso contra las cuerdas al fascismo y a la República, y hubiese hecho lo mismo con cualquier forma de gobierno y autoridad.

75 años después debemos elegir: o seguimos humillados y degradados en nuestra vida y nuestros trabajos, o plantamos cara y les demostramos que, hoy como ayer, seguimos puño en alto.

Coordinadora anarquista del noroeste

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